Al rescate de Lenin

POR ATILIO A. BORON

El centenario de la muerte de Vladimir Illich Ulianov, Lenin (1870-1924), es una ocasión apropiada para invitar a las jóvenes generaciones de militantes a recuperar el formidable legado teórico del gran revolucionario ruso, muerto cuando aún no había cumplido los 54 años de edad. Víctima de un grave atentado perpetrado a menos de un año del triunfo de la revolución -más precisamente el 30 de agosto de 1918- por Fanya Kaplan, una activista del anarquismo ruso que lo acusaba de haber traicionado a la revolución. Tiempo después una de las balas alojadas en su pulmón y que no pudo ser extraída por sus médicos comenzó a generar dificultades de todo tipo que escalaron hasta llegar a una serie de infartos cerebrales que le ocasionaron primero una parálisis y finalmente su prematuro, y para la causa del socialismo, desgraciado fallecimiento.

Advertencias necesarias

Va de suyo que un emprendimiento de este tipo: retornar a Lenin, tropieza con no pocos obstáculos. Uno de carácter meramente cuantitativo se deriva del hecho que la monumental producción escrita por el dirigente bolchevique a lo largo de tres décadas comprende -en la segunda edición de sus Obras Completas publicadas en Buenos Aires por la Editorial Cartago- nada menos que 51 tomos, incluyendo los cuatro dedicados a los índices temáticos, de títulos, onomásticos y notas complementarias. Lenin no sólo fue un político y un estadista excepcional sino también un escritor prolífico como pocos.

Tal como lo consignan sus diferentes biógrafos y estudiosos, ya de joven sobresalía como un alumno muy aventajado y su posterior carrera política e intelectual ratificó plenamente los promisorios pronósticos que sobre él formularan sus maestros, entre ellos, el padre de quien luego sería por un tiempo jefe del Gobierno Provisional surgido de la Revolución de Febrero, Alexandr Fiódorovich Kerenski [1].

Una segunda advertencia refiere entonces al carácter inevitablemente parcial e incompleto de una empresa político-intelectual como la que estamos proponiendo. En este caso y teniendo en cuenta el momento especial que atraviesan Latinoamérica y el Caribe estamos enfocados en recobrar la herencia teórica de Lenin en lo concerniente a sus análisis de la coyuntura política y la estrategia y táctica de las fuerzas populares en momentos de inflexión histórica. Pero habría muchas otras vertientes del pensamiento leninista que también podrían ser abordadas, como por ejemplo sus penetrantes análisis sobre el imperialismo plasmados en múltiples escritos pero sobre todo en El Imperialismo, fase superior del capitalismo; sobre filosofía y epistemología recogidos en Materialismo y Empiriocriticismo, la principal obra filosófica de Lenin; o sus varios escritos económicos juveniles entre los cuales sobresale El desarrollo del capitalismo en Rusia [2].

Lenin (1870-1924).

Por consiguiente, esta invitación no pretende hacer que los nuevos actores sociales y políticos se conviertan en eruditos “leninólogos” sino motivarlos para que aborden el estudio de su pensamiento político, imbricado con las urgencias que le planteaba en su Rusia natal la inminencia de la revolución y, bajo una perspectiva más amplia, la necesidad de la revolución mundial para poner fin a la dictadura del capital y las atrocidades del imperialismo. Al formular esta invitación lo hacemos persuadidos de que Lenin es un “autor vivo”; es decir, alguien que es nuestro contemporáneo y cuyas reflexiones son pertinentes y esclarecedoras para las luchas emancipatorias y los desafíos actuales de Nuestra América.

La recuperación del legado de Lenin es de suma importancia para el momento actual de la región, en donde diagnósticos precisos y pronósticos iluminadores son componentes esenciales del éxito de las luchas populares. Y en este sentido podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que las evaluaciones que aquél hacía sobre las más diversas coyunturas eran de una notable precisión. Se trataba, sin duda alguna, de un protagonista y a la vez de un analista que “veía” mucho más allá que cualquiera de sus contemporáneos; que estaba dotado de una inusual capacidad para descifrar toda la complejidad y las contradicciones contenidas en un momento histórico en donde política, economía e ideología se anudaban bajo las más imprevisibles fórmulas que desafiaban al pensamiento convencional de la izquierda.

Una prueba más que elocuente la brinda su inmediata convicción, a poco de haber llegado a la Estación Finlandia de Petrogrado poniendo fin a su largo exilio en Suiza, de que lo que los bolcheviques debían hacer era limitar al mínimo indispensable su apoyo al gobierno provisional surgido de la Revolución de Febrero y organizar a las masas para consumar cuanto antes el paso a la revolución socialista. Prueba de ello es que sus célebres ‘Tesis de Abri’ no fueron siquiera publicadas por el órgano del partido, el Pravda, a la sazón dirigido por Kamenev y Stalin. Bogdanov, uno de los jefes bolcheviques, las consideró como “el delirio de un loco” y hasta su esposa, Nadezhda Krupskaya, confesaba en voz baja a sus amistades sus temores de que “Lenin se haya vuelto loco” [3].  En el mismo sentido se explaya uno de los más autorizados biógrafos de Lenin, el historiador francés Gérard Walter. Narra en su libro que cuando Lenin fue invitado por los delegados bolcheviques a presentar sus tesis en el cuartel general del Soviet en el Palacio de Tauride, luego de su intervención hubo de enfrentarse a “un ininterrumpido desfile de oradores que abrumaron a Lenin, uno con sus invectivas y otros con sarcasmos o hipócritas condolencias. Ni uno solo de sus partidarios se atrevió a levantarse en su defensa.  Ni un solo dirigente de la organización bolchevique, ni un solo miembro de la redacción del Pravda alzó la voz en defensa del exiliado recientemente retornado a Rusia”.

Evidentemente, Lenin tenía esa mirada de águila que tanto admiraba en Rosa Luxemburgo y que casi nadie más poseía entre sus camaradas, y a la hora de descifrar los laberintos de la coyuntura la distancia que existía entre él y aquéllos era inconmensurable. Como en el caso de Fidel, la historia también absolvió a Lenin y demostró que la razón estaba de su lado [4].

Vicisitudes

Dicho lo anterior creo que queda claro el propósito de estas líneas: hacer justicia a uno de los más grandes teóricos y prácticos de la revolución de todos los tiempos. Su nombre ha sido escarnecido por traidores y renegados de todo tipo, que han hecho del antileninismo un lucrativo culto celebrado con sofisticadas argumentaciones pseudo-filosóficas con la fútil pretensión de descalificar tanto al personaje como sus ideas. Tal como lo plantea Slavoj Zizek “si hay un consenso entre (lo que pueda quedar de) la izquierda radical de nuestro tiempo es que para resucitar un proyecto político radical deberíamos olvidarnos de la herencia leninista” [5].

Abandonado por amplios sectores de la izquierda contemporánea, Lenin es odiado sin fisuras por la burguesía y sus aliados, conscientes de su inquebrantable fidelidad al proyecto socialista y al ideal comunista del auto-gobierno de los productores. Podría decirse sin temor a faltar a la verdad que Lenin es uno de los más insignes “desaparecidos” de los últimos tiempos. Ignorado y cuestionado sin ser comprendido ni estudiado, algunos sectores de una izquierda bien intencionada pero tan inmadura como soberbia creen que ya nada se puede aprender de quien fuera el líder indiscutido de una revolución que, como la rusa, abriera una nueva etapa en la historia de la humanidad.

El menosprecio por algunos de los temas clásicos del pensamiento leninista: la cuestión de la organización, del partido revolucionario y la necesidad de desarrollar la conciencia política de las masas, es más que evidente en nuestros días en algunas de las expresiones de una cierta “izquierda posmoderna” que, por su funcionalidad con los intereses del imperio, tiene muy poco de lo primero y demasiado de lo segundo. Se trata de corrientes políticas que aborrecen todo lo que tenga que ver con la organización de los sujetos de las luchas emancipatorias para postrarse a los pies de una supuesta rebeldía espontánea de masas y multitudes que no requieren ni organización ni concientización; que, pese a sus declaraciones en contrario, caen en una suerte de anarquismo romántico en lo concerniente al estado y la toma del poder; y que, en un alarde de confusión, hacen manifiesto su desdén por los debates sobre las cruciales cuestiones de la estrategia y táctica de la lucha popular. Es fácil comprender la centralidad que adquiere el legado teórico de Lenin para desmontar esos extravíos de la razón política disimulados bajo el amable nombre de un “progresismo” amorfo y desdentado, incapaz de atentar seriamente contra la dominación del capital.

La sucesión de derrotas experimentadas en los capitalismos metropolitanos por las fuerzas populares en las postrimerías del siglo veinte afectó no sólo la vigencia sino también la visibilidad del pensamiento leninista. Aparte de los efectos devastadores de la “revolución” neoconservadora y neoliberal mencionemos la deformación primero (y el inglorioso final después) de lo que, en un cierto sentido, podría ser considerada como “la gran creación” práctica de Lenin: la Revolución rusa. Ambas cosas: la degeneración de la revolución y su tragicómico derrumbe -resumido en el video de Mijail Gorbachov filmado en un local de Pizza Hut- dañaron seriamente la consideración que merecía la obra teórica y práctica de Lenin. Es que, tal como lo recuerda Gyorg Lúkacs, Lenin fue “el gran teórico de la práctica revolucionaria y el gran práctico de la teoría revolucionaria”. Desgraciadamente, el derrumbe de la Unión Soviética arrastró consigo la herencia teórica de Lenin.

