POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL* /
El texto de esta conferencia se publica cuatro años después de haber sido pronunciada en el Seminario Ideológico y Político con los trabajadores petroleros y del sector minero-energético (Barranquilla, 4 de agosto de 2018), para contribuir a la discusión sobre asuntos contemporáneos y de actualidad.
I.
Abrimos este diálogo cantando La Internacional, el himno mundial de la clase trabajadora. Resulta oportuno, para llamar a situarnos: nosotros formamos parte de La Internacional de los trabajadores. Si bien La Internacional desapareció como organización política de los trabajadores, no ha desaparecido como realidad social y política. La clase trabajadora sigue siendo internacional y nosotros formamos parte de ella. Entonces, en primer lugar, esta reunión debe ser situada como parte de una Internacional. Sí, estamos en Colombia, en América Latina, trabajadores del sector petrolero y minero energético. Pero ustedes, nosotros, somos un destacamento de La Internacional de los trabajadores, cuyo cuerpo y alma son mujeres, hombres, jóvenes y viejos de todas partes del mundo, de distintas culturas, etnias y nacionalidades. Porque la clase trabajadora no ha desaparecido, está ahí, viva, dando batallas, en perspectiva de constituirse en conciencia colectiva internacional para seguir en movimiento. Situarnos así es la primera condición para volver a discutir el tema del proyecto revolucionario.
Es cierto que el bloque social dominante ha emprendido una ofensiva también de alcance internacional, para debilitarnos y atomizarnos. La academia, sin reflejos, declara que no hay clase trabajadora. Los medios masivos de comunicación manipulan nuestras conciencias, construyen una realidad virtual en donde se invisibilizan nuestras luchas y hasta nuestra existencia.
Si se echa un vistazo a la última década, y de lo que va corrido del siglo XXI, nos encontramos con centenares de huelgas en todo el mundo: en Colombia, Ecuador, México, Brasil, Estados Unidos, Europa… Todos recordamos la crisis mundial del 2008, que tuvo su epicentro en Estados Unidos y Europa, a partir del estallido de la burbuja financiera ligada a lo inmobiliario. Se desencadenó una resistencia tremenda, siendo Grecia el foco de más atención. Las huelgas en Grecia, contra el capitalismo europeo capitaneado por la gran banca de los imperialismos financieros alemán y francés, despertó la solidaridad de nosotros, los trabajadores en todo el mundo, así como las huelgas en Portugal, España y toda Europa, además de las protestas en Estados Unidos.
Cuando yo realicé la investigación que luego publiqué con el título Huelga. Luchas de la clase trabajadora en Colombia 1975-1981, lo que me propuse fue provocar al medio académico, de la Universidad Nacional y del país. Dediqué cinco años a recuperar toda una trayectoria de vivencias y rescatar del olvido una tradición de lucha. Para decir: ¡estamos presentes como trabajadores! Y publiqué ese libro, en un momento en que nadie hablaba de huelga, cuando se había decretado la muerte de las huelgas y la inexistencia de la clase trabajadora.
Yo soy profesor universitario y, como tal, soy trabajador: de la cultura y la educación, de un proceso de producción de un valor de uso fundamental que es el conocimiento. El capitalismo lo ha mercantilizado, pero no deja de ser un elemento fundamental para la existencia de las sociedades. No todos los trabajadores tenemos las mismas condiciones porque la clase se encuentra estratificada. Las diferencias entre nosotros están marcadas por el tipo de trabajo que realizamos, el salario y las condiciones socioculturales. Pero nos unifica la condición de trabajadores. Por ello reitero el llamado a reafirmarnos como trabajadores, orgullosos de esa condición: en nuestra organización sindical y más allá de ella; en los colectivos políticos con los que simpaticemos. Esto es decisivo, es nuestra identidad.
Pero, ¿qué nos define como clase trabajadora? No solo nuestro papel en el proceso productivo y de distribución, o si trabajamos en el sector público o el sector privado. Lo que hace que nos constituyamos en un sentido más fuerte como clase trabajadora es que luchemos. Porque cuando nosotros entramos a la fábrica, a la mina, la empresa de transporte, a la administración de una gran cadena de comercio, a la escuela, o al juzgado para administrar justicia, nosotros estamos entrando a un sitio dominado, a un sitio de control, un sitio donde se produce el proceso de enajenación de nuestro trabajo por efectos de la relación social de producción/prestación de un servico o la relación social del intercambio. Ahí mismo, en el lugar del trabajo, tiene lugar la contradicción fundamental que nos diferencia, que nos constituye. Tener conciencia de esa situación es un principio que nos diferencia, hace que nos reconozcamos como parte de la clase trabajadora.
