Homenaje en memoria de Fernando Garavito, el intelectual, escritor, periodista y luchador de izquierda democrática, a 14 años de su fallecimiento

Fernando Garavito Pardo (1944-2010).

TEXTOS DE RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL, ANA FERNANDA URREA FAJARDO Y FERNANDO ARELLANO ORTIZ /

El pasado martes 10 de septiembre al finalizar la tarde se congregaron familiares, amigos y allegados del intelectual colombiano y luchador de izquierda democrática, Fernando Garavito Pardo (1944-2010), en la Librería Ficciones, al norte de Bogotá, para rendirle un sentido homenaje, pues ese día habría cumplido 80 años.

Escritor, periodista, poeta, editor y abogado, Fernando Garavito nació en Bogotá el 10 de septiembre de 1944 y murió en Nuevo México el 27 de octubre de 2010. Fue uno de los periodistas más destacados de Colombia, conocido por sus investigaciones en temas de corrupción, narcotráfico y abusos en las instituciones públicas. Reveló casos que otros preferían ocultar y empleó su crítica y humor en sus trabajos y en sus columnas firmadas bajo los seudónimos de Juan Mosca o El señor de las moscas.

Garavito se graduó como abogado en la Universidad Javeriana, en 1966. A comienzos de 1970 puso en marcha el Tren de la Cultura, un museo montado sobre seis vagones de ferrocarril que recorrió Colombia, llevando exposiciones culturales a diferentes regiones del país.

Junto a la poeta María Mercedes Carranza, en 1975 organizó y dirigió Estravagario, un suplemento cultural del diario El Pueblo en Cali. La revista se convirtió en un escaparate de las tendencias de la contracultura latinoamericana, que incluyó colaboraciones de escritores como Eduardo Umaña Luna y Arturo Alape, y fue pionera en la publicación de textos críticos y provocativos, como ‘Para leer al Pato Donald’, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart.

Fue redactor, editor y director de distintos medios de comunicación. En 1976 publicó su primer libro titulado , un poemario que experimenta con el lenguaje y la estructura de sus poemas, los cuales abordan la alienación, la crisis de identidad y el desencanto con la realidad social y política. En 1989 dio a luz Ilusiones y erecciones, un libro que explora la complejidad de las emociones humanas, enfocándose en el deseo y la frustración.

En total, fueron catorce libros sobre poesía y periodismo investigativo. Entre ellos se encuentran Reportajes de Juan Mosca (1983), una colección de investigaciones periodísticas, y El vuelo de las moscas (2003), que compila columnas sobre la realidad colombiana. Paramilitar para paramilitares (2006) y Práctica y ambigüedad del enemigo (2007) abordan las dinámicas de violencia y corrupción en Colombia. Su último trabajo, Banquete de Cronos (2007), ofrece una antología que resume su recorrido literario. Además, sus investigaciones sobre la toma del Palacio de Justicia y otros temas controversiales le valieron el premio nacional de periodismo Simón Bolívar en 2001.

La periodista Olga San Martín y la poeta Yirama Castaño hicieron la presentación del acto en homenaje a la memoria de Fernando Garavito en la Librería Ficciones.

Póstumamente se editó De la luna y el sol. Palabras para las Romanzas sin palabras de Félix Mendelssohn, el cual apareció en 2015 con motivo de los cinco años de su fallecimiento

El humor fue una característica distintiva en toda su obra, tanto en su periodismo como en su poesía. Sus columnas de opinión a menudo se enfrentaron a la censura debido a sus críticas agudas a figuras políticas y eventos de la época.

Su vida profesional y personal sufrió un giro importante en los años 2000, cuando se vio forzado al exilio en Estados Unidos debido a amenazas relacionadas con su denuncia sobre la presunta vinculación de Álvaro Uribe con el narcotráfico y el paramilitarismo. Continuó produciendo investigaciones y escribiendo sobre la situación política de Colombia hasta su fallecimiento a causa de un accidente automovilístico en Nuevo México, Estados Unidos.

Melibea Garavito lee un texto de su padre, Fernando, durante el homenaje que se le rindió en Librería Ficciones.
El profesor Ricardo Sánchez Ángel en el homenaje en memoria a Fernando Garavito.
Los periodistas Pedro Badrán y Gonzalo Guillén recordaron anécdotas del oficio reporteril con Fernando Garavito.
Manuela Garavito rememorando experiencias con su padre, Fernando.

Homenaje de ‘La Rosa Roja’

Para unirse a este merecido homenaje, La Rosa Roja publica a continuación tres textos testimoniales, cuyos autores tuvieron una relación intelectual y de amistad con este referente del periodismo y la cultura colombiana y en los que se proyecta su firmeza de carácter, su compromiso político y su bonhomía que lo caracterizaron durante su travesía vital.

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Fernando Garavito, desplazado por pensar

 POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL /

En su libro Paramilitar para paramilitares Fernando Garavito da cuenta de su exilio y del de su familia de una manera cautivante.

A propósito de dicho libro publiqué este artículo en Un Pasquín en el año 2006.

Nota: Para recordar al intelectual, al escritor, al periodista, al luchador de izquierda democrática. Al gran ser humano. Como en el verso de Federico: “Viva moneda que nunca se volverá a repetir”.

El exilio es la condena que los sistemas aplican a las personas libres y dignas que los enfrentan. Así ha sido siempre, aunque ahora se ha banalizado de tal forma que a casi nadie pareciera importarle. Un capítulo de la historia nacional que no ha sido escrito es el de los exiliados.

Colombia es un país de perseguidos, desterrados, desplazados al exterior y en su propio territorio. Colombia es diáspora, éxodo involuntario que se yergue como posibilidad cierta para el disidente: O huyes o mueres. ¡O lo uno o lo otro! ¡O la muerte física o la muerte civil!

En el bello libro ‘Paramilitar para paramilitares’ –Bogotá: Fundación para la investigación y la cultura, Fica, 2006– el escritor Fernando Garavito da cuenta de su exilio y del de su familia de una manera cautivante. Es un breviario de ética, un alegato político, un escrutinio periodístico, un testimonio de capítulos esenciales de nuestra vida. Una obra que versa sobre los tiempos sombríos que nos acompañan, con la mirada puesta en el porvenir, en la lucha contra esa muerte interior, tan cruel y tan despiadada que es la depresión. Y a fe mía, que el resultado es contundente: “¡Estoy vivo y pienso!; llevo la patria y la dignidad a cuestas; el lenguaje y lo humano universal son mis asuntos”. Tal podría ser la síntesis incompleta de la actitud erguida de este escritor.

