POR JAIME FLÓREZ MEZA /
“La aparición de nuevas maneras de pensar y comunicarse, hace entre 70.000 y 30.000 años, constituye la revolución cognitiva. ¿Qué la causó? No estamos seguros. La teoría más ampliamente compartida aduce que mutaciones genéticas accidentales cambiaron las conexiones internas del cerebro de los sapiens, lo que les permitió pensar de maneras sin precedentes y comunicarse utilizando un tipo de lenguaje totalmente nuevo”.
– Yuyal Noah Harari.
En su conocido libro De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (2015), el historiador israelí Yuval Noah Harari plantea con una brillante profusión de ejemplos que, contrario a lo que generalmente se ha dicho, la agricultura no fue la primera revolución de la humanidad, sino una muchísimo anterior en milenios: la revolución cognitiva.
Habría que precisar que esta denominación proviene de la psicología y señala el surgimiento, situado a mediados de los años cincuenta del siglo XX, de la psicología cognitiva como “nueva ciencia de la mente”, en contraposición a la psicología conductista o al paradigma conductual en el campo de la psicología. En pocas palabras la psicología cognitiva tiene que ver con el estudio de las emociones, los pensamientos y todo tipo de imágenes mentales; esto es, de los procesos internos o encubiertos del comportamiento.
No obstante, como explica el psicólogo José Dahab (2015), el cognitivismo no fue ninguna revolución o superación ni mucho menos sustitución de la corriente psicológica conductista, sino, más bien, una evolución de la misma y de la psicología como tal: “Los indicadores históricos, muestran una evolución, no una revolución propiciada por el advenimiento de la nueva ciencia de la mente. […] la transición hacia el estudio de procesos encubiertos se produjo desde dentro del conductismo, ya en la década del 30, mucho antes de la llamada revolución cognitiva”. Entonces, desde una perspectiva histórica del campo de la psicología, la revolución cognitiva fue más un mito que una ruptura. Mito será una palabra clave en este análisis periodístico.
Obviamente, el uso y sentido que le da Harari en su libro a la expresión revolución cognitiva es, a efectos de su análisis interdisciplinario, muy distinto al del debate entre dos corrientes psicológicas. Para Harari la primera gran revolución humana no fue la agrícola sino la cognitiva, entendiendo este concepto básicamente como una compleja urdimbre de pensamiento, lenguaje, comunicación y cultura. Pero conviene ir por partes. Siguiendo a Harari, el lenguaje está en el centro de esta trama. De hecho, el lenguaje fue el primer sistema de representación. Sin embargo, “no era el primer lenguaje. Cada animal tiene algún tipo de lenguaje. […] ¿Qué es, pues, lo que tiene de tan especial nuestro lenguaje? La respuesta más común es que nuestro lenguaje es asombrosamente flexible. Podemos combinar un número limitado de sonidos y señales para producir un número infinito de frases, cada una con un significado distinto”.
Más asombrosa es la segunda teoría sobre la singularidad del lenguaje humano que expone Harari:
“… nuestro lenguaje único evolucionó como un medio de compartir información sobre el mundo. Pero la información más importante que era necesaria transmitir era acerca de los humanos, no acerca de los leones y los bisontes. Nuestro lenguaje evolucionó como una variante de chismorreo. Según esta teoría, Homo sapiens es ante todo un animal social. La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción. No basta con que algunos hombres y mujeres sepan el paradero de los leones y los bisontes. Para ellos es mucho más importante saber quién de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo”.