A esta altura de mi intervención, debe quedar claro que la clase trabajadora no está constituida solo por los trabajadores industriales. Porque, como bien saben, hubo un dogmatismo respecto a que del movimiento obrero solo hacían parte los que trabajan en la industria. Pues la industria fue y sigue siendo el sector más avanzado de la producción capitalista y crea un tipo de trabajador, cualificado, de condiciones muy estratégicas en el proceso. Pero esto no significa que el resto no sea clase trabajadora. Y esto es muy importante reconocerlo, porque hubo un proceso de desindustrialización en muchos países en los últimos años del siglo XX y en lo que vamos del XXI, de la mano de las deslocalizaciones y la llamada cuarta revolución industrial. Este proceso, aunado a la flexibilización laboral, ha debilitado a los trabajadores industriales. No obstante, hay que reconocer matices, como la industrialización de sectores como el petrolero y el minero, cuyos trabajadores conocieron nuevas formas de explotación. También en la agricultura se crearon unidades industriales -como por ejemplo en el procesamiento de la caña de azúcar, quizá el más destacado en Colombia- favoreciendo la proletarización del trabajador agrícola. Y qué decir del sector de la informática, cuya revolución exige un tipo de trabajador con unas competencias particulares.
II.
Ante estas nuevas realidades, la organización sindical y los partidos políticos de los trabajadores deben ser recreados. Y en ese proceso los aportes de la revolución científico-tecnológica son valiosos instrumentos: las redes sociales, los celulares y el universo de la moderna tecnología comunicacional, por ejemplo. Mi lectura sobre el uso de la tecnología es heterodoxa, pues no participo de su satanización. Es cierto que la tecnología comunicacional ha servido para consolidar al capitalismo, pero este hecho no nos puede hacer negar que la aparición del computador y el teléfono celular han significado algo muy similar a lo que en su tiempo significó la revolución del libro. Cuando Gutenberg -que debió ser un cura borracho, porque los monjes eran muy borrachos- utilizó la prensa que servía en la producción de vino para la imprenta, y le funcionó, ese invento fue utilizado para democratizar la Biblia, que solo era leída en latín y circulaba exclusivamente entre la alta jerarquía de la Iglesia. Sin embargo, la gente empezó a ejercer su libertad de pensamiento haciendo sus propias interpretaciones de la Biblia, siendo el germen de ese movimiento divisionista – ¡a Dios gracias! – de la Reforma Protestante. Luego el libro se convirtió en un vehículo extraordinario para que las ideas se difundieran, no solo las de la Iglesia, con lo que se favoreció movimientos tan significativos como la ilustración, la revolución francesa, la revolución rusa y la consolidación de la democracia.
Entonces, ¿el libro es una creación de la burguesía? Pues sí y no. ¿La revolución científico-tecnológica es una creación de la burguesía? Pues sí y no. Resulta que en ello también han contribuido los trabajadores, los científicos trabajadores. Visto así, estamos aplicando una perspectiva dialéctica para interpretar la realidad. Podemos criticar el uso de los productos de la revolución científico-tecnológica para la manipulación política, pero al mismo tiempo debemos luchar por un uso más democrático de esos productos, por su emancipación, como en el caso del libro. El libro lo sigue utilizando la burguesía internacional para efectos de propaganda y para imponer códigos de estupidez. Pero, ¿qué haría la clase trabajadora sin el libro? Acaso, ¿por medio del libro no fue posible difundir, en múltiples idiomas, las ideas de Marx o de Lenin? Por tanto, el libro es un campo de lucha, lo mismo que los productos de la revolución científico-tecnológica, aunque sea un hecho innegable que estamos en desventaja en todos los campos de lucha.