Se trata de una praxis de oposición que Fernando comenzó desde hace mucho tiempo contra la injusticia y que radicalizó frente al sistema y frente al actual gobierno. Una oposición dura, irreverente, crítica, con el arte de la inteligencia y de la palabra liberada. Un acto de responsabilidad ante la irresponsabilidad del poder. Ser hoy de oposición es ser responsable.

Para nada hay en este libro lenguaje de algodón, de acuerdo con una calificación certera que el autor le otorga al periodismo colombiano. Descifra con una contundencia impecable el paramilitarismo y el usufructo de la muerte por el capitalismo salvaje que nos rige, igual que el sentido equívoco y fraudulento de las grandes expresiones: nación, democracia, constitución, libertad de prensa, patria, paz, vaciadas de contenido real y puestas en escena por los titiriteros de los grandes privilegios.

Acertadamente conforma la ecuación “en Colombia el poder es el miedo”, ante la cual esgrime la necesidad de una nueva utopía, basada en la crítica a la propiedad.

La radiografía apasionada, severa y valiente que este poeta realiza sobre el inquilino en el solio de Bolívar, nos lleva a recordar el personaje inmortal de Jorge Zalamea, tan sólo para corroborar que el Gran Burundún Burundá no ha muerto, vive, está ávido y goloso de poder y más poder para desventura de Colombia.

Una de las cualidades de este breviario es reflexionar, con filósofos, sobre Colombia, sin artificios y con creatividad. La literatura política, poética o periodística quiere educar para la razón, pero también para los sentimientos. El libro de Fernando Garavito está concebido en los cánones de Nietzsche, quien decía: lee sólo lo que el hombre ha escrito con sangre y aprenderás que la sangre es espíritu.

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Hombre íntegro

POR ANA FERNANDA URREA FAJARDO /

Texto leído en el homenaje a Fernando Garavito Pardo en el quinto aniversario de su muerte en el que se llevó a cabo la presentación de su poemario póstumo, De la luna y el sol, el 27 de octubre de 2015 en la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

Quiero agradecer de todo corazón a Melibea, Fernando y Manuela, los entrañables hijos de Fernando Garavito, haberme invitado, ciudadana del común, que de escritora no tengo ni una gota, a que hablara sobre mi amistad con Fernando Garavito Pardo, amigo del alma. Para mí es un honor.

Hoy le rendimos homenaje para conmemorar cinco años de su muerte, pero sobre todo para dar luz a su notable inacabado libro de poemas titulado De la luna y el sol, dedicado a su amada esposa, la bailarina, maestra de ballet y coreógrafa Priscilla Welton.

Ana Fernanda Urrea Fajardo durante su intervención en el homenaje a Fernando Garavito en la Librería Ficciones de Bogotá.

Garavito vivió 66 años. Nació el 10 de septiembre de 1944 y murió el 27 de octubre de 2010.

No perdió un minuto de su vida. La vivió de una manera absolutamente intensa. Siempre con la más suicida honestidad, con el más audaz y riguroso profesionalismo, con la más ardua meticulosidad y perfeccionamiento de la palabra, con el convencimiento de que la palabra es la humanidad, con la sindérisis exacta y con un detectable fino humor para atenuar la vida de tristezas, soledades y sacrificios.

Y también la vivió amorosamente. No conocí a Fernando cuando estuvo casado con María Mercedes Carranza, pero soy testigo del amor, del afecto, del cariño que desplegó, tuvo y mantuvo con Melibea, hija de María Mercedes, con Fernando y Manuela, hijos de Priscilla y por supuesto con Priscilla, su inseparable compañera, su segunda y última mujer. Y con sus padres y hermanos. Recuerdo la desolación de Garavito con la enfermedad por la que atravesó Édgar, su hermano filósofo, y del brillante texto que escribió in memoriam.

Sus principios éticos, inculcados desde que nació, fueron inquebrantables. Los fue analizando, madurando, solidificando durante toda su vida.

Fue un hombre de infinita cultura, inteligente, importante y de estruendosa calidad.

Honesto hasta la médula, cualidad que admiraron muchísimas personas, que le otorgó amistades sinceras, expresadas durante sus tenaces años de trabajo como en el momento de su muerte y característica que repudiaron otros, pues sus valientes escritos despertaron profundos y duraderos odios.

Bogotano a la antigua. Cachaco. De vestimenta tradicional. Espeso bigote, ojos negros, calvo, ni gordo ni flaco, dientes prominentes, feo. Pero hermoso de espíritu.

En el trasegar de la vida se graduó de abogado, fue periodista desde 1968 hasta su muerte, cumpliendo con creces como director, editor, jefe de redacción, cronista, entrevistador, columnista de opinión. Además fue excelente administrador cultural, crítico literario, diplomático, catedrático, ponente en diversos foros, expositor sobre variados temas, escritor, poeta, candidato a la Cámara de Representantes y obtuvo, premios y reconocimientos en Colombia y en el exterior.

Escribió muchos libros. Yo he contado dieciocho. Pero como el asunto no es la cantidad sino la calidad, el talento, el compromiso sin equívocos y la disciplina brillan en su obra. ¡Y lo que falta por publicar! pues no paraba de escribir.

Me he sentido halagada porque Garavito me dedica un poema en Son Neto, que es el título de una compilación de poemas publicados en la revista Golpe de Dados de marzo-abril 2000 y me cita en Banquete de Cronos, año 2007. Leí este libro con cuidado y decidí garabatearle una carta en la que expresaba mis impresiones. A mí me encantó y se lo dije. Mi sorpresa fue mayúscula: me envió una nota de una ternura infinita en la que expresa: “Gracias mi Ana. Ahora que vivo con la sensibilidad a flor de piel lo único que pude hacer fue llorar, esta vez de emoción y gratitud. De emoción porque leíste el libro con amor y profundidad. De gratitud porque ninguna persona ha hecho por mí lo que tú has hecho. Como siempre…siempre, Fernando”. Garavito se manifestaba afectuoso con sus amigos y en este libro lo hace con varios, entre otros: con Gonzalo Guillén, su compañero de escalofriantes batallas, con María Elena Triana, amiga en las buenas y en las malas, con Enrique Uribe Botero, de larga amistad. En sus escritos existen incontables referencias a sus amistades y a su familia.

