Las ofertas son las más variadas, todas orientadas a la derrota de Rusia, incluyendo la desintegración de su Estado. La Federación Rusa está integrada por muchas naciones, que podrían conformar Estados separados luego de la derrota de Rusia, opinó la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, en un debate en la capital del país, Tallin, el 18 de mayo pasado. Es una de las voces más agresivas en el escenario de este conflicto, junto con sus colegas de los demás países bálticos, Letonia y Lituania. Imponen el tono de un debate en el que se siente cómodo, entre otros, el primer ministro polaco, Donald Tusk.
Hay que detenerse un minuto para revisar el escenario de la guerra y pensar en lo que esta propuesta significa. Estamos en un momento en el que Rusia mantiene la iniciativa y avanza en todos los frentes, mientras Occidente redobla su apoyo militar a Ucrania, discute escenarios de podrían implicar su participación directa en el conflicto y se alista para apropiarse de los recursos rusos congelados en Europa y Estados Unidos, para financiar a Ucrania.
No pierden la esperanza de derrotar a Rusia. Es la “Teoría de la victoria”, que defienden, en un artículo publicado en mayo en la revista Foreign Affairs, Andriy P. Zagorodnyuk, ministro de Defensa de Ucrania (2019–2020), y Eliot A. Cohen, consejero del Departamento de Estado entre 2007 y 2009, catedrático en Estrategia en el Center for Strategic and International Studies (CSIS), una institución con sede en Washington “que busca ideas prácticas para enfrentar los grandes desafíos mundiales”.
“Occidente necesita explicitar que su objetivo es una decisiva victoria de Ucrania y la derrota de Rusia”, reclaman los autores, para quienes el compromiso de apoyar a Ucrania “todo el tiempo necesario” es una propuesta que carece de un sentido más preciso.
“Con el apoyo y el enfoque adecuados, Kiev todavía puede ganar”, aseguran. “Amenazar a Rusia en Crimea e infligir graves daños a su economía y sociedad será, ciertamente, difícil”. “Pero es una estrategia más realista que la alternativa de negociar un acuerdo con Putin”. “Ucrania y Occidente deben vencer o enfrentar devastadoras coarrollo capitalista (Bovero, 1986).
Karl Marx (1818-1883).
Tanto Hegel como Marx compartían la idea, a contrapelo del pensamiento contractualista, de historizar las configuraciones estatales modernas (Tapia, 2021). Sin embargo, en Marx esta historización no conducía, como en Hegel, a una justificación racional del Estado, sino a su disolución. De ahí en adelante, la idea del Estado como instrumento de dominación de clase y la necesidad de derrocarlo mediante un acto revolucionario de masas se convirtió en una de las máximas premisas de la teoría revolucionaria. No fue sino hasta sus estudios periodísticos sobre la Guerra Civil francesa, la Lucha de Clases en Francia y el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que el Estado empezó a ser visto con mayor complejidad.
De hecho, la idea de autonomía del Estado aparece, puntualmente, en el Dieciocho Brumario (1852). En aquel texto, Marx, en un contexto de alta conflictividad social (ascenso de la lucha de clases), señaló que el Estado requiere, de manera muy excepcional, de la incorporación de las exigencias populares para su reproducción continua. No se trataba, pues, de que el Estado tuviese un carácter de dominación definitivo, sino que debía construir mecanismos de incorporación de las exigencias populares para replegar su amenaza revolucionaria.
Ahora bien, esta idea de autonomía del Estado desprendida de los análisis periodísticos de Marx no puede ser asumida como un concepto sistemáticamente elaborado para encontrar patrones de regularidad empírica, pues debe recordarse que se trataba, simplemente, de una caracterización en un periodo determinado de la lucha de clases en Francia. Sin embargo, lo que sí permitió esta idea fue construir una primera aproximación a la complejidad del Estado y de las relaciones de dominación realmente existentes en el capitalismo naciente.
En el caso de Lenin y Gramsci, la cuestión asume distintos matices. Lenin retomará, en El Estado y la Revolución (1918), la idea marxista del Estado como un instrumento de dominación de clase el cual debe ser derrocado mediante un acto revolucionario. Para esto, desarrolló su idea del Estado como una fuerza de destacamentos armados especializados a la cual debía oponerse una estrategia militarizada del pueblo trabajador e instauración de la dictadura del proletariado. Esta es la conocida tesis del doble proceso: 1. Derrocamiento del Estado burgués e instauración del Estado obrero; 2. Supresión del Estado mediante la extinción de cualquier forma estatal[1] (Lenin, 1918).
Antonio Gramsci (1891-1937).
Para Gramsci, la valoración sobre el Estado contemporáneo contiene un mayor número de determinaciones a comparación de Marx y Lenin. Aunque se comparte, en términos generales, la idea del Estado como instrumento de dominación de clase, los Cuadernos de la Cárcel (1929-1935) presentan una renovación conceptual de la cual el marxismo (después de Gramsci) no podría desatender sin más. Se trata del problema de la construcción de hegemonía por parte de las clases dominantes. El Estado no solo sería, al decir de Lenin, “la mejor envoltura” para validar el régimen de explotación económica de clase, sino el lugar de organización de la estrategia ideológica de la clase dominante.
El asunto de la construcción de consensos e inclusión de las exigencias populares vuelve al primer plano del análisis político del Estado con Gramsci. Contrario a Marx, Gramsci ve en ambas condiciones (la construcción de consensos y la inclusión de exigencias populares) no una excepcionalidad de los sistemas políticos modernos, sino una regularidad histórica. El Estado es, desde esta perspectiva, hegemonía acorazada de coerción: un Estado que mantiene su carácter gendarme, pero que al mismo tiempo requiere, para su reproducción, la inclusión de los sectores populares al núcleo de la administración estatal.
En discusión directa con Lenin, Rosa Luxemburgo defendió una estrategia revolucionaria centrada en la democracia de masas y en el carácter espontaneo de la huelga de masas. Cercana a la lectura gramsciana de un Estado capitalista con fisuras y contradicciones internas, Rosa Luxemburgo se interesó por analizar las transformaciones revolucionarias en el marco de la democracia capitalista. En Huelga de masas, sindicato y partidos (1906), la teórica polaca sostuvo un fuerte debate con las tradiciones anarquistas de la acción directa, con el parlamentarismo socialdemócrata y con el sindicalismo procesual.
Rosa Luxemburgo (1871-1919).
Aunque reconoce en el Estado contradicciones internas y una cierta autonomía mediante la cual las clases populares pueden obtener conquistas, no dejó de suponer que el propio movimiento de masas podría poner fin al régimen capitalista a través de una lucha que refleje todas las fases y acumule en sí todas las contradicciones. Para Rosa Luxemburgo era posible, pues, construir avances para las clases populares en el marco del Estado y la democracia capitalista, pero estos avances debían estar condicionados, necesariamente, por la construcción de un movimiento revolucionario que no obedeciera al carácter o esquema rígido del sindicalismo obrero, sino a su naturaleza espontánea y revolucionaria.
