POR MARTHA LUCÍA QUIROGA RIVIERE
Hasta inicios del siglo XXI en el marco de una atmósfera optimista por el proceso de integración europeo acompañado de un multilateralismo en su política exterior se contemplaban los partidos de extrema derecha como fenómenos de importancia sí, pero sin una gran relevancia en la política de la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial. La experiencia brutal del nacionalsocialismo en Alemania, del fascismo en Italia, la posterior caída del franquismo en España, y de las dictaduras en Portugal y Grecia hacían pensar que estas traumáticas experiencias habían significado un aprendizaje para la población y que con la democracia y las pedagogías de no repetición se lograría inocular contra alternativas provenientes de la extrema derecha a las nuevas generaciones.
Aunque habían continuado existiendo diferentes movimientos de extrema derecha posterior a la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, estos movimientos y su expresión muchas veces violenta y caótica, no habían logrado conformarse como organizaciones políticas ni expresión decisiva en las diferentes elecciones ya fuesen a nivel regional, nacional o del Parlamento Europeo. Las organizaciones de extrema derecha iban y venían y, a pesar de cierta militancia tanto a nivel político como social y cultural, no suponían sin embargo ningún peligro real para el continente.
Ciertamente de todos ellos habría que enunciar por su continuidad el Movimiento Social Italiano creado en 1946, de ideología neofascista pero que nunca alcanzó más del 5-6% en las elecciones y que tendría su disolución solo hasta el año 1995. En Italia sería solamente en los años 90 y con el ascenso de Berlusconi al poder que se abre el camino a una nueva derecha italiana representada sobre todo con la Liga Norte, hoy la Liga, no nostálgica del fascismo y que en sus inicios representa más el racismo del norte industrializado contra la migración del sur del país.
El otro partido que hay que enunciar es el de Le Pen en Francia, en sus inicios el Frente Nacional (FN). Fundado en 1973 éste sí ha jugado un papel en la vida política del país. Ya en las presidenciales del año 1988 y 1995 el FN, que en el 2018 pasaría a llamarse Rassemblement National (FN/RN), logró un 15% de los votantes. En las elecciones legislativas de 2002 consiguió posicionarse como tercera fuerza y en las presidenciales del mismo año como segunda fuerza pasando a la segunda vuelta en donde perdió ante Jacques Chirac. Desde ese momento, aunque con algunas caídas, no ha dejado de crecer su importancia política en Francia. Es también un partido que con Marine Le Pen, hija de Jean Marie Le Pen, ha conseguido una continuidad y al mismo tiempo una renovación de su programa y discurso y un crecimiento tanto de su militancia como de su electorado.
Pero se podría afirmar sin temor a equivocarse, que para inicios del siglo los grandes partidos de masas, socialdemócratas unos y democristianos otros, dirigían a Europa a pesar de ires y venires; estas dos formaciones continuaban gobernando mayoritariamente en los diferentes Estados nacionales y a su vez constituían los bloques mayoritarios dentro del Parlamento Europeo. El continente aparecía relativamente estable.
El ascenso de la extrema derecha
Sin embargo y sobre todo después del inicio de la crisis económica de 2008 que esta vez tocó fuertemente a Europa, han venido afianzándose ciertas tendencias que apuntan al crecimiento constante de la extrema derecha como alternativa política en los países miembros de la UE, tanto de occidente como de oriente.
Para poder comprender este ascenso de la extrema derecha y el que amplios sectores de la sociedad que antes votaban al centro depositen de manera creciente su confianza en alternativas radicales de derecha, es importante señalar algunos precedentes importantes.
Habría que empezar diciendo que los partidos de centro -democristianos y socialdemócratas- no están respondiendo a la mayoría de los problemas del ciudadano del común. El consenso democrático de postguerra se ha venido “quebrando”. El Estado de bienestar ha cedido ante el neoliberalismo desde la crisis de finales de los 60, inicios de los 70, en donde empezaron ya a darse cambios. La política keynesiana que estaba a la base del proceso de integración europea se vio reemplazada ya definitivamente en el Tratado de Maastricht con sus “criterios de convergencia” que se centran en criterios de estabilidad monetaria y control de la inflación. Esto traducido ha significado impedir que los Estados nacionales miembros de la Unión se endeuden o gasten en inversión social, los obligan a tener una baja inflación y una política monetaria equilibrada. Para el proceso de integración significa una “integración por la negativa”, es decir que a través de los mecanismos de Maastricht que determinan el rumbo de la UE, se ha obligado a los Estados Nacionales a ir cambiando su política keynesiana por una política monetarista. Esto ha supuesto para toda Europa una ofensiva contra los derechos laborales de los asalariados, un ataque a lo conquistado en el siglo XX, una baja en la inversión social y una privatización de muchas esferas de lo público: ferrocarriles, salud, educación para enunciar solo algunos.
