Hay suficientes recursos para satisfacer necesidades de la humanidad, pero no para colmar la codicia capitalista

POR VIJAY PRASHAD

El 20 de julio, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicó un documento titulado Nueva Agenda de Paz. En la sección inicial del informe, el secretario general de la ONU, António Guterres, hizo algunas observaciones que merecen una reflexión detenida:

Nos encontramos ahora en un punto de inflexión. El período posterior a la Guerra Fría ha terminado. Se está produciendo una transición hacia un nuevo orden mundial. Aunque sus contornos aún están por definir, dirigentes de todo el mundo se han referido a la multipolaridad como uno de sus rasgos definitorios. En este momento de transición, las dinámicas del poder se han fragmentado cada vez más a medida que surgen nuevos polos de influencia, se forman nuevos bloques económicos y se redefinen los ejes de las disputas. Existe una mayor competencia entre las grandes potencias y una pérdida de confianza entre el Norte Global y el Sur Global. Distintos Estados tratan cada vez más de reforzar su independencia estratégica, al tiempo que intentan maniobrar por encima de las líneas divisorias existentes. La pandemia de enfermedad por coronavirus (Covid-19) y la guerra en Ucrania han acelerado este proceso.

Estamos, dice, en un momento de transición. El mundo se está alejando de la era posterior a la Guerra Fría, en la que Estados Unidos y sus aliados cercanos, Europa y Japón (conocidos colectivamente como la Tríada), ejercían su poder unipolar sobre el resto del mundo, para adentrarse en un nuevo periodo que algunos denominan “multipolaridad”. La pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania aceleraron unos acontecimientos que ya estaban en marcha antes de 2020. El desgaste gradual del bloque occidental ha provocado una confrontación entre la Tríada y las nuevas potencias emergentes. Esta pugna es más feroz en el Sur Global, donde la confianza en el Norte Global es la más débil desde hace una generación. Actualmente, las naciones más pobres no buscan atarse ni al frágil Occidente ni a las nuevas potencias emergentes, sino que buscan la “independencia estratégica”. Esta apreciación es en gran medida correcta, y el informe es de gran interés, pero también se ve debilitado por su falta de concreción.

Ni una sola vez el informe de la ONU hace referencia a ningún país concreto, ni trata de identificar adecuadamente a las potencias emergentes. Al no proporcionar un análisis específico de la situación actual, la ONU acaba aportando el tipo de soluciones vagas que se han convertido en habituales y carecen de sentido (como aumentar la confianza y fomentar la solidaridad). Hay una propuesta específica muy significativa, relativa al comercio de armas, sobre la que volveré al final de este boletín. Pero aparte de mostrar su preocupación por la creciente industria armamentística, el informe de la ONU intenta erigir una especie de andamiaje moral sobre las duras realidades que no puede afrontar directamente.

¿Cuáles son entonces las razones específicas de los monumentales cambios globales identificados por las Naciones Unidas? En primer lugar, se ha producido un grave deterioro del poder relativo de Estados Unidos y sus aliados más cercanos. La clase capitalista de Occidente lleva mucho tiempo en huelga tributaria, reacia a pagar sus impuestos individuales o empresariales (en 2019, casi el 40 % de los beneficios de las multinacionales se trasladaron a paraísos fiscales). Su búsqueda de ganancias rápidas y la evasión de las autoridades fiscales han llevado a una disminución a largo plazo de la inversión en Occidente, lo que ha vaciado su infraestructura y su base productiva. La transformación de los socialdemócratas occidentales, de defensores del bienestar social a defensores neoliberales de la austeridad, ha abierto la puerta al crecimiento de la desesperación y la desolación, el espectro emocional de la ultraderecha. La incapacidad de la Tríada para gobernar con fluidez el sistema neocolonial mundial ha provocado una “pérdida de confianza” en el Sur Global respecto a EE.UU. y sus aliados.

En segundo lugar, fue asombroso para países como China, India e Indonesia que el G20 les pidiera que proporcionaran liquidez al reseco sistema bancario del Norte Global en 2007-2008. La confianza de estos países en desarrollo en Occidente disminuyó, mientras que la percepción de sí mismos mejoró. Fue este cambio de circunstancias el que llevó a la formación del bloque BRICS en 2009 por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, las “locomotoras del Sur”, como teorizó la Comisión del Sur en los años ochenta y profundizó más tarde en su poco leído informe de 1991. El crecimiento de China por sí mismo fue asombroso, pero, como señaló la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en 2022, lo fundamental fue que China fue capaz de lograr una transformación estructural (es decir, pasar de actividades económicas de baja productividad a otras de alta productividad). Esta transformación estructural podría proporcionar lecciones para el resto del Sur Global, lecciones mucho más prácticas que las ofrecidas por el programa de deuda-austeridad del Fondo Monetario Internacional.

