POR DAVID SÁNCHEZ PIÑEIRO /
El pensador socialista greco-francés nació el 11 de marzo de 1922. Académicos, intelectuales e investigadores explican la importancia y la actualidad de su legado en el centenario de su nacimiento.
Presentar a Cornelius Castoriadis como un hombre interdisciplinar está lejos de ser un tópico perezoso o un adorno retórico, pues nos situamos ante un individuo que llegó a ser director de estadísticas, contabilidad nacional y estudios sobre el crecimiento de la OCDE y que también ejerció en Francia como psicoanalista, además de publicar importantes libros de sociología y filosofía. No obstante, como ya advirtió el filósofo Edgar Morin el día del entierro de su querido amigo y compañero intelectual, el espíritu enciclopédico de Castoriadis no puede ser reducido a una simple enumeración de las diferentes disciplinas que hizo suyas: filósofo, sociólogo, psicoanalista, economista, politólogo. Su saber enciclopédico consistía, como el de los antiguos griegos a los que tanto estudió, en “articular los saberes disjuntos”.
Castoriadis nació hace exactamente cien años, un 11 de marzo de 1922, en la ciudad de Constantinopla, antes de que fuese rebautizada como Estambul. Su madre tenía origen griego y su familia se vio obligada a emigrar a Atenas como consecuencia de la guerra greco-turca de 1921, que provocó un desplazamiento forzado de poblaciones y obligó a los turcos que vivían en Grecia a partir hacia tierras otomanas y a los griegos de Asia Menor a reinstalarse en territorio heleno. Siendo un adolescente Castoriadis se afilió al partido trotskista y en Atenas se enfrentó primero a la dictadura de Metaxas y participó después en la resistencia frente a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En 1945 se pudo refugiar en Francia gracias a una beca de estudios y pronto se afilió al Parti Communiste Internationale (PCI), de orientación trotskista. También en esta época comenzó a trabajar como asistente en la OCDE. Junto con Claude Lefort organizó una tendencia dentro del PCI, la cual Morin define como “una herejía radical en el seno de la herejía trotskista”, que sería el germen del grupo Socialismo o Barbarie. A diferencia de los trotskistas, Castoriadis y Lefort no definían a la URSS como un “estado obrero degenerado”, sino directamente como el Estado de una nueva opresión de clase. Socialismo o Barbarie seguiría publicando hasta mediados de la década de los sesenta y llegaría a tener influencia en el mayo del 68 francés. En 1970 Castoriadis abandonó su trabajo en la OCDE y poco después comenzó a ejercer como psicoanalista. En 1980 se convirtió en director de estudios en la prestigiosa École des hautes études en sciences sociales de París.
A pesar de que tras la muerte de Castoriadis en 1997 Morin se lamentaba amargamente de que en la historias del mundo intelectual no se encontraba “sino marginalmente citado a este gran pensador”, cada vez son más, en España y más allá de sus fronteras, los académicos, intelectuales, activistas e investigadores que recuperan su obra y reactualizan el legado del pensador greco-francés. José Luis Moreno Pestaña, profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Granada, presenta a Castoriadis como “un gran filósofo de la economía socialista” y como “un economista serio que formaba parte de la estructura de dirección intelectual de la OCDE y que conocía por dentro cómo funcionan los organismos de administración científica de los poderes económicos”. El autor de Retorno Atenas (2019), un ensayo que presenta a Castoriadis como el mejor intérprete de la democracia antigua ateniense, destaca también que “las conclusiones que saca Castoriadis de su reconstrucción impresionante de la democracia ateniense son una guía enorme de acción en el terreno de la política y nos plantean desafíos para nuestra actividad creativa y cooperativa cotidiana”.
Moreno Pestaña constata en primera persona la relevancia de las ideas de Castoriadis sobre la influencia de las prácticas cooperativas en los sistemas institucionales: “cualquiera de los que participamos en instituciones nos damos cuenta de que si no fuera por el esfuerzo y por la cooperación no reconocida, no recompensada, minusvalorada de los de abajo ni las instituciones educativas ni las sanitarias ni las políticas funcionarían”. Es más, añade, “lejos de presentarnos poderes económicos que utilizan la ciencia para un proyecto racional de dominio y de control, Castoriadis nos los presenta como agentes que no tienen en cuenta el conocimiento que se les suministra sobre el funcionamiento de la realidad económica y que actúan de manera irracional”. Según Moreno Pestaña, Castoriadis retoma una idea desarrollada originariamente por el teórico anarquista Pierre Joseph Proudhon: que “la explotación se basa en el robo permanente del saber, muchas veces un saber intuitivo, cooperativo, de las personas que trabajan en una actividad, arrogándose el capital de una manera arbitraria la organización de las mismas”. Juan Ponte, profesor de Filosofía y concejal de Cultura del Ayuntamiento de Mieres, incide en una línea similar al recordar que Castoriadis “denunciaba que las democracias capitalistas son oligarquías en las que lo público se convierte en negocio privado de unos pocos”.