Evidentemente, este uso del lenguaje oral conocido como chismorreo es una característica de la comunicación humana. Aun así, es menos habitual considerarlo una de las fuentes de otros sistemas de representación como, por ejemplo, la religión, la política, la literatura y los medios de comunicación. “La teoría del chismorreo puede parecer una broma, pero hay numerosos estudios que la respaldan”, dice Harari. “Incluso hoy en día la inmensa mayoría de la comunicación humana (ya sea en forma de mensajes de correo electrónico, de llamadas telefónicas o de columnas de periódicos) es chismorreo. Es algo que nos resulta tan natural que parece como si nuestro lenguaje hubiera evolucionado para este único propósito”. Sin embargo, más que este rasgo social tan propio de nuestra especie, lo más revolucionario del lenguaje que usamos desde entonces es la capacidad infinita que tenemos de construir ficciones y creer en ellas de una manera cooperativa a gran escala. Justamente en eso consiste la revolución cognitiva en los términos en que la plantea Harari:
“Lo más probable es que tanto la teoría del chismorreo como la teoría de ‘hay un león junto al río’ sean válidas. Pero la característica realmente única de nuestro lenguaje no es la capacidad de transmitir información sobre los hombres y los leones. Más bien es la capacidad de transmitir información acerca de cosas que no existen en absoluto. Hasta donde sabemos, solo los sapiens pueden hablar acerca de tipos enteros de entidades que nunca han visto, ni tocado ni olido. Leyendas, mitos, dioses y religiones aparecieron por primera vez con la revolución cognitiva. Muchos animales y especies humanas podían decir previamente ‘¡Cuidado! ¡Un león!’. Gracias a la revolución cognitiva, Homo sapiens adquirió la capacidad de decir: ‘El león es el espíritu guardián de nuestra tribu’. Esta capacidad de hablar sobre ficciones es la característica más singular del lenguaje de los sapiens”.
Quizás esa capacidad de lenguaje ficcional se diera por sentada y no se la considerara una revolución por estudiosos de la comunicación, la cultura, la tecnología y la educación, como Marshall McLuhan, Alvin Toffler, Walter Ong, Neil Postman o Joan Ferrés, por mencionar unos pocos.
De olas y revoluciones
Para McLuhan, el más célebre teórico de la comunicación del siglo XX y uno de los fundadores de la corriente denominada ecología de los medios, la primera revolución tecnológica no habría sido siquiera la de la agricultura, iniciada hace unos 12.000 años, que cambió totalmente las técnicas de alimentación de los sapiens basadas hasta entonces en la recolección y la cacería, y que dio lugar a muchos otros cambios a nivel económico, social, político y cultural. El teórico canadiense no solo pasó por alto la revolución cognitiva y la agrícola; tampoco parecía darle mucha importancia a la de la escritura, que irrumpió hace unos 5.000 años, salvo por dos pasajes que se encuentran en su libro El medio es el masaje. Un inventario de efectos: “Hasta que se inventó la escritura, el hombre vivió en el espacio acústico: sin límites, sin dirección, sin horizonte, en las tinieblas de la mente, en el mundo de la emoción, con la intuición primordial, con el terror. El lenguaje es un mapa social de este pantano”. Con “lenguaje” McLuhan se refiere a la oralidad. “El órgano dominante de la orientación sensorial y social en las sociedades prealfabéticas era el oído: ‘oír era creer’. El alfabeto fonético obligó al mágico mundo del oído a rendirse al mundo neutral del ojo. […] La introducción del alfabeto fonético dio forma a unos tres mil años de historia occidental: con ese medio, la comprensión pasa a depender exclusivamente del ojo”.
Por consiguiente, para McLuhan la primera revolución de importancia fue la alfabética, que en la cultura occidental implica el paso de una cultura oral a una escrita en la Grecia antigua hace 2.500 años; según Neil Postman, esa transición significó la primera crisis de la educación en Occidente. Las siguientes, la revolución de la imprenta o tipográfica iniciada en el siglo XV, y la era de la comunicación electrónica en el XX, profundizarían esa predilección visual a través del libro y los medios audiovisuales, particularmente la televisión.
Pero si la perspectiva de McLuhan es reduccionista en relación con el lenguaje oral, al que no parece concederle mayor impacto en la historia de la especie sapiens, Alvin Toffler lo es aún más porque hasta pasa por alto la escritura, el alfabeto y la imprenta, y solo rescata la agricultura y la revolución industrial, que comienza en el siglo XVIII en Inglaterra: “La especie humana ha experimentado hasta ahora dos grandes olas de cambio, cada una de las cuales ha sepultado culturas o civilizaciones anteriores y las ha sustituido por formas de vida inconcebibles hasta entonces. La primera ola de cambio —la revolución agrícola— tardó miles de años en desplegarse. La segunda ola —el nacimiento de la civilización industrial— necesitó sólo trescientos años”.