Yo conocí a Fernando en 1988 en la Prensa, diario dirigido por Juan Carlos Pastrana e ilustrado por Gustavo Zalamea. Garavito trabajaba sin tregua. Y producía periódicos estelares. Era el editor. Se leía todo lo que iba a salir cada día. Corregía todo. Y, por supuesto, escribía muchas líneas de este diario. El contenido y la profundidad de sus páginas marcaron un punto alto en el periodismo colombiano. Creó una sección en la página editorial que se llamaba Tópicos de la Prensa, que eran tres conceptos profundos sobre tres acontecimientos nacionales, los cuales redactaba diariamente, y casi todos los días hablábamos sobre ellos; aunque no son poemas, podrían encajar perfectamente en esta denominación por su cercanía a la perfección.

Estaba de editor en este periódico en 1989 cuando Luis Carlos Galán fue asesinado. Con Galán estableció una amistad fraternal y compartió años de estudio de derecho, de periodismo y de compatibilidad política. La indignación que sintió ante este crimen fue de raíz porque ya para 1989 había adelantado varias investigaciones sobre los nexos del narcotráfico y del paramilitarismo, conociendo con datos y no con especulaciones, las andanzas y los vínculos de éstos con sectores de la clase dirigente, de políticos y de funcionarios estatales.

No era fiestero. Hacía pocos viajes. Tomaba limonada natural y decía que de ese sabor deberían ser los ríos del mundo. Aquí quisiera reseñar la entrevista que le hace Armando Orozco en abril de 2010, que se titula “Entrevista Proust a Fernando Garavito”, en la que a la pregunta: “¿Cuál es la idea de la felicidad terrenal?”, contesta: “La respuesta la dio Marilyn Monroe, un martini seco antes y un cigarrillo después. Pero aclaro, yo sólo tomo limonada natural y no fumo”.

Estuvo varias veces en el apartamento de Ricardo, y mío, comiendo y almorzando. Me decía: Ana: que la comida no vaya a tener ni cebolla, ni ajo, ni champiñones. Un día decidí darle a mis comensales, entre los que se encontraban Margarita Marino y Álvaro Botero, un Ángel Blanco: el trago que tomaba Truman Capote para desenguayabar. Consiste en mezclar un trago de vodka, un trago de ginebra y hielo. Se tomó dos. Se encerró en un baño. Salió a las tres horas y me dijo que lo estaba tratando de envenenar.

En 1998 Ricardo, y yo viajamos a Lisboa y tuvimos la buena fortuna de que Garavito trabajaba como ministro consejero en la embajada de Colombia. De su mano y de la de Priscilla conocimos el Lisboa y el Pessoa de Fernando. Inolvidable. Lisboa lo marcó. Las calles, los museos, las plazas, los cafés. Pero el halo por el que se dejaba envolver era el de Pessoa. Fue admirador de su obra y radicado en Lisboa, el maestro y su vida lo extasiaron. En sus escritos lo citaba permanentemente.

El desayuno era su comida preferida del día. En múltiples textos hace alusión a éste, su manjar preferido. En uno, por ejemplo dice que los ingleses son los que mejor comen porque se desayunan tres veces al día.

Dormía poco. Quería a sus gatos y a Pip, su labrador negro, quien también estuvo y murió en el exilio. Tenía su flamante Volkswagen azul claro, en el que hacía todas las diligencias imaginables, con o sin conductor.

A pesar de saber muy bien que día tras día el país se deterioraba, no se amargaba, se reía de él mismo e ironizaba sobre lo ironizable, lo cual le producía cierta alegría.

Gozaba de un especial humor y en él es cuando uno se da cuenta que no sólo la inteligencia es fascinante, sino el sentido del humor. En Requiem por Fernando Garavito, en El vuelo de las moscas dice de él mismo “tenía actitudes risueñas”, “defendió con vigor la expresión de su particular sentido del humor.” Y dentro de este peculiar humor creó un poeta llamado Orlando Iregui Rumazo, Pasto, que ridiculizaba situaciones de la vida diaria.

Pienso que Garavito y yo nos quisimos muchísimo porque siempre pasábamos un buen rato. Yo me divertía permanentemente con él. Decía las cosas más serias de una manera absolutamente chistosa. Era chispudo. Nos teníamos confianza y una amistad cómplice. Hablábamos de política, de literatura, de periodismo. A pesar de sus ocupaciones, siempre tenía el detalle de preguntarme cómo iba mi trabajo y mi vida.

Como todos sabemos firmaba sus columnas como Juan Mosca y como el Señor de las moscas. Y le hizo un homenaje a la mosca. Precisamente Fernando sostenía que ese seudónimo era en alusión a los muiscas porque los españoles entendieron que la nube de indígenas que se les había aparecido y que estaba en todas partes, se llamaba los moscas y no los muiscas. Aterrizando hoy, esas moscas de entonces, decía: “no son esos horribles insectos que se posan donde todo el mundo cree que se posan sino en los banquetes donde los grandes politiqueros se reparten el presupuesto y en los bordes de las copas del brindis entre políticos y empresarios. Y por eso hay que ser mosca: para entrar y pararse sobre estas viandas.”

Por su valiente periodismo recibió las amenazas que lo obligaron a abandonar el país. La última columna que escribió en El Espectador ha debido ser publicada el 22 de diciembre de 2002 y fue censurada. Él ya se encontraba en el exilio en EE.UU.