Es importante que todos seamos heterodoxos, herejes, frente a las posturas oficiales. En Colombia y México, por ejemplo, se logró utilizar de manera contra hegemónica las redes sociales, en oposición a la dictadura mediática de los grandes conglomerados informativos, que promovieron la hostilidad con los candidatos plebeyos y construyeron una realidad falsa en torno a ellos. Por tanto, el gran desafío de nuestro tiempo para las iniciativas de los trabajadores y su organización pasa por la utilización eficaz y creativa de las redes sociales y los demás productos de la revolución científico-tecnológica.
Lenin se planteó la cuestión de la organización de una manera extraordinaria, que considero necesario traer a cuento en nuestro diálogo. ¿Qué hacer?, fue su pregunta, interrogante que le sirvió de título a un libro que hay que releer con emoción y frescura mental, no con el ánimo de copiar sino de aprender. Porque copiar nos arrastra al dogmatismo y al sectarismo. Porque los proyectos revolucionarios deben ser creativos, si no serán estériles. Retomando el interrogante de Lenin, ¿qué hacer?, ¿por dónde empezar? Y su respuesta fue: “un periódico”. Fíjense que en esa época, a comienzos del siglo XX en Rusia, los periódicos de propaganda revolucionaria debían ser clandestinos. Pero Lenin considero que, aún en esas condiciones, el periódico sería útil para construir redes por toda Rusia y para reunir a escritores de la clase trabajadora en torno al propósito de la propaganda revolucionaria. El periódico se llamó Iskra, “la chispa”, una alegoría sobre el comienzo, lo que va a iluminar.
Hoy debemos tener periódicos también, incorporando los productos de la revolución científico-tecnológica. Puede ser un boletín virtual o una página web que esté a disposición de los trabajadores de Colombia y que los intelectuales podamos escribir allí. Considero, sin la pretensión de “dar línea política” –hay que desconfiar de aquellos que quieren dar línea política, porque esta debe construirse colectivamente-, que ese puede ser una buena manera de volver a reagruparnos, de volver a empezar. Yo, con todas mis canas, tengo ánimo de volver a empezar. Es necesario volver a empezar y ese es el espíritu que debemos recuperar.
Pero no empezamos de cero. Hay que rescatar la fortaleza de la organización Aury Sará como espacio cultural y político de los trabajadores. Está desempeñando un papel destacado y merece ser dinamizado de forma más potente. Hay un proyecto de educación cultural que a mí me emociona mucho, y que comenta Cristóbal, que es el proyecto de la “universidad obrera”. Es un proyecto extraordinario que debe convocar a todos los que estamos en estas reuniones, a todas las corrientes políticas y a todo el movimiento sindical. Es posible hacerlo porque ya se ha hecho. Recordemos, a los 100 años del movimiento universitario de Córdoba, que los universitarios en 1918 lucharon por la autonomía universitaria y la cátedra libre, pero también porque la universidad se abriera a los trabajadores. Se llamaban “universidades populares”, que tuvieron mucha fuerza en México y también en Perú, por iniciativa de Víctor Raúl Haya de la Torre y la Federación de Estudiantes. El gran escritor marxista José Carlos Mariátegui hizo varios libros, en conferencia con los trabajadores: sobre la política mundial, la primera guerra mundial, la revolución rusa, la revolución mexicana, y todo eso se lo hablaba con los trabajadores en reuniones. Se enseñaba también matemáticas, lenguaje, nociones de filosofía, historia, geografía y los principios de economía política. Todo ello en medio de una austeridad tremenda, por la falta de recursos.
Hoy podemos crear una universidad obrera con mayor fortaleza en lo financiero para asegurar estabilidad, y debe tener un sentido muy afirmativo de vocación por enseñar, por aprender y por formar. Debe constituirse, además, como foro público que discuta los problemas nacionales e internacionales del momento. Si, por ejemplo, la patronal propone privatizar Ecopetrol, la universidad obrera debe, no solo llamar a la opinión pública a defender Ecopetrol, sino también constituirse en un polo de pensamiento colectivo sobre cómo enfrentar esa propuesta. Y eso es participar de la construcción de un proyecto revolucionario.
