El capitalismo como religión

POR JUAN DAVID CABRERA

El capitalismo es una religión de puro culto. El simple hecho de existir nos implica vivir dentro del sistema, lo que implica también hacerle culto. Más que demostrada está la debacle ambiental a la que estamos condenados si no cambiamos urgentemente de sistema, pero nos empecinamos en mantener una economía basada en el crecimiento.

En el ya mítico escrito cuyo nombre inspira esta columna, el filósofo alemán Walter Benjamin hacía una feroz crítica al capitalismo. Y lo hacía mostrando cómo el sistema que nos rige funciona tal como una religión; como una religión con características muy especiales. Como el resto de religiones del mundo, el capitalismo busca, fallidamente diría yo, aliviar las ansiedades y angustias existenciales. Sin embargo, a diferencia del resto de religiones, el capitalismo es una religión de puro culto, sin dogmas. Es un culto permanente; todos los días se le hace reverencia al capitalismo. Y su peor característica: el capitalismo no ofrece la salvación, sino la pura destrucción de la existencia.

El capitalismo es una religión de puro culto. El simple hecho de existir nos implica vivir dentro del sistema, lo que implica también hacerle culto. Sea que seamos trabajadores, empresarios, rebuscadores, desempleados, todos los días debemos ganarnos la vida (o perderla) dentro del sistema, del cual no tenemos escapatoria. Aun los que criticamos el sistema debemos ganarnos la vida dentro de él. Se le hace culto constante a la acumulación de riqueza sin límite, a la idea de que no valemos si no trabajamos, a la noción de que se es pobre porque se quiere. A la idea de que el rico ha hecho su riqueza por su propio trabajo, como si no mediara la explotación de sus trabajadores. Y así, nos oponemos a que los ricos tributen más; incluso las clases trabajadoras salen a marchar contra sí mismas. Le hacemos culto a la desigualdad y a la pobreza producidas por el capitalismo salvaje.

El culto es permanente. Incluso en nuestros días de descanso estamos preocupados por la productividad que debemos tener en la siguiente semana. Nos medimos sólo por criterios de eficiencia y productividad. Nuestro valor como seres humanos ya no es por existir sino por producir. Nos deprimimos si no tenemos empleo, y esa misma depresión es en sí misma un culto al capitalismo. Criticamos fuertemente el aumento del precio del dólar y culpamos al gobernante de turno, pero olvidamos que si viviéramos en sociedades más solidarias (por ejemplo, con un ingreso básico universal; y con vivienda, salud, pensión y educación universales), nuestras preocupaciones sobre el precio del dólar no serían tan existenciales. Incluso salimos a oponernos a estas reformas solidarias que beneficiarían a la mayor parte de la población. Le hacemos un culto constante al egoísmo.

Finalmente, el capitalismo no redime, sino que condena. Más que demostrada está la debacle ambiental a la que estamos condenados si no cambiamos urgentemente de sistema, pero nos empecinamos en mantener una economía basada en el crecimiento. En un crecimiento que solo beneficia a una mínima parte de la población: a los más ricos. Incluso nos oponemos a reformas que pretenden reducir las emisiones de dióxido de carbono, aún a sabiendas de que es suicida seguir emitiendo.  Y lo más triste es que si nuestro periférico país dejase de emitir, lo cierto es que, si las grandes potencias lo siguen haciendo, y si siguen creciendo (léase devastando el medio ambiente), no hay posibilidad alguna de salvación.

Es urgente cambiar de culto. Es urgente el culto al amor, a la vida y al apoyo mutuo.

Dejusticia, Bogotá.

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