POR JULIO CÉSAR LONDOÑO
Hay frases que van a la fija, “la vida de un niño palestino vale tanto como la vida de un niño israelí”, y aciertan porque no dicen nada, son ruido blanco, obviedades diplomáticas para capotear la prensa, aunque pueden provocar las protestas de los viejos: ¡cómo así que solo tienen valor las vidas de los niños!
Algunos tienen claro que la guerra no empezó con Abraham y sus dos mujeres ni en 1948 sino ayer, el 7 de octubre con el ataque de Hamás, se recrudeció por un trino de Petro y alcanzó cotas dramáticas por las declaraciones de la Vicepresidenta y por la destemplada reacción de la Universidad de Harvard, que decidió postergarle una condecoración a Francia Márquez, quizá por insinuar que los niños palestinos sufren más que los niños israelíes.
Debíamos inventar la unidad del dolor, los decibeles del alma, digamos. Ah, y que el “dolorímetro” no lo controle Occidente, que invade, bombardea, roba y sale gritando ¡cójanlo, cójanlo! Los desastres del mundo y las multinacionales del crimen (narcotráfico, multitudes de refugiados, minería sin normas ambientales, lavado de activos y corrupción a gran escala, tráfico de armas, calentamiento global) son engendros incubados en los países del primer mundo.
Algunos saben que Netanyahu es un líder de la lucha contra el terrorismo; la prueba es que lo apoya Estados Unidos, que lucha por la paz desde sus 750 bases militares en 80 países del mundo. Lo que pasa es que los palestinos bombardean sus propios hospitales para desacreditar a Netanyahu.
Netanyahu juró exterminar a los palestinos, empresa que adelanta con entusiasmo levítico. Al tiempo, es amigo de Trump, Biden y Putin, que bombardea a Ucrania, ¡pero los malos son los palestinos! No entiendo. La geopolítica mundial es inescrutable. Y occidental.
La “neutralidad” tiene dos defectos. El primero es que diluye la responsabilidad moral: todos somos culpables, por lo tanto nadie es responsable. El segundo es que no existe. Nadie, ni las potencias, ni las multinacionales, ni los jueces, ni los medios, ni los dioses son neutros. Después de una frase neutra, viene siempre el sesgo: los niños palestinos sufren más. O los israelíes.
La declaración de Petro tenía que caer mal porque Colombia, “el Caín de América”, siempre se alineó con EE.UU. y con las potencias de Occidente, lavaperros de EE.UU. Y uno entiende que el presidente fuera criticado en los primeros días, cuando nos llegaron las dolorosas imágenes de los estragos del ataque de Hamás. Pero hoy, cuando vemos la monstruosa represalia de Netanyahu, entendemos que Petro tiene razón: hay que estar del lado palestino, ese pueblo débil que enfrenta las iras y los intereses de Israel y de Occidente, y que está un tris molesto luego de perder el 90% de sus tierras a manos israelíes y sufrir humillaciones en su propio país por una fuerza extranjera y desalmada (casi digo fascista).
Las potencias son culpables por trazar fronteras solo con los teodolitos del cálculo económico, así queden en la misma zona o en el mismo país sunitas y chiitas, musulmanes y cristianos, israelíes y palestinos, rusos y ucranianos. ¿Tendrán sus líderes algún reato de conciencia por los siglos de colonialismo y neocolonialismo? ¿Cómo tienen la caradura de seguir vociferando que son enviados de Dios para luchar por la libertad y contra el terrorismo?
Yuval Noah Harari, el más brillante intelectual judío, escribió la semana pasada en The Washington Post que el Gobierno de Netanyahu es una facción fanática, populista, mesiánica, oportunista y cínica. No dijo “nazi”, pero lo pensó.
Puesto a elegir entre el imperialismo ruso y el norteamericano, elijo el chino, que no bombardea pueblos débiles. Y siempre que David enfrenta a Goliat, tomo partido por David. Soy sentimental.
El Espectador, Bogotá.
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