“Mi primer acercamiento a su obra no fue -como quizás se podría esperar- político, sino filosófico y musical”. Así responde Ponte al ser preguntado por la figura del filósofo greco-francés, al que sus amigos conocían con el apodo de Corneille. “Se dio analizando la idea de imaginación en Husserl. Como es sabido, Husserl no concebía la imaginación como algo ilusorio -que nos saca de los quicios de la realidad-, sino como una función esencial que completa la realidad vía perceptiva. Pero a pesar de este gran avance del finísimo Husserl, tal interpretación seguía considerando la imaginación desde una perspectiva eminentemente escópica, óptica. Pues bien, Castoriadis nos recordaba que la imaginación es también olfativa, táctil, auditiva, cinética, etc., de manera conjugada. Y ponía como ejemplo la imaginación musical desplegada por Mozart para componer la Sinfonía nº40 en sol menor. Todo esto puede parecer irrelevante políticamente, pero resulta crucial, porque la tan cacareada “transformación de la realidad” exige abordar necesariamente nuestra dimensión imaginaria: qué nos afecta, apasiona, qué fines orientan nuestras acciones, cómo, etc.”. Precisamente esta dimensión imaginaria es analizada por Castoriadis en su ensayo Las instituciones imaginarias de la sociedad, que Edgar Straehle define como “una obra clave en su época para combatir la tradición marxista ortodoxa y una manera de superar un economicismo reductivista difundido por entonces”.
Hace dos años la revista académica Las Torres de Lucca dedicó un número monográfico a Castoriadis, bajo el rótulo “un filósofo para pensar el presente”. Una de las colaboradoras en dicho número fue Irene Ortiz, doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, quien destaca la importancia de su concepto de “autonomía”. De acuerdo con su planteamiento, “el carácter colectivo que Castoriadis reconoce a la autonomía hace imposible que esta sea reconciliable con la figura de los redentores, de los individuos heroicos y extraordinarios que pueden conquistar y luego dar al resto del pueblo la autonomía. Así, los procesos de autonomía son siempre colectivos y deben hacerse cargo no de la simple relación con los otros, sino de la existencia en plural que es para el hombre su vida”. Ortiz insiste también en la necesidad de denunciar “los tramposos razonamientos que se ocultan en las reivindicaciones de autonomía para una parte de la población. La autonomía se debe querer, reclamar y conseguir para todos”.
Edgar Straehle, profesor adjunto de Filosofía en la Universitat de Barcelona y autor de Claude Lefort. La inquietud de la política (2019), coincide con Ortiz en que la autonomía es “uno de los conceptos clave y más ricamente tratados por Castoriadis”. En términos generales, Straehle le considera un “modelo dentro de la izquierda, desde la perspectiva de un compromiso crítico y autocrítico. Hay que tener en cuenta que desde muy pronto fue virando sus posiciones para criticar a la izquierda oficial (soviética) desde la misma izquierda, con un discurso muy inteligente y muy influyente”. También añade que “su manera de pensar contra Marx (o la tradición marxista ortodoxa) pero desde Marx fue muy brillante e inspiradora” y pone en valor la influencia del grupo Socialismo o Barbarie (del que también formaban parte figuras como Lefort o Lyotard) en los movimientos sociales de la década de los sesenta.
El ecologismo es uno de los movimientos sociales que Castoriadis tiene más en cuenta a la hora de elaborar sus teorías. Según Amador Fernández-Savater, autor de La fuerza de los débiles (2021), Castoriadis llega incluso a realizar una crítica a los ecologistas porque “no se dan cuenta de hasta dónde llegan sus propios planteamientos, se toman a sí mismos como una lucha parcial entre otras luchas parciales y no se dan cuenta de hasta qué punto eso parcial implica una transformación global”. Al fin y al cabo, “Castoriadis viene de la historia del movimiento obrero, que sí piensa una revolución de la totalidad, y esos movimientos en los años 80 se piensan más como movimientos específicos. En esa especificidad Castoriadis encuentra un problema”.