Lamentablemente, el inicio del ciclo ascendente de luchas de los movimientos populares latinoamericanos que comenzara con la llegada a la presidencia de Venezuela de Hugo Chávez, a comienzos de 1999, no tuvo la fuerza necesaria para contrarrestar el abandono del leninismo -¡y del marxismo!- por parte de las menguadas fuerzas contestatarias en los capitalismos metropolitanos [6].

Si los viejos y nuevos adversarios de Lenin se empeñaron en ocultar u opacar su legado, sus partidarios incurrieron muchas veces en un vicio que esterilizó inexorablemente sus mejores intenciones. En efecto, la canonización de que fuera objeto su obra a manos del estalinismo -en la cual un papel decisivo lo tuvo la obra de Stalin: Fundamentos del Leninismo – la desfiguró tanto como la satanización que la misma sufrió a manos de los teóricos de la burguesía o de viejos izquierdistas arrepentidos de sus pecados juveniles.

La “codificación” del leninismo y la transformación de un marxismo viviente y una “guía para la acción” en un manual de auto-ayuda para revolucionarios despistados perjudicó seriamente la labor de los movimientos contestatarios y emancipadores de nuestra América.

Si la vulgata soviética acarreó gravísimas consecuencias en el plano de la teoría, la práctica política del estalinismo magnificó aún más estos efectos al abortar los brotes de una genuina reflexión marxista. Esta fue sofocada allí donde el marxismo de los “manuales soviéticos” -descalificados por completo por el Che- prevalecía sin contrapesos, como en la Unión Soviética y los países de Europa del Este [7]. Y en los territorios del capitalismo avanzado la combinación entre derrota del impulso revolucionario de la primera posguerra y la imposición de la ortodoxia de los manuales soviéticos precipitó la conformación de lo que Perry Anderson llamara “el marxismo occidental”, es decir, un marxismo encerrado en una burbuja teoreticista y alejado por completo de los imperativos de la vida práctica y las luchas anticapitalistas y antiimperialistas. Un marxismo enteramente volcado hacia la problemática filosófica y epistemológica, importantes sin duda, pero al precio de renunciar a los análisis históricos, económicos y políticos y que convirtió al marxismo, por eso mismo, en un saber esotérico encerrado en herméticos escritos que lo alejaron irremediablemente de las urgencias y las necesidades de las masas [8]. Un marxismo concebido como “un dogma y no como una guía para la acción”, revirtiendo el recordado aforisma de Lenin, que de poco y nada servía para comprender la complejidad del capitalismo contemporáneo y, mucho menos, para la construcción de un instrumento político capaz de cambiarlo.

La dogmatización del marxismo relegó al olvido la tesis onceava sobre Feuerbach de Marx y su llamamiento a transformar el mundo y no sólo a cavilar sobre las distintas formas de interpretarlo. Y, por supuesto, desplazó a los más polvorientos anaqueles de las despobladas bibliotecas la formidable obra teórica de Lenin.

Por otra parte, cuando los principales movimientos de izquierda y fundamentalmente los partidos comunistas adoptaron el canon “marxista-leninista” la tradición teórica comunista, un movimiento de “reflexión permanente” dialécticamente integrado con los avatares de su época, se congeló en el tiempo [9].  Contrariamente a las recomendaciones de Lenin el marxismo así concebido degeneró en una doctrina ya “cerrada” y terminada, completamente elaborada que flotaba impertérrita por encima del movimiento histórico. En una palabra: en su rigidez no lo reflejaba y, al fracasar en este empeño mal podía cambiarlo [10]. Pocas cosas podían ser más anti-marxistas y más anti-leninistas que esta verdadera parálisis de una teoría que, desde sus primeras formulaciones a manos de los jóvenes Marx y Engels en la década de los cuarenta del siglo diecinueve, no había hecho otra cosa que desarrollarse en estrecho contacto con las cambiantes realidades de su tiempo, a las cuales procuraba “reflejar” con la mayor exactitud posible.

Aires de renovación

En el terreno de la praxis política, la férrea imposición de la ortodoxia estalinista demoró por décadas la apropiación colectiva de algunos importantes aportes originados por el marxismo del siglo veinte. Basta con recordar el retraso con que se dio a conocer la imprescindible contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos de la Cárcel recién estuvieron disponibles, en lengua italiana, en su integridad, a mediados de la década de los setentas, es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor. Gramsci era visto con gran desconfianza en los partidos comunistas europeos y latinoamericanos siendo que, en realidad, su pensamiento era la maduración de las interpretaciones de Lenin en las difíciles condiciones de la reconstrucción reaccionaria del capitalismo de los años treintas [11]. Por eso cabe destacar los méritos  que le caben al intelectual argentino Héctor Agosti, director de los Cuadernos de Cultura que publicara el Partido Comunista Argentino, por haber sido el primero en Latinoamérica en tomar nota de la trascendental importancia de la  renovación teórica plasmada en la obra de Gramsci y en bregar para instalar las  contribuciones del italiano no sólo en los debates al interior de los partidos hermanos de la región sino también en otras fuerzas de la izquierda, igualmente refractarias a las innovadoras reformulaciones del gran pensador Italiano.

La fecunda prédica de Agosti hizo posible la incorporación del rico legado gramsciano a las discusiones que comenzaban a tomar cuerpo en los convulsionados años sesentas [12]. Al promediar la década siguiente la obra de Gramsci ya era ampliamente citada y convertida en fuente de ásperas polémicas interpretativas. Esto porque una corriente, arraigada en Europa pero con algunas terminales en Latinoamérica, lo reconstruía como un tibio socialdemócrata y lejano predecesor del ilusorio eurocomunismo que en pocos años liquidaría los principales partidos comunistas de Europa, comenzando por el de Italia.

Una partida en el tablero político entre Gramsci y Lenin.

En nuestros países, en cambio, la recuperación del legado gramsciano fue mucho más fiel a la impronta leninista del original y finalmente las versiones socialdemocratizantes no tardaron en desvanecerse en los fragores de la lucha de clases y las ofensivas del imperialismo, a ambos lados del Atlántico. Aquella desfiguración europeísta del pensamiento gramsciano exigió un esfuerzo notable de recuperación de una herencia teórica que ahora debe hacerse, sin más demoras, con Lenin.

En Latinoamérica, no así en Europa, nos hemos re-encontrado con el Gramsci legítimo. En una coyuntura mundial tan erizada de peligros como la actual urge hacer lo propio con la herencia teórica de Lenin.

El peso de la ortodoxia soviética fue asimismo responsable del retardo con que se produjo la incorporación de la sugerente recreación del marxismo producida a partir de la experiencia china en la obra de Mao Zedong. O el ostracismo en que cayera la recreación del materialismo histórico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui, quien con razón dijera que “entre nosotros el socialismo no puede ser ni calco ni copia sino creación heroica”. O la absurda condena de la producción, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría. Más cercana en el tiempo, esa codificación anti-leninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel y al Che como si fueran dos irresponsables aventureros, hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales estupideces pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores de aquí y de allá. En suma: es difícil calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación del marxismo. ¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas del “marxismo-leninismo”[13].

De lo anterior se infiere que un “retorno a Lenin” es no sólo conveniente sino urgente y necesario. Un Lenin que por supuesto no está exento de errores, algunos de los cuales él mismo se encargó de reconocer, pero cuya actualidad para las luchas emancipatorias de América Latina es insoslayable, lo que torna tanto más imperdonable el desconocimiento de su obra.

Lenin yace bajo los escombros de la Unión Soviética; también bajo la avalancha propagandística de la contrarrevolución neoliberal desde la década de los ochentas del siglo pasado y los retrocesos y las frustraciones de los movimientos populares en las metrópolis capitalistas. Pero, afortunadamente, su obra está allí. Desaparecida la Unión Soviética, acontecimiento fundamental que dividió en dos la historia de la humanidad al llevar a término la primera revolución exitosa de las clases subalternas en toda la historia luego del primero y más acotado ensayo general de la Comuna de París, debemos retomar un diálogo con el gran revolucionario ruso. No para imitar o para recibir acríticamente sus teorías, como sabiamente aconsejaran Mariátegui, Mella, el Che y Fidel, sino para aprender a partir de una conversación.

José Carlos Mariátegui (1894-1930).

Maquiavelo decía, en una memorable carta a su amigo Francesco Vettori, del 10 de diciembre de 1513, que una biblioteca es un lugar en donde los grandes hombres de la historia –los fundadores de Estados y los revolucionarios- se avienen a conversar con aquellos que buscan en ellos la sabiduría y las lecciones que se desprenden de sus experiencias prácticas. Es preciso pues ir a la biblioteca y leer la obra de Lenin, un precioso legado al cual no debemos renunciar.

