Cómo utilizar la excusa verde para justificar los ataques del imperialismo

CARTA SEMANAL DEL PARTIDO OBRERO SOCIALISTA INTERNACIONALISTA (POSI) /

La Cumbre del Cambio Climático que se desarrolla estos días en Glasgow es un nuevo escándalo de la llamada “econo­mía verde”. Glasgow era uno de los grandes centros industriales del mundo, y lo que queda no es ni la sombra. No van a discutir la reindustrialización sino cómo extender ese desastre.

El drama está montado: “el resultado de la cumbre determinará en gran medida cómo los 7.000 millones de humanos sobrevivirán en un planeta más calentado y si se pueden evitar niveles peores de calentamiento a las generaciones futuras”.

“La temperatura media global ha aumen­tado más de 1 grado desde la Revolución Industrial. El consenso científico dice que si aumenta 1,5 grados aumentará significati­vamente el riesgo de las peores catástrofes climáticas, con su secuela de hambre, enfer­medades y conflictos”.

Pero el cinismo también está montado, pues el “consenso político” de las multina­cionales es contrario a las exigencias de los datos científicos. China acaba de anunciar que sus planes de emisión de gases seguirán como hasta ahora. Pero el vídeo de Xi Jinping a la Cumbre seguramente no habla­rá de esto y hará propaganda de sus supues­tos planes. Biden será el gran líder de la Cumbre, pero los Estados Unidos, como Rusia, Noruega, y la Gran Bretaña, anfitrio­na de la cumbre, según el New York Times, “aumentarán dramáticamente su producción de petróleo, gas y carbón en las próximas décadas”. El cinismo se completa con el re­gateo de limosnas que las potencias van a dar a los países atrasados para compensar el aumento de gases contaminantes que las multinacionales organizan en ellos. Y que luego tampoco lo suelen pagar.

Cada día los medios de comunicación, los gobiernos y las instituciones internacio­nales al servicio del capital financiero nos abruman con esos datos. Se ha entrado en una espiral para ver quien exagera más los peligros que nos acechan.

Defendemos la ciencia y el medio cien­tífico. Pero el imperialismo utiliza también a científicos en su interés. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPPC) nunca dirá que hay que nacionalizar determinados sectores, que hay que acabar con la explotación, con las guerras y armamentos. Nunca dirá que las responsables son las multinacionales, que hay que acabar con el capitalismo.

Lo que hacen el IPPC y la ONU es echar la culpa a la gente y por lo tanto hacerle pagar sus pecados. Hay que comer menos carne, en la India solo el 6% consume carne roja y en España la mayor parte no puede comer carne roja una vez a la semana, hay que pagar por contaminar (electricidad cara, peajes en autovías, etc.).

Nos apoyamos en la evidencia científica, y por ello, analizamos y denunciamos la vas­ta operación de mistificación que se está preparando, a fin de buscar el apoyo de la población -y el consenso de las organizacio­nes obreras- a las “necesarias y dolorosas” transformaciones que se preparan. Por el bien del planeta, nos dicen, hay que desman­telar la inmensa mayoría de las industrias, cerrar las minas, perder cientos de miles de empleos bien pagados y con derechos, e in­cluso renunciar a supuestos lujos como el consumo de carne.

Algunas de las consecuencias de estas transformaciones que se preparan ya las es­tamos padeciendo. Por ejemplo, la subida desproporcionada del precio de la electrici­dad, motivada, entre otras cosas, por la eli­minación de la producción en centrales tér­micas de carbón, y la subida de los precios del gas. Subida que se debe al aumento de demanda, pero también al aumento de los derechos de emisión de CO2 (Antes de la pandemia de Covid-19, el contrato de emi­sión de carbono rondaba los 20 euros por tonelada, en diciembre de 2020 superó por primera vez los 35 euros. En el pasado mes de agosto ha llegado a 55,72 €, por tonelada de CO2. La vicepresidenta del Gobierno Ribera no defiende el medio ambiente, sino los planes, supuestamente ecológicos, de las multinacionales. Prepara un nuevo plan eléc­trico que tiene una condición previa: que regale a las eléctricas más beneficios que el descarado sistema actual.

Los cientos de miles de personas de la clase trabajadora que van a pasar frío este invierno por no poder pagar la factura de la luz, los trabajadores de las industrias “elec­trointensivas”, que amenazan con el cierre, no pueden aceptar el chantaje que trampo­samente pretende enfrentar sus necesidades elementales a la defensa del planeta.

¿Todos “ecologistas”?

Al mismo tiempo, cada vez más organiza­ciones y partidos, incluyendo a los que de­claran representar a la clase trabajadora, se declaran “ecologistas” o “ecosocialistas”. Hay que recordar, a este respecto, que la ecología es una ciencia, pero la ecología po­lítica es una corriente ideológica, Y, por tan­to, no científica.

Es innegable que los desequilibrios cli­máticos se han agudizado estos últimos años. Pero la actitud general de quienes se recla­man de la ecología política es declarar la responsabilidad de los seres humanos sobre los problemas climáticos y los daños medioambientales, en una vasta campaña de culpabilización. Por el contrario, nosotros no responsabilizamos a los humanos, sino al sistema capitalista. Porque no son los seres humanos los que han tomado las decisiones que nos han llevado a esta situación, sino la minoría capitalista, que mantiene la propie­dad privada de los medios de producción y que, en la crisis de su agonía, multiplica las destrucciones. Sólo el socialismo permitirá poner fin a las consecuencias destructivas del capitalismo sobre el medio ambiente.