Un autor que sí le confiere una particular importancia al lenguaje humano, aunque no se refiera a él precisamente como una revolución primordial, es Neil Postman. Este teórico estadounidense considera que el lenguaje es la tecnología fundamental de entre las que él cataloga como tecnologías invisibles:
“Si definimos la ideología como una serie de suposiciones de las que apenas somos conscientes pero que, sin embargo, dirigen nuestros esfuerzos por dar forma y coherencia al mundo, entonces nuestro instrumento ideológico más poderoso es la tecnología del propio lenguaje. El lenguaje es ideología en estado puro. No sólo nos enseña los nombres de las cosas sino, todavía más importante, qué cosas pueden ser nombradas. Divide el mundo en sujetos y objetos. Indica qué acontecimientos deben ser considerados como procesos y cuáles como cosas. Nos instruye sobre el tiempo, el espacio y el número, y configura nuestras ideas sobre cómo relacionarnos con la naturaleza y entre nosotros”.
No es muy distinto de lo que dice Harari sobre la revolución cognitiva que supuso el lenguaje en la medida en que éste dio lugar a todo tipo de creencias, ideologías e instituciones sociales, todas las cuales son abstracciones y, por ende, ficciones de diversa índole. Para Harari las revoluciones humanas más importantes hasta nuestros días han sido cuatro: la cognitiva, la agrícola, la científica y la industrial. En esta clasificación encontramos una que otros autores pasan por alto: la revolución científica, a partir del siglo XVI. Para McLuhan y Postman habría sido más importante la revolución tipográfica en tanto permitió divulgar los logros de la científica. Pero Postman iría más lejos en sus consideraciones sobre el papel del lenguaje como creador de culturas.
Otro aspecto que llama la atención es el de los distintos nombres que se le da a la última revolución, la que supuestamente estamos viviendo. Así lo sintetiza Joan Ferrés:
“Estamos en la cresta de la ola, con la sensación de inseguridad, de tensión y de conflicto que ello comporta. Vivimos una situación de cambio acelerado sin precedentes en la historia. Marshall McLuhan habla de la era electrónica o de la aldea global. Toffler, de la tercera ola. El sociólogo Daniel Bell se refiere al advenimiento de una sociedad postindustrial. El propio Toffler ha escrito sobre una sociedad superindustrial. Zbigniew Brzezinski se refiere a una era tecnotrónica. […] El tópico popular se refiere a la era espacial, la era de la información, la civilización de la imagen, la era de la informática”.
Es interesante como luego Ferrés acota algo a tener en cuenta en estas limitadas categorizaciones: “Cada expresión aborda el cambio desde alguna de las dimensiones que lo configuran, pero ninguna lo abarca en su totalidad”. Sin embargo, dos de los conceptos que subyacen en esas expresiones son el de tecnología y el de información. Postman hablaba de tres tipos de sociedades configuradas teniendo en cuenta el tipo de tecnología dominante: “las que utilizan herramientas, las tecnocracias y las tecnópolis. En el momento actual puede encontrarse cada uno de esos tipos en algún lugar del planeta, aunque la primera está desapareciendo rápidamente; hemos de viajar a lugares exóticos para dar con una cultura que utilice [solamente] herramientas”. Para diferenciar la segunda de la primera, Postman dice:
“En una tecnocracia, las herramientas desempeñan una función central en la imagen del mundo de esa cultura. Todo debe dejar paso, en alguna medida, a su desarrollo. Los mundos social y simbólico se someten cada vez más a las exigencias de ese desarrollo. Las herramientas no están integradas en la cultura, la atacan. Pujan por convertirse en la cultura. En consecuencia, la tradición, las costumbres sociales, la política, los ritos y la religión tienen que luchar por su propia existencia”.
