POR JUAN DIEGO GARCÍA
El Gobierno de Israel no hace ahora nada diferente de lo llevado a cabo desde su misma inauguración como Estado. Crear un ente nacional fue entonces una decisión de inspiración colonialista, algo que ya se suponía superado tras la Segunda Guerra Mundial. Y fiel a esa inspiración, la población judía traída a propósito desde Europa y de manera creciente desde América procedió a desalojar a los antiguos ocupantes mediante la violencia (directa o indirecta), creando los llamados asentamientos y provocando el masivo desplazamiento de los habitantes originales, mayoritariamente musulmanes, aunque también había cristianos de diferentes tendencias y hasta judíos, esos que jamás salieron de Palestina. Algún analista israelí sostiene que al menos una parte de los actuales musulmanes son en realidad judíos conversos luego de la ocupación árabe de Palestina, hace muchos siglos. Hasta la creación de Israel, la convivencia de todas estas etnias o grupos había sido pacífica, en lo fundamental, pues los conflictos registrados hasta entonces resultaban plenamente asumibles y nunca dieron pie a guerras o desplazamientos masivos. Más o menos lo mismo que ha acontecido con las comunidades judías actuales que viven sin mayores problemas en el norte de África y Asia, integradas en países mayoritariamente musulmanes. Dos elementos deberían considerarse para intentar entender el proceso de creación y posterior desarrollo de Israel.
El primero es de naturaleza política y responde a las necesidades de las potencias colonialistas y tradicionales, el Reino Unido en particular, a la que ahora debe agregarse el de Estados Unidos como nueva potencia colonialista. Más allá de la motivación supuestamente humanitaria de las potencias europeas luego de la histórica persecución de los judíos que tiene su expresión más criminal en el llamado holocausto, los gobiernos europeos tras la excusa de compensar a los hebreos por la persecución a que fueron sometidos (por siglos y no solo en Alemania) buscaban en realidad crear una base sólida para proteger sus intereses en el complejo cuadro de nuevas relaciones internacionales tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde su origen Israel ha sido entonces una ficha clave de las potencias capitalistas y continúa jugando ese papel. Sin el apoyo de Occidente, ese instrumento colonial hubiese durado muy poco y, en el mejor de los casos tendría que haber optado por mantener la anterior Palestina como tierra de variadas etnias y creencias y de pacífica convivencia entre diversos pueblos.
Se impuso entonces a las potencias capitalistas tradicionales la creación de Israel como una especie de enorme base militar que garantizase sus intereses estratégicos en la nueva pugna mundial. En consecuencia, es claro que sólo si se alcanza algún tipo de acuerdo entre las potencias tradicionales (básicamente Estados Unidos y Europa occidental) y las nuevas (China y Rusia, en particular) sería factible alguna solución razonable, e impondría a Israel cambiar su actual rol político y militar. Sólo entonces sería posible crear una suerte de federación judeo-palestina, un estado único en el que puedan convivir pacíficamente hebreos, musulmanes, cristianos y otras etnias, así como los no creyentes, que aunque minoritarios no dejan de ser un referente importante que podría servir de enlace de los demás. Surgiría un Estado moderno, civilizado y pacífico. Por supuesto que las dinámicas internas pueden entorpecer o facilitar la solución del problema pero nada indica que a ese feliz suceso se pueda llegar sin el papel decisivo de los poderes internacionales que mantienen el conflicto con todo tipo de recursos y sin los cuales éste sería impensable.
El segundo elemento a considerar tiene que ver con la visión de los protagonistas directos del conflicto, palestinos e israelíes. Cada uno de ellos tiene múltiples tendencias, algo que dificulta mucho encontrar soluciones viables. Aunque en términos generales se trata de un enfrentamiento entre musulmanes y judíos, los cierto es que estos dos términos, sin matizaciones, impiden comprender muchos aspectos del problema. Además de musulmanes y judíos hay cristianos y no pocos que aún vinculados culturalmente a una de estas tendencias están lejos de profesar religión alguna o que tan solo comparten celebraciones religioas y de otra índole. Los extremistas del sionismo justifican la violenta colonización de Palestina como una regalo de su dios (Jehová) que designó al suyo como el «pueblo escogido» y a Palestina como «la tierra prometida» basando su discurso en la Torá, de la misma manera que los actuales pentecostalistas y otros fanáticos similares remiten sus creencias sobre todo al Antiguo Testamento. En el fondo se trata de relatos profundamente fanáticos, racistas, xenófobos, no menos que impregnados de homofobia y un patriarcalismo extremo, todo lo cual hace casi imposible un diálogo civilizado fundamentado en la razón. Habría que hacer la excepción de un grupo de judíos ortodoxos que se distancian del sionismo, y aunque son una minoría no dejan de tener importancia de cara al diálogo y las soluciones civilizadas del conflicto israelí-palestino. Desde esta misma perspectiva de llegar a una solución civilizada y justa para todos los grupos implicados habría que registrar a grupos -sobre todos desde antes de la creación del estado sionista-, muchos de los cuales provenías de Europa, destacándose los originarios de Rusia, que eran en tantas formas partidarios de un comunismo casi puro y fueron los primeros impulsores del kibutz, como cooperativas plenamente ajenas a los principios del capitalismo: proclamaban el mensaje humanista sin exclusión alguna y practicaban sin límites el tradicional principio del movimiento obrero del siglo XIX de que «cada cual aportaba en la medida de sus posibilidades y recibía según sus necesidades». Sin embargo, de aquel mundo feliz y utópico en tantas formas, los kibutzim devinieron en una forma extrema del sionismo, abandonaron el comunismo puro de sus orígenes y convirtiéndose en una forma más de la colonización de Palestina, desalojando de forma violenta a poblaciones enteras, quemando sus modestos hogares y destruyendo sus huertos.