Nosotros tenemos que entender que la clase trabajadora es, además, tradición y herencia, lo cual define nuestra personalidad. Nosotros somos clase trabajadora bananera que enfrentó a la United Fruit Company en 1928, la que hizo la gran huelga heroica del proletariado colombiano. Esa huelga es nuestra. Debemos volverla a estudiar, aprender de sus claves, de su intensidad, de su derrota, de su alcance. Porque esa huelga significó la caída del régimen conservador, un cambio en las relaciones políticas del país y en la dinámica de las luchas la clase trabajadora en los años 20. Se creó una tradición extraordinariamente rica, una conciencia que quedó en el corazón de la clase trabajadora y en la política nacional. Jorge Eliecer Gaitán, por ejemplo, se compromete con el estudio y la investigación de la masacre en la zona bananera, una de las claves para entender el fenómeno del caudillo popular. Gaitán y Gabriel Turbay investigan y hacen los grandes debates en el Congreso de la República denunciando al gobierno conservador por la masacre cometida contra los trabajadores de la United Fruit Company. Gaitán también fue coautor, con el sindicato de Bavaria, de la Convención Colectiva en los años 1926-1927, que instaura a nivel de la convención colectiva la jornada de 8 horas de trabajo. Es la gran conquista de la clase trabajadora, que se hizo también en el Ferrocarril del Pacífico. A través de huelgas y luchas para impulsar su materialización en convenciones colectivas, se va avanzando hasta lograr que se convierta en ley. Esa herencia es nuestra. Esa es nuestra tradición.
La USO hizo la gran movilización del 9 de abril. Porque el 9 de abril de 1948 no solo fue el movimiento en Bogotá. El más organizado y potente, desde el punto de vista organizativo fue la construcción de la “Comuna de Barranca”, en la que la clase trabajadora se tomó el poder y se constituyó como gobierno popular obrero-campesino, dirigido por la Unión Sindical Obrera. Hay un libro de Gonzalo Buenahora, que estuvo ahí, La comuna de Barranca. También de Apolinar Díaz con el mismo título, y que fue directo protagonista.
Hay una tradición que tenemos que volverla parte de nuestra genética. Lo que parece muerto en realidad está vivo en la conciencia nuestra, no por el simple hecho de recordar sino porque de allí viene nuestra fuerza de lucha. Porque solo así se entiende que los que representan mejor la nación y su dignidad es la clase trabajadora, no los ricos capitalistas ni los políticos profesionales. Somos nosotros y nosotras. Y en ello tenemos un déficit enorme.
III.
Un proyecto revolucionario emancipador debe ser pluralista, compañeras y compañeros, o no será revolucionario emancipador. Por tanto, resulta necesario prescindir todo tipo de sectarismos y grupismos. Ahora bien, un asunto de primer orden al respecto es el de reconocer que la clase trabajadora somos mujeres y hombres. Las mujeres desempeñan un rol central en el proyecto revolucionario. No son simplemente un refuerzo, y sus consignas un añadido. En ese sentido, en primer lugar, debemos disputarle la familia a la ideología dominante, que se reproduce en aquella a través de los medios de comunicación y la asistencia social. Así sucede con el machismo – por ejemplo, por medio del trabajo doméstico no remunerado- y con los demás pilares del orden social imperante en lo social, político, económico, cultural… La familia es, entonces, un campo de batalla ideológico que debemos disputar. Porque no podemos pensar ni construir una ética para la lucha sin el sostén de la familia trabajadora. La clase trabajadora implica a la familia trabajadora. En el Manifiesto Comunista Marx y Engels nos hablan de la familia trabajadora y de la familia burguesa, y lo destaco para que abordemos el estudio del Manifiesto en todas sus dimensiones.
Otro asunto de la mayor importancia es el de comprometernos con el combate del machismo y su par, las concepciones homocéntricas del mundo y del conocimiento. Inconscientemente, así creamos lo contrario, reproducimos el machismo en nuestra vida cotidiana porque hemos sido educados en el machismo. Esto hay que reconocerlo como parte del proceso renovador y dinamizador del movimiento revolucionario.
Fíjense ustedes, estudiosos de las revoluciones en la historia, que la revolución rusa la hacen las mujeres. La gran manifestación de febrero de 1917 del día internacional del trabajo, son las mujeres de las fábricas textiles las que la lideran, seguidas por las de la industria Putilov. Y en el barrio Viborg, que era el barrio obrero de Petrogrado, son las familias proletarias, lideradas por mujeres, las que construyen las grandes manifestaciones y desencadenan el proyecto cultural de la caída de la monarquía Romanov, que abrió al proceso de la República y luego de la revolución. Sobre esto hay descripciones bellísimas de la historia de la revolución rusa hechas por León Trotsky, que constituyen un verdadero homenaje. Resulta que varias de las que estaban ahí en ese proceso tenían a sus compañeros, sus hermanos y sus padres en la guerra, y por eso con mayor ahínco necesitaban tumbar la dinastía de los Romanov, para que Rusia no siguiera participando de la carnicería mundial de la primera guerra.