Este oportuno y necesario “retorno a Lenin” nos obliga a una fresca relectura del brillante político, intelectual y estadista que fundara la república soviética.  Regresar a Lenin no significa pues volver a leer una colección de “textos sagrados”, momificados y apergaminados, sino regresar a un manantial inagotable del que brotan enseñanzas, sugerencias e interrogantes que conservan su actualidad e importancia en el momento actual. No sería temerario sino una manifestación de fidelidad al espíritu genuinamente leninista afirmar que interesan menos las respuestas concretas y puntuales que el revolucionario ruso ofreciera en su obra -casi todas ellas inevitablemente referidas, como el mismo lo señalara, a las peculiaridades del momento histórico soviético- que los interrogantes, perspectivas y audaces aperturas mentales contenidas en las mismas siempre encaminadas a avanzar por el camino de la revolución.

Más que un retorno

Por otra parte, tampoco se trata meramente de volver a una piedra filosofal porque quienes regresamos a las fuentes ya no somos los mismos que antes; si la historia barrió con los resabios del estalinismo que habían impedido captar adecuadamente el mensaje de Lenin, lo mismo hizo con otros dogmas que nos aprisionaron durante décadas. Por supuesto que esto no implica arrojar por la borda la certidumbre fundamental de la superioridad ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de civilización -misma que abandonaron los fugitivos autodenominados “post-marxistas”, que ahora pretenden conferirle el don de la eternidad al capitalismo y la democracia liberal- sino poner en discusión algunas certezas “colaterales”, al decir del epistemólogo Imre Lakatos, de la tradición leninista. Por ejemplo las que establecían que la única forma de organizar el partido de la clase obrera era la que Lenin había propuesto en 1902 en plena represión zarista obviando que hay en Lenin no una sino cuatro teorías del partido, en correspondencia con el desarrollo de la lucha de clases en Rusia. La primera, sintetizada en el año 1902 en el ¿Qué Hacer?; una segunda, en donde después de la revolución de 1905 propone un formato similar al del partido socialdemócrata alemán; una tercera, ya en el vértigo que va de febrero a octubre del 1917 en donde el partido es reemplazado por los soviets; y una cuarta, y final, ya consolidado el triunfo de la revolución, y en la cual el partido aparece como una estructura organizativa pero también educativa, como un ámbito de la creación de una nueva civilización y una nueva cultura de masas, anticipando lo que luego Gramsci desarrollaría más en detalle en sus Cuadernos de la Cárcel  [14];  o una determinada táctica política, como la insurrección; o que, en la apoteosis de la irracionalidad la III Internacional consagraba un nuevo Vaticano con centro en Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relacionado con la marcha de la lucha de clases en el resto del mundo.

Dado que todo aquello ha desaparecido y estamos viviendo los comienzos de una nueva era es posible, y además necesario, como decíamos más arriba, proceder a una nueva lectura de la obra de Lenin, en la seguridad de que ella puede constituir un aporte valiosísimo para orientarnos en los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un retorno creativo y promisorio: no volvemos a lo mismo, ni somos lo mismo, ni tenemos la misma actitud. Tampoco es igual el contexto histórico que nos rodea.

En nuestra América estamos asistiendo, desde finales del siglo pasado, a un despertar de los pueblos y al avance de las luchas por la construcción de una alternativa al sofocante neoliberalismo que nos abruma. La Revolución cubana ha demostrado su extraordinaria resiliencia ante los criminales e incesantes embates del imperialismo, y hoy es acompañada por varios gobiernos de la región que rompieron definitivamente el aislamiento con que el imperio trató de someterla y destruirla. Venezuela, Nicaragua y Bolivia lo hacen desde hace largos años, mientras que México, Brasil, Colombia y Honduras, amén de otros países del área desafían con dignidad los edictos imperiales y estrechan sus relaciones con la isla de la esperanza al paso que los demás procuran por lo menos mantener buenas relaciones con La Habana.

Decía antes que quienes proponemos el retorno a Lenin somos diferentes porque como militantes hemos sido atravesados por el devenir de la historia latinoamericana -sus triunfos tanto como sus derrotas y frustraciones- y, supuestamente, hemos tomado nota de sus lecciones. Pero lo que persiste y se acentúa día a día es el compromiso con la creación de una nueva sociabilidad, con la impostergable necesidad de superar a un tipo histórico de sociedad como el capitalismo, incorregible desde el punto de vista de la justicia, la humanidad y la preservación del medio ambiente.

Empeñados en una lucha sin tregua y cada vez más abierta con el imperialismo no podemos prescindir de las enseñanzas que deja el proceso revolucionario ruso. No sólo con las que se derivan de él sino también las que emanan de otros, como el chino, el vietnamita y, más cerca de nosotros, el cubano. No para copiarlas porque como bien lo recordara Julio Antonio Mella en el obituario escrito a propósito de la muerte de Lenin,” “no se trata de implantar en nuestro medio, copias serviles de revoluciones hechas por otros hombres en otros climas; en algunos puntos no comprendemos ciertas transformaciones, en otros nuestro pensamiento es más avanzado pero seríamos ciegos si negásemos el paso de avance dado por el hombre en el camino de su liberación” [15].

En esta misma línea encontramos la terminante sentencia de Mariátegui de que el socialismo “no podía ser calco y copia sino creación heroica de nuestros pueblos” eco lejano de aquella genial intuición de Simón Rodríguez cuando asegurara que “o inventamos o erramos”. Leer a Lenin, entonces, con la actitud mental de un Mella, Mariátegui, Rodríguez y, por supuesto, más cercanos a nosotros, del Che y Fidel. Este más de una vez dijo que “cada vez que copiamos nos equivocamos”; el Che, por su parte, advertía que “el marxismo es solamente una guía para la acción. Se han descubierto grandes verdades fundamentales, y partir de ellas, utilizando el materialismo dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en cada lugar del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todas tendrán características peculiares, propias de su formación” [16].

Este primer centenario del paso a la inmortalidad de Lenin es un estímulo para que nos lancemos, sin titubeos ni retaceos de ningún tipo, en esta imprescindible recuperación y divulgación de una obra de una riqueza extraordinaria como la contenida en la vasta producción teórica del revolucionario ruso. Sugiero, como punto de partida, la lectura de los textos contenidos en el volumen titulado Entre dos revoluciones, en los cuales Lenin analiza la revolución de febrero y todos sus avatares hasta la culminación con la toma del Palacio de Invierno y el triunfo de la Revolución de Octubre. Va de suyo que textos como el ¿Qué Hacer?, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, El estado y la Revolución, El marxismo y el EstadoLa Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky. A esto agrego, para comenzar, dos breves pero sumamente esclarecedores artículos: “Acerca del Estado” y uno especialmente dirigido a la juventud en la construcción del socialismo, “Tareas de las organizaciones juveniles”.

Estoy seguro que pertrechados con estas armas de la crítica teórica estaremos en mejores condiciones para acometer con éxito los grandes desafíos que plantea la lucha por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América.

Referencias

[1] Según cuenta Edmund Wilson en su clásico Hacia la Estación Finlandia (Madrid: Debate, 2021; edición original de 1940)

[2]  En relación a Materialismo y Empiriocriticismo conviene recordar la elogiosa observación que sobre este escrito hiciera nada menos que Karl Popper, sobre todo habida cuenta de la ligereza con la que hoy algunos intelectuales de izquierda estigmatizan las reflexiones filosóficas de Lenin. Cf. Slavoj Zizek Revolution at the gates (Londres: Verso 2002) [Hay una edición en lengua española pero que no incluye la selección de textos de Lenin que Zizek examina y comenta en la versión original publicada por Verso.]

[3]  Zizek, op. cit., p. 5

[4]  Cf. Gérard Walter, Lenin (Barcelona: Grijalbo, 1967), p. 280

[5] Cf. Slavoj Zizek, op. cit p. 3.

[6] Hemos examinado con mucho detalle este tema en Atilio A. Boron y Paula Klachko, Segundo Turno. El resurgimiento del ciclo progresista en América Latina y el Caribe (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg y Editorial de la UNDAV, 2023). Proceso aún en curso, con retrocesos y avances, pero que ha abierto una perspectiva esperanzadora para los países de la región en un contexto global tan complicado y amenazante como el actual.

[7] Con su habitual dosis de ironía el Che se refería a esos manuales llamándolos “ladrillos soviéticos.” Ver sus duras críticas a las tesis planteadas en esos manuales en sus Apuntes Críticos de la Economía Política (La Habana, Cuba: Ocean Press, 2006)

[8]  Cf. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental (México: Siglo XXI Editores, 1979)

[9] La adopción del canon “marxista-leninista” fue un proceso muy complejo, que no podemos examinar en detalle aquí. Subrayemos apenas que la brutal agresión de las fuerzas del capitalismo mundial primero, en los años iniciales de la Revolución Rusa, y del imperialismo norteamericano después, en contra de la Unión Soviética, limitaron enormemente los grados de libertad que los partidos comunistas -con sus intelectuales- del resto del mundo podían tener en relación a las directivas procedentes de Moscú y las orientaciones teóricas que de allí emanaban.

[10]  Reflexión proviene de reflectere, que en latín quiere decir “regresar, volver para atrás.” Por extensión, reflejar una luz o una determinada realidad. Un dogma no tiene la menor capacidad de reflejar la cambiante dialéctica de la historia, y eso fue lo que ocurrió con el “marxismo-leninismo.”