Hasta aquí, se ha intentado sintetizar, a riesgo de ser superfluos, los principales elementos del problema del Estado en la teoría marxista. A continuación, se desarrollarán algunas ideas generales sobre la teoría relacional del Estado de Nicos Poulantzas. Se pretende subrayar la forma en que este debate “clásico” del marxismo orientó, en términos generales, las observaciones del marxista greco-francés.
La teoría relacional del Estado de Nicos Poulantzas
Intentando construir una teoría sistemáticamente elaborada sobre el Estado capitalista contemporáneo, Nicos Poulantzas se ha convertido en uno de los principales referentes marxistas sobre las configuraciones estatales. En Estado, Poder y Socialismo (1979), Poulantzas comienza un trabajo de reactualización de la teoría marxista del Estado: allí entenderá el Estado contemporáneo, siguiendo el método de análisis de la crítica de la economía política de Marx, como una relación social.
Para Poulantzas, el análisis del Estado contemporáneo tiene que ver, esencialmente, con el ejercicio del poder, la mediación institucional y el equilibrio de fuerzas variables (Jessop, 2017). Antes de concluir, sin más, que el Estado es un instrumento de dominación de clase, Poulantzas creyó necesario entender el campo de fuerzas que se desarrolla en las instituciones. De ahí saldrá su reconocida tesis sobre el Estado como “condensación material de fuerzas entre clases y fracciones de clase” (Poulantzas, 2005). Es decir, el carácter de clase del Estado está permanentemente redefiniéndose; es un campo de disputa que depende, fundamentalmente, de la correlación de fuerzas sociales e institucionales.
Esta mirada poulantziana sobre el Estado, como es evidente, tiene un fuerte componente e impronta gramsciana. El análisis está puesto sobre el ejercicio y los efectnsecuencias”, afirman.
Sus colegas del CSIS, Benjamin Jensen y Elizabeth Hofmann, sugieren cinco problemas estratégicos, que deben resolverse para que Ucrania alcance el triunfo, incluyendo su mayor incorporación al orden económico y de seguridad occidental.
Zagorodnyuk y Cohen apoyan los mismos objetivos contenidos en la propuesta de paz de Ucrania que será discutida nuevamente, el mes que viene, en Suiza. Moscú, que no va a participar de esa discusión (lo mismo que otros países, como China y Brasil), la considera desvinculada de la realidad y la rechaza de plano.
La idea de ambos (y de los líderes políticos que tratan de convencer a los ciudadanos europeos de esas consecuencias) es que, si Moscú triunfa, no se detendrá en su ambición. Algo que Moscú rechaza también de plano. Es difícil vislumbrar un objetivo para esas conquistas, que no tienen sentido político, económico, ni militar, y que solo se podrían llevar adelante a riesgo de provocar una guerra nuclear.
Pero ese es el tono del artículo de Zagorodnyuk y Cohen. Desde sus puntos de vista, la solución del conflicto debe ser la derrota militar de Rusia. Para ellos, los recursos, los fondos y la tecnología favorecen abrumadoramente a Occidente. Si son canalizados en cantidad suficiente, Ucrania podrá ganar.
Descartan la posibilidad de una respuesta nuclear de Rusia, caso tenga éxito el triunfo de Occidente. Pero, ¿se podría descartar sin más esa posible respuesta nuclear, si el conflicto escalara, con la participación directa de la OTAN, como sugieren cada vez con más insistencia, tanto el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, como otros líderes europeos, desde el presidente de Francia hasta los gobernantes de Polonia o de los países bálticos?
Me parece evidente que no se puede responder afirmativamente a esa pregunta sin correr un enorme riesgo de llevar el mundo a una guerra nuclear. ¿Se seguirá negando toda atención a las advertencias rusas sobre los desafíos a su seguridad, incluyendo los primeros ejercicios nucleares tácticos realizados el pasado 21 de mayo?
Aunque, como veremos más adelante, no faltan quienes estiman que tanto en el conflicto en Ucrania, como en Taiwán, con China, Estados Unidos debe inspirarse en las políticas de los años de la Guerra Fría, especialmente cuando rechazaron las presiones soviéticas en Berlín, entonces ocupado por las cuatro potencias ganadoras de la II Guerra Mundial.
¿Ganar la guerra a una potencia nuclear?
Para el ministro de Defensa británico, Grant Shapps, la única manera de terminar el conflicto es infligiendo una derrota militar a Rusia. Shapps usa el mismo argumento de que, si Putin triunfa, no se detendrá en Ucrania. La victoria de Rusia es “inimaginable e inaceptable”. Simplemente “no permitiremos que eso ocurra”. “Es del todo impensable que Putin pueda ganar esta guerra”, dijo, el pasado 13 de mayo, en una conferencia en la Royal Navy.
Para el primer ministro, el conservador Rishi Sunak, “defender Ucrania es vital para nuestra seguridad y la de toda Europa”.
Si eso es lo que está en juego, estamos frente a una escalada que no se detendrá hasta esa eventual victoria. Inglaterra es, probablemente, el país más directamente involucrado en operaciones militares en Ucrania, con apoyo logístico y de inteligencia. Ha multiplicado su ayuda a tres mil millones de libras por año, el mayor paquete de ayuda militar jamás otorgado por el país. Aun así, es una cifra muy inferior a los 60 mil millones de dólares recientemente aprobados por Estados Unidos.
En el verano del año pasado, cuando todas las expectativas de Occidente estaban depositadas en una gran ofensiva ucraniana, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que se asegurarían de que Rusia no saliera victoriosa de esta guerra. Reunido en París con sus colegas alemán y polaco, Olaf Scholz y Andrzej Duda, en junio del 2023, afirmó que esperaban el mayor éxito posible de esa ofensiva “para luego poder iniciar una fase de negociación en buenas condiciones».
Emmanuel Macron
Como sabemos, nada de eso ocurrió y la ofensiva ucraniana fue un gran fracaso. Casi un año después, en mayo de este año, con Rusia habiendo asumido la iniciativa en el campo de batalla, el presidente francés amenazó con enviar tropas a Ucrania. “Si Rusia gana en Ucrania, no habrá seguridad en Europa”, afirmó.
¿No habrá seguridad en Europa? ¿Por qué no se negoció con Rusia sobre esa seguridad cuando Putin lo propuso, hace ya varios años, incluyendo su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007?