Expone en uno de sus textos, escrito en diciembre de 2003, lo siguiente:

“Yo salí a raíz de mi tarea de denuncia sobre las dolencias que vivimos en este preciso momento, y que amenazan con agravarse a medida que avanza la gestión de Álvaro Uribe, el actual presidente. El grupo político que él encabeza y que hoy gobierna a Colombia, tiene un oscuro pasado. Fui el primero en denunciarlo en una columna de prensa que se publicó en El Espectador, de Bogotá, en noviembre del año 2000. Allí enumeré las relaciones entre Uribe, un candidato que en ese entonces era insignificante, con el narcotráfico. Y luego, en una serie de artículos posteriores, que aumentaban en desolación y aislamiento a medida que ese individuo subía en las encuestas hasta ser elegido presidente de la República, dije sin temor cómo en su tarea administrativa se había apoyado sobre grupos terroristas que atropellaron durante años –y aún atropellan– los derechos humanos y sociales de personas y comunidades marginadas. Fueron muchos los artículos que escribí en ese sentido. El 17 de febrero del año 2002, cuando la elección del candidato parecía inminente, volví a denunciar las relaciones que él mantuvo con el narcoterrorismo, y puse de presente que en un discurso en el Senado de la República defendió la posición del cartel de Medellín, de infausta memoria. Fue entonces cuando Carlos Castaño, el jefe paramilitar (“comandante” lo llaman en Colombia) me advirtió en su página de internet que tuviera cuidado. Detrás de ese delincuente común, al que ahora quieren darle status de político extraviado, hay un ejército de 20 mil sicarios que obran a su acomodo. No encontré protección. Desde hace varios años en Colombia no se hacen advertencias: simplemente se mata. Cuando comprobé que en la esquina de mi casa se apostaban extraños individuos que controlaban todos mis movimientos, y supe que un grupo de choque preguntó en la universidad por mi salón de clases y mis horarios, resolví salir del país. Viajé a los Estados Unidos porque era el único sitio del que tenía una visa vigente, pero mi propósito era el de seguir mi viaje hacia el Canadá, o Suecia. En ese sentido, adelanté gestiones ante los consulados en Bogotá, pero la distancia complicó mucho las cosas. De ahí que en septiembre del año 2002 decidí presentar en Maine, donde me acogieron algunos parientes de mi mujer, una solicitud de asilo político para mí y mi familia”.

Y así como le cayó la muerte en el exilio, antes y durante la diáspora era cabalmente solidario con los periodistas y personas intimidadas. En julio de 2010, a raíz de una nueva conminación a Gonzalo Guillén, escribió:

“Esa muerte anunciada, como cualquiera, sería una mancha imborrable sobre la conciencia del país. Tenemos que impedir que se produzca”.

Y continúa:

“Siempre recordaré la última conversación que tuve con Luis Carlos Galán, que era mi amigo personal, con quien había compartido mis años de Universidad y mis primeros trabajos. Tal vez fue el 16 o 17 de agosto de 1989, uno o dos días antes de su asesinato. Cuando le pregunté cómo estaba, me contestó: “Solo”. ¿Por qué?, le pregunté. “Porque me van a matar y nadie, absolutamente nadie, ha dicho una sola palabra sobre el peligro que corro”. De ahí que la explosión de dolor colectivo que siguió a su muerte siempre me ha parecido una insignificancia mediocre”.

Su constancia en el trabajo era incontrovertible: desde que fue desterrado del país en marzo de 2002 escribió sin pausa, fue perseverante en la red y desarrolló múltiples actividades.

Sus hijos van creciendo y estudiando, él y Priscilla consiguen trabajo. Y ocurre la muerte de Priscilla que también fue la muerte de Fernando papá, de Fernando hijo, de Manuela y de muchos.

Garavito lucha cotidianamente contra la adversidad. En su desgarramiento trata de levantarse y se levanta.

Ana Fernanda Urrea Fajardo.

La pasión de Fernando por seguir luchando y hacer algo por el país se concreta en su candidatura a la Cámara por la Circunscripción Internacional, para las elecciones del 14 de marzo de 2010. Esta candidatura fue una propuesta de Jairo González, del PDA de Alemania, líder del colectivo Polo Mosca, del cual hubo inspiración y participación de Garavito en su creación. Esta corriente se definió como un espacio digital de trabajo y pensamiento constituido por un número extenso de compatriotas viviendo y sobreviviendo en el exterior a favor de la construcción de una nueva Colombia. Su candidatura es respaldada por múltiples personas por fuera y dentro del país.

La plataforma que Garavito concibe para esta candidatura en enero de 2010 se llama “Un camino por la dignidad de Colombia”. Plantea la representación de los colombianos en el exterior, y como columna central, de los que se han visto sometidos al desplazamiento forzoso; aboga por los derechos de los colombianos en el exterior desde el exterior y desde Colombia. No sale elegido.

Se asoma, sin embargo, un Garavito íntegro que si se inició como liberal fue dando un giro hacia la izquierda pues en su candidatura a la Cámara hacía alusión en su plataforma a la necesidad de una integración de estirpe popular y en sus últimos escritos publicados, manifiesta que el capitalismo debe ser desechado por ir en contra de las urgencias del hombre, habla de la necesidad de un socialismo contemporáneo, critica el sometimiento de América Latina a los Estados Unidos, se declara contra el bloqueo a Cuba, defiende los derechos humanos de todas las comunidades, reprueba la sociedad de consumo, la privatización desenfrenada, la injusticia, la convivencia con el crimen, la corrupción, la falta de independencia de los medios y periodistas. Podría decir que fue un demócrata radical y que con esta convicción murió.

Desde su expatriación tuvimos contacto permanente y fue en esos momentos de gran cariño y amistad en los que me confiesa su intención de publicar el libro que hoy se presenta.

En efecto, en un primer correo en abril de 2009 me dictamina que lo que me va a contar debe ser un secreto entre él y yo. Y sí, lo guardé. Sólo hasta saber la decisión de los hijos de publicar este magnífico libro, me atrevo a develar la custodia del tesoro que me encomendó. Me dice:

“Escribo y escribo, un poco a ciegas. Perdí el norte, y mi escritura es tan distinta que yo mismo me desconcierto. Resulta que he querido desde hace tiempos hacer una exégesis de Priscilla, pero no esas cosas llorosas que hacen los viudos, sino algo con el estilo característico que ella tuvo, inteligente, sensible y de muy pocas palabras. Después de mucho pensar, resolví centrarme sobre una de mis obras musicales preferidas, las “Romanzas sin Palabras”, de Mendelssohn. Hablo de ella en los dos prólogos del Banquete de Cronos, el de Mosca y el mío. Son 48. Identifiqué entonces 48 momentos en la vida de Priscilla y traté de relacionarlos con alguna de las Romanzas, buscando no hacer de la música algo descriptivo, sino algo tan profundo como debió pensarlo Mendelssohn. Esto fue bastante difícil. De pronto una frase musical que me llevaba a algún momento, me permitía ubicar ese recuerdo. Creo que oí las Romanzas no menos de quinientas veces. Además, quise quitarle a la poesía las palabras. Fue también muy difícil. En este punto tengo una gran deuda con María Mercedes y su “Canto de las Moscas”. En mi prólogo a sus “Obras Completas” sostengo eso: que en “El canto de las moscas” ella hace poesía sin palabras. Yo trato de llegar a un resultado semejante, pero debo reconocer que fue ella quien abrió el camino.