Esa singularidad y ese papel de las mujeres llevan a que con la revolución rusa se logren transformaciones sustanciales, como reconocer de hecho el derecho al divorcio, el aborto; el derecho a las formas transformadoras del trabajo doméstico, las guarderías infantiles por barrio y por unidad de vivienda y los comedores colectivos para que la mujer se pudiera emancipar de la esclavitud doméstica y pudiera participar de los procesos educativos y sociopolíticos. El Ministerio más importante del gobierno de Lenin, que era el Ministerio de Asuntos Sociales, estaba en cabeza de Alejandra Kollantai, la gran teórica y luchadora feminista, y los bolcheviques tuvieron que aprender en la realidad lo que su doctrina les había enseñado pero que no practicaban. Aunque hay que reconocer que hizo bien Lenin al proclamar que su gobierno realizaba el programa de las mujeres. Y también Trotsky, cuando reconoce las bondades de las reformas, pero denuncia que la estructura socio cultural arcaica y la dominación de la clase propietaria descansa sobre el control de la familia y la mujer. Tanto Lenin como Trotsky dieron en el clavo, y nosotros debemos sacar lecciones de este asunto y asumirlo para nuestro proyecto revolucionario.
Tenemos que dialogar con las feministas. Pero hay que reconocer que actualmente las mujeres de la burguesía disputan el liderazgo por los derechos civiles, por el derecho al aborto, al libre desarrollo de la personalidad y de la identidad sexual, con los límites que su visión del mundo impone al conjunto de las mujeres. Muchas feministas nos van a decir que lo que prima es el reconocimiento y las reivindicaciones de género, y que la categoría clase diluye las luchas de las mujeres. Las consignas de las mujeres trabajadoras deben trascender esos límites, por la emancipación completa de la mujer, y todos nosotros debemos apropiarnos de esas consignas y de esas luchas. Ese es un asunto central del proyecto revolucionario de nuestro tiempo. Hay que combinar las consignas propias de las mujeres con las consignas de la emancipación social.
IV.
Nosotros tenemos que dialogar con los jóvenes y, en particular, con el movimiento estudiantil. En mi época de estudiante universitario, yo tuve la suerte de relacionarme con sindicatos. En varias ocasiones visité el hotel donde se hospedaban los directivos de la USO en Bogotá, que quedaba frente del parque de las Nieves, enseguida de la iglesia. Entablé unos diálogos muy fructíferos y resulté siendo invitado a cursos en la escuela de la USO en Barrancabermeja, porque los directivos de la época vieron en mí un joven que, además de nutrir la asistencia, podría aprender y formarme. También conté con la oportunidad de relacionarme, junto con un grupo de compañeros, con los trabajadores y el sindicato de las empresas públicas de Cali, quienes crearon un clima favorable para el diálogo, sin mediar ninguna transacción política. Estas interacciones nos llevaron a los jóvenes a tomarnos la lucha revolucionaria en serio. Muchos de nosotros lideramos el movimiento estudiantil, con la perspectiva de abrir la universidad a la presencia de la clase trabajadora.
Hay que crear escenarios para el diálogo con la juventud y también con la academia. Cristóbal y la Aury Sará están haciendo un trabajo destacado en ese sentido y debemos acompañarlo y potenciarlo como parte de un proceso de apertura de espacios de diálogo social, de acción comunicativa como diría Habermas. Cristóbal trajo a cuento, en la inauguración de este encuentro, la experiencia brasilera. Pues resulta que allí una de sus fortalezas fue la alianza entre intelectuales, estudiantes, campesinos y obreros, experiencia relacional que debemos tener como referente.
V.
Hay que volver a hablar del programa de la revolución, un elemento aparentemente formal, pero en realidad sustancial de un proyecto emancipador. Hablar de programa significa pensar y proponer una sociedad y un mundo diferente, lo cual implica imaginar, desear, soñar. El capitalismo nos ha querido cercenar esa posibilidad a través de un bombardeo ideológico fuerte, para que naturalicemos la sumisión, la obediencia y el orden de cosas imperante. “El capitalismo es lo mejor posible”, nos dicen. El único deseo que se promueve, porque es compatible con el capitalismo, es el de consumir. El consumismo es esencia de la sociedad contemporánea: la ilusión de la realización individual a partir del consumo.