[11] Hemos planteado en varios trabajos esta inescindible continuidad entre la reflexión del revolucionario ruso y la obra de Gramsci. Ver, entro otros, Atilio A. Boron y Oscar Cuéllar, “Apuntes críticos sobre la concepción idealista de la hegemonía”, en Revista Mexicana de Sociología (México) Año XLV. Vol. XLV. N° 4. Octubre/Diciembre, 1983. Págs.1143-1177.

[12] Agosti fue un gran intelectual marxista autor de una vasta obra. Como director de Cuadernos de Cultura tradujo y publicó numerosas cartas de Gramsci. Y en sus libros aplica creativamente las categorías gramscianas. Véase especialmente El Mito Liberal (Buenos Aires: Procyón, 1959) y Nación y Cultura, publicado también por la misma casa editorial el mismo año. Un texto precursor es Echeverría publicado también en Buenos Aires por la Editorial Futuro, en 1951. Más detalles sobre este proceso pueden consultarse en la obra de Alexia Massholder: El partido comunista y sus intelectuales. Pensamiento y acción de Héctor P. Agosti (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2014)

[13] Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo sobre el pensamiento revolucionario cubano, y sobre el vibrante marxismo de ese país, se encuentra en El corrimiento hacia el rojo, el excelente texto de Fernando Martínez Heredia (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2001). Consultar especialmente su capítulo sobre “Izquierda y Marxismo en Cuba.” Cabe consignar que ese impacto estuvo lejos de limitarse a este país: se verificó en todos los países latinoamericanos. La mencionada obra del Che abunda en ejemplos sobre las negativas repercusiones de la ortodoxia soviética.

[14] Ver nuestro estudio introductorio al ¿Qué Hacer?  (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2004)

[15] Julio Antonio Mella, “Lenin coronado”, (1924), reproducido en Revista Contracorriente, Año 5, 1999. https://marxismocritico.com/2015/08/31/lenine-coronado-los-nuevos-libertadores/

[16] Ernesto Che Guevara: «Sobre la construcción del partido», en Obras Completas, Tomo I, Legasa, Buenos Aires, 1995, pp. 180.  Un análisis de las concepciones políticas del Che y sus enseñanzas se encuentran en el incisivo texto de Néstor Kohan, Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder (Buenos Aires, Editorial Nuestra América-La Rosa Blindada, 2003. Segunda edición corregida y aumentada que incluye un nuevo prólogo de Michael Löwy. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 2005) y del ya mencionado Fernando Martínez Heredia, El Che y el socialismo (México: Editorial Nuestro Tiempo, 1989) y Las ideas y la batalla del Che (Ruth Casa Editorial 2010).

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Al rescate de Lenin

THE TRICONTINENTAL.ORG /

Introducción

En septiembre de 1982, 30 trabajadores rurales y 22 agentes de pastoral se reunieron en Goiânia, la capital del estado de Goiás, en la región central de Brasil, en un encuentro organizado por la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), un brazo de la Iglesia Católica inspirado por la Teología de la Liberación. Estos pocos líderes representaban las primeras acciones campesinas tras 18 años de represión de la lucha campesina por parte de la dictadura empresarial-militar, que gobernó el país durante 21 años (1964-1985).

El escenario era esperanzador. La dictadura languidecía ante el fracaso económico y el resurgimiento de las luchas de masas en el país, especialmente de un nuevo movimiento sindical que produciría nuevos liderazgos y daría lugar a la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) en 1980 y de la Central Única de los Trabajadores (CUT), una vigorosa central sindical sin parangón en la historia de Brasil, en 1983. Contextos similares se observaban en todo el continente latinoamericano y caribeño: otras dictaduras militares también alineadas con Estados Unidos agonizaban, mientras la lucha en Nicaragua y El Salvador inspiraba como la Revolución Cubana en años anteriores.

Las y los campesinos eran aún una fuerza dispersa que realizaba acciones locales en un país de proporciones continentales, y enfrentaban, además de la represión política, las consecuencias de una modernización forzosa de la agricultura basada en una elevada mecanización, el uso intensivo de agrotóxicos y los subsidios para las grandes propiedades rurales, lo que estimuló el éxodo rural. Aún así, desde 1979, se producían, de forma aislada, ocupaciones de grandes propiedades de tierra en algunos estados. Muchas de ellas contaron con la contribución y la participación de la CPT. En la reunión en Goiânia se discutió el futuro de estas acciones y, al final, se indicó la necesidad de construir un movimiento del campesinado, nacional y autónomo, para luchar por la reforma agraria. Tuvieron que pasar otros dos años para que estas articulaciones dieran lugar a la fundación en 1984, en Cascavel, estado de Paraná, del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST). Este primer encuentro contó con la presencia de 92 dirigentes.

Doce años después, en 1996, el MST ya estaba organizado en todas las regiones del país, había conquistado tierra para miles de familias, sus asentamientos de reforma agraria recibían el apoyo y solidaridad de otras organizaciones de izquierda brasileñas e internacionales, pero seguía sin ser considerado una fuerza relevante en la lucha política, y era desconocido para la mayoría de la población urbana del país. Ese año, no obstante, miles de campesinos marcharon en dirección a Belém, capital del estado de Pará, en la región amazónica, exigiendo una audiencia con el entonces gobernador.

Durante la marcha, en Eldorado dos Carajás, al sur del estado de Pará, se vieron cercados por fuerzas policiales y pistoleros contratados por grandes empresas de la región. Al frente de los manifestantes estaba Oziel Alves, un joven de 19 años, con la responsabilidad de mantener el ánimo de sus compañeros con consignas y motivación. Oziel fue uno de los líderes identificados por los policías y separado del grupo. Antes de ser ejecutado de rodillas, los policías le pidieron que repitiera, delante de las armas, lo que decía pocos minutos antes por el micrófono. Oziel no dudó, y sus últimas palabras fueron: “Viva el MST!”.

Oziel fue una de las 19 personas asesinadas en lo que se conoce como la “Masacre de Eldorado dos Carajás”. Los días posteriores a los asesinatos fueron registrados por el fotógrafo brasileño de renombre internacional, Sebastião Salgado, obteniendo repercusión mundial. Las imágenes, acompañadas de la música del cantautor Chico Buarque de Hollanda, y de las palabras del escritor José Saramago, atravesaron el planeta en una exposición titulada Terra.

Pero no fue la tragedia lo que hizo que el MST fuera reconocido como fuerza política, sino su respuesta a la represión. El año siguiente, en febrero, ante la impunidad de los gobiernos y la parálisis de la reforma agraria, el MST decidió iniciar una marcha, con 1.300 personas, que partiría de tres puntos del país y llegaría a Brasilia, la capital federal, el 17 de abril de 1997, exactamente un año después de la masacre de Eldorado dos Carajás. En la época, el ministro de Desarrollo Agrario dijo que la marcha, que recorrió unos 1.000 kilómetros, nunca llegaría a Brasilia. Sin embargo, el día previsto, las y los Sin Tierra entraron en la capital acompañados por 100 mil personas, en lo que se convirtió en el mayor acto político contra el gobierno neoliberal del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso. Esta demostración de fuerza y organización convirtió desde entonces al MST en uno de los principales protagonistas de la lucha política en Brasil (MST, “Sem Terras Marcham pelo País”).

En 2005 el MST realizó una nueva marcha nacional. En esa ocasión, el presidente de la República era Luiz Inácio Lula da Silva, viejo aliado y partidario de la lucha por la reforma agraria. La marcha pretendía sensibilizar al gobierno sobre los cambios provocados por la financiarización de la agricultura y exigir un nuevo Plan Nacional de Reforma Agraria.1

El Primer Plan Nacional de Reforma Agraria fue anunciado por el primer gobierno civil tras la dictadura empresarial-militar en 1985, pero nunca fue ejecutado.NOTA AL PIE

Del 2 al 17 de mayo de ese año, 15.000 personas marcharon, una pequeña ciudad en movimiento que levantaba cada día sus carpas en un nuevo lugar del recorrido, con cocinas para alimentarse, baños, infraestructura para las niñeces que acompañaban a sus madres y padres, y estudios tras las jornadas de marcha. Para garantizar la organización de las filas, un radiotransmisor móvil acompañaba la marcha, y era escuchado por las 15 mil radios que llevaban los campesinos. Después de esta marcha, el Ejército brasileño invitó al MST a dar una conferencia en la Escuela Superior de Guerra para entender como un movimiento popular tenía tal grado de organización (MST, 2006).

A lo largo de sus cuatro décadas de existencia, cumplidas en 2024, el MST ha logrado algunas victorias significativas: 450 mil familias conquistaron tierras, transformadas en asentamientos de la reforma agraria. Estos asentamientos, donde el trabajo puede ser individual o cooperativo, han dado lugar a la creación de 185 cooperativas —desde cooperativas locales de producción agropecuarias hasta cooperativas de comercialización y prestación de servicios con alcance regional— y 1.900 asociaciones de campesinos. Parte de lo producido en los asentamientos se procesa en 120 agroindustrias propias. En los campamentos, todavía hay 65 mil familias organizadas que luchan por la legalización de tierras (MST, “Nossa Produção”).

La longevidad del MST está llena de significado. En toda marxismo enteramente volcado hacia la problemática filosófica y epistemológica, importantes sin duda, pero al precio de renunciar a los análisis históricos, económicos y políticos y que convirtió al marxismo, por eso mismo, en un saber esotérico encerrado en herméticos escritos que lo alejaron irremediablemente de las urgencias y las necesidades de las masas [8]. Un marxismo concebido como “un dogma y no como una guía para la acción”, revirtiendo el recordado aforisma de Lenin, que de poco y nada servía para comprender la complejidad del capitalismo contemporáneo y, mucho menos, para la construcción de un instrumento político capaz de cambiarlo.