En este momento he escrito 16 textos. Los he agrupado bajo un título general: “Palabras para las Romanzas sin Palabras de Félix Mendelssohn”. Trabajando intensamente, escribo uno o dos cada semana. Me ciño a los Opus musicales (son 8), cada uno de los cuales tiene seis romanzas. El orden perfecto, como me gusta. Con algo de temor, te voy a dar un ejemplo. (Tendrías que oír la música, para entender mejor lo que estoy diciendo). Se trata del número 4 del Opus 19, que Mendelssohn no bautizó de ninguna manera, pero que en mi referencia personal llamo “Crepúsculo”. Yo cuento ese momento en “Banquete de Cronos”, en la dedicatoria a María Elena Triana (página 145). Para Priscilla y para mí fue siempre un recuerdo imborrable. Dice así:

Opus 19 – Número 4

(Crepúsculo) (Schilthorn, 1978)

Sólo una, la tarde,

la luz que cae

sobre el trigo,

y el cencerro en el silencio

de la montaña.

Eso es todo. En ninguno de los textos hablo de Priscilla. Se trata de hacer un libro para todos. En ninguno uso pronombres ni adjetivos. (Hasta el momento llevo un solo pronombre y un solo adjetivo). Lucho tremendamente contra lo adjetivo. Y trabajo con desvelo en algo que, tal vez, sólo tú entenderás o que, por lo menos, sólo a ti te contaré. Dime, por favor, qué te parece. Con el corazón en la mano. Si tu opinión es negativa, de cualquier manera seguiré adelante (porque yo soy testarudo). Si es positiva, me ayudarás a no desmayar en este camino tan extraño. Pero, en cualquier caso, tendré la visión que quiero, la de una lectora inteligente (que no es crítica), pero que, eso espero, tiene un cariño exigente por el autor. Así ha sido siempre, y espero que nunca cambie. Si me dices que esto no vale la pena, tal vez te querré más que antes,

Fernando”.

Por supuesto no me iba a querer más que antes porque yo quedé asombrada, deslumbrada, impactada por la belleza de poema que me acababa de mandar. Se lo dije y nos escribimos varios correos en relación con este tema. Después de persistente búsqueda conseguí las Romanzas sin palabras de Mendelssohn, las oí innumerables veces para captar los Opus y dentro de éstos, las Romanzas. Proseguimos con nuestros mensajes.

Quiero anotar que este poema, Crepúsculo, que acabo de leer, Garavito lo reformó, puesto que en el libro aparece ya con su adaptación definitiva.

En un correo de julio de 2010, me indica:

“He trabajado mucho sobre las Romanzas sin Palabras de Mendelssohn. Son 48 romanzas, 49 si añadimos una que figura en la interpretación de Lívia Rév, aunque de la última no he podido saber cuál es el opus. Bueno, pues, dividí el trabajo en cuatro partes. La primera sobre las primeras 24 romanzas, la segunda sobre las que van de la 24 a la 48, la tercera sobre la romanza de Lívia Rév, y la cuarta sobre Priscilla. Desde hace años tengo lista la cuarta, y hace tres semanas terminé la primera, después de grandes esfuerzos contra los adjetivos, contra la descripción, contra la frondosidad de las palabras, contra los pronombres… Una verdadera batalla. Bueno, dejé pasar unos días para leer el resultado, y claro, yo soy yo, al leerlo deseché siete. Me angustié. De modo que, por último, perdoné dos que no estaban definitivamente mal, con gran esfuerzo (trabajando 20 horas al día) rehice otras dos, y definitivamente deseché tres. Quién sabe si logre terminar este asunto algún día. Mi cabeza ya no funciona ni bien ni mal ni de ninguna manera.

Te envío como muestra (sólo para ti) la primera de todas para que sepas qué es lo que estoy haciendo:

Opus 19 − Número 1

Más allá

Bogotá, 1997

Más allá del ocaso

el infinito.

Cada cual lleva su horizonte

en la mirada.

¿Ves? El título y el “Bogotá, 1997” refieren a un hecho concreto que vivimos ella y yo. Priscilla no aparece para nada. Sólo una vez se le menciona en la 4a. parte. Y todos los textos son parecidos. Creo que las 24 romanzas (ahora 21) ya terminadas, no tienen más de 500 palabras. No hay ninguna descripción. La más ardua de las luchas fue la de acabar con la descripción de la música. Sólo una nota, para mi yo íntimo, lleva al momento intenso que vivimos Priscilla y yo, y que sólo ella y yo vivimos.

Todo esto lo conversaba con Priscilla. Pero ahora ella no está.

Fernando”.

Este poema es el primero del libro De la luna y el sol y no sufrió modificación.

El 23 de octubre de 2010, 4 días antes de accidentarse, me anota:

“Yo estoy ahora mismo en Marfa, un pueblo perdido en el sur de Estados Unidos (no es ni medio oeste ni medio este, de modo que no sé dónde estoy). Sé que es en Texas, que tiene 500 habitantes, que está cerca de la frontera con México, y que estoy acá porque la Fundación Lannan me dio una “Residencia” de creación literaria, para ver si acabo el librito con los textos herméticos sobre Priscilla. Trabajo intensamente. La Residencia se acaba el 17 de diciembre, y ese día es el último que tengo para presentar lo que haya hecho. Después trataremos de traducirlo al inglés y de publicarlo, en edición bilingüe, en este país. Cada día creo menos en Colombia, lo digo con tristeza, pero así es.

Fernando”.

Como se desprende de los mensajes leídos, parecería que hubiera querido escribir 50 poemas y tenía tiempo hasta el 17 de diciembre de 2010 para presentarlos a la Fundación Lannan. Su cometido fue formidable:

De la luna y el sol tiene 44 poemas bellamente terminados y 6 por terminar.