“Si Rusia logra sus objetivos políticos en Ucrania por medios militares, Europa ya no será la misma que era antes de la guerra”, estiman, por su parte, Liana Fix, miembro residente del German Marshall Fund, en Washington, y Michael Kimmage, miembro visitante del mismo Fondo. No solo Estados Unidos habrá perdido su primacía en Europa, como la idea de que la OTAN (el “brazo armado” que ha garantizado esa supremacía) habrá perdido su credibilidad.
En enero pasado, Anders Fogh Rasmussen, exsecretario General de la OTAN y exprimer ministro danés, y Andriy Yermak, jefe de la oficina de la presidencia de Ucrania afirmaron, en un artículo en Foreign Affairs, que la victoria de Ucrania era “el único camino verdadero para la paz”. Para ellos, “Ucrania pertenece al corazón de Europa”. Mientras Putin esté al frente del Estado ruso, “Rusia será una amenaza no solo para Ucrania, sino para la seguridad de toda Europa”. Para evitarlo, Rusia debe ser derrotada en el campo de batalla.
La idea se repite, una y otra vez, en los think tanks conservadores, norteamericanos y europeos. Esta guerros del poder político del Estado. De acuerdo con Jessop (2017), esta teorización sobre el Estado no es reductible, exclusivamente, al aparato de Estado, sino que, por el contrario, intenta comprender los distintos y complejos condicionamientos relacionales e interacciones estratégicas que fluctúan en su interior. De allí que la autonomía relativa del Estado, contrario a lo que aseguraba Marx en sus textos periodísticos, se convierta en un rasgo característico, y no meramente coyuntural, del Estado capitalista.
Nicos Poulantzas (1936-1979).
En el caso del sociólogo greco-francés, el Estado se transforma en el lugar donde se organiza la estrategia de las clases dominantes sobre las dominadas y el centro del ejercicio del poder, sin poseer poder propio. En ese sentido, la estrategia revolucionaria derivada de la perspectiva relacional del Estado de Poulantzas va dirigida a la “transformación radical del Estado articulando la ampliación y profundización de las instituciones de la democracia representativa (…) con el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de los focos autogestionarios” (Poulantzas, 2005, págs. 314-315).
Lo anterior supone una crítica implícita a la tradición estratégica asaltista de Lenin y Althusser. Hay que recordar que, para el marxismo clásico, la lucha de clases se agrega al núcleo estatal solo en situaciones revolucionarias, en cambio, para Poulantzas, la lucha de clases constituye al Estado mismo en condiciones de normalidad. El Estado sería, así, el terreno predilecto de la lucha política por parte del campo popular: desde el Estado es posible materializar –en las instituciones– los avances sociales y democráticos, sin que ello conduzca a reducir la lucha por el socialismo a los espacios físicos estatales.
En conclusión, la estrategia revolucionaria poulantziana rompe con la dualidad de poderes y, al mismo tiempo, se distancia de la estrategia asaltista de las instituciones y de la destrucción o ruptura absoluta con el Estado burgués. A contravía, Poulantzas cree en la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre clases sociales. Se trata, pues, de no despreciar los ámbitos institucionales, sin que ello implique un abandono de los espacios y las prácticas extra-estatales de movilización social y popular. En pocas palabras: un pie en el Estado y otro por fuera, pero contra la configuración de fuerzas estatales dominantes[2].
Sin embargo, Jessop señala un vacío en la teoría poulantziana: quedaría faltando en la obra del sociólogo francés “una investigación más detallada sobre el papel mediador crucial de las formas institucionales y organizativas de la política y sus implicaciones estratégicas – relacionales para el equilibrio de fuerzas” (Jessop, 2009). Más allá del intento de Poulantzas por teorizar una estrategia revolucionaria por fuera del Estado, no hay referencias a los mecanismos democratizadores del poder político y la forma en que los “focos autogestionarios” pudiesen convertirse en una fuerza reformadora del Estado, incluso, una fuerza contra-estatal.
La teoría latinoamericana frente a la autonomía relativa del Estado
Tras la irrupción de un interrumpido ciclo de gobiernos populistas y nacional-populares, el pensamiento político latinoamericano generó, entre los años 50’ y 60’, un conjunto de reflexiones críticas acerca de la autonomía del Estado en la teoría política marxista. René Zavaleta Mercado fue, indudablemente, uno de los principales referentes en esta revisión y reactualización conceptual. Luego de observar los límites y alcances de la experiencia del Movimiento Nacional Revolucionario del 52 en Bolivia, Zavaleta advirtió la falta de una historización de las relaciones históricas entre los bloques de poder dominante y las clases dominadas y no, simplemente, una teoría sobre las mediaciones institucionales.
Zavaleta Mercado interpelará al estructuralismo poulantziano la ausencia de una reflexión originaria del poder y del carácter histórico de los centros de dominio. Antes de construir una teoría general del Estado contemporáneo desde una perspectiva marxista, para Zavaleta Mercado era fundamental historizar las relaciones concretas entre el poder estatal, los bloques políticos dominantes y las clases subalternas. Es decir, era esencial comprender el comportamiento de las élites, sus procesos de transformación estatal y la inclusión (o no) de las demandas y exigencias de las capas populares.
René Zavaleta Mercado (1935-1984).
Solo de esta caracterización histórica podría desprenderse un conjunto de reflexiones sistemáticas (patrones de regularidad histórica) sobre las configuraciones estatales realmente existentes. En Zavaleta, toda reflexión teórica iría, necesariamente, acompañada de una historización radical del poder. En ese sentido, es clave leer los grados de autodeterminación nacional desde una teoría política histórica con alcances (inter)medios. Al respecto, asegura que “las categorías intermedias, predominantemente históricas… hablan de la diversidad o autoctonía de la historia del mundo, y en cambio el modo de producción capitalista, considerado como modelo de regularidad, se refiere a la unidad de esta historia” (Zavaleta, 2009, pág. 326).
Esta doble condición le permitió entender, a contrapelo de Poulantzas, que si bien “el Estado en cuanto aparato puede ser el escenario de las luchas de clases, eso se reserva para determinadas instancias (…) La impenetrabilidad de la burocracia a la lucha de clases es, en cambio, la normalidad del Estado moderno” (Zavaleta, 2009, pág. 329). Desde esta perspectiva, El Estado no es, solamente, una síntesis de la correlación de fuerzas sociales, sino su síntesis calificada. No es una simple conclusión objetiva de la relación material de fuerzas sociales, sino que tiene, al igual que en Bob Jessop, una selectividad estratégica.
Por tal razón, Zavaleta sugiere estudiar el Estado, no mediante leyes generales de regularidad, sino como un análisis situacional-concreto, pues es siempre necesario entender el Estado como agregación histórica y particularidad concreta. Este método de análisis le permitió comprender al sociólogo boliviano cómo, a pesar de que algunos países latinoamericanos avanzaron en un ambicioso proceso de reforma estatal, industrialización nacional y redistribución del ingreso, se impuso, a la larga, los intereses de las clases dominantes mediante un proceso de reconstitución oligárquica del Estado.