La dogmatización del marxismo relegó al olvido la tesis onceava sobre Feuerbach de Marx y su llamamiento a transformar el mundo y no sólo a cavilar sobre las distintas formas de interpretarlo. Y, por supuesto, desplazó a los más polvorientos anaqueles de las despobladas bibliotecas la formidable obra teórica de Lenin.

Por otra parte, cuando los principales movimientos de izquierda y fundamentalmente los partidos comunistas adoptaron el canon “marxista-leninista” la tradición teórica comunista, un movimiento de “reflexión permanente” dialécticamente integrado con los avatares de su época, se congeló en el tiempo [9].  Contrariamente a las recomendaciones de Lenin el marxismo así concebido degeneró en una doctrina ya “cerrada” y terminada, completamente elaborada que flotaba impertérrita por encima del movimiento histórico. En una palabra: en su rigidez no lo reflejaba y, al fracasar en este empeño mal podía cambiarlo [10]. Pocas cosas podían ser más anti-marxistas y más anti-leninistas que esta verdadera parálisis de una teoría que, desde sus primeras formulaciones a manos de los jóvenes Marx y Engels en la década de los cuarenta del siglo diecinueve, no había hecho otra cosa que desarrollarse en estrecho contacto con las cambiantes realidades de su tiempo, a las cuales procuraba “reflejar” con la mayor exactitud posible.

Aires de renovación

En el terreno de la praxis política, la férrea imposición de la ortodoxia estalinista demoró por décadas la apropiación colectiva de algunos importantes aportes originados por el marxismo del siglo veinte. Basta con recordar el retraso con que se dio a conocer la imprescindible contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos de la Cárcel recién estuvieron disponibles, en lengua italiana, en su integridad, a mediados de la década de los setentas, es decir, cuarenta años después de la muerte de su autor. Gramsci era visto con gran desconfianza en los partidos comunistas europeos y latinoamericanos siendo que, en realidad, su pensamiento era la maduración de las interpretaciones de Lenin en las difíciles condiciones de la reconstrucción reaccionaria del capitalismo de los años treintas [11]. Por eso cabe destacar los méritos  que le caben al intelectual argentino Héctor Agosti, director de los Cuadernos de Cultura que publicara el Partido Comunista Argentino, por haber sido el primero en Latinoamérica en tomar nota de la trascendental importancia de la  renovación teórica plasmada en la obra de Gramsci y en bregar para instalar las  contribuciones del italiano no sólo en los debates al interior de los partidos hermanos de la región sino también en otras fuerzas de la izquierda, igualmente refractarias a las innovadoras reformulaciones del gran pensador Italiano.

La fecunda prédica de Agosti hizo posible la incorporación del rico legado gramsciano a las discusiones que comenzaban a tomar cuerpo en los convulsionados años sesentas [12]. Al promediar la década siguiente la obra de Gramsci ya era ampliamente citada y convertida en fuente de ásperas polémicas interpretativas. Esto porque una corriente, arraigada en Europa pero con algunas terminales en Latinoamérica, lo reconstruía como un tibio socialdemócrata y lejano predecesor del ilusorio eurocomunismo que en pocos años liquidaría los principales partidos comunistas de Europa, comenzando por el de Italia.

Una partida en el tablero político entre Gramsci y Lenin.

En nuestros países, en cambio, la recuperación del legado gramsciano fue mucho más fiel a la impronta leninista del original y finalmente las versiones socialdemocratizantes no tardaron en desvanecerse en los fragores de la lucha de clases y las ofensivas del imperialismo, a ambos lados del Atlántico. Aquella desfiguración europeísta del pensamiento gramsciano exigió un esfuerzo notable de recuperación de una herencia teórica que ahora debe hacerse, sin más demoras, con Lenin.

En Latinoamérica, no así en Europa, nos hemos re-encontrado con el Gramsci legítimo. En una coyuntura mundial tan erizada de peligros como la actual urge hacer lo propio con la herencia teórica de Lenin.

El peso de la ortodoxia soviética fue asimismo responsable del retardo con que se produjo la incorporación de la sugerente recreación del marxismo producida a partir de la experiencia china en la obra de Mao Zedong. O el ostracismo en que cayera la recreación del materialismo histórico surgida de la pluma de José Carlos Mariátegui, quien con razón dijera que “entre nosotros el socialismo no puede ser ni calco ni copia sino creación heroica”. O la absurda condena de la producción, excelsamente refinada, de Gyorg Lúkacs en Hungría. Más cercana en el tiempo, esa codificación anti-leninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx) hizo aparecer a Fidel y al Che como si fueran dos irresponsables aventureros, hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales estupideces pergeñadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores de aquí y de allá. En suma: es difícil calcular el daño que se hizo con tamaña tergiversación del marxismo. ¿Cuántos errores prácticos fueron cometidos por vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas del “marxismo-leninismo”

Entre tantas dimensiones, el Instituto Tricontinental de Investigación Social escogió las formas de organización y de lucha del MST como tema de este dossier. Efectivamente, la fuerza de un movimiento popular proviene del número de personas que organiza y de su método de organización. Esta es una de las principales explicaciones de cómo el Movimiento Sin Tierra resiste y crece ante de una correlación de fuerzas tan desigual. Y esta experiencia, sin pretender ofrecer fórmulas, sino entendida en el contexto de la lucha brasileña, puede contribuir a las reflexiones y organizaciones de otros movimientos populares y campesinos en todo el mundo.

La cuestión agraria en Brasil

Lo que hoy es Brasil fue fundado y organizado a partir del siglo XVI como una empresa capitalista basada en la gran propiedad de la tierra, el trabajo esclavo y el monocultivo para la exportación. La empresa colonial portuguesa provocó una violenta ruptura —por la pólvora y la cruz— con el modo de vida de las sociedades indígenas, introduciendo un concepto que no tenía el menor sentido para estas comunidades: la propiedad privada de los bienes comunes de la naturaleza.2

Antes de la llegada de los portugueses, lo que hoy es Brasil estaba habitado por cerca de 5 millones de personas, divididas en comunidades aldeanas, con dominio comunitario del territorio, dedicados a la caza, pesca, recolección y horticultura Maestri (2005).NOTA AL PIE

En 1850, ante el eminente fin de la esclavitud debido a los movimientos abolicionistas y a las rebeliones de la población esclavizada, el entonces imperio brasileño instituyó la primera Ley de Tierras para impedir que los libertos tuvieran acceso a la mayor fuente de riquezas del país. Por esta ley, la tierra pasó también a ser una mercancía. Es más, este modelo llamado plantación —latifundios de monocultivo para la exportación basados en la superexplotación de la mano de obra— será la única constante en la historia brasileña, independientemente de la soberanía (colonia portuguesa o nación independente), del régimen (monarquía o república) y del sistema de gobierno (parlamentarista o presidencial).

Evidentemente, frente a esta contradicción, la cuestión agraria ha estado en el centro de rebeliones, revueltas y movimientos populares a lo largo de la historia del país, desde la resistencia indígena, las revueltas contra la esclavitud y las comunidades quilombolas3

De los quilombos, que son asentamientos rurales ancestrales de población mayoritariamente negra, creados inicialmente por población esclavizada fugada. Crearon su propia forma de organización y tienen derechos similares a los de los territorios indígenas.

a los primeros movimientos campesinos y sindicales. También es ilustrativo el papel del Estado en la defensa de los intereses de los terratenientes y la represión a los pobres. Mientras las poblaciones indígenas y esclavizadas eran perseguidas y combatidas por milicias privadas, el propio Ejército brasileño trató de combatir y eliminar los movimientos de Canudos (1897), una comunidad autogestionada de 25 mil campesinos, Contestado (1916), una revuelta armada de agricultores para impedir que una empresa ferroviaria estadounidense se adueñara de sus tierras, y las organizaciones que luchaban por reforma agraria antes del golpe empresarial-militar de 1964, como las Ligas Campesinas.

Como consecuencia, Brasil del siglo XXI sigue ostentando la segunda mayor concentración de tierras del planeta, título que defendió durante todo el siglo pasado, con el 42,5% de las propiedades bajo el control de menos del 1% de los propietarios (DIEESE, 2011). Del otro lado, 4,5 millones de campesinas y campesinos considerados sin tierra.4

Para un análisis más detallado de la cuestión agraria en Brasil, ver nuestro dossier no. 27: https://thetricontinental.org/es/dossier-27-tierra/.NOTA AL PIE

Los enemigos de clase de las personas sin tierra son los terratenientes, los grandes propietarios de tierras y las empresas transnacionales que se apropian de las tierras para la producción de commodities. Sin embargo, parte de la presión del movimiento popular tiene que dirigirse también al Estado. La actual Constitución brasileña fue aprobada en 1988, después del fin de la dictadura empresarial-militar, y como fue construida en un momento de ascenso de las luchas de masas populares, incorporó muchos aspectos progresistas en su redacción, entre ellos la Reforma Agraria. El artículo 184 de la Constitución Federal establece que las propiedades agrícolas deben cumplir una función social, deben ser productivas y respetar los derechos laborales y ambientales. Si no cumplen con estos criterios, pueden ser expropiadas para la reforma agraria por el Estado, responsable de indemnizar a el o los propietarios y de asentar a las familias sin tierras en estas áreas, que pasan a ser propiedad pública.