Ni el proyecto BRICS ni la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en inglés) de China son amenazas militares; ambos son esencialmente desarrollos comerciales Sur-Sur (en la línea de la agenda de la Oficina de la ONU para la Cooperación Sur-Sur). Sin embargo, Occidente es incapaz de competir económicamente con ninguna de estas iniciativas, por lo que ha adoptado una feroz respuesta política y militar. En 2018, EE.UU. declaró el fin de la Guerra contra el Terror y articuló claramente en su Estrategia de Defensa Nacional que sus principales problemas eran el ascenso de China y Rusia. El entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Jim Mattis, habló de la necesidad de impedir el auge de “rivales cercanos”, señalando explícitamente a China y Rusia, y sugirió que se utilizara toda la panoplia de poder estadounidense para ponerlos de rodillas. EE.UU. no solo cuenta con una vasta red de aproximadamente 800 bases militares en el extranjero —cientos de las cuales rodean Eurasia—, sino que también tiene aliados militares, desde Alemania hasta Japón, que proporcionan posiciones avanzadas contra Rusia y China. Durante muchos años, las flotas navales de Estados Unidos y sus aliados han llevado a cabo agresivos ejercicios de “libertad de navegación” que usurpan la integridad territorial tanto de Rusia (en el Ártico, principalmente) como de China (en el mar de la China Meridional). Además, maniobras provocadoras como la intervención estadounidense en Ucrania en 2014 y el masivo acuerdo armamentístico estadounidense con Taiwán en 2015, amenazaron aún más a Rusia y China. En 2018, EE. UU. se retiró unilateralmente del Tratado sobre Fuerzas Nucleares Intermedias (INF, por sus siglas en inglés) (que siguió al abandono en 2002 del Tratado sobre Misiles Antibalísticos), una medida que desestabilizó las herramientas para el control de armas nucleares y supuso que contemplara el uso de “armas nucleares tácticas” tanto contra Rusia como contra China.

La ONU tiene razón cuando afirma que el momento unipolar ha llegado a su fin y que el mundo avanza hacia una nueva realidad más compleja. Aunque la estructura neocolonial del sistema mundial permanece en gran medida intacta, se están produciendo cambios en el equilibrio de fuerzas con el ascenso de los BRICS y China, y estas fuerzas están intentando crear instituciones internacionales que desafíen el orden establecido. El peligro para el mundo no surge de la posibilidad de que el poder mundial se fragmente y disperse, sino de que Occidente se niega a aceptar estos grandes cambios. El informe de la ONU señala que “los gastos militares a nivel mundial establecieron un nuevo récord en 2022, alcanzando los 2,24 billones de dólares, aunque la ONU no reconoce que tres cuartas partes de este dinero lo gastan los Estados miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Los países que quieren ejercer su “independencia estratégica” —en palabras de la ONU— se enfrentan a la siguiente disyuntiva: unirse a la militarización del mundo por parte de Occidente o enfrentarse a la aniquilación por su superior arsenal.

La Nueva Agenda de Paz está diseñada como parte de un proceso que culminará en una Cumbre para el Futuro (Summit for the Future) que se celebrará en septiembre de 2024. Como parte de este proceso, la ONU está recogiendo propuestas de la sociedad civil, como esta de Aotearoa Lawyers for Peace, Basel Peace Office, la campaña Move the Nuclear Weapons Money, Unfold Zero, Western States Legal Foundation y World Future Council, que piden a la cumbre que adopte una declaración que:

  • Reafirma la obligación, en virtud del artículo 26 de la Carta de las Naciones Unidas, de establecer un plan de control de armamentos y desarme con la menor desviación de recursos para el desarrollo económico y social;
  • Pide al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, a la Asamblea General de las Naciones Unidas y a otros órganos pertinentes de las Naciones Unidas que tomen medidas con respecto al artículo 26; y
  • Pide a todos los Estados que cumplan esta obligación mediante la ratificación de los acuerdos bilaterales y multilaterales de control de armamento, junto con reducciones progresivas y sistemáticas de los presupuestos militares y aumentos proporcionales de la financiación para los objetivos de desarrollo sostenible, la protección del clima y otras contribuciones nacionales a las Naciones Unidas y sus organismos especializados.

Se calcula que los fondos necesarios para cumplir los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible ascienden a 3,9 billones de dólares: la mitad de este costo podría pagarse con el destructivo y despilfarrador comercio de armas. Con solo 40.000 millones de dólares al año se erradicaría el hambre en el mundo para 2030. Un cambio en las prioridades de gasto, aunque racional, va en contra del desorden global del capitalismo.

@vijayprashad

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