POR PEDRO DE LA HOZ
«El homenaje a Lenin se puede brindar con el sentimiento. Pero cuando se estudia su obra y su vida, cuando se estudia su pensamiento y su doctrina, los pueblos adquieren lo que pudiera llamarse un verdadero tesoro desde el punto de vista político».
Hubo quien creyó que la hora de Lenin había pasado. Derruido el Muro de Berlín, desaparecida la Unión Soviética, desmontados los sistemas políticos del Este europeo, proclamado el supuesto fin de la Historia, todo lo que oliera a socialismo, en los albores del último decenio del pasado siglo, era satanizado.
La película alemana Good bye, Lenin llegó a las pantallas con la imagen de una escultura de Lenin derribada. Las arremetidas contra el conductor de la Revolución de Octubre tuvieron lugar en varios países. Circulan fotos y videos de la turba que, en diciembre de 2013, desbarató la estatua del líder ruso en una céntrica plaza de Kiev.
El mundo no fue mejor. Atacaron los símbolos, mas no desaparecieron los problemas. Por el contrario, las brechas sociales, las exclusiones de grandes conglomerados humanos, la derivación neocolonial del antiguo colonialismo, el sometimiento de naciones y pueblos, y la voracidad imperial se han incrementado exponencialmente en la escena contemporánea.
A 153 años del nacimiento de Vladimir Ilich Ulianov en la localidad de Simbirsk el 22 de abril de 1870, un análisis serio, desprejuiciado y con la mirada puesta en las coordenadas actuales, permite afirmar la vigencia del legado de Lenin –las aristas más filosas de su pensamiento, la aproximación creadora a la teoría marxista, la capacidad para interpretar los signos y contradicciones de la época, su ejemplar liderazgo, su raigal vocación revolucionaria– como una de las brújulas orientadoras en la impostergable ruta de la emancipación y la construcción de sociedades justas y dignas.
Se trata de rehuir etiquetas y despejar lugares comunes, de entender al hombre y sus circunstancias, y valorar cómo una parte sustancial de la obra de ese líder encaja en nuestras circunstancias. De saber, como lo hizo con agudeza metafórica Nicolás Guillén en un poema memorable dedicado al político bolchevique, que Lenin es «tempestad y abrigo», que está aquí y allá «como un dios familiar simple y risueño, / día a día en la fábrica y el trigo, / uno y diverso universal amigo / de hierro y lirio, de volcán y sueño».
En 1970, a la altura del primer centenario de su nacimiento, Fidel Castro observó con pleno conocimiento de causa: «El homenaje a Lenin se puede brindar con el sentimiento. Pero cuando se estudia su obra y su vida, cuando se estudia su pensamiento y su doctrina, los pueblos adquieren lo que pudiera llamarse un verdadero tesoro desde el punto de vista político».
Digamos entonces ‘Welcome’, Lenin, bienvenido en todas las lenguas y en todos los actos.
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