La geopolítica del intervencionismo estadounidense en el Gran Caribe

POR CARLOS FAZIO /

Texto de la presentación del libro ‘Geopolítica del intervencionismo estadunidense en el Gran Caribe’, de autoría de Nayar López Castellanos y Pablo Maríñez. Editado por Akal y la Universidad Nacional Autónoma de México. Feria del Libro del Palacio de Minería, 27 de febrero de 2024.

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Como indica el título de la obra que presentamos, su contenido tiene como eje principal el intervencionismo de la nación imperial, Estados Unidos, en un área que sus autores, Nayar López Castellanos y Pablo Maríñez, abrevando en la denominación acuñada por la Asociación de Estados del Caribe en 1994, definen como el Gran Caribe.

Según apuntan desde el primer capítulo ambos profesores investigadores del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el Gran Caribe, como toda región, es una construcción social, intelectual-teórica identitaria que emergió al final de la guerra fría en pleno proceso de integración y globalización capitalista, que abarca el área de 2.703.800 kilómetros que conforma la denominada Cuenca del Caribe.

El Gran Caribe incluye a 25 países independientes y más de 15 territorios bajo diversos estatus coloniales, con una población de 270 millones de personas. Dicho espacio está signado por una amplia y compleja diversidad política, económica, social y étnica, así como diferentes cosmovisiones y culturas heterogéneas pero compartidas y con un sello común: el colonialismo europeo y sus correspondientes herencias estructurales relacionadas a la conformación de las sociedades, el modelo de sistema político y los altos grados de dependencia económica, así como evidentes asimetrías.

Como se señala también desde el título, el análisis del intervencionismo de EU en una región que abarca a países como México, Venezuela, Colombia, Cuba, Haití, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Panamá y Granada –solo por citar algunos de los que han sido sometidos a las políticas de seguridad nacional del Pentágono y las operaciones encubiertas y los golpes de Estado de la Agencia Central de Inteligencia−, se desarrolla a partir de la visión de la geopolítica, herramienta conceptual que permite explicar las relaciones entre los Estados, en el entorno de la disputa por el poder, el control de los mares, territorios y sus recursos naturales (principalmente energéticos), así como la capacidad de imponer una cultura y una cosmovisión que hagan prevalecer la superioridad de una actor hegemónico (EE.UU. en el caso de los países del área) frente a otro u otros, considerados dependientes o subordinados.

Junto con el concepto gramsciano de hegemonía, como elemento teórico sustantivo propio del intervencionismo estadunidense en el Gran Caribe, López y Maríñez utilizan añejas pero vigentes categorías de análisis como colonialismo e imperialismo, y suman a las dimensiones geoestratégica, geoeconómica y geopolítica nuevas modalidades del accionar imperial, tales como la guerra de espectro completo y las revoluciones de colores (o golpes suaves), que aplican bloqueos económicos, comerciales y financieros (mediante sanciones ilegales que están al margen del derecho internacional y operan como una herramienta de guerra por medios no militares), así como la guerra mediática, la judicialización (o criminalización) de la política y la necropolítica, como nueva concepción de la soberanía (Achille Mbembe), todo ello como parte de las políticas de “cambio de régimen” de Washington, cuyo objetivo común es desestabilizar y derrocar gobiernos y/o proyectos de transformación social que alteren los intereses del capitalismo militarizado de nuestros días, los mecanismos de control hegemónico de EE.UU. y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la región y socaven el poder de las oligarquías vernáculas incondicionales al gobierno de turno en la Casa Blanca.

Escrita a cuatro manos, la obra propone una nueva mirada para analizar y discutir la configuración del Gran Caribe, y comprender la geopolítica del intervencionismo estadunidense a partir de consideraciones históricas y geográficas, pero también de las formas de resistencia de los pueblos autóctonos u originarios y los proyectos revolucionarios y emancipatorios emergentes y en construcción en el momento actual, en países soberanos como Cuba y Venezuela.

En ese contexto, y con el telón de fondo de los 200 años de la llamada Doctrina Monroe (“América para los americanos”) y de la concepción filosófica y teológica del Destino Manifiesto −que confiere un presunto mandato divino a una automisión salvífica anclada en la visión supremacista, expansionista, racista y mesiánica de los Estados Unidos desde su fundación como nación−, quisiera referirme a algunos aspectos abordados por los autores sobre ese espacio geográfico de histórica disputa colonial, pero estratégico y vital hoy −tanto desde el punto de vista económico-comercial como militar− en el remozado plan neocolonial estadunidense de comienzos de este siglo XXI.