En cuanto a las tecnópolis, Postman las define como tecnocracias totalitarias. Tecnópolis sería el nombre que Postman le daría a la última de esas revoluciones u olas. En cuanto a la información, Postman sí la considera toda una revolución, pero no sitúa su inicio en el siglo XX sino en el XV. Postman delimita cinco fases en esta revolución: la primera corresponde a la de la imprenta de tipos móviles, inventada por Gutenberg en el siglo XV; la segunda, a la telegrafía, inventada hacia 1830 y que sería empleada, entre otros servicios, para la transmisión de noticias a distancia que luego se publicarían en la prensa estadounidense de la época, inicialmente en la prensa sensacionalista; la tercera, a la fotografía, inventada por la misma época, que se añadiría a la prensa escrita por primera vez en un diario neoyorkino en 1880; la cuarta, a la radiodifusión, tras la invención y masificación de la radio y la televisión durante la primera mitad del siglo XX; y la quinta, a la tecnología informática.
Un autor que se asemeja mucho más a los planteamientos de Harari en lo relativo a la revolución cognitiva es Walter Ong, otro de los fundadores de la teoría de la ecología de los medios junto a McLuhan y Postman. Aunque para Ong los Homo sapiens son mucho más recientes en términos biológicos y antropológicos —al menos cuando escribía su libro Oralidad y escritura, que es de 1982—, comparte otros puntos en común con Harari en cuanto a la importancia y desarrollo del lenguaje oral:
“…en vista de que los lectores de este u otro libro cualquiera, por definición conocen la cultura escrita desde dentro, el tema es, en primer lugar, el pensamiento y su expresión verbal en la cultura oral, la cual nos resulta ajena y a veces extravagante; y, en segundo, el pensamiento y la expresión plasmados por escrito desde el punto de vista de su aparición a partir de la oralidad y su relación con la misma. […] La sociedad humana se formó primero con la ayuda del lenguaje oral; aprendió a leer en una etapa muy posterior de su historia y al principio sólo ciertos grupos podían hacerlo. El homo sapiens existe desde hace 30 mil y 50 mil años. El escrito más antiguo data de apenas hace 6 mil años”.
En contraste, Harari, con muchas más informaciones y evidencias científicas disponibles de las que tenía Ong a comienzos de los ochenta, afirma que los sapiens aparecieron por evolución en África oriental hace por lo menos 200.000 años. “Hace unos 70.000 años, organismos pertenecientes a la especie Homo sapiens empezaron a formar estructuras todavía más complejas llamadas culturas. El desarrollo subsiguiente de estas culturas humanas se llama historia”, dice Harari. Por cierto, hace 100.000 años Homo sapiens no era la única especie humana: había “al menos seis especies diferentes”, precisa el historiador israelí.
La revolución que no cesa
Si el lenguaje es la tecnología invisible por excelencia, su evolución cultural no se ha detenido durante estos últimos 70.000 años. Lo más asombroso es que esa característica de inventar todo tipo de ficciones (literarias, religiosas, políticas, económicas, legales, sociales, etc.), propia de nuestra especie, ha hecho que creamos en infinidad de cosas que no existen en el mundo real, pero sin las cuales nuestras vidas no tendrían sentido. Sin embargo, se cree que las ficciones se reducen solo a las narraciones míticas y literarias, y que no abarcan un sinnúmero de prácticas sociales que responden a distintos nombres: instituciones, imaginarios, representaciones, relatos, discursos… La realidad es una construcción —por tanto, invención— social.
“Podemos urdir mitos comunes tales como la historia bíblica de la creación, los mitos del tiempo del sueño de los aborígenes australianos, y los mitos nacionalistas de los estados modernos. Dichos mitos confirieron a los sapiens la capacidad sin precedentes de cooperar flexiblemente en gran número. Las hormigas y las abejas también pueden trabajar juntas en gran número, pero lo hacen de una manera muy rígida y solo con parientes muy cercanos. Los lobos y los chimpancés cooperan de manera mucho más flexible que las hormigas, pero solo pueden hacerlo con un pequeño número de individuos que conocen íntimamente. Los sapiens pueden cooperar de maneras extremadamente flexibles con un número incontable de extraños” (Harari, 2015).