Evidentemente, esto no supone que de­fendamos que no hay nada que hacer de aquí a la instauración del socialismo. Pero es ne­cesario no equivocarse de enemigo. El res­ponsable es el capital, y no el ser humano.

Son muchas las fábricas que contaminan. Existen medios técnicos para reducir esta contaminación, pero eso supone hacer cos­tosa inversiones, y el capital no tiene ningún interés en ello, para preservar sus beneficios. Si la legislación medioambiental le aprieta, prefiere deslocalizar la producción. Por ejemplo, al tiempo que se cierra la térmica de As Pontes, en A Coruña, una multinacio­nal francesa abre una nueva central térmica de carbón en Safi (Marruecos), con una po­tencia de casi 1.400 megavatios (MW). No admitimos ningún cie­rre, ningún despido en bases a una supuesta defensa del medio ambiente. Y menos cuando lo hacen con promesas de empleos alter­nativos que nunca llegan como en el caso de Asturias, León, Galicia o Teruel.

La población no es responsable

¿Quién es el responsable de la explosión que se produjo en 2020 en la planta petro­química IQOXE de Tarragona, en la que murieron tres personas? ¿La población de Tarragona o los patronos que no respetan un mínimo de normas de seguridad?

¿No han sido todos los gobiernos, de uno u otro signo, quienes han desarrollado una política de cierre de líneas de ferro­carril, de eliminación de trenes, de des­trucción de la RENFE, en beneficio de las grandes empresas de transporte por carre­tera, cuatro veces más contaminante que el tren?

¿Quién es el responsable del hecho de que cada vez más habitantes de este país, sobre todo en las zonas rurales, confronta­das a la desertificación médica, al cierre de servicios públicos y sucursales bancarias, o a la supresión de pequeñas líneas de tren, no tengan otra opción que la de coger su coche para ir a trabajar, asistir a una con­sulta médica, cobrar su nómina o pensión o llevar a sus hijos a la escuela?

¿Quién ha decidido la deslocalización en China y el sudeste asiático, que ha lle­vado al paro a millares de trabajadores en España (véase, por ejemplo, el textil o el pequeño electrodoméstico), y que tiene co­mo consecuencia la producción de casi todo en China, y, por tanto, el transporte de todas esas mercancías por medio de buques portacontenedores gigantes, que funcionan con un fuel de muy mala calidad, toxico y emitiendo residuos contaminantes conside­rables? Miles y miles de portacontenedores gigantes surcan los mares del planeta. ¿Quién es responsable de la difusión del plástico en la naturaleza o en los mares, sino las grandes empresas fabricantes de plástico que han generalizado su uso en todas partes, incluso para muchas cosas que no son necesarias?

Los seres humanos no tienen ninguna responsabilidad sobre el hecho de que se vean obligados a comprar esos productos.

¿Quién es responsable de la creación de esas enormes granjas industriales de mil vacas o de las granjas industriales de po­llos, muy polucionantes y que privan a la agricultura tradicional de la mayor parte del mercado, en detrimento de la calidad de los productos? ¿Quién es responsable de la deforestación, especialmente en la Amazonia? Las poblaciones autóctonas, que viven de la caza y la recolección y que cortan unos pocos árboles, o los grandes trusts capitalistas que organizan la defores­tación masiva de la selva amazónica.

¿Consenso con el capital “en defensa del planeta”?

Lo que hemos expresado antes explica por qué la lucha por la defensa del medio am­biente exige el combate contra el capital. Y, por ello, cuando se oye a Biden, a Pedro Sánchez, al FMI, la Unión Europea, la ONU (y su nuevo vídeo del dinosaurio ha­blando en la Asamblea General), y a los grandes patronos -incluyendo a las empre­sas energéticas- pronunciarse por una tran­sición energética, no hay que dejarse enga­ñar. No es que se hayan convertido a la reivindicación de un uso de los recursos naturales compatible con su preservación, sino que utilizan esta cuestión con un úni­co objetivo: reorganizar la producción de ramas enteras, con cientos de miles de des­pidos, con el objetivo de abrirse nuevos mercados, como, por ejemplo, el automóvil eléctrico, a pesar de que se sabe hoy día que la fabricación de un automóvil eléctri­co produce entre tres y cuatro veces más emisiones contaminantes que la de un au­tomóvil convencional, y no existe capaci­dad para reciclar las baterías. La contami­nación causada por la vida de un automóvil eléctrico es semejante a la de un automóvil convencional.

Para conseguir esos objetivos, por me­dio de una intensa propaganda, los gobier­nos y el capital buscan, en nombre de la defensa del clima, crear un consenso que reúna a gobiernos, patronal, sindicatos, ONG, políticos, por un “capitalismo ver­de”, es decir, por la defensa del sistema repintándolo de verde.

Repitámoslo una vez más: no hay que equivocarse de enemigo. La lucha por la defensa del medio ambiente no puede ser separada de la lucha contra el capitalismo, y ésta exige oponer al consenso la indepen­dencia de clase y la lucha de clases.

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