Se trata de un plan de apropiación de territorios y refuncionalización del espacio en el Hemisferio Occidental al servicio del gran capital transnacional, que incluye una serie de megaproyectos de infraestructura (redes multimodales de carreteras, puertos, aeropuertos, vías de ferrocarril, canales, cables de fibra óptica, etc.) que ha sido acompañado de un proceso de reingeniería militar post Panamá, país donde hasta el último día de 1999 el Comando Sur del Pentágono tenía una red de bases, entre ellas, la Base Aérea de Howard, la Estación Naval de Rodman, la Base de Clayton y Fuerte Kobbee, ubicadas en el lado del Pacífico y en Fuerte Sherman en el lado Atlántico.

Como reseñan nuestros autores, desde el periodo colonial español en el siglo XVI, en cohabitación con las monarquías europeas que protegían a los piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros de la época, la región caribeña fue definida como un “espacio geoestratégico” o “geopolítico” (aun y cuando dichos conceptos no existían como tales) fluvial, fortificado.

Para finales del siglo XIX y comienzos del XX, como consecuencia de las leyes que rigen el desenvolvimiento del capitalismo industrial en su fase monopolista y ya en la etapa de conformación de Estados Unidos como potencia imperialista mundial, el historiador y militar Alfred Mahan −nacido en West Point, la principal escuela militar estadunidense donde su padre era un destacado profesor−, elaboraría una formulación conceptual y geopolítica sobre cómo profundizar la expansión hegemónica iniciada con la guerra de conquista territorial contra la joven república de México en el período 1845-1848, y la posterior guerra contra España en 1898 para hacerse del control de las Filipinas, Hawái, Puerto Rico y Cuba.

La pieza clave de la concepción de Mahan es el poder marítimo (Sea Power). Mahan propuso fortalecer el despliegue naval de EE.UU. (es decir, de la marina mercante y de guerra), como fórmula para dominar colonias, territorios y espacios de poder, a través del comercio, la multiplicación de bases militares ubicadas en puntos estratégicos y la intervención militar abierta del cuerpo de marines.

Para Mahan resultaba clave la apertura del Canal de Panamá y el absoluto dominio de EE.UU. en el golfo de México y el mar de las Antillas. En ese periodo, la política exterior de EE.UU. es conocida como la “diplomacia del dólar” (o también del “gran garrote”).

La consolidación de la “frontera imperial” −según el concepto acuñado por el dominicano Juan Bosch−, llegaría al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ya con EU como hegemón del sistema capitalista desplazando al Imperio Británico, para lo cual, como recuperan Maríñez y Nayar López en su obra, los inquilinos de turno en la Casa Blanca echarían mano de una serie de aparatos intervencionistas, de seguridad e inteligencia unos, como el Comando Sur del Pentágono, creado para brindar seguridad al Canal de Panamá, y la Agencia Central de Inteligencia; de fachada, otros, como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), creada por el presidente John F. Kennedy en 1961, y que lejos de promover el desarrollo, junto con la Fundación Nacional para la Democracia (NED), Freedom House, el Instituto Republicano Internacional y el Instituto Demócrata Nacional para Asuntos Internacionales, resultó ser una de las más poderosas armas de la CIA para las operaciones encubiertas golpistas y desestabilizadoras .

A lo que se suman fundaciones con mampara filantrópica, como la Fundación Ford, que en el marco de la guerra fría contra la URSS jugaría un papel fundamental en la guerra cultural de la CIA, y otras de gran actualidad en procesos pre-eleccionarios como los de Venezuela y México de este año, tales como el Instituto Albert Einstein de Gene Sharp, especializado en las técnicas del “golpe suave” y las “revoluciones de colores” o el Instituto para promover Sociedades Abiertas, del plutócrata George Soros.

Nayar y Pablo mencionan, también, el papel jugado históricamente por la Organización de Estados Americanos (OEA), un espacio supuestamente multilateral, pero bajo control político de Washington y de evidente concepción panamericana y espíritu anticomunista, y que como ellos consignan, en la última década, bajo la gestión del uruguayo Luis Almagro como secretario general, ha reivindicado su vocación como “ministerio de colonias” de EE.UU., como la llamara el canciller de la dignidad, el cubano Raúl Roa.