Consideraciones finales
A lo largo de este artículo se han explorado, de manera muy breve, algunas conceptualizaciones generales sobre el Estado en la teoría marxista. En el caso de Marx, se observó cómo la inclusión del método de la economía política en su obra representó el reconocimiento, por un lado, de una dependencia estructural entre el Estado moderno y el capital y, del otro, de periodos muy excepcionales de autonomía e independencia del Estado. Esta consideración guiaría, en adelante, el corpus teórico del pensamiento marxista.
Sin embargo, en Marx seguirían presentes diversos problemas asociados al análisis del Estado: en primer lugar, la tendencia de disolver lo político en lo social y, en segundo lugar, derivado de lo anterior, la tendencia al determinisma –dice, por ejemplo, un informe preparado por la Rand Corporation, publicado en enero del año pasado– “es el mayor conflicto entre Estados en décadas y su evolución tendrá las mayores consecuencias para los Estados Unidos”.
El Informe sobre Seguridad que la Conferencia de Múnich publica anualmente destacó, este año, la insatisfacción de parte de la comunidad internacional (de “poderosas autocracias” y del “Sur global”) con la desigual distribución de los beneficios del actual orden internacional.
El informe de este año afirma que la guerra de Rusia contra Ucrania es solo el “ataque más atrevido” a ese “orden basado en reglas” que Occidente y su líder, Estados Unidos, impusieron al mundo al final de la Guerra Fría. Preservar este orden es el interés fundamental de Washington y sus aliados europeos.
Rusia, esta vez, no fue invitada a Múnich. La guerra en Ucrania es el centro de las 100 páginas del informe. Eso explica los miles de millones de dólares invertidos en Ucrania, que no guardan relación alguna con ninguna otra inversión en la solución de los grandes problemas de la humanidad.
¿Tienen razón Rasmussen y Yermak? Ellos creen que todos los países civilizados apoyan sus propuestas. Pero yo quisiera sugerir otra cosa: que no son parte más que de esa Europa que nos debe ya dos guerras mundiales y que, si no les amarramos las manos, nos llevarán a una tercera…
Las aspiraciones del “mundo civilizado”
Las opiniones citadas reflejan lo que está en juego para el “mundo civilizado”, el de Rasmussen y Yermak, o el de Zagorodnyuk y Cohen, el mismo que nos ha llevado a las dos guerra mundiales anteriores. Queda claro lo que está en juego, las razones de una escalada, hasta ahora imparable, de Occidente en esta guerra, y los riesgos que esto representa para el verdadero mundo “civilizado”, que busca un acuerdo negociado para evitar una posible tercera guerra mundial.
Macron causó desconcierto y debate en Europa cuando sugirió, en febrero pasado, la posibilidad de enviar tropas de la OTAN a Ucrania. Era su política de “ambigüedad estratégica”, que dejaba abierta las puertas para una confrontación directa de Moscú con la OTAN. Ni Estados Unidos, ni Inglaterra, apoyaron la idea… todavía. Habrá que ver qué ocurre si la situación en el terreno sigue empeorando para Ucrania.
Pero en Europa –tanto sus gobiernos como su prensa– solo se habla de guerra. La ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, una antigua “pacifista”, miembro del Partido de los Verdes, una de las voces más agresivas en el gobierno alemán, pidió a Occidente el suministro urgente de más armas a Ucrania, en una visita a Kiev el 21 de mayo pasado.
Los preparativos para una guerra con Moscú se multiplican. El primer ministro polaco, Donald Tusk, anunció la construcción de una línea de defensa en sus fronteras con Bielorusia y Rusia. Hablando en una conmemoración militar en Cracovia, el 19 de mayo, anunció que Polonia invertiría 2,3 mil millones de euros en la creación de fortificaciones y barreras, así como en la adecuación del terreno y de la vegetación para esos objetivos, a lo largo de 400 km de frontera. Obras que, en su opinión, harían “impenetrables” las fronteras polacas, en caso de guerra.
¿En qué guerra estará pensando Tusk? El mes pasado, el presidente Andrzej Duda sugirió que el país estaría feliz de alojar armas nucleares de la OTAN (o sea, norteamericanas).
En enero pasado, la vecina Estonia anunció su intención de construir unos 600 bunkers a lo largo de su frontera con Rusia, proyecto al que se sumarían Letonia y Lituania, para conformar la “línea de defensa báltica”.
El presidente de Finlandia –país que, junto con Suecia, son las dos más nuevas incorporaciones a la OTAN– Alexander Stubb, expresó su entusiasmo con la disuasión nuclear, asegurando que las armas de destrucción masiva son “una garantía para la paz”.
Como dijo Zelensky al New York Times, Occidente debería participar en la guerra derribando misiles rusos, dando a Ucrania más armas, y autorizando su uso para atacar directamente el territorio ruso.
En su opinión, no es un problema involucrar los países de la OTAN en la guerra. Idea similar a la de la exsubsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, Victoria Nuland, para quien llegó a la hora de ayudar a Ucrania a atacar objetivos militares en territorio ruso. «Creo que es hora de dar más ayuda a los ucranianos para atacar estas bases dentro de Rusia», afirmó.
La única posibilidad para que Rusia retorne eventualmente a la “sociedad de naciones civilizadas” es mediante una derrota que ponga fin a las ambiciones imperiales de Putin, estiman Zagorodnyuk y Cohen en el artículo ya citado.
¿Cómo en la Guerra Fría?
“Taiwán es el nuevo Berlin”, dice Dmitri Alperovitch, presidente de Silverado Policy Accelerator, una organización dedicada a promover la prosperidad y el liderazgo norteamericano en el siglo XXI. Definido como un “visionario”, empresario de mucho éxito, exasesor del Departamento de Defensa y de Seguridad Interna, Alperovitch piensa que Estados Unidos debe inspirarse en las políticas adoptadas en los años 60’s para enfrentar los desafíos presentados entonces por la Unión Soviética en el Berlín ocupado por las potencias triunfantes den la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué políticas fueron esas? Las de defender los “intereses estratégicos norteamericanos, aun a un costo inimaginable”. O sea, de una guerra nuclear. Para Alperovitch, se trata de convencer a Rusia –y, sobre todo, a China– de esa misma disposición hoy.
Me parece que la propuesta de Alperovitch carece, sin embargo, de un elemento fundamental. La posición estratégica de las potencias involucradas en este conflicto, el escenario político, es hoy muy distinto al de los años 60, cuando Estados Unidos no tenía rival. La pretensión de encarar estos problemas con el criterio de la Guerra Fría ha sido denunciada por China, y puede llevar a errores de consecuencias dramáticas, considerando el papel de cada actor en el mundo de hoy, incluyendo el de Estados Unidos, pero tambiéno económico sobre las formas organizativas de la política. Con Lenin, el problema del Estado asume una connotación estratégica: si el Estado es un instrumento de dominación de clase, la consecuencia lógica está relacionada con un movimiento de masas revolucionario que derroque el Estado burgués e imponga la dictadura del proletariado.