Como ustedes lo leerán, esos 44 momentos que espero, graviten en la inmortalidad, son los del más profundo realismo entre dos personas que se amaron con toda el alma, y que fueron elaborados letra por letra para que nosotros los podamos tomar como nuestros y entregar a quienes amamos con todo el alma.

Oyendo las Romanzas de Mendelssohn, me puedo imaginar a Fernando sonriendo mientras Priscilla baila alguna de ellas.

De no ser por su ética política y periodística, no habría tenido que salir exiliado no habría tenido que padecer un destierro tan doloroso, traumático y dramático, como lo fue ese camino a la muerte que significó el éxodo de él y de su familia.

A mí no me cabe un solo adjetivo más para exaltar la vida y obra de Garavito, mi adorado amigo. ¡Ay de mí si me oyera! Él que siempre ahorró adjetivos y pronombres.

Muchas gracias.

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Fernando Garavito, exiliado y censurado: “Colombia se está consumiendo en su propia hecatombe”

POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ /

“Lo peor es el silencio”, dice Fernando Garavito Pardo, en esta entrevista publicada en mayo de 2004 y que hoy reedita La Rosa Roja para que siga viva su voz independiente.

Este país no soporta ninguna opinión que no sea la oficial, consagrada, bendecida y autocensurada. Periodísticamente estamos cercados y hemos desaparecido aplastados como las moscas por un periódico contra los ventanales de la sala. En Colombia lo malo convive, mi columna no fue de las Convivir, como ahora se estila“.

Su pluma y sus posiciones políticas desafinan en medio de la actitud unanimista, el autoengaño y la estulticia mental en que se debate Colombia desde hace ya algunos años. Desafina dentro del cerrado, monopólico y selecto club de los columnistas de la prensa colombiana al que se pertenece no por los dotes intelectuales o los méritos de los opinadores, sino porque se es dueño o accionista del medio de comunicación, o familiar o amigo, o en últimas cipayo de los propietarios de la prensa de esta país, o también porque se lleva un apellido tradicional de “la decadente oligarquía colombiana”. Por desafinar y por asumir una actitud independiente que en Colombia no está permitido, el 23 de diciembre de 2002, el director de El Espectador le notificó al periodista Fernando Garavito en su exilio, que su columna caracterizada por ser crítica y punzante no va más. Y no podía ir más habida cuenta que la voz de Garavito criticando a la clase dirigente que por su mediocridad, su rapacidad y su corrupción terminó convirtiendo a este país del Sagrado Corazón de Jesús en una hecatombe y a sus habitantes en unos seres desesperanzados y sin futuro, era incómoda y fastidiosa para los mandamases y los ilotas del régimen imperante.

En el coro del unanimismo, Garavito desentona y era obvio que El Espectador cuyo propietario es el poderoso grupo oligopólico Santodomingo lo acallara y le dijera que hasta aquí llegó.

Este curtido periodista, maestro de periodistas que ha tenido que exiliarse por las amenazas contra su vida, lo entiende así. “Entiendo -afirma- que en Colombia la libertad de prensa está en peligro, mientras que, frente a la información, la libertad de empresa sigue haciendo de las suyas. No quiero que se piense en mí como una víctima de la represión de los poderosos grupos económicos que hoy nos manejan, ni como un cordero sacrificado en el altar del unanimismo. Soy, simplemente, una voz independiente que ha sido censurada”.

Y claro, la censura a Garavito por parte de El Espectador pasó casi desapercibida en esta Colombia donde campea la banalidad y lo fatuo, y en que la genuflexión y la incondicionalidad a los poderosos y a quien ejerce el poder de turno es el común denominador.

Ya lo había dicho el propio Garavito, inclusive: en este país destrozado que no ha logrado aún encontrar su destino, “no hay clase política, solo una clase politiquera. No hay gobierno, hay un club de negocios. No hay un Congreso, hay avivatos que trabajan contra los intereses de la mayoría de colombianos”.

Era entonces obvio que esa dirigencia corrupta y politiquera colombiana que describe muy bien Garavito no se aguantara más que le siguiera cantando sus verdades y terminara censurándolo.

Qué mejor entonces que invitarlo a él a dialogar sobre periodismo y a dar una rápida mirada a lo que ha sido el devenir histórico de esta desventurada Colombia, cuyas clases dirigentes la han sumido en un mar proceloso de abatimiento, impotencia y postración.

Un periodismo corroído por el cáncer de la banalidad

– Para empezar hablando de periodismo hay que preguntarle ¿por qué el seudónimo de Juan Mosca, si se tiene en cuenta que las moscas no merodean sitios muy salubres?

– Sí, precisamente el seudónimo proviene de la necesidad que tuve en un determinado momento de enfrentar la elaboración de reportajes políticos. Alrededor de los políticos realmente el ambiente no es muy sano y ese es el sentido inmediato del Mosca, pero también hay otro que es una referencia literaria quizás un poco pedante al famoso conde Mosca que en ‘La cartuja de Parma’ es uno de los personajes centrales y es un fino político, inteligente que maneja el principado a su amaño y que se enamora de la duquesa Sanseverina. De tal manera que mi Mosca está en esa confluencia de mosca y Mosca. Y, algo más, los moscas que son los muiscas y yo tengo de alguna manera como lo muestra mi fisonomía una ascendencia bastante mosquil, por esas tres paticas encontramos la razón de ser Mosca. Y Juan porque todos somos una especie de Juan Lanas, de tal manera que entre el Juan Lanas nuestro y el conde Mosca italiano podemos hacer una mosca que merodeé alrededor de los políticos colombianos.

– ¿A qué atribuye el hecho de que El Espectador haya prescindido de su columna periodística?

– A que este país no soporta ninguna opinión que no sea la oficial y consagrada y bendecida y autocensurada. Yo quise decir las cosas de una manera libertaria, y Colombia es autoritaria. Quise ser distinto, y Colombia es idéntica. Quise darle cabida a la crítica y a la polémica, y en Colombia sólo caben el incienso (y el oro y la mirra), siempre y cuando todo ello vaya dirigido al bolsillo y loor de los poderosos. Yo no me opongo a uno u otro político o grupo. Eso no me interesa. Yo me opongo al ejercicio arbitrario del poder. Y fíjese usted, es el poder el que ahora me censura arbitrariamente. El país necesita un canal de expresión contra ese poder sórdido en el que conviven los herederos de Pablo Escobar con los soldados de Jojoy y los finos políticos neoliberales estilo Gaviria y la caverna presidida por monseñor Rubiano y compañía. Todos ellos conviven. Nosotros no convivimos. Mi columna no convivió. En una palabra, mi columna no fue de las Convivir, como ahora se estila.