Los musulmanes tienen en su gobierno formal (la llamada Autoridad Nacional Palestina) un ente inútil y hasta patético por su impotencia y sometimiento efectivo al gobierno sionista. Tal parece que el gobierno de Israel ni siquiera considera viable entregar Gaza (después de la destrucción) a su administración, la cual estaría a cargo básicamente de los ocupantes israelíes, de Estados Unidos y sus aliados occidentales y de algunos gobiernos árabes afines. Hasta el momento -si se hace caso omiso de las locuras de algunos dirigentes del sionismo más extremo que proponen el exterminio de los palestinos que ellos no consideran siquiera como humanos- no se sabe qué hará el sionismo con los dos millones y medio de la población de Gaza. Se rumora que en el mejor de los casos permanecerán allí, controlados de forma estricta (e ilegal desde todo punto de vista) por Israel; otras fuentes mencionan que el sionismo negocia con países árabes (Egipto, en especial) para que reciban a los palestinos desplazados, sin que falten los rumores de un traslado forzoso y masivo a algún país de África (¿Congo?).
Además de la moderada e impotente Autoridad Nacional Palestina deben considerarse por supuesto a Hamás (que ganó por amplia mayoría las elecciones anteriores en Gaza y al parecer consigue ahora un respaldo nada desdeñable también en Cisjordania) y a otros grupos de inspiración religiosa, por lo general bastante extremos pero que eventualmente podrían moderar su mensaje y avenirse a una solución razonable. Todos ellos proponen a destrucción de Israel y la creación de un estado islámico, algo que haría muy complicada una palestina laica, moderna y democrática. Existen grupos de inspiración socialista y comunista -el Frente Popular para la Liberación de Palestina, probablemente el más destacado- pero de una influencia menor que Hamas y los fundamentalistas islámicos.
Hasta el momento no parece realista que el conflicto se extienda, obligando a las potencias implicadas a buscar una solución que al menos ponga fin a las hostilidades y, en el mejor de los casos, que consiga alguna forma de pacífica convivencia. La propuesta de los «dos Estados» no parece tener mucho fundamento, a no ser que sea una nueva versión de la Cisjordania ocupada y la Gaza destruida, esta vez, bajo el control real del sionismo. Tampoco existen datos que permitan afirmar qué sucederá con el actual gobierno sionista y si aparecerán en Israel fuerzas sociales y políticas que den un giro positivo en la perspectiva de un acuerdo de paz y, al menos del fin de las formas más crueles y criminales del sionismo, que no son exclusivas del actual gobierno sino que, en lo fundamental, han sido la práctica habitual con la que se creó Israel. En el fondo, y aunque no se diga por razones de conveniencia, las diversas fuerzas sociales y políticas de la sociedad israelí mantienen el objetivo del «Gran Israel», que abarcaría el actual territorio, agregando por supuesto Gaza y Cisjordania, así como el Sinaí, parte de Siria (ya ocupan los Altos del Golán), de Líbano y de Jordania…y en la mente de los más fanáticos mayores extensiones que incluirían hasta el Tigris y el Éufrates.
El desprestigio de Israel a nivel mundial, que de tantas maneras recuerda las consignas siniestras de los nazis (la «superioridad racial», los «pueblos inferiores», el «espacio vital», etc.) se asume por el sionismo mientras conserven la ayuda efectiva en armas, dinero y apoyo diplomático de Occidente. Las lamentaciones hipócritas de estos gobiernos aliados del sionismo apenas inquietan a Israel mientras se mantenga el apoyo efectivo a su política. Pero internamente las cosas pueden cambiar y el respaldo mayoritario al gobierno sionista puede empezar a disminuir y hasta resquebrajarse. Por su parte, y a pesar del enorme coste humano y material que asumen los palestinos, de nuevo volvería repetirse la respuesta de siempre, la lucha y la resistencia popular a pesar de las derrotas, haciendo la vida de los israelíes un infierno cotidiano. En horas como estas, uno recuerda la frase de un Espartaco derrotado por los romanos…«seremos millones».