En el caso de Gramsci, el asunto estatal es un poco más complejo que en Marx y Lenin. Su análisis sobre el Estado se centró en la relación entre configuraciones estatales-institucionales, las clases dominantes y los proyectos hegemónicos. De acuerdo con el filósofo italiano, la organización de los procesos de acumulación de capital hace parte de las funciones estratégicas del Estado contemporáneo, sin embargo, no es el único campo funcional del Estado, sino que está atravesado por múltiples esferas, entre ellas, la ideológica.
Esta ampliación del carácter del Estado (teoría ampliada del Estado) contribuyó, de manera significativa, a la reactualización de su teoría: tanto de tradición marxista (Poulantzas, Miliband, Laclau) como por fuera de ella (Mann, Bourdieu, Tilly). Para Rosa Luxemburgo, la cuestión del Estado mantuvo preocupaciones cercanas a las de Gramsci: lo esencial en esta autora era observar los procesos de transformación revolucionaria en el marco de la democracia capitalista y sus formas de representación.
El análisis de las formas políticas propias de la democracia capitalista no conducía a una declinación frente una estrategia reformista de cambio. Todo lo contrario: Rosa Luxemburgo defendió, a lo largo de su vida, un proceso de transformación radical profundo en el que tuviera un lugar destacado el movimiento popular y el movimiento de trabajadores. Con Nicos Poulantzas, el análisis de las formas específicas de la representación asumen una condición fundamental en el análisis del Estado: para él, los núcleos de representación estatal constituyen organismos o unidades de autonomía. Por tanto, son dispositivos abiertos o disponibles a la configuración de intereses en la prolongada lucha de clases.
Finalmente, con la teoría política latinoamericana se vive un proceso último de reactualización del debate sobre la autonomía del Estado. Fue, especialmente, Zavaleta Mercado quien observó empíricamente que la concepción poulantziana sobre la apertura relacional del Estado estaba atravesada por diversos límites. El principal de ellos tenía que ver con la impermeabilidad de las capas burocráticas a la lucha de clases y la selectividad estratégica de las bases estatales-institucionales por las formas de representación y organización de los intereses capitalistas. Por lo que su propuesta se enfocó, esencialmente, en la historización de las relaciones entre el poder, las clases subalternas y las configuraciones estatales existentes.
Como es evidente, cada periodo histórico de desarrollo del Estado ha dado la razón (como también ha dejado parcialmente invalidada) la concepción de cada autor. Pareciese que es un proceso de ida y vuelta en el que, por momentos, se reafirma el carácter eminentemente de clase del Estado y, en otros, se viven procesos relativamente estables de apertura democrática. Lo cierto, en todo caso, es que las pequeñas conquistas democráticas representativas al interior del Estado son resultado de un prolongado proceso de lucha popular y no, al decir de Lenin, “la mejor envoltura para perpetuar la dominación de clase”.
Lo fundamental, en ese sentido, para revivir y reorientar el debate sobre el Estado en la tradición marxista, es insistir en que todo análisis sobre las configuraciones estatales debe partir del principio de realidad, del movimiento realmente existente entre las clases dirigentes, las transformaciones institucionales y la capacidad de organización y movilización del campo popular.
Notas
[1] Carlos Coutinho (2011) asegura que esta manera restrictiva de entender el Estado por parte de Lenin está vinculada, fundamentalmente, al tipo o forma de Estado con el que se enfrenta el proceso revolucionario bolchevique: el Estado autoritario zarista. De ahí que la consecuencia lógica, ante un régimen autoritario, sea la puesta en marcha de una estrategia revolucionaria de poder dual.
[2] Sin embargo, es posible pensar, como lo han hecho muchos críticos, que el horizonte estratégico de Poulantzas está atravesado, fundamentalmente, por su defensa del eurocomunismo de izquierda. De acuerdo con esta crítica, la producción teórica e intelectual de Poulantzas habría quedado atrapada dentro de los estrechos límites políticos y organizativos de la experiencia eurocomunista. Ver más en (Pulido & Barrera, 2022).
Bibliografía
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Coutinho, C. (2011). Marxismo y política. La dualidad de poderes y otros ensayos. Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Jessop, B. (2009). Estado, poder y socialismo como clásico moderno. Revista de Sociología y Política de Curitiba, 131-141.
Jessop, B. (2017). El Estado. Pasado, presente y futuro. Madrid: Los Libros de la Catarata.
Lenin, V. (1918). El Estado y la revolución. Bogotá D.C.: Sudamericana.
Luxemburgo, R. (1906). Huelga de masas, sindicato y partidos. China: Ocean Sur.
Poulantzas, N. (2005). Estado, poder y socialismo. México: Siglo XXI.
Pulido, S., & Barrera, D. (2022). El campanazo final: estrategia y revolución en la obra de Nicos Poulantzas. Boletín del Grupo de Trabajo Herencias y Perspectivas del Marxismo – CLACSO, 31-39.
Tapia, L. (2021). Bosquejos sobre hegemonía y bloques históricos en América Latina. La Paz: Autodeterminación.
Zavaleta, R. (2009). La autodeterminación de las masas. Bogotá D.C.: Siglo del Hombre – CLACSO.
El problema del Estado representa, sin lugar a dudas, uno de los ejes centrales de investigación de la teoría política marxista. Desde sus primeros textos de revisión crítica a la tradición hegeliana, Marx intentó realizar una aproximación a los elementos generales de la filosofía del derecho y del Estado, sin embargo, esta aproximación sufrió, con el transcurso del tiempo, importantes modificaciones tras la inclusión del método de la crítica de la economía política. En adelante, la tradición marxista vería el Estado como resultado parcial del conflicto siempre inacabado entre clases sociales.
En este breve artículo examinaremos tres puntos de desarrollo del problema del Estado en la teoría política marxista: en primer lugar, revisaremos algunos elementos generales del surgimiento del problema del Estado en la teoría política marxista; en segundo lugar, haremos una breve aproximación a la teoría relacional del Estado en Nicos Poulantzas; finalmente, cerraremos con algunas consideraciones generales sobre el problema de la autonomía relativa del Estado desde la perspectiva de la teoría política latinoamericana, especialmente, desde algunas ideas de la obra de René Zavaleta Mercado.