Subrayan, también, el papel jugado por la Escuela de las Américas del Pentágono otrora enclavada en la zona del Canal de Panamá, apodada “escuela de dictadores”, ya que allí se entrenaron en diversas estrategias de contrainsurgencia, espionaje y terrorismo, oficiales como los argentinos Roberto Viola y Leopoldo Galtieri; el boliviano Hugo Bánzer; el salvadoreño Roberto D’Abuisson, responsable intelectual del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero; el general Augusto Pinochet, quien derrocó al presidente Salvador Allende en Chile, en 1973, y el general guatemalteco Efraín Ríos Montt, entre otros. Asimismo, consignan que de las 76 bases militares que posee en la actualidad EE.UU. en el Hemisferio, 61 se ubican dentro de la región del Gran Caribe.

En ese contexto, y por su actualidad, cabe mencionar a otro geopolítico estadunidense, Nicholas Spykman, quien en 1942, tres años antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, escribió un libro clásico: Estados Unidos frente al mundo. Entre los fundamentos ideológicos de Spykman figuran que “el poder es la base de la política exterior de un Estado” y “la guerra es la situación normal en las relaciones internacionales, a ella tienden persistentemente. La paz es sólo un armisticio entre la guerra pasada y la futura”. Según él, en el siglo XX la guerra adquirió otra dimensión: se convirtió en “guerra total”. Definía la guerra total como la “combinación e integración en un gran esfuerzo bélico de las tácticas militar, política, económica e ideológica” y sostenía que “la guerra total es guerra permanente”. Planteaba que era en ese marco que un Estado debe encarar su política de poder, y al hacerlo debe tener presente la geografía. Cito: “La geografía es el factor fundamental para la política exterior de los Estados, porque es el más permanente”.

En su obra, Spykman dividió al Hemisferio Occidental en cinco zonas. Sólo voy a hacer referencia a una: la que él denominó el “Mediterráneo Americano”, espacio que abarca el litoral del golfo de México y del mar Caribe, y lo integran México, América Central, Colombia, Venezuela y el cinturón de islas que se suceden desde Trinidad a la punta de la Florida. Es decir, el Gran Caribe al que aluden en su obra Nayar López y Pablo Maríñez.

Como vemos, desde el punto de vista geopolítico, para Spykman el linde entre Norte y Suramérica no estaba en Panamá, sino al sur de Colombia y Venezuela. El Caribe une, no separa. Es una región vital para EE.UU. y que debe permanecer −lo que ya sostenía Mahan− bajo su exclusiva e indisputada tutoría. Allí está el canal de Panamá que constituye el nudo de las comunicaciones interoceánicas y que es uno de los puntos más vulnerables en la defensa del imperio. Spykman fue crudamente elocuente: “Esto implica para México, Colombia y Venezuela una situación de absoluta dependencia con respecto a Estados Unidos, de libertad meramente nominal…”.

Si proyectamos las visiones geopolíticas de Mahan y Spykman a finales del siglo XX, y añadimos el Plan Colombia (1999), el Plan Puebla Panamá (2000, luego Iniciativa Mérida), el golpe de Estado fallido en Venezuela en 2002 y los bloqueos a Cuba y Venezuela, vemos como un continuum, con sus avances y retrocesos, la geopolítica del intervencionismo de EE.UU. en el Gran Caribe.

En la actualidad, para el hegemón del sistema capitalista, Estados Unidos, el Canal de Panamá y el golfo de México (con el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y el Tren Maya, ambos en construcción bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador), siguen siendo vitales. Ambos espacios istmeños constituyen los puntos de enlace entre los océanos Atlántico y Pacífico, en el marco de la guerra económica y las guerras proxy y difusas del Pentágono y la CIA contra nuevas potencias emergentes como China, Rusia, India e Irán, en la era de los megaproyectos multimodales, los megabuques portacontenedores y los conflictos en ciernes por recursos como el petróleo, el gas, el agua, el litio y un largo etcétera. De lo que es expresión, también, el papel del régimen genocida de Israel, como portaviones terrestre de EE.UU. en el mundo árabe.

El libro aborda, también, así sea de manera somera, la actual crisis hegemónica de EE.UU. y la nueva fase de multipolaridad y multilateralidad en ciernes, así como el papel de Cuba y Venezuela en el terreno de las relaciones Sur-Sur.

Concluyo señalando que con esta obra, Nayar López y Pablo Maríñez han recuperado la memoria histórica de un largo proceso subregional en la mejor tradición del pensamiento crítico latinoamericano y caribeño. A lo largo del texto, muy bien escrito, documentado y argumentado, y con varios mapas y gráficas sobre las bases militares de EE.UU. y puertos comerciales para el almacenamiento y traslado de contenedores, ambos plasman un pensamiento emancipador y antiimperialista, y en una apretada síntesis formulan una propuesta para pensar y discutir el Gran Caribe bajo nuevos parámetros. Enhorabuena, pues.