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Turquía, país transcontinental, con 86 millones de habitantes, localizado entre Asia y Europa, constituye en la coyuntura actual en la que se abre paso el multilateralismo dentro del tablero de la geopolítica mundial, una pieza de suma importancia, más ahora que su presidente Recep Tayyip Erdogan, logró reelegirse en los comicios celebrados el pasado 28 de mayo.
La reelección de Erdogan ha sido una mala noticia para Estados Unidos que ha bregado por desestabilizarlo con el expreso propósito de tumbarlo del poder y un hecho auspicioso, en cambio, para Rusia que lo considera un aliado.
Durante la campaña electoral en la que fue evidente el respaldo de la Casa Blanca al candidato socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, un político pro occidental, Erdogan imputó a Washington su oscuro objetivo de sacarlo del poder, ofreciéndoles apoyo a sus opositores. Esta acusación es sin duda verosímil, debido a que en años recientes el alejamiento entre Ankara y Washington ha derivado en una abierta hostilidad, cuyo episodio más reciente fue el incumplimiento estadunidense de un contrato de venta de cazabombarderos de última generación F-35 a Turquía, en represalia porque este país adquirió sistemas antiaéreos S400 rusos.
EE.UU. y sus aliados europeos apostaron por enterrar al mandatario turco pero éste logró sostenerse cómodamente no solo porque obtuvo una victoria categórica en la segunda vuelta electoral sino que además consiguió una amplia mayoría en el Parlamento, luego de que sus detractores prácticamente lo veían derrotado, tras difundir su narrativa sustentada en falsas encuestas .
Y es que no obstante que Turquía es socio de la agresiva alianza militar del Atlántico Norte, conocida por sus siglas como OTAN, Erdogan le ha apostado en los últimos años a la implementación de una política exterior sustentada en la construcción de un mundo multilateral.
De ahí que la reelección de Erdogan para un nuevo periodo presidencial de cinco años constituye el alejamiento de Turquía del bloque occidental liderado por Washington habida cuenta que Ankara reforzará su política independiente. Sin embargo su juego es a dos bandas: cuando le conviene respaldará algunas de las políticas de Occidente y cuando no, se alejará y se acomodará a los intereses de Oriente. Un ejemplo claro es su pragmatismo para proteger sus intereses, puesto que Turquía ha vendido sus famosos drones “Bayraktar” a Ucrania, los cuales han sido sistemáticamente barridos por los rusos, mientras que, al mismo tiempo, se ha negado a respaldar las sanciones occidentales (ilegales, según el derecho internacional) contra la Federación Rusa. No debe extrañar, por lo tanto, el que Vladimir Putin haya sido el segundo en felicitarle, tras el emir de Qatar. Todo un síntoma.
Ese juego a dos bandas le permite al gobierno de Ankara pertenecer a la alianza militar de la OTAN pero simultáneamente mantener excelentes relaciones con los BRICS, con Rusia, o referentes de los procesos progresistas latinoamericanos, como la República Bolivariana de Venezuela.
Erdogan ha dado muestras de saber muy bien cómo sacar provecho del estatus de Turquía como miembro clave de la OTAN, con uno de sus mayores ejércitos, poder de veto y control de la entrada al superestratégico Mar Negro. Y todo ello mientras ejerce una verdadera independencia en política exterior, desde Asia Occidental hasta el Mediterráneo Oriental.
El mandatario turco es un experimentado líder que cuenta con una larga trayectoria en política, fue alcalde de Estambul (1994-1998), ocupó el cargo de Primer ministro durante tres mandatos, desde 2003 hasta 2014, año en el que fue elegido como Presidente de la República y renovó tras la segunda vuelta en las pasadas elecciones del 28 de mayo, un nuevo mandato. Este largo período en el poder también ha marcado la agenda internacional del país y ha posicionado a Turquía en un lugar intermedio, no solo a nivel geográfico, sino en sus relaciones internacionales.
Su victoria electoral se produjo en un contexto interno marcado fundamentalmente por la crisis económica que vive el país, por los problemas de cohesión social y por la situación de los refugiados sirios. Este tercer punto es determinante para comprender el viraje del posicionamiento internacional del país tras los años del gobierno de Erdogan y cómo se establece una relación directa entre el devenir interno de Turquía y su actual contexto internacional.
En 2016 se alcanzó un acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía para frenar la afluencia masiva de refugiados que llegaban a las costas europeas (sobre todo a Grecia), huyendo del conflicto armado en Siria. Según este acuerdo, por cada sirio que se quedase en territorio comunitario, otro sería enviado a Turquía. A cambio, Bruselas, la capital de la UE, prometió entregar a Ankara hasta 6.000 millones de euros para hacerse cargo de la situación. Pero el acuerdo ha tenido serios problemas para su implementación
Erdogan se ha ido distanciando de la Unión Europea, de la que Turquía no hace parte como miembro pero sí como uno de sus principales socios, y ha centrado su interés en focalizar su política en Asia central y Oriente Medio. Este cambio de estrategia, unido a las simpatías políticas del partido de Erdogan, de corte islamista, y sus relaciones con la hermandad musulmana, son elementos que ayudan a comprender la participación de Turquía en el conflicto sirio y cómo esta decisión se enmarca en una lectura más amplia sobre su agenda en las relaciones internacionales.
El giro hacia el Oriente
También es notable la cooperación estratégica China-Turquía que se enmarca en lo que Erdogan define como “girar hacia Oriente”, y tiene que ver sobre todo con el gigantesco desarrollo de infraestructuras multicontinentales chinas; la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). La rama de la Ruta de la Seda turca de la BRI se centra en lo que Pekín define como el “Corredor del Medio”, una ruta comercial de primer orden, rentable y segura, que conecta Asia con Europa.
Erdogan no se subirá al barco que se hunde de las sanciones contra Rusia. El Kremlin compró bonos turcos vinculados al desarrollo de la central nuclear de Akkuyu, de construcción rusa, el primer reactor nuclear de Turquía. Moscú permitió a Ankara aplazar casi 4.000 millones de dólares en pagos energéticos hasta 2024. Lo mejor de todo es que Ankara paga el gas ruso en rublos.
Así que una serie de acuerdos relacionados con el suministro de energía rusa triunfan sobre las posibles sanciones secundarias que podrían dirigirse contra el aumento constante de las exportaciones turcas. Aun así, es un hecho que Washington volverá a su única política “diplomática”: las ilegales sanciones. Después de todo, dichas sanciones en 2018 empujaron a Turquía a la recesión.
Así que se espera que esta nueva etapa del gobierno de Erdogan siga siendo una fuente inextinguible de irritación para los neoconservadores y neoliberales a cargo de la política exterior estadounidense, junto con sus vasallos de la UE, que nunca se abstendrán de intentar someter a Ankara para luchar contra la entente de integración Rusia-China-Irán en Eurasia. Sin embargo es evidente que el mandatario turco con su experiencia sabe jugar fino en el explosivo tablero de la geopolítica mundial.
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