Eduardo Galeano, sentipensante

POR RENÁN VEGA CANTOR /

A propósito de la «gota fría» (DANA) en Valencia.

El 29 de octubre se presentó una torrencial lluvia en el territorio de la provincia de Valencia (España). En ocho horas cayó tanta agua de lluvia como la que se vierte en un año. El resultado fue catastrófico, porque se inundaron barrios de la ciudad de Valencia y de pueblos aledaños, se destruyeron puentes, carreteras, vías férreas y murieron 230 personas.

Este acontecimiento permite analizar diversos hechos para enfatizar los vínculos entre capitalismo y cambio climático, entre ellos el impacto destructor de la gestión capitalista-neoliberal del mundo urbano; el automóvil como máxima expresión simbólica del uso de combustibles fósiles; el centro comercial convertido en el templo del consumo capitalista y de su lógica fosilista; y la falacia de los desastres naturales, ahora enfatizados en forma mecánica cual si fueran resultado directo del calentamiento global, dejando de lado que son resultado del funcionamiento del capitalismo realmente existente.

Impacto del fenómeno DANA Valencia (España).

Calentamiento global y gestión capitalista del mundo urbano

La lluvia extraordinaria en Valencia es un resultado directo del caos climático que hace más fuerte a la tormenta denominada DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), conocida popularmente como «gota fría». El calentamiento global se expresa en la elevación de la temperatura del mar mediterráneo y el incremento de la humedad que retiene la atmosfera, lo que genera DANAS más frecuentes e intensas. En términos más concretos, en la DANA una masa de aire polar queda aislada y circula a altitudes entre 5 mil y 9 mil metros y luego choca con el aire cálido y húmedo que circula en el mar Mediterráneo, con lo que se genera grandes tormentas, sobre todo a finales del verano y comienzos del otoño, momento en que las temperaturas del mar son más altas.

Este fenómeno climático se torna más frecuente y destructor, como resultado directo del caos climático mundial, y su destrucción es todavía mayor en aquellas zonas en las cuales la gestión capitalista del mundo urbano muestra toda su perversidad. De esta forma, el calentamiento global indica la irracionalidad del capitalismo en lugares concretos, porque en Valencia la catástrofe está ligada al tipo de desarrollo urbano de índole neoliberal y capitalista. Este se caracteriza por un desaforado incremento en la construcción de edificaciones, que llena el paisaje de hormigón y cemento y destruye las zonas rurales; por la ampliación de la red urbana hasta ocupar zonas inundables; por la presión del mercado inmobiliario y del turismo que conduce a construir en lugares inhabitables y de alto riesgo, donde eran previsibles inundaciones en cualquier momento si se tiene en cuenta que Valencia ha soportado riadas periódicas desde hace siglos, algunas de ellas en los últimos 65 años.

A la urbanización capitalista que privilegia la ganancia inmediata, sin importarle los efectos sobre la vida real de la gente, debe agregarse la mala gestión política en el plano local. Por eso, no existen planes de prevención, coordinados y de índole colectiva, sino que todo queda reducido al individualismo extremo y al darwinismo social de «sálvese quien pueda» y mucho mejor si se «salva en automóvil». Puesto que la lógica capitalista domina, el día de la tormenta los dueños de empresas, oficinas y centros comerciales obligarstrong>

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La emergencia en Valencia por el fenómeno DANA.

Las autoridades dieron muestras increíbles de incapacidad, como se comprueba con el autismo del presidente de la provincia de Valencia, el conservador Carlos Mazón, quien a las 13 horas del 29 de octubre anunciaba que la intensidad del temporal se reduciría a las 18 horas y por lo tanto no había de que preocuparse. Ese mismo funcionario solo dio la alerta a las 22 horas, cuando mucha gente estaba atrapada en sus casas o en sus automóviles y muchos ya habían muerto o estaban muriendo. Para medir el impacto de esa acción criminal, valga recordar que a las siete y media de la mañana de ese mismo día -es decir seis horas antes del anuncio tranquilizador de Mazón- la Agencia Estatal de Meteorología ya había elevado la alerta al nivel máximo, debido a la magnitud de la torrencial lluvia.