De ahí que haya ficciones colectivas tan poderosas y efectivas como el dinero, el Estado-Nación, la educación, las empresas, los medios de comunicación, el arte o el derecho, sin las cuales parecería inimaginable la vida humana. En otras palabras, sin esas realidades imaginadas no seríamos lo que somos. “Peugeot es una invención de nuestra imaginación colectiva. Los abogados llaman a eso ‘ficción legal’. No puede ser señalada; no es un objeto físico”, explica Harari tomando el caso de la conocida empresa automotriz francesa, cuyo símbolo es, por cierto, la figura del mito arcaico del hombre león. Si hay ficciones legales, las hay también de todo tipo.
Por consiguiente, si el lenguaje humano es el primer sistema de representación, eso supone que todas sus elaboraciones y realidades son, ante todo, imaginadas; luego serán compartidas, aceptadas e instituidas colectivamente, aunque a menudo también puede haber resistencias, modificaciones y revaluaciones: “La capacidad de crear una realidad imaginada a partir de palabras permitió que un gran número de extraños cooperaran de manera efectiva. Pero también hizo algo más. Puesto que la cooperación humana a gran escala se basa en mitos, la manera en que la gente puede cooperar puede ser alterada si se cambian los mitos contando narraciones diferentes”.
Sin duda, de entre todas las especies humanas que poblaron la Tierra, Homo sapiens ha sido la más imaginativa debido a la flexibilidad de su lenguaje. “Gracias a la aparición de la ficción, incluso personas con la misma constitución genética que vivían en condiciones ambientales similares pudieron crear realidades imaginadas muy diferentes, que se manifestaban en normas y valores diferentes”, dice Harari. Otras especies humanas no desarrollaron sociedades tan dinámicas y complejas, aunque hayan habitado el planeta muchísimo más tiempo. La nuestra, en apenas 200.000 años, parece haber llegado a la cima de su evolución o estar muy cerca de ella. Y también, de su propia extinción: “Las regiones más orientales de Asia estaban pobladas por Homo erectus, ‘hombre erguido’, que sobrevivió allí durante cerca de dos millones de años, lo que hace de ella la especie humana más duradera de todas. Es improbable que este récord sea batido incluso por nuestra propia especie. Es dudoso que Homo sapiens esté aquí todavía dentro de 1.000 años, de manera que dos millones de años quedan realmente fuera de nuestras posibilidades”.
Se creería, por otra parte, que los sapiens alcanzaron esta evolución tan veloz porque eran más inteligentes que las demás especies humanas. Harari aclara que los neandertales tenían un cerebro más grande y eran físicamente más fuertes que los sapiens; pero todo esto no les bastó para evitar su extinción, aunque hubieran aparecido por evolución 300.000 años antes que los sapiens:
“En una pelea cuerpo a cuerpo, un neandertal probablemente hubiera vencido a un sapiens. Pero en un conflicto de centenares de individuos, los neandertales no tuvieron ninguna oportunidad. Los neandertales podían compartir información acerca del paradero de los leones, pero probablemente no podían contar (ni revisar) relatos acerca de espíritus tribales. Sin una capacidad para componer ficción, los neandertales eran incapaces de cooperar de manera efectiva en gran número, ni pudieron adaptar su comportamiento social a retos rápidamente cambiantes. Aunque no podemos penetrar en la mente de un neandertal para entender cómo pensaban, tenemos pruebas indirectas de los límites de su cognición en comparación con sus rivales sapiens” (Harari, 2015).
¿No hay nada más peligroso que el lenguaje?
No se podrían entender las revoluciones sin esa capacidad admirable de componer ficción que posee nuestra especie, rasgo clave de la cognición que, por esa misma capacidad, es una revolución que nunca podrá darse por concluida mientras habitemos este planeta. Como dice Harari:
“La inmensa diversidad de las realidades imaginadas que los sapiens inventaron, y la diversidad resultante de patrones de comportamiento, son los principales componentes de lo que llamamos ‘culturas’. Una vez que aparecieron las culturas, estas no han cesado nunca de cambiar y desarrollarse, y tales alteraciones imparables son lo que denominamos ‘historia’. La revolución cognitiva es, en consecuencia, el punto en el que la historia declaró su independencia de la biología”.