– ¿Cuál fue la razón por la que debió exiliarse?

– Por la misma razón en que están exiliados todos los colombianos: porque fui amenazado. En mi caso, la amenaza corrió a cargo de los grupos paramilitares. Pero más que mi posibilidad de supervivencia, que ejercí a través del sagrado derecho de salir corriendo, me preocupa la amenaza que pende sobre el país entero. Para unos, es la amenaza de la superficialidad. Cartagena en vacaciones es la demostración del divorcio profundo que existe entre los jóvenes que algún día nos gobernarán, por herencia, y los súbditos que les llevamos a la mesa la dosis personal de cocaína junto al vaso de jugo de naranja. Para otros, los más, la amenaza es el hambre. Para todos, es la desolación de no tener presente, y de ignorar olímpicamente el pasado. Como de ese pasado no sacamos lección alguna y esté presente nos estrangula, vivimos de un futuro hipotético. Antes de entregarle el país al peor postor, Gaviria nos lo anunció con descaro: “Bienvenidos al futuro”. Oiga, si el futuro era este, quien nos dio la bienvenida sólo merece el fuego eterno.

– Sus libros son recopilaciones de crónicas y reportajes. ¿Considera que a través de estos géneros periodísticos se puede hacer literatura sin la necesidad de escribir una novela?

– No, yo creo que los reportajes tienen que ser reportajes y las crónicas tienen que ser crónicas. Pero reportajes y crónicas tienen elementos literarios que los hacen atractivos. Esos elementos no pueden ser la coyuntura, no pueden ser lo cotidiano, no pueden ser lo inmediato, siempre tendrán que echar mano de raíces que muestren cuestiones culturales, literarias, artísticas, poéticas, en fin. Yo trato de hacer mis reportajes con esas pequeñas raíces, pero evidentemente no soy escritor, soy un periodista. Hubiera querido ser escritor. Seguramente mis hijas, Melibea o Manuela, tratarán de serlo en reemplazo mío. A mí me faltó escribir una obra literaria realmente.

– Siguiendo con estos géneros periodísticos como la crónica, el reportaje, el ensayo, ¿no han sido desplazados por la “dictadura” de las noticias en el periodismo no solamente colombiano sino universal?

– Totalmente, pero no sólo por la dictadura de las noticias sino por la dictadura del espacio y por la dictadura de lo banal. El periodismo escrito atraviesa por una gravísima crisis, mientras que el periodismo de radio y el de televisión son prácticamente inexistentes. En ellos lo que hay es una imagen, una imagen siempre secundaria, siempre coyuntural, siempre inmediata, siempre olvidadiza. A mí me preocupa enormemente lo que está sucediendo con el periodismo en Colombia. Por eso he tratado de vincularme a movimientos y grupos de reflexión sobre ese trabajo, siempre con una gran angustia y con la necesidad de encontrarle a esa expresión un ámbito que le sea más positivo. La realidad es que estamos cercados y hemos desaparecido aplastados como las moscas por un periódico contra los ventanales de la sala.

– ¿Periodísticamente hablando, no habremos ya tocado fondo en el sentido de que Colombia ya se cansó al observar en los telenoticieros un mismo esquema consistente en violencia, deportes y finalmente piernas y frivolidad?

– Lo importante en Colombia sería buscar formas de periodismo alternativo, periodismo regional, periodismo de sectores específicos, búsqueda de espacios para el análisis y la reflexión, para la interpretación política, todo este tipo de cuestiones que ha descuidado el periodismo. Realmente deberíamos hacer una gran convocatoria nacional que buscara decirle a este periodismo mentiroso de la televisión y al cáncer que está corroyendo al periodismo escrito que basta ya y que es necesario que el periodismo recupere su estatura para convertirse de verdad en una palanca sobre la cual se pueda apoyar el desarrollo de la democracia y de la paz.

Parece que estamos condenados

– ¿Cómo analiza el devenir político de Colombia en los últimos años?

– Mi opinión es muy negativa sobre lo que ha ocurrido en Colombia y no lo digo por nuestros gobernantes sino por la falta de contenidos éticos, por la falta de un proyecto político, por la falta de intencionalidad, por la mediocridad que nos agobia. Estamos acorralados, damos palos de ciego, no somos capaces de avanzar, de proponer caminos coherentes que nos saquen de esta hecatombe en la cual nos hemos sumido y consumido poco a poco. En Colombia nos falta liderazgo. Mírese por donde se mire, ese liderazgo no se ve por parte alguna.

– Usted en 1996 publicó un libro que tituló ‘País que duele’. Ese título en la Colombia de ahora sigue siendo vigente, pero este ya no es un país que duele sino un país que prácticamente ha desaparecido. ¿Usted no tiene esa misma percepción?

– Sí, en Colombia tenemos ahora la necesidad de trabajar por idear y construir un país, porque nosotros desaparecimos como entidad política. En mi opinión somos una serie de grupos humanos sumados unos a otros que no logran tener una relación interna profunda, vigorosa, que permita revertir la conmoción que nos ha tocado vivir durante este proceso histórico. Participo completamente de su tesis: nosotros ya no somos un país. Por consiguiente, si ya no somos país, ya no nos duele.

– ¿No cree que Colombia desde que comenzó su emancipación de España por allá en 1810 y obtuvo identidad como Nación, inició mal su tránsito republicano? Porque la colombiana es una historia de traiciones, de desgarramiento, de mentiras, que se ha ido deformando a través del tiempo, pues en vez de evolucionar hemos involucionado. ¿No comparte esta apreciación?