La naturaleza del latifundio, no obstante, se transformó en las últimas décadas en función del modelo del llamado agronegocio. La gran propiedad improductiva y arcaica, utilizada como mecanismo de especulación, fue incorporada por voluminosas inversiones de capital financiero internacional, que controla secciones de la cadena productiva rural, desde las semillas hasta la comercialización de lo>[13].

De lo anterior se infiere que un “retorno a Lenin” es no sólo conveniente sino urgente y necesario. Un Lenin que por supuesto no está exento de errores, algunos de los cuales él mismo se encargó de reconocer, pero cuya actualidad para las luchas emancipatorias de América Latina es insoslayable, lo que torna tanto más imperdonable el desconocimiento de su obra.

Lenin yace bajo los escombros de la Unión Soviética; también bajo la avalancha propagandística de la contrarrevolución neoliberal desde la década de los ochentas del siglo pasado y los retrocesos y las frustraciones de los movimientos populares en las metrópolis capitalistas. Pero, afortunadamente, su obra está allí. Desaparecida la Unión Soviética, acontecimiento fundamental que dividió en dos la historia de la humanidad al llevar a término la primera revolución exitosa de las clases subalternas en toda la historia luego del primero y más acotado ensayo general de la Comuna de París, debemos retomar un diálogo con el gran revolucionario ruso. No para imitar o para recibir acríticamente sus teorías, como sabiamente aconsejaran Mariátegui, Mella, el Che y Fidel, sino para aprender a partir de una conversación.

José Carlos Mariátegui (1894-1930).

Maquiavelo decía, en una memorable carta a su amigo Francesco Vettori, del 10 de diciembre de 1513, que una biblioteca es un lugar en donde los grandes hombres de la historia –los fundadores de Estados y los revolucionarios- se avienen a conversar con aquellos que buscan en ellos la sabiduría y las lecciones que se desprenden de sus experiencias prácticas. Es preciso pues ir a la biblioteca y leer la obra de Lenin, un precioso legado al cual no debemos renunciar.

Este oportuno y necesario “retorno a Lenin” nos obliga a una fresca relectura del brillante político, intelectual y estadista que fundara la república soviética.  Regresar a Lenin no significa pues volver a leer una colección de “textos sagrados”, momificados y apergaminados, sino regresar a un manantial inagotable del que brotan enseñanzas, sugerencias e interrogantes que conservan su actualidad e importancia en el momento actual. No sería temerario sino una manifestación de fidelidad al espíritu genuinamente leninista afirmar que interesan menos las respuestas concretas y puntuales que el revolucionario ruso ofreciera en su obra -casi todas ellas inevitablemente referidas, como el mismo lo señalara, a las peculiaridades del momento histórico soviético- que los interrogantes, perspectivas y audaces aperturas mentales contenidas en las mismas siempre encaminadas a avanzar por el camino de la revolución.

Más que un retorno

Por otra parte, tampoco se trata meramente de volver a una piedra filosofal porque quienes regresamos a las fuentes ya no somos los mismos que antes; si la historia barrió con los resabios del estalinismo que habían impedido captar adecuadamente el mensaje de Lenin, lo mismo hizo con otros dogmas que nos aprisionaron durante décadas. Por supuesto que esto no implica arrojar por la borda la certidumbre fundamental de la superioridad ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de civilización -misma que abandonaron los fugitivos autodenominados “post-marxistas”, que ahora pretenden conferirle el don de la eternidad al capitalismo y la democracia liberal- sino poner en discusión algunas certezas “colaterales”, al decir del epistemólogo Imre Lakatos, de la tradición leninista. Por ejemplo las que establecían que la única forma de organizar el partido de la clase obrera era la que Lenin había propuesto en 1902 en plena represión zarista obviando que hay en Lenin no una sino cuatro teorías del partido, en correspondencia con el desarrollo de la lucha de clases en Rusia. La primera, sintetizada en el año 1902 en el ¿Qué Hacer?; una segunda, en donde después de la revolución de 1905 propone un formato similar al del partido socialdemócrata alemán; una tercera, ya en el vértigo que va de febrero a octubre del 1917 en donde el partido es reemplazado por los soviets; y una cuarta, y final, ya consolidado el triunfo de la revolución, y en la cual el partido aparece como una estructura organizativa pero también educativa, como un ámbito de la creación de una nueva civilización y una nueva cultura de masas, anticipando lo que luego Gramsci desarrollaría más en detalle en sus Cuadernos de la Cárcel  [14];  o una determinada táctica política, como la insurrección; o que, en la apoteosis de la irracionalidad la III Internacional consagraba un nuevo Vaticano con centro en Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relacionado con la marcha de la lucha de clases en el resto del mundo.

Dado que todo aquello ha desaparecido y estamos viviendo los comienzos de una nueva era es posible, y además necesario, como decíamos más arriba, proceder a una nueva lectura de la obra de Lenin, en la seguridad de que ella puede constituir un aporte valiosísimo para orientarnos en los desafíos de nuestro tiempo. Se trata de un retorno creativo y promisorio: no volvemos a lo mismo, ni somos lo mismo, ni tenemos la misma actitud. Tampoco es igual el contexto histórico que nos rodea.

En nuestra América estamos asistiendo, desde finales del siglo pasado, a un despertar de los pueblos y al avance de las luchas por la construcción de una alternativa al sofocante neoliberalismo que nos abruma. La Revolución cubana ha demostrado su extraordinaria resiliencia ante los criminales e incesantes embates del imperialismo, y hoy es acompañada por varios gobiernos de la región que rompieron definitivamente el aislamiento con que el imperio trató de someterla y destruirla. Venezuela, Nicaragua y Bolivia lo hacen desde hace largos años, mientras que México, Brasil, Colombia y Honduras, amén de otros países del área desafían con dignidad los edictos imperiales y estrechan sus relaciones con la isla de la esperanza al paso que los demás procuran por lo menos mantener buenas relaciones con La Habana.

Decía antes que quienes proponemos el retorno a Lenin somos diferentes porque como militantes hemos sido atravesados por el devenir de la historia latinoamericana -sus triunfos tanto como sus derrotas y frustraciones- y, supuestamente, hemos tomado nota de sus lecciones. Pero lo que persiste y se acentúa día a día es el compromiso con la creación de una nueva sociabilidad, con la impostergable necesidad de superar a un tipo histórico de sociedad como el capitalismo, incorregible desde el punto de vista de la justicia, la humanidad y la preservación del medio ambiente.

Empeñados en una lucha sin tregua y cada vez más abierta con el imperialismo no podemos prescindir de las enseñanzas que deja el proceso revolucionario ruso. No sólo con las que se derivan de él sino también las que emans productos agroindustrializados. En 2016, 20 grupos extranjeros controlaban 2,7 millones de hectáreas en Brasil (Martins, 2020). Este control acentuó el monocultivo para exportación, ahora convertido en commodities, productos primarios comercializados en gran escala, con un estándar global único y utilizados como activos financieros y especulativos, negociados en las bolsas de valores. En Brasil en 2021, la obtención de solo cinco productos —soja, maíz, algodón, caña de azúcar y ganado— ocupaba el 86% de toda área agrícola y representaba el 94% de todo el volumen y el 86% del valor de la producción (MST, “Programa de Reforma Agrária Popular”). El agronegocio también depende del uso intensivo de agrotóxicos, lo que convirtió al país en el mayor consumidor de venenos agrícolas del mundo, con un consumo récord de 130 mil toneladas en 2023 (Spadotto y Gomes, 2021).

Este poder económico también se expresa en poder político. El agronegocio ha ocupado cargos ministeriales en todos los gobiernos brasileños de las últimas tres décadas. En el Congreso Nacional, la Bancada Ruralista, una articulación suprapartidaria de parlamentarios en defensa de los intereses del sector, reúne a 324 diputados federales (61% de la Cámara) y 50 senadores (35% del Senado) (FPA, 2023), poder suficiente para imponer leyes de desregulación ambiental y agraria y para someter al MST a indagaciones en cuatro Comisiones Parlamentarias de Investigación (CPI) en dos décadas. Ninguna otra organización popular en la historia de Brasil ha sufrido tantos intentos de criminalización por parte del Parlamento. La primera de ellas se creó durante el primer gobierno del presidente Lula da Silva para obligar al Poder Ejecutivo a dar marcha atrás en sus relaciones con el Movimiento e impedir que se destinaran recursos públicos a la reforma agraria, además de criminalizar la lucha por la tierra. La última CPI, en 2023, tenía objetivos similares, nuevamente se quería presionar al nuevo gobierno de Lula da Silva, pero tuvo el efecto contrario. Los parlamentarios que lideraron la comisión formaban parte del núcleo más radical del gobierno del expresidente Jair Bolsonaro. El MST, a su vez, había ampliado su reconocimiento público a partir de sus acciones de solidaridad en la pandemia de COVID-19. Como resultado, la CPI no consiguió apoyo político ni mediático, fortaleció la solidaridad con el Movimiento y ni siquiera consiguió aprobar un informe final.