El problema del Estado en la teoría política marxista: Marx, Lenin, Gramsci y Luxemburgo
Para el grueso de la teoría marxista, el problema del Estado tiene una doble connotación: tanto gnoseológica como estratégica. Es decir, por su mismo carácter de proyecto político, el marxismo considera indisoluble la relación entre la comprensión de las configuraciones estatales contemporáneas (sus redes de dominación y poder) y las especificas estrategias históricas de transformación social. Aquí hay que recordar que en la tradición marxista el problema del Estado es siempre leído desde el lente de la conquista del poder político.
En ese sentido, la estrategia de toma del poder (preocupación transversal del pensamiento marxista) depende, fundamentalmente, del análisis y caracterización del Estado contemporáneo. Podemos afirmar, en ese orden de ideas, que la teoría marxista percibe los avances en el conocimiento del Estado como momentos determinantes de la estrategia política revolucionaria. En otras palabras: las formas específicas de organización y movilización de las clases populares en contra del régimen capitalista dependen, en buena medida, de la caracterización que se realice de las configuraciones estatales contemporáneas.
En el caso de la producción teórica de Marx, el Estado tuvo, a lo largo de su vida, diversas aristas. En su crítica a la concepción hegeliana, Marx interpelaba el sentido ético y abstracto que había otorgado la filosofía alemana al Estado. A pesar de incluir la fórmula Estado – Sociedad Civil, Marx llegó a conclusiones distintas con respecto a Hegel: mientras Hegel veía en el Estado la esfera superior de la sociedad, es decir, una unidad orgánica garante del bienestar público frente al interés privado, Marx concebía la configuración estatal moderna (a través del mismo modelo analítico) como un instrumento funcional a la dominación de clases en una etapa específica del desarrollo capitalista (Bovero, 1986).
Karl Marx (1818-1883).
Tanto Hegel como Marx compartían la idea, a contrapelo del pensamiento contractualista, de historizar las configuraciones estatales modernas (Tapia, 2021). Sin embargo, en Marx esta historización no conducía, como en Hegel, a una justificación racional del Estado, sino a su disolución. De ahí en adelante, la idea del Estado como instrumento de dominación de clase y la necesidad de derrocarlo mediante un acto revolucionario de masas se convirtió en una de las máximas premisas de la teoría revolucionaria. No fue sino hasta sus estudios periodísticos sobre la Guerra Civil francesa, la Lucha de Clases en Francia y el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que el Estado empezó a ser visto con mayor complejidad.
De hecho, la idea de autonomía del Estado aparece, puntualmente, en el Dieciocho Brumario (1852). En aquel texto, Marx, en un contexto de alta conflictividad social (ascenso de la lucha de clases), señaló que el Estado requiere, de manera muy excepcional, de la incorporación de las exigencias populares para su reproducción continua. No se trataba, pues, de que el Estado tuviese un carácter de dominación definitivo, sino que debía construir mecanismos de incorporación de las exigencias populares para replegar su amenaza revolucionaria.
Ahora bien, esta idea de autonomía del Estado desprendida de los análisis periodísticos de Marx no puede ser asumida como un concepto sistemáticamente elaborado para encontrar patrones de regularidad empírica, pues debe recordarse que se trataba, simplemente, de una caracterización en un periodo determinado de la lucha de clases en Francia. Sin embargo, lo que sí permitió esta idea fue construir una primera aproximación a la complejidad del Estado y de las relaciones de dominación realmente existentes en el capitalismo naciente.
En el caso de Lenin y Gramsci, la cuestión asume distintos matices. Lenin retomará, en El Estado y la Revolución (1918), la idea marxista del Estado como un instrumento de dominación de clase el cual debe ser derrocado mediante un acto revolucionario. Para esto, desarrolló su idea del Estado como una fuerza de destacamentos armados especializados a la cual debía oponerse una estrategia militarizada del pueblo trabajador e instauración de la dictadura del proletariado. Esta es la conocida tesis del doble proceso: 1. Derrocamiento del Estado burgués e instauración del Estado obrero; 2. Supresión del Estado mediante la extinción de cualquier forma estatal[1] (Lenin, 1918).
Antonio Gramsci (1891-1937).
Para Gramsci, la valoración sobre el Estado contemporáneo contiene un mayor número de determinaciones a comparación de Marx y Lenin. Aunque se comparte, en términos generales, la idea del Estado como instrumento de dominación de clase, los Cuadernos de la Cárcel (1929-1935) presentan una renovación conceptual de la cual el marxismo (después de Gramsci) no podría desatender sin más. Se trata del problema de la construcción de hegemonía por parte de las clases dominantes. El Estado no solo sería, al decir de Lenin, “la mejor envoltura” para validar el régimen de explotación económica de clase, sino el lugar de organización de la estrategia ideológica de la clase dominante.
El asunto de la construcción de consensos e inclusión de las exigencias populares vuelve al primer plano del análisis político del Estado con Gramsci. Contrario a Marx, Gramsci ve en ambas condiciones (la construcción de consensos y la inclusión de exigencias populares) no una excepcionalidad de los sistemas políticos modernos, sino una regularidad histórica. El Estado es, desde esta perspectiva, hegemonía acorazada de coerción: un Estado que mantiene su carácter gendarme, pero que al mismo tiempo requiere, para su reproducción, la inclusión de los sectores populares al núcleo de la administración estatal.
En discusión directa con Lenin, Rosa Luxemburgo defendió una estrategia revolucionaria centrada en la democracia de masas y en el carácter espontaneo de la huelga de masas. Cercana a la lectura gramsciana de un Estado capitalista con fisuras y contradicciones internas, Rosa Luxemburgo se interesó por analizar las transformaciones revolucionarias en el marco de la democracia capitalista. En Huelga de masas, sindicato y partidos (1906), la teórica polaca sostuvo un fuerte debate con las tradiciones anarquistas de la acción directa, con el parlamentarismo socialdemócrata y con el sindicalismo procesual.
Rosa Luxemburgo (1871-1919).
Aunque reconoce en el Estado contradicciones internas y una cierta autonomía mediante la cual las clases populares pueden obtener conquistas, no dejó de suponer que el propio movimiento de masas podría poner fin al régimen capitalista a través de una lucha que refleje todas las fases y acumule en sí todas las contradicciones. Para Rosa Luxemburgo era posible, pues, construir avances para las clases populares en el marco del Estado y la democracia capitalista, pero estos avances debían estar condicionados, necesariamente, por la construcción de un movimiento revolucionario que no obedeciera al carácter o esquema rígido del sindicalismo obrero, sino a su naturaleza espontánea y revolucionaria.
Hasta aquí, se ha intentado sintetizar, a riesgo de ser superfluos, los principales elementos del problema del Estado en la teoría marxista. A continuación, se desarrollarán algunas ideas generales sobre la teoría relacional del Estado de Nicos Poulantzas. Se pretende subrayar la forma en que este debate “clásico” del marxismo orientó, en términos generales, las observaciones del marxista greco-francés.