Ampliando más el foco para captar lo que los ingleses denominan la bigger picture, Fernández-Savater reivindica la figura de Castoriadis en tanto que “radicaliza y amplía el concepto de política y determina que debe incluir un cambio cultural radical, no tanto en el sentido de las obras de arte, de los libros, etc. como una mutación antropológica, que es un término de Pasolini que él retoma. La política -continúa Fernández-Savater-, tal y como se entiende habitualmente como una disputa de poder entre partidos es un punto de vista muy estrecho que no alcanza nada esencial, porque no toca esta dimensión antropológica de la relación con el medio, de la transformación de los modos de vida y de la misma forma humana”. También denuncia una limitación de lo que entendemos por política debido a que ninguno de los partidos actualmente existentes “cuestiona profundamente nociones de crecimiento, de desarrollo, de competitividad, de progreso y fundamentalmente ninguno hace un cuestionamiento radical del modo de vida”.
Probablemente una de las virtudes que mejor definan la obra de Castoriadis sea su condición de pensador de la democracia. Fernández-Savater subraya dos de sus aportaciones centrales en este ámbito. En primer lugar, una forma de entender la democracia “donde la gente tenga una implicación y una capacidad de afectar las decisiones que determinan su vida. Castoriadis está pensando que los instrumentos de esa democracia más radical tienen que permitir intercambio de argumentos, toma de decisiones y ejecución de esas decisiones. Esto va más allá, por ejemplo, de algunas concepciones limitadas de lo participativo, por ejemplo, la idea del referéndum virtual, en el cual la deliberación a veces es escasa, nula, descorporeizada, sin espacio, sin territorio y en la cual sobre todo hay una escisión entre la toma de decisiones y la ejecución de esas decisiones”. La segunda aportación que forma parte de ese concepto amplio de democracia que maneja Castoriadis tiene que ver con el ámbito del trabajo. “Es absurdo pensar, por ejemplo, que la democracia quede varada en las puertas del trabajo y no entre en la empresa. ¿Cómo puede haber una democracia si no hay democratización del mundo del trabajo? Sería una democratización muy limitada”.
A la hora de evaluar el legado del mundo griego clásico, Castoriadis discute las tesis de la filósofa Hanna Arendt y más concretamente su distinción entre las tres dimensiones de la labor, el trabajo y la política: “Castoriadis piensa que esta repartición no tiene ningún sentido, que las luchas ya la cuestionan en la práctica y que hay que pensar formas de democracia que entremezclen la implicación de las tres dimensiones de la vida: en lo relativo al cuerpo, al trabajo y a la palabra pública. Tanto el movimiento obrero, que plantea una democratización del trabajo, como el movimiento de mujeres, que plantea un cuestionamiento radical del mundo de la reproducción, le permiten pensar una democracia más plena en la que no haya esta repartición de esferas clásica”, concluye Fernández-Savater.
María Cecilia Padilla, doctoranda en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires, elabora una semblanza de Castoriadis en la que sobresale, en primer lugar, la interdisciplinariedad de su trabajo, “que le permitió profundizar su radical interrogación sociopolítica a la institución de la sociedad. En un mundo académico en el que el saber parece compartimentado, un pensamiento como el de Castoriadis, en el que la matemática convive con la tragedia ateniense, amplía los márgenes del trabajo intelectual”. A continuación, Padilla rescata la elaboración del pensador greco-francés acerca del carácter trágico de la democracia: “Castoriadis descubre que la lección principal de la tragedia griega es el enorme poder de creatividad que tenemos los seres humanos, pero también nuestro enorme poder de destrucción ante la ausencia de límites. Así, la concepción de la tragedia de Castoriadis informa su teoría de la democracia, poniendo en evidencia cómo lo otro de la autonomía es el exceso, la hubris. Castoriadis nos advierte sobre los peligros de la democracia como régimen trágico, como régimen que se encuentra siempre al borde del abismo, porque sabe que ningún significado es indiscutible ni fijado de una vez y para siempre. En su análisis de la tragedia griega como institución de la polis ateniense, enfatiza el potencial creativo de las sociedades democráticas, pero también los peligros de la acción democrática. La tragedia exhibe la incertidumbre sobre la que caminamos, la impureza de los motivos, el carácter inconcluso de las razones sobre las que nos basamos”.
“Aunque en los últimos años de su vida -prosigue Padilla-, Castoriadis se volvió más pesimista sobre las posibilidades de la autonomía en las sociedades actuales, vale la pena recordar que en 1997, el año de su muerte, también dijo que mientras haya personas que sigan reflexionando, que cuestionen el sistema social o su propio sistema de pensamiento, ‘hay creatividad en la historia’ y eso no debemos olvidarlo”. Ahora que conmemoramos el centenario del nacimiento de Cornelius Castoriadis, conviene seguir teniendo presente una de las máximas que guiaban su pensamiento y que justifican que sea presentado como un verdadero demócrata radical: “que la colectividad pueda transformar siempre sus reglas sabiendo que no proceden ni de la voluntad de Dios, ni de la naturaleza de las cosas, ni de la Razón de la historia, sino de ella misma”.
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