Por último, la hegemonía del agronegocio en la sociedad brasileña también combina los sofisticados métodos de una poderosa industria cultural, desde la televisión a la música, con métodos arcaicos de violencia y represión. Según la investigación anual de la CPT sobre Violencia en el Campo, en 2022 se registraron 2.018 incidentes de conflicto social en el campo, un aumento del 33,6% respecto a 2016, y 47 asesinatos vinculados a cuestiones de tierra o ambientales (CPT, 2023).

En 1995, en su Tercer Congreso Nacional, el MST presentó y aprobó por primera vez su Programa de Reforma Agraria, en que presentaba su lectura de la lucha de clases en el campo brasileño y un conjunto de propuestas para transformar la estructura agraria brasileña y las condiciones de vida en la zona rural. En 2015, el Programa fue actualizado con un importante cambio teórico y estructural: mientras los partidos y universidades comprendían equivocadamente la naturaleza, e incluso saludaban el papel del agronegocio en Brasil, la militancia del MST construyó colectivamente una interpretación que lo definía como la presencia del capital financiero transnacional en el campo para la producción de commodities. Más que eso, el MST señaló que la existencia del agronegocio —y sus vínculos con el Estado— inviabilizaban una reforma agraria clásica, en el marco capitalista, de mero reparto o democratización del acceso a la tierra.

En este contexto, el MST se vio obligado a redefinir sus acciones estratégicas y su programa agrario, formulando un nuevo concepto: la Reforma agraria popular. Además de la distribución de tierras a los campesinos, la Reforma agraria popular incorpora la necesidad de producir alimentos saludables para toda población, con un cambio de matriz tecnológica hacia la agroecología y la preservación de los bienes comunes de la naturaleza. Este cambio también implica una mayor alianza con las y los trabajadores urbanos, los mayores beneficiarios del acceso a alimentos sanos y baratos, pues la Reforma agraria popular va más allá de los intereses del campesinado para presentarse como una política para toda sociedad, tanto para la soberanía alimentaria, como alternativa de generación de empleo e ingresos, como para combatir la catástrofe ambiental.

Obra de arte: Vienno.

Formas de lucha y formación de conciencia

El MST nació con tres objetivos: luchar por la tierra, es decir, que las familias organizadas en el Movimiento conquistaran tierra suficiente para sobrevivir de su propio trabajo con dignidad; luchar por la Reforma agraria popular, lo que significa reestructurar la propiedad y el uso de la tierra; y luchar por la transformación de la sociedad.

Para alcanzar estos objetivos, el MST se organizó y se definió desde el principio como “un movimiento de masas, de carácter sindical, popular y político”. Un movimiento de masas porque entiende que la correlación de fuerzas solo puede cambiar a su favor por el número de personas organizadas y, por tanto, popular, porque es una organización abierta a la participación de todas las personas que quieran luchar por trabajar la tierra. El MST igualmente combina el carácter sindical, porque la lucha por la reforma agraria tiene su dimensión económica y sus conquistas reales e inmediatas, pero también político, porque sabe que la reforma agraria solo puede lograrse con una transformación estructural de la sociedad.

Además de esto, el MST es un movimiento nacional con actuación en 24 de los 26 estados de Brasil, lo que lo diferencia de los movimientos que lo precedieron, que tenían actuación local y regional, lo que facilitaba que quedaran aislados por las fuerzas represivas. Al estar presente en la mayor parte del país, el MST puede apoyar a los estados con más dificultades y nacionalizar luchas locales, amplificando su repercusión.

De esta forma, la consolidación y la fuerza del MST se deben al número de personas que organiza. De hecho, aunque disponga de múltiples formas de organización, de acuerdo con cada realidad y lugar, lo fundamental en el método de organización es poner a las personas en movimiento, en lucha. Y a través de la lucha, desarrollar su consciencia política y social.

La primera forma de lucha del Movimiento son las ocupaciones de tierras. Antes o durante la ocupación de una zona, el MST organiza campamentos de familias sin tierra. Estas familias se reúnen identificando zonas donde se concentran los campesinos y organizando reuniones, basadas en el trabajo de base que incluye visitas a esan de otros, como el chino, el vietnamita y, más cerca de nosotros, el cubano. No para copiarlas porque como bien lo recordara Julio Antonio Mella en el obituario escrito a propósito de la muerte de Lenin,” “no se trata de implantar en nuestro medio, copias serviles de revoluciones hechas por otros hombres en otros climas; en algunos puntos no comprendemos ciertas transformaciones, en otros nuestro pensamiento es más avanzado pero seríamos ciegos si negásemos el paso de avance dado por el hombre en el camino de su liberación” [15].

En esta misma línea encontramos la terminante sentencia de Mariátegui de que el socialismo “no podía ser calco y copia sino creación heroica de nuestros pueblos” eco lejano de aquella genial intuición de Simón Rodríguez cuando asegurara que “o inventamos o erramos”. Leer a Lenin, entonces, con la actitud mental de un Mella, Mariátegui, Rodríguez y, por supuesto, más cercanos a nosotros, del Che y Fidel. Este más de una vez dijo que “cada vez que copiamos nos equivocamos”; el Che, por su parte, advertía que “el marxismo es solamente una guía para la acción. Se han descubierto grandes verdades fundamentales, y partir de ellas, utilizando el materialismo dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en cada lugar del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todas tendrán características peculiares, propias de su formación” [16].

Este primer centenario del paso a la inmortalidad de Lenin es un estímulo para que nos lancemos, sin titubeos ni retaceos de ningún tipo, en esta imprescindible recuperación y divulgación de una obra de una riqueza extraordinaria como la contenida en la vasta producción teórica del revolucionario ruso. Sugiero, como punto de partida, la lectura de los textos contenidos en el volumen titulado Entre dos revoluciones, en los cuales Lenin analiza la revolución de febrero y todos sus avatares hasta la culminación con la toma del Palacio de Invierno y el triunfo de la Revolución de Octubre. Va de suyo que textos como el ¿Qué Hacer?, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, El estado y la Revolución, El marxismo y el EstadoLa Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky. A esto agrego, para comenzar, dos breves pero sumamente esclarecedores artículos: “Acerca del Estado” y uno especialmente dirigido a la juventud en la construcción del socialismo, “Tareas de las organizaciones juveniles”.

Estoy seguro que pertrechados con estas armas de la crítica teórica estaremos en mejores condiciones para acometer con éxito los grandes desafíos que plantea la lucha por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América.

Referencias

[1] Según cuenta Edmund Wilson en su clásico Hacia la Estación Finlandia (Madrid: Debate, 2021; edición original de 1940)

[2]  En relación a Materialismo y Empiriocriticismo conviene recordar la elogiosa observación que sobre este escrito hiciera nada menos que Karl Popper, sobre todo habida cuenta de la ligereza con la que hoy algunos intelectuales de izquierda estigmatizan las reflexiones filosóficas de Lenin. Cf. Slavoj Zizek Revolution at the gates (Londres: Verso 2002) [Hay una edición en lengua española pero que no incluye la selección de textos de Lenin que Zizek examina y comenta en la versión original publicada por Verso.]

[3]  Zizek, op. cit., p. 5

[4]  Cf. Gérard Walter, Lenin (Barcelona: Grijalbo, 1967), p. 280

[5] Cf. Slavoj Zizek, op. cit p. 3.

[6] Hemos examinado con mucho detalle este tema en Atilio A. Boron y Paula Klachko, Segundo Turno. El resurgimiento del ciclo progresista en América Latina y el Caribe (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg y Editorial de la UNDAV, 2023). Proceso aún en curso, con retrocesos y avances, pero que ha abierto una perspectiva esperanzadora para los países de la región en un contexto global tan complicado y amenazante como el actual.

[7] Con su habitual dosis de ironía el Che se refería a esos manuales llamándolos “ladrillos soviéticos.” Ver sus duras críticas a las tesis planteadas en esos manuales en sus Apuntes Críticos de la Economía Política (La Habana, Cuba: Ocean Press, 2006)

[8]  Cf. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental (México: Siglo XXI Editores, 1979)

[9] La adopción del canon “marxista-leninista” fue un proceso muy complejo, que no podemos examinar en detalle aquí. Subrayemos apenas que la brutal agresión de las fuerzas del capitalismo mundial primero, en los años iniciales de la Revolución Rusa, y del imperialismo norteamericano después, en contra de la Unión Soviética, limitaron enormemente los grados de libertad que los partidos comunistas -con sus intelectuales- del resto del mundo podían tener en relación a las directivas procedentes de Moscú y las orientaciones teóricas que de allí emanaban.

[10]  Reflexión proviene de reflectere, que en latín quiere decir “regresar, volver para atrás.” Por extensión, reflejar una luz o una determinada realidad. Un dogma no tiene la menor capacidad de reflejar la cambiante dialéctica de la historia, y eso fue lo que ocurrió con el “marxismo-leninismo.”

[11] Hemos planteado en varios trabajos esta inescindible continuidad entre la reflexión del revolucionario ruso y la obra de Gramsci. Ver, entro otros, Atilio A. Boron y Oscar Cuéllar, “Apuntes críticos sobre la concepción idealista de la hegemonía”, en Revista Mexicana de Sociología (México) Año XLV. Vol. XLV.tas personas. A partir de este momento, las familias participan en la organización del futuro campamento, buscando formas de conseguir lonas para las carpas, transporte para que las familias lleven a cabo las ocupaciones, etc. En otras palabras, crear las condiciones para la ocupación que vendrá.