El comportamiento demencial que genera el capitalismo y lleva a no prever los impactos de las catástrofes, en aras de no entorpecer el funcionamiento de los negocios ni alterar la tasa de ganancia, se expresa en lo que hacen las autoridades gubernamentales. Así, en Valencia el mismo martes 29 de octubre, pocas horas antes de que sucediese la catastrófica inundación, Mazón recibió el Certificado (premio) a la Sostenibilidad Turística que se le concedió a la Provincia de Valencia y, con cinismo manifestó: «No hay lucha entre competitividad y sostenibilidad. Es fake».

A comienzos de 2024, a la provincia de Valencia se le había otorgado el Premio de Innovación en Medio Ambiente y Sostenibilidad. Que se otorgaran esos dos premios, concedidos por entidades neoliberales a gobernantes neoliberales, muestra el grado de disonancia cognitiva de los mandamases políticos en el capitalismo, porque, por lo visto en Valencia, la sostenibilidad de la que hablan es tan desechable como las mercancías que produce el capitalismo. En la Comunidad de Valencia, dicha sostenibilidad voló en añicos el 29 de octubre de 2024, ante el impacto de la «gota fría».

Toda esta demagogia adquiere visos de cinismo criminal, al compararla con la magnitud de la tragedia de Valencia, en la cual los barrios inundados fueron los periféricos, los que habían sido construidos en zonas inundables y donde habitaban los sectores sociales más humildes de la sociedad valenciana. Esta ha sido una catástrofe de clase, porque si bien fueron impactados los intereses capitalistas, (bancos, centros comerciales, oficinas corporativas, se paralizaron actividades durante varios días, los trabajadores dejaron de afluir a los sitios en donde laboran…), en el corto y el largo plazo los verdaderos damnificados son los más pobres.

El automóvil, símbolo del calentamiento global y de su impacto destructivo

Si hay algún artefacto técnico que pueda concebirse como el ícono representativo del calentamiento global es, sin duda, el automóvil, por múltiples razones: es el producto por excelencia del capitalismo, por el culto al individualismo, al consumismo hedonista y posesivo, al egoísmo y la competencia desenfrenada; existe gracias al petróleo, sin el cual nunca se hubiera llegado a inventar, y se mueve activado por esa energía fósil; para su producción se requieren grandes cantidades de minerales, que se extraen del suelo y subsuelo, lo que produce destrucción ambiental y contaminación; de principio a fin de su vida (in)útil es fuente generadora de Gases de Efecto Invernadero, que alteran el clima del planeta y lo recalientan; cuando es un desecho se convierte en un material tóxico y peligroso, que se suele enterrar en cementerios de coches, que ocupan mucho espacio y contaminan fuentes de agua o, simplemente, se les deja abandonados a la vera del camino en los barrios pobres de cualquier ciudad.

Todo esto que, para algunos podría parecer mera especulación o divagaciones que no se ven en la vida cotidiana, adquiere una terrible actualidad por lo que ha sucedido en la ciudad de Valencia y pueblos que la circundan.

Para empezar, en las calles de Valencia, donde antes circulaban los autos, esos vehículos se encuentran arrumados, unos encima de otros, como si eso fuera producto de un montaje fotográfico propio de la Inteligencia Artificial (IA). Pero no, es una escena del mundo real, un ejemplo visual del caos que genera el impacto de las fuerzas de la naturaleza -cuando se abusa de ella- en términos de la vida cotidiana.

Hay una cifra significativa sobre la destrucción que la DANA generó en la flota automovilística: en la ciudad de Valencia y pueblos de las cercanías fueron arrasados y sepultados por la riada unos 200 mil automóviles, y en el interior de decenas de ellos murieron muchas personas. El automóvil se convirtió en la última morada de muchos valencianos y, a su vez, los carros destruidos transformaron al medio urbano en un gigantesco cementerio de chatarra inservible y contaminante. Esto quiere decir que, de un momento a otro, doscientos mil automóviles se convirtieron en chatarra inservible, que ocupa gran cantidad de espacio.

Los autos terminaron siendo barreras que impidieron que el agua fluyera, lo cual agravó la situación, con lo que se pone de presente el impacto geográfico del automóvil que ocupa gran parte del espacio urbano (autopistas, calles, plazas, parqueaderos, bombas de gasolina, talleres de reparación…). De repente, gran parte del territorio de Valencia y de ciudades circundantes se convirtió en un gigantesco cementerio de automóviles. Así, surgieron miles de toneladas de basura de distinta índole, gran parte de la cual ni siquiera puede ser reciclada, debido a los daños causados por el agua y el lodo.

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