En lo anterior Harari coincide con Postman en el papel ineludible desempeñado por la lengua en la creación y modelación de culturas. Postman pone el énfasis en la invención y consolidación de diversos medios de comunicación y en cómo estos han creado, a su vez, otras realidades:
“Pues aunque la cultura es una creación de la lengua, es recreada y renovada por cada medio de comunicación —desde la pintura a los jeroglíficos y del alfabeto a la televisión—. Cada uno de estos medios, como el lenguaje en sí mismo, posibilita una forma única de discurso, ya que proporciona una nueva orientación para el pensamiento, para la expresión y para la sensibilidad. […] Sea que experimentemos el mundo por medio de la lente de la lengua, de la palabra escrita, o de la cámara de televisión, nuestras metáforas de los medios de comunicación nos clasifican el mundo, lo ordenan, lo enmarcan, lo agrandan, lo reducen, lo colorean, planteando así los argumentos para explicar cómo es el mundo”.
Por tanto, ha sido la revolución cognitiva la que propició la invención de esa diversidad de lenguajes. Pero hoy en día urge que la flexibilidad y cooperación, que nos han permitido creer en tantos mitos comunes convertidos en normas y convenciones sociales, nos ayuden a superar el mayor desafío de toda nuestra historia y, probablemente, de la Tierra: el cambio climático. Porque lo cierto es que creer absolutamente en ficciones como el dinero, el capitalismo, la economía, el poder, el nacionalismo, la modernización, el progreso y el desarrollo, entre otras, ha producido las situaciones desastrosas que ponen en peligro la supervivencia de la vida en el planeta. Cada revolución trajo consigo cambios, avances y evolución cultural; pero generó también retrocesos, degradaciones y, si se quiere, involuciones. Así lo reconoce Harari:
“Lamentablemente, el régimen de los sapiens sobre la Tierra ha producido hasta ahora pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos. Hemos domeñado nuestro entorno, aumentado la producción de alimentos, construido ciudades, establecido imperios y creado extensas redes comerciales. Pero ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo? Una y otra vez, un gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de los sapiens individuales y por lo general causó una inmensa desgracia a otros animales. En las últimas décadas hemos hecho al menos algún progreso real en lo que a la condición humana se refiere, reduciendo el hambre, la peste y la guerra. Sin embargo, la situación de otros animales se está deteriorando más rápidamente que nunca, y la mejora en la suerte de la humanidad es demasiado reciente y frágil para poder estar seguro. Además, a pesar de las cosas asombrosas que los humanos son capaces de hacer, seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos y parecemos estar tan descontentos como siempre. Hemos avanzado desde las canoas a los galeones, a los buques de vapor y a las lanzaderas espaciales, pero nadie sabe adónde vamos. Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecen ser más irresponsables que nunca. […] En consecuencia, causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción”.
Referencias
Dahab, J. (2015). El mito de la revolución cognitiva. Psiencia. Revista Latinoamericana de Ciencia Psicológica, 7(1) 88-102. doi: 10.5872/psiencia/7.1.0106
Ferrés, J. (1988). Vídeo y educación. Barcelona: Paidós, p. 17-19.
Harari, Y.N. (2015). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Editor digital: Titivillus. Espa Ebook.
McLuhan, M. y Fiore, Q. (1969). El medio es el masaje. Un inventario de efectos. Buenos Aires: Paidós.
Ong, W. (1982). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. https://tallerdelaspalabrasblog.files.wordpress.com/2016/08/ong-walter-j-oralidad-y-escritura.pdf
Postman, N. (2001). Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”, 2ª ed. Barcelona: Ediciones de la Tempestad.
Postman, N. (1992). Tecnópolis. La rendición de la cultura a la tecnología. Editor digital: Titivillus. https://www.academia.edu/72512972/Neil_Postman_Tecnopolis
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.