Los campamentos cumplen la misma función que las fábricas cumplieron para la formación de las luchas obreras en los siglos XIX y XX. Reunir a las y los campesinos en un lugar concreto, superando el aislamiento geográfico y permitiendo construir una sociabilidad que sirva de base para la cooperación y la solidaridad.

Cuando se incorporan a un campamento, las familias se organizan en núcleos de base, grupos de entre 10 y 20 personas. Ese número reducido se establece para que las y los integrantes puedan conocerse y evitar la infiltración de desconocidos. Además, divididos en pequeños grupos, más personas pueden debatir y opinar sobre la organización política del campamento. En los núcleos, todos tienen derecho al uso de la palabra, incluidas las niñeces. En el campamento, las tareas tienen que organizarse y distribuirse colectivamente: buscar agua y leña, organizar las donaciones de alimentos, montar las carpas, encargarse de la seguridad, educar a las y los niños, etc. Estas tareas se organizan en equipos llamados sectores, formados por integrantes de los núcleos de base. O sea, todo núcleo tiene un participante en los equipos de trabajo. De esta forma, todos y todas participan en la vida política, mediante los debates, y en la vida organizativa, mediante las tareas. Siempre colectivamente.

Independientemente del número de personas que participen, las reuniones de los núcleos y sectores siempre se organizan con antelación, con un orden del día bien definido y siempre coordinadas por un hombre y una mujer. Una persona tiene la tarea de registrar las decisiones para que sean verificadas por el propio núcleo.

Cuando las discusiones están relacionadas con decisiones de todo el campamento, las opiniones de los núcleos son llevadas a un espacio de coordinación de todo el campamento. Si no hay consenso en ese nivel, las discusiones regresan a los núcleos, con nuevas ideas y preguntas, procurando siempre construir síntesis y decisiones colectivas.

En estos campamentos y en las ocupaciones de tierra son comunes las asambleas para tomar decisiones colectivas, como ocupar o no un latifundio, retroceder o no en una lucha. Pero este método de asambleas solo es eficaz cuando todas las personas participantes comprenden todas las dimensiones de lo que está en discusión y las discusiones se limitan a unas pocas opciones, como hacer o no una ocupación, resistir o no a un desalojo. Por esta razón, no son ni la forma principal ni la más común de participación en el Movimiento.

Cuando la tierra se conquista, la ocupación se convierte en un asentamiento de reforma agraria y las familias permanecen organizadas en el Movimiento. Este fue uno de los primeros desafíos del Movimiento: ¿cómo mantener organizadas a las familias que ya habían logrado parte de sus objetivos con la conquista de la tierra? Parte de la sociabilidad y de la cooperación existentes en el campamento se pierden en esta transición. Por eso, el Movimiento desarrolló algunos mecanismos para mantener a las y los asentados en movimiento.

En primer lugar, los años de vida y lucha en campamentos producen una identidad. Las y los trabajadores organizados por el MST se identifican como Sin Tierra (con letras mayúsculas). Esa identidad permanece incluso después de haber conquistado la tierra. Esta identidad significa compartir historias de luchas, identificación con las familias que siguen acampadas y con valores como el internacionalismo y la solidaridad que se cultivan en las luchas.

La organización del territorio conquistado trae nuevas demandas y luchas por crédito rural, educación, salud, cultura, comunicación, etc. Para alcanzar estas nuevas reivindicaciones, el MST mantiene su forma organizativa. Es decir, las familias en los asentamientos también se organizan en núcleos de base, por vecindad, de entre 10 y 20 integrantes, con la participación de todas las familias. Estos núcleos nuevamente tienen un hombre y una mujer en la coordinación, la preparación de las reuniones, el registro de las decisiones y así mismo se mantiene un flujo de discusiones y debates que va de los núcleos a la coordinación y viceversa. En cada nivel organizativo —campamento, asentamiento, región, estado y nacional— se crea una instancia de dirección colectiva.

El MST no tiene ni ha tenido nunca un “presidente” o cargo similar que concentrara las decisiones políticas o que se diferenciara de los demás militantes. Todas las instancias del Movimiento, desde las bases hasta la Dirección Nacional, son colectivas y con mandatos de dos años renovables. De esta forma, se combate el centralismo y el personalismo. Relacionado con este principio está la división de tareas: todas las personas deben tener responsabilidades dentro de la organización, en mayor o menor grado, para que no haya ni centralización excesiva ni sobrecarga de militantes.

De este modo, en un campamento o un asentamiento hay equipos para las tareas cotidianas. Las nuevas demandas se distribuyen entre los equipos de educación, salud, organización económica, entre otros. Cuanto más compleja la realidad y mayor la organización, más equipos se forman, organizándose en sectores a nivel estadual y nacional para planificar y ejecutar tareas más especializadas, como producción, frente de masas, educación, formación, etc. Por ejemplo, todos las y los educadores o personas implicadas en la educación de una misma región de municipios forman el sector de Educación, que elabora propuestas pedagógicas y participa en la vida escolar de los territorios. En la producción, los militantes organizan la vida económica, las cooperativas, así como la tecnología agroecológica para el cultivo. Y así sucesivamente.

En estos colectivos, también se reconocen e integran los protagonismos de sujetos Sin Tierra como el colectivo de las disidencias sexuales —algo muy poco común en otras organizaciones campesinas— y la juventud. Otra forma de participación son las actividades y los encuentros con los “sem terrinhas”, las niñeces de las zonas de reforma agraria. En julio de 2018, el primer Encontro Nacional dos Sem Terrinhas reunió a más de mil niños y niñas en un campamento de estudio, juegos y luchas en la capital federal, Brasilia.

Nuevamente, lo esencial es reunir a las personas, crear espacios de discusión colectiva y ponerlas en movimiento a través de la lucha y la cooperación. Eso significa que, aunque las ocupaciones de tierras son la “carta de presentación” del MST, el movimiento combina distintas formas de lucha en función de las necesidades y las condiciones de cada caso. Dentro del repertorio de movilizaciones también encontramos las marchas —como las grandes marchas nacionales de 1997 y 2005—, las ocupaciones de edificios públicos, los bloqueos de carreteras, las huelgas de hambre, etc.

Es la acción práctica, la lucha, lo que permite que la conciencia política no se duerma en los campamentos o asentamientos. Por ejemplo, el MST tiene la solidaridad como uno de sus principales valores humanos y socialistas. Pero esta no solo se expresa en la retórica o el discurso. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, el Movimiento donó más de mil toneladas de alimentos en todo país por medio de la organización de comedores, huertas y comunidades solidarias. Solo entre octubre y diciembre de 2023, el MST envió 13 toneladas de alimentos para las víctimas de los ataques israelíes en la Franja de Gaza (MST, 2023). La organización de estas acciones requiere discusiones con las familias, planificación de la producción, organización de la logística, etc. En este proceso, las familias conocen otras N° 4. Octubre/Diciembre, 1983. Págs.1143-1177.

[12] Agosti fue un gran intelectual marxista autor de una vasta obra. Como director de Cuadernos de Cultura tradujo y publicó numerosas cartas de Gramsci. Y en sus libros aplica creativamente las categorías gramscianas. Véase especialmente El Mito Liberal (Buenos Aires: Procyón, 1959) y Nación y Cultura, publicado también por la misma casa editorial el mismo año. Un texto precursor es Echeverría publicado también en Buenos Aires por la Editorial Futuro, en 1951. Más detalles sobre este proceso pueden consultarse en la obra de Alexia Massholder: El partido comunista y sus intelectuales. Pensamiento y acción de Héctor P. Agosti (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2014)

[13] Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo sobre el pensamiento revolucionario cubano, y sobre el vibrante marxismo de ese país, se encuentra en El corrimiento hacia el rojo, el excelente texto de Fernando Martínez Heredia (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2001). Consultar especialmente su capítulo sobre “Izquierda y Marxismo en Cuba.” Cabe consignar que ese impacto estuvo lejos de limitarse a este país: se verificó en todos los países latinoamericanos. La mencionada obra del Che abunda en ejemplos sobre las negativas repercusiones de la ortodoxia soviética.

[14] Ver nuestro estudio introductorio al ¿Qué Hacer?  (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2004)

[15] Julio Antonio Mella, “Lenin coronado”, (1924), reproducido en Revista Contracorriente, Año 5, 1999. https://marxismocritico.com/2015/08/31/lenine-coronado-los-nuevos-libertadores/

[16] Ernesto Che Guevara: «Sobre la construcción del partido», en Obras Completas, Tomo I, Legasa, Buenos Aires, 1995, pp. 180.  Un análisis de las concepciones políticas del Che y sus enseñanzas se encuentran en el incisivo texto de Néstor Kohan, Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder (Buenos Aires, Editorial Nuestra América-La Rosa Blindada, 2003. Segunda edición corregida y aumentada que incluye un nuevo prólogo de Michael Löwy. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 2005) y del ya mencionado Fernando Martínez Heredia, El Che y el socialismo (México: Editorial Nuestro Tiempo, 1989) y Las ideas y la batalla del Che (Ruth Casa Editorial 2010).

@atilioboron