Nosotros, por el contrario, debemos invitar a imaginar un mundo mejor porque realmente puede ser mejor. Existen las condiciones materiales para hacerlo. El asunto pasa por una planeación y organización social en oposición a la anarquía del mercado. También por una redistribución de la propiedad y de la riqueza con criterios de dignidad y equidad. Al respecto, Ernest Mandel decía que el plan brota de la ciencia y de la realidad misma. Y resulta que la realidad nos grita el absurdo de un esquema de producción de carácter social con apropiación privada. ¿Por qué la apropiación no puede ser social, al igual que la producción?
En Colombia, por ejemplo, más del 7% de su población es analfabeta. ¿No será posible resolver esto con una política educativa no excluyente ni elitista? Cuba, Bolivia y Venezuela resolvieron el problema del analfabetismo en pocos años, ¿por qué nosotros no podríamos hacerlo también? Podríamos hacer el mismo planteamiento a propósito de otros desafíos de envergadura, como el hambre y el exterminio y la exclusión de afrocolombianos e indígenas. ¿Imposible de resolver?
Al triunfar la revolución rusa, se encuentra con una maraña de asuntos por resolver. El imperialismo ruso descansaba sobre una base socioeconómica atrasada. Los problemas agrarios, industriales, de opresión de nacionalidades, entro otros, se profundizaron en el contexto de la Primera Guerra Mundial, la cual denunciaron Lenin, Luxemburgo y demás intelectuales marxistas, antes de que se desencadenara, por considerarla oprobiosa para los trabajadores. Rosa y los espartaquistas fueron asesinados por el militarismo alemán por haberse opuesto a la guerra y todo lo que implicaba esta para el pueblo alemán. Entre tanto, Lenin, Trotsky y los líderes bolcheviques van a la levantar la consigna de la paz, en oposición al gobierno democrático-liberal de Kerensky que se mostró impotente en esta cuestión.
También estaba el problema de la tierra, que animó furiosos debates en torno a los alcances de la reforma agraria, sobre la hacienda, el latifundio y el carácter de la producción en el campo. Lenin acogió entonces las consignas del Congreso Campesino y de los social revolucionarios y llamó a la reforma agraria. Al llamado de Paz, le sumó el de Tierra.
Pero el pueblo tenía hambre. La economía de guerra y la crisis económica había devastado el aparato productivo, por lo que se llamó al control obrero de las fábricas y a las nacionalizaciones. Pan, tercer punto del programa.
También estaba la cuestión de las nacionalidades oprimidas por el imperialismo ruso, como los finlandeses y ucranianos. En Rusia, las colonias estaban dentro de la geografía del país. Lenin, uno de los que mejor ha pensado el problema de la autodeterminación de los pueblos en el mundo, les brindó la posibilidad de decidir su destino de manera libre: hacer parte o no de Rusia. No se trataba de una apología a la atomización de las naciones en oposición a la revolución internacional, sino de la reivindicación de la libre asociación de los pueblos. En ese contexto, Finlandia decidió separarse de Rusia por medio de un referéndum, resultado que Lenin aceptó pesaroso. Entonces, la autodeterminación de los pueblos oprimidos fue un asunto importante dentro de la revolución rusa que se combinaba con la propuesta de Federación para los que quisieran mantenerse.
Yo voy a proponer un ejercicio como internacionalista, analizando brevemente el caso de Cataluña. Nos interesa, no solo el movimiento obrero, sino el proceso mismo en España. Cataluña pide el derecho de la autodeterminación, y el régimen de la monarquía constitucional española se lo niega y se le responde con represión. El nacionalismo catalán se convirtió en una fuerza muy poderosa de los grandes industriales y financieros. Es, junto con la región vasca, las más importantes y ricas, con una clase trabajadora numerosa y una opinión pública ilustrada. El nacionalismo catalán se fue centrando en la batalla republicana, por la presión de las multitudes que quieren ir más allá del nacionalismo tradicional y asumir lo republicano. Esto quiere decir que nosotros no somos monárquicos, como la burguesía colombiana que adora a los borbones españoles, el rey Borbón es “fiesta nacional”. Nosotros somos tradición republicana, que fue la derrotada en la Guerra Civil Española (1936-1939). Ser republicano hoy es propiciar el carácter laico del Estado, de la educación, de las relaciones civiles de la sociedad; y declarar que hay que respetar a la religión y que esta es un asunto privado. Al igual que apoya una organización del Estado de tipo federal, que combine la más amplia democracia regional y local en un pacto nacionalidades para mantener un Estado común. El proceso que se vive en Cataluña de transformación del nacionalismo en republicano tiene un acento democrático relevante, bien interesante para analizar y que uno debe apoyar.