– Sí, pero comenzamos mal desde antes de la Independencia. En la gran crónica de Rodríguez Freyle, ‘El carnero’, se pueden leer las inmensas traiciones que había entre los grupos originarios que poblaban esta parte del territorio americano, que decían muy mal de su lealtad y solidaridad. No ocurre lo mismo en México. Aunque en ese libro maravilloso que es ‘La conquista de México’, de Solís, vemos una cantidad de traiciones a Moctezuma, encontramos que si hay un hilo conductor. En cambio lo que aquí hubo fue una barahúnda tremenda de grupos enfrentados unos a otros tratando de destruirse. Persistimos en eso. Llevando las raíces un poco más atrás, a ese comportamiento primitivo nuestro se suma el comportamiento primitivo de un país como España, enfrentado en ese entonces a múltiples guerras internas, lo que da como resultado unos grupos humanos que realmente no obedecen a nada distinto del más crudo y pavoroso individualismo. Cada uno de nosotros es una entidad autónoma frente al otro, sin que podamos hacer nada y sin que hayamos tenido liderazgo y el propósito colectivo que nos indique un camino para llevarnos hacia adelante. Somos unos seres muy enemigos.

– ¿Según sus palabras, el siglo XIX fue un siglo perdido políticamente para Colombia?

– Hicimos algunos intentos. Por ejemplo, el de Obando, y casi simultáneamente el de Melo, siempre tan desvirtuados y descalificados, son una buena aproximación a un proceso político que hubiera entroncado a los sectores marginales y trabajadores con la administración pública, y hubiera facilitado un desarrollo vigoroso de la actividad política. Pero llegan posteriormente unos comportamientos muy herméticos, muy densos e importantes como los del señor Miguel Antonio Caro, que es la persona que marca con su impronta de fuego la férrea y teocrática Constitución de 1886.

– ¿Pero, así como usted habla de intentos progresistas como los de Melo y Obando, no le parece que hubo procesos importantes como los que buscó impulsar Tomás Cipriano de Mosquera?

– Pero en esa actitud de Mosquera y en su periplo vital es donde se frustran los intentos de Melo y Obando. Mosquera era un caudillo, mientras que los otros tenían una concepción social del Estado. Además, hay que recordar que Mosquera trajo a don Florentino González como secretario de Hacienda. Él fue el primer neoliberal colombiano, y abrió las fronteras en el momento en que todas las artesanías y toda la industria nacional debería concentrarse sobre sí misma para buscar la manera de defenderse. Mosquera y González abrieron las fronteras, repito, abrieron las aduanas y vino una avalancha de comercio que arrasó con la incipiente industria colombiana en un momento en que necesitábamos una afirmación y no una dispersión. Con toda la distancia que merece una figura histórica respetable y de estatura como don Florentino, tendríamos que decir que él fue el Rudolf Hommes del siglo XIX. Ambos nefastos.

– Volvamos a hablar de Miguel Antonio Caro, que ciertamente fue también muy funesto para la Colombia de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX… 

– Por supuesto, todo ese proceso del Gobierno de Núñez con su Regeneración, la Constitución de 1886, el cambio de siglo, la guerra de los Mil Días, el período de Sanclemente y de Marroquín, la pérdida de Panamá, toda esta historia tan angustiosa y sin salida, está marcada por la impronta de la personalidad de ese individuo severo que fue Miguel Antonio Caro, un ser que nunca se asomó más allá de Monserrate y que, sin embargo, tenía una mirada universal a través de la cultura griega. Mientras el mundo giraba en la órbita de las relaciones comerciales y diplomáticas establecidas en el siglo XIX, el señor Caro estaba en Pericles. Posiblemente bien, pero con matices.

– ¿Cuál cree que es la génesis de la violencia en Colombia? ¿Comienza con la independencia o se origina posteriormente por nuestras pugnas políticas?

– Yo creo que viene de atrás, que viene desde siempre. Ese período que hemos considerado siempre como la arcadia: la época de la Colonia no fue tal. Fue un periodo violento, de grandes crímenes, de grandes traiciones, de una multitud de hechos de sangre que hablan mal de ese aparente oasis bobalicón de tranquilidad y felicidad colectivas. Y, obviamente, en la época precolombina también encontramos una cantidad de acontecimientos de esa naturaleza. No quiero de ninguna manera decir que la violencia sea connatural a nuestro temperamento. Abomino de esa tesis, entre otras cosas desechada desde el punto de vista científico. Pero sí hay una confluencia de factores que nos hacen seres tan rotos, tan individualistas, tan dispersos, tan dispares, que marcamos tantas diferencias con el otro inmediato, que es con el que debemos construir una vida. Nosotros lo que construimos es un proceso de violencia y de ruptura. Por eso es fácil decir que somos unos seres incomunicados.

– Saltemos a mediados del siglo XX, cuando aparecen los grupos guerrilleros. Algunos atribuyen al periodo del Frente Nacional la irrupción de las agrupaciones subversivas. ¿Cuál es su opinión respecto de este experimento político?

– Nefasto, realmente. Me parece que fue el sistema malévolo que cerró los caminos de apertura democrática, que impidió el ejercicio político libre y la creación de nuevas formas de pensamiento, que dividió al país en dos grandes sectores que terminaron por convertirse en uno, y que no permitió el ejercicio coherente de la oposición. Ello obligó a que esa oposición se fuera al campo, se armara y se convirtiera en una guerrilla que en un determinado momento pudo tener posibilidades pero que con el tiempo se trocó en un movimiento feroz con muy pocos elementos políticos y que terminó enfrentado a un Estado que tampoco tiene legitimidad. Estamos en una hecatombe antes que en una guerra civil. Parece que estamos condenados.

– ¿Desde el exilio, como observa la Colombia de Uribe Vélez?

– Mal, muy mal. Este es el presidente del blablablá. Anuncia un referendo para cambiar la estructura política, pero patina y cae en la misma estructura política. Anuncia una serie de reformas para cambiar la estructura administrativa, pero todas ellas: la laboral, la de la justicia, la política, la pensional, la tributaria, inclusive la administrativa, apuntalan al establecimiento. Nosotros padecemos el síndrome agudo de la reformitis y carecemos por completo de la voluntad de entrar de lleno en la revolucionitis. Eso es lo que necesitamos. A Uribe lo único que le importa es la seguridad. Pero se trata de una seguridad mentirosa, basada sobre la exhibición de los fusiles. El país no se ha dado cuenta de que tiene un espejo para mirar la gestión de Uribe Vélez. Ese tal está en Antioquia, donde el actual presidente fue gobernador, y pésimo gobernador, quizás el peor que haya tenido ese departamento en toda su historia. Quien analice lo que él hizo y dejó de hacer, encontrará una forma de aproximación a lo que quedará de nosotros cuando deje la Presidencia. Si la deja.