La teoría relacional del Estado de Nicos Poulantzas
Intentando construir una teoría sistemáticamente elaborada sobre el Estado capitalista contemporáneo, Nicos Poulantzas se ha convertido en uno de los principales referentes marxistas sobre las configuraciones estatales. En Estado, Poder y Socialismo (1979), Poulantzas comienza un trabajo de reactualización de la teoría marxista del Estado: allí entenderá el Estado contemporáneo, siguiendo el método de análisis de la crítica de la economía política de Marx, como una relación social.
Para Poulantzas, el análisis del Estado contemporáneo tiene que ver, esencialmente, con el ejercicio del poder, la mediación institucional y el equilibrio de fuerzas variables (Jessop, 2017). Antes de concluir, sin más, que el Estado es un instrumento de dominación de clase, Poulantzas creyó necesario entender el campo de fuerzas que se desarrolla en las instituciones. De ahí saldrá su reconocida tesis sobre el Estado como “condensación material de fuerzas entre clases y fracciones de clase” (Poulantzas, 2005). Es decir, el carácter de clase del Estado está permanentemente redefiniéndose; es un campo de disputa que depende, fundamentalmente, de la correlación de fuerzas sociales e institucionales.
Esta mirada poulantziana sobre el Estado, como es evidente, tiene un fuerte componente e impronta gramsciana. El análisis está puesto sobre el ejercicio y los efectos del poder político del Estado. De acuerdo con Jessop (2017), esta teorización sobre el Estado no es reductible, exclusivamente, al aparato de Estado, sino que, por el contrario, intenta comprender los distintos y complejos condicionamientos relacionales e interacciones estratégicas que fluctúan en su interior. De allí que la autonomía relativa del Estado, contrario a lo que aseguraba Marx en sus textos periodísticos, se convierta en un rasgo característico, y no meramente coyuntural, del Estado capitalista.
Nicos Poulantzas (1936-1979).
En el caso del sociólogo greco-francés, el Estado se transforma en el lugar donde se organiza la estrategia de las clases dominantes sobre las dominadas y el centro del ejercicio del poder, sin poseer poder propio. En ese sentido, la estrategia revolucionaria derivada de la perspectiva relacional del Estado de Poulantzas va dirigida a la “transformación radical del Estado articulando la ampliación y profundización de las instituciones de la democracia representativa (…) con el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de los focos autogestionarios” (Poulantzas, 2005, págs. 314-315).
Lo anterior supone una crítica implícita a la tradición estratégica asaltista de Lenin y Althusser. Hay que recordar que, para el marxismo clásico, la lucha de clases se agrega al núcleo estatal solo en situaciones revolucionarias, en cambio, para Poulantzas, la lucha de clases constituye al Estado mismo en condiciones de normalidad. El Estado sería, así, el terreno predilecto de la lucha política por parte del campo popular: desde el Estado es posible materializar –en las instituciones– los avances sociales y democráticos, sin que ello conduzca a reducir la lucha por el socialismo a los espacios físicos estatales.
En conclusión, la estrategia revolucionaria poulantziana rompe con la dualidad de poderes y, al mismo tiempo, se distancia de la estrategia asaltista de las instituciones y de la destrucción o ruptura absoluta con el Estado burgués. A contravía, Poulantzas cree en la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre clases sociales. Se trata, pues, de no despreciar los ámbitos institucionales, sin que ello implique un abandono de los espacios y las prácticas extra-estatales de movilización social y popular. En pocas palabras: un pie en el Estado y otro por fuera, pero contra la configuración de fuerzas estatales dominantes[2].
Sin embargo, Jessop señala un vacío en la teoría poulantziana: quedaría faltando en la obra del sociólogo francés “una investigación más detallada sobre el papel mediador crucial de las formas institucionales y organizativas de la política y sus implicaciones estratégicas – relacionales para el equilibrio de fuerzas” (Jessop, 2009). Más allá del intento de Poulantzas por teorizar una estrategia revolucionaria por fuera del Estado, no hay referencias a los mecanismos democratizadores del poder político y la forma en que los “focos autogestionarios” pudiesen convertirse en una fuerza reformadora del Estado, incluso, una fuerza contra-estatal.
La teoría latinoamericana frente a la autonomía relativa del Estado
Tras la irrupción de un interrumpido ciclo de gobiernos populistas y nacional-populares, el pensamiento político latinoamericano generó, entre los años 50’ y 60’, un conjunto de reflexiones críticas acerca de la autonomía del Estado en la teoría política marxista. René Zavaleta Mercado fue, indudablemente, uno de los principales referentes en esta revisión y reactualización conceptual. Luego de observar los límites y alcances de la experiencia del Movimiento Nacional Revolucionario del 52 en Bolivia, Zavaleta advirtió la falta de una historización de las relaciones históricas entre los bloques de poder dominante y las clases dominadas y no, simplemente, una teoría sobre las mediaciones institucionales.
Zavaleta Mercado interpelará al estructuralismo poulantziano la ausencia de una reflexión originaria del poder y del carácter histórico de los centros de dominio. Antes de construir una teoría general del Estado contemporáneo desde una perspectiva marxista, para Zavaleta Mercado era fundamental historizar las relaciones concretas entre el poder estatal, los bloques políticos dominantes y las clases subalternas. Es decir, era esencial comprender el comportamiento de las élites, sus procesos de transformación estatal y la inclusión (o no) de las demandas y exigencias de las capas populares.
René Zavaleta Mercado (1935-1984).
Solo de esta caracterización histórica podría desprenderse un conjunto de reflexiones sistemáticas (patrones de regularidad histórica) sobre las configuraciones estatales realmente existentes. En Zavaleta, toda reflexión teórica iría, necesariamente, acompañada de una historización radical del poder. En ese sentido, es clave leer los grados de autodeterminación nacional desde una teoría política histórica con alcances (inter)medios. Al respecto, asegura que “las categorías intermedias, predominantemente históricas… hablan de la diversidad o autoctonía de la historia del mundo, y en cambio el modo de producción capitalista, considerado como modelo de regularidad, se refiere a la unidad de esta historia” (Zavaleta, 2009, pág. 326).
Esta doble condición le permitió entender, a contrapelo de Poulantzas, que si bien “el Estado en cuanto aparato puede ser el escenario de las luchas de clases, eso se reserva para determinadas instancias (…) La impenetrabilidad de la burocracia a la lucha de clases es, en cambio, la normalidad del Estado moderno” (Zavaleta, 2009, pág. 329). Desde esta perspectiva, El Estado no es, solamente, una síntesis de la correlación de fuerzas sociales, sino su síntesis calificada. No es una simple conclusión objetiva de la relación material de fuerzas sociales, sino que tiene, al igual que en Bob Jessop, una selectividad estratégica.