Teniendo en cuenta las experiencias internacionales y la de la Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1917, pero también las enseñanzas del teórico catalán André Nin, creo que uno da en el clavo al definir cuál debe ser nuestra actitud internacionalista ante lo que sucede en Cataluña y en España. Tiene derecho a la autodeterminación, que voten y hagan sus plebiscitos, pero nosotros creemos que es un error independizarse de España porque debilita la causa del socialismo, allí y en Europa. La separación debilita el sentido de la unidad internacional, pero nosotros somos respetuosos por demócratas. Si los catalanes quieren su autonomía, hay que respetarla. Demos fórmulas alternativas, como las que propuso Lenin de la Federación, que no le funcionó con Finlandia, pero con otras nacionalidades sí: “ustedes son autónomos, pero estarían dentro de una Federación democrática”. La autonomización total, la separación, lo que hace es dispersar, atomizar y enfrentarnos a todos en condiciones de desventaja frente al capitalismo mundial. En cambio, si sus derechos se les reconocen, sus “fueros” como ellos los denominan, pero no se van, es un régimen federal cuyos contenidos se deben negociar reconociendo los derechos de autonomía y la unidad de España. Es un ejercicio que yo propongo porque es un ejemplo contemporáneo que nos atañe como internacionalistas, debemos hablar de estos problemas y discutir nuestras posturas. Hay que meterse en la discusión. No podemos declararnos impotentes para pensar los problemas que nos atropellan y que el problema de Cataluña es solo de expertos en derecho constitucional. ¡No! Tenemos que aprovechar la oportunidad para exponer nuestro criterio sobre la autodeterminación como derecho y bajo la fórmula de la Federación. ¡Sencillísimo!
Ahora bien, la democracia no estuvo ausente de las realizaciones de los bolcheviques, la cual fortalecieron y ejercieron a través de los Soviets, consejos de obreros. La gente organizada en las fábricas, en las unidades económicas, en los barrios populares, en las haciendas, en los cuarteles, por doquier… constituían al final soviets por ciudad, siendo el de Petrogrado el más famoso por su papel en la insurrección de 1917. Órganos constituidos para el ejercicio del poder por parte de los trabajadores. Trotsky impulsó los soviets desde 1905 a través de su trabajo teórico y práctico sobre el poder dual, poder alternativo al burgués.
Llegado el momento definitivo, de definir el rumbo de la revolución rusa: si optar por la toma del poder para realizar transformaciones democrático burguesas y luego pasar al socialismo; o, en sintonía con el llamado de “Las tesis de abril” de Lenin, tomar inmediatamente el camino de la revolución socialista, resultó que el poder ya estaba todo en los soviets. Por tanto, había que ejercer el poder. Los trabajadores organizados en soviets dejaron de sostener el gobierno de Kerensky y pasaron a acoger el programa de los bolcheviques. Estos, pasan de ser partido minoritario a ganarse a los trabajadores organizados de toda Rusia, y a elegir a su líder como líder de la revolución. La consigna de “todo el poder a los soviets” le otorga su singularidad y grandeza a lo que ocurrió en octubre de 1917.
Nota: Este texto es producto de la edición realizada por el colega Oscar Espitia, de la transcripción realizada por la compañera Marta Barón.
* Abogado, magister en Filosofía y doctor en Historia. Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente es profesor titular de la Facultad de Filosofía y director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre. Correo electrónico: rsangel49@gmail.com
Texto adscrito al grupo de investigación Filosofía y Teoría Jurídica Contemporánea, línea de investigación Política y Derecho, de la Facultad de Filosofía de la Universidad Libre, sede Bogotá, D. C.
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