Por tal razón, Zavaleta sugiere estudiar el Estado, no mediante leyes generales de regularidad, sino como un análisis situacional-concreto, pues es siempre necesario entender el Estado como agregación histórica y particularidad concreta. Este método de análisis le permitió comprender al sociólogo boliviano cómo, a pesar de que algunos países latinoamericanos avanzaron en un ambicioso proceso de reforma estatal, industrialización nacional y redistribución del ingreso, se impuso, a la larga, los intereses de las clases dominantes mediante un proceso de reconstitución oligárquica del Estado.
Consideraciones finales
A lo largo de este artículo se han explorado, de manera muy breve, algunas conceptualizaciones generales sobre el Estado en la teoría marxista. En el caso de Marx, se observó cómo la inclusión del método de la economía política en su obra representó el reconocimiento, por un lado, de una dependencia estructural entre el Estado moderno y el capital y, del otro, de periodos muy excepcionales de autonomía e independencia del Estado. Esta consideración guiaría, en adelante, el corpus teórico del pensamiento marxista.
Sin embargo, en Marx seguirían presentes diversos problemas asociados al análisis del Estado: en primer lugar, la tendencia de disolver lo político en lo social y, en segundo lugar, derivado de lo anterior, la tendencia al determinismo económico sobre las formas organizativas de la política. Con Lenin, el problema del Estado asume una connotación estratégica: si el Estado es un instrumento de dominación de clase, la consecuencia lógica está relacionada con un movimiento de masas revolucionario que derroque el Estado burgués e imponga la dictadura del proletariado.
En el caso de Gramsci, el asunto estatal es un poco más complejo que en Marx y Lenin. Su análisis sobre el Estado se centró en la relación entre configuraciones estatales-institucionales, las clases dominantes y los proyectos hegemónicos. De acuerdo con el filósofo italiano, la organización de los procesos de acumulación de capital hace parte de las funciones estratégicas del Estado contemporáneo, sin embargo, no es el único campo funcional del Estado, sino que está atravesado por múltiples esferas, entre ellas, la ideológica.
Esta ampliación del carácter del Estado (teoría ampliada del Estado) contribuyó, de manera significativa, a la reactualización de su teoría: tanto de tradición marxista (Poulantzas, Miliband, Laclau) como por fuera de ella (Mann, Bourdieu, Tilly). Para Rosa Luxemburgo, la cuestión del Estado mantuvo preocupaciones cercanas a las de Gramsci: lo esencial en esta autora era observar los procesos de transformación revolucionaria en el marco de la democracia capitalista y sus formas de representación.
El análisis de las formas políticas propias de la democracia capitalista no conducía a una declinación frente una estrategia reformista de cambio. Todo lo contrario: Rosa Luxemburgo defendió, a lo largo de su vida, un proceso de transformación radical profundo en el que tuviera un lugar destacado el movimiento popular y el movimiento de trabajadores. Con Nicos Poulantzas, el análisis de las formas específicas de la representación asumen una condición fundamental en el análisis del Estado: para él, los núcleos de representación estatal constituyen organismos o unidades de autonomía. Por tanto, son dispositivos abiertos o disponibles a la configuración de intereses en la prolongada lucha de clases.
Finalmente, con la teoría política latinoamericana se vive un proceso último de reactualización del debate sobre la autonomía del Estado. Fue, especialmente, Zavaleta Mercado quien observó empíricamente que la concepción poulantziana sobre la apertura relacional del Estado estaba atravesada por diversos límites. El principal de ellos tenía que ver con la impermeabilidad de las capas burocráticas a la lucha de clases y la selectividad estratégica de las bases estatales-institucionales por las formas de representación y organización de los intereses capitalistas. Por lo que su propuesta se enfocó, esencialmente, en la historización de las relaciones entre el poder, las clases subalternas y las configuraciones estatales existentes.
Como es evidente, cada periodo histórico de desarrollo del Estado ha dado la razón (como también ha dejado parcialmente invalidada) la concepción de cada autor. Pareciese que es un proceso de ida y vuelta en el que, por momentos, se reafirma el carácter eminentemente de clase del Estado y, en otros, se viven procesos relativamente estables de apertura democrática. Lo cierto, en todo caso, es que las pequeñas conquistas democráticas representativas al interior del Estado son resultado de un prolongado proceso de lucha popular y no, al decir de Lenin, “la mejor envoltura para perpetuar la dominación de clase”.
Lo fundamental, en ese sentido, para revivir y reorientar el debate sobre el Estado en la tradición marxista, es insistir en que todo análisis sobre las configuraciones estatales debe partir del principio de realidad, del movimiento realmente existente entre las clases dirigentes, las transformaciones institucionales y la capacidad de organización y movilización del campo popular.
Notas
[1] Carlos Coutinho (2011) asegura que esta manera restrictiva de entender el Estado por parte de Lenin está vinculada, fundamentalmente, al tipo o forma de Estado con el que se enfrenta el proceso revolucionario bolchevique: el Estado autoritario zarista. De ahí que la consecuencia lógica, ante un régimen autoritario, sea la puesta en marcha de una estrategia revolucionaria de poder dual.
[2] Sin embargo, es posible pensar, como lo han hecho muchos críticos, que el horizonte estratégico de Poulantzas está atravesado, fundamentalmente, por su defensa del eurocomunismo de izquierda. De acuerdo con esta crítica, la producción teórica e intelectual de Poulantzas habría quedado atrapada dentro de los estrechos límites políticos y organizativos de la experiencia eurocomunista. Ver más en (Pulido & Barrera, 2022).
Bibliografía
Bovero, M. (1986). El modelo hegeliano-marxiano. En M. Bovero, & N. Bobbio, Sociedad y Estado en la filosofía política moderna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano (págs. 147-241). México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Coutinho, C. (2011). Marxismo y política. La dualidad de poderes y otros ensayos. Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Jessop, B. (2009). Estado, poder y socialismo como clásico moderno. Revista de Sociología y Política de Curitiba, 131-141.
Jessop, B. (2017). El Estado. Pasado, presente y futuro. Madrid: Los Libros de la Catarata.
Lenin, V. (1918). El Estado y la revolución. Bogotá D.C.: Sudamericana.
Luxemburgo, R. (1906). Huelga de masas, sindicato y partidos. China: Ocean Sur.
Poulantzas, N. (2005). Estado, poder y socialismo. México: Siglo XXI.
Pulido, S., & Barrera, D. (2022). El campanazo final: estrategia y revolución en la obra de Nicos Poulantzas. Boletín del Grupo de Trabajo Herencias y Perspectivas del Marxismo – CLACSO, 31-39.
Tapia, L. (2021). Bosquejos sobre hegemonía y bloques históricos en América Latina. La Paz: Autodeterminación.
Zavaleta, R. (2009). La autodeterminación de las masas. Bogotá D.C.: Siglo del Hombre – CLACSO.