Este derrumbe del consenso democrático de postguerra entre los partidos de centro se expresa de manera múltiple: en la pérdida de votantes de estas dos formaciones y en su crisis de identidad; en las escasas respuestas de estas formaciones de cara a los altísimos costos para los sectores asalariados que ha llevado consigo la firma de Maastricht con su claro carácter neoliberal; en la polarización política al interior de las diferentes sociedades; en el abandono de los partidos socialdemócratas de las banderas de sus políticas sociales entrando en el juego de “las necesidades” del realismo político; en la existencia de otros partidos, algunos repentinos otros con más continuidad, que entran a tener un papel importante en las políticas nacionales y europeas. Han aparecido partidos “renovadores” como el de Macrón en Francia, el de Cinco Estrellas en Italia, la transformación de los Verdes como fuerza gubernamental en Alemania, y en casi todos los Estados miembros de la Unión, el ascenso de los partidos de extrema derecha como opciones políticas organizadas.
Pero el ascenso de la extrema derecha sin embargo tiene un momento significativo después de 2014 momento a partir del cual se han afianzado con fuerza en varios países y se han convertido en fuerzas políticas que juegan un papel importante tanto a nivel regional, nacional y a través del PE en las políticas de la Unión. A nuestro modo de ver esto tiene que ver sobre todo con dos momentos coyunturales importantes que le han dado alas al discurso y a las organizaciones de la extrema derecha.
El primer momento es la derrota de la izquierda radical como fuerza que enfrentaba desde un gobierno de un país miembro de la Unión los mandatos de Maastricht. En Grecia había triunfado SYRIZA en 2015, una coalición de izquierda radical que, con su primer ministro Alexis Tsipras y su ministro de finanzas Yanis Varoufakis, ponía en cuestión los ajustes macroeconómicos y los programa de “rescate” que habían significado recortes en el gasto y en el empleo en el sector público, ampliación de la desregulación del sector primario, aumento de impuestos para amplios sectores de la población, privatizaciones y cambios estructurales que en el 2010 llevaron a ocho huelgas generales en el país.
Syriza que, tras el resultado del referendo del 5 de julio de 2015 en el que se rechazaban las condiciones impuestas de recortes por la Troika (conformada por el BCE, la Comisión Europea y el FMI que no es parte de la Unión), gozaba de un gran apoyo de la población, enfrentó en un primer momento las políticas de la Troika que buscaban doblegar a Grecia a través de políticas de rescates para garantizar la sostenibilidad de la deuda y reducir el déficit del país. Empero el gobierno de Tsipras cedería poco después ante las presiones de la Troika y con esto se vino abajo la esperanza puesta en que un gobierno de un Estado miembro lograra revertir las medidas draconianas contra los asalariados en el continente europeo. Esto significó la desmoralización de la izquierda radical para todo el continente; alternativas de izquierda que desafiaban también estas políticas neoliberales como el caso de La France Insoumise o Podemos en España, o figuras dentro del Partido Laborista como Corbyn se han visto como fuerzas efímeras. Como fuerza que enfrentaba el descontento de la población le quedó el camino abierto a la derecha radical.
El otro momento importante para entender este ascenso de la extrema derecha fue la crisis de los refugiados de 2015. A pesar de la inicial respuesta positiva de la canciller alemana Ángela Merkel de “sí podemos” encargarnos de tantos refugiados, lo cierto es que rápidamente y presionada tanto por la perspectiva de las elecciones como por la presión del ala más conservadora y de la extrema derecha cambió su discurso. Importante acentuar que el discurso que predominó de considerar a los refugiados como un problema de seguridad nacional y continental ha sido parte inherente de la política de los dos partidos de centro históricamente mayoritarios. Ha sido en gran parte responsabilidad de estos que el problema de los refugiados tanto a nivel nacional como a nivel continental europeo desde hace tiempo no haya sido visto como un problema de derechos humanos y de respuesta a un problema humanitario, sino que se haya convertido en una amenaza desde diferentes ángulos -desde la supuesta identidad cristiana del continente hasta la “sobrepoblación” de extranjeros que amenazan los puestos de trabajo y los valores de la sociedad europea-. Estos precedentes le permitieron a la extrema derecha imponer una agenda y un discurso contra los refugiados y acentuar el temor en amplios sectores de la población europea que desde la crisis de 2008 se han visto en la incertidumbre.
¿Quiénes son la extrema derecha hoy en Europa?
Ya arriba se habló del partido de Le Pen en Francia, uno de los partidos mejor organizado y con mayor ascendencia nacional y ahora europea con su representación en el PE. Si bien es cierto que la extrema derecha muestra una rotación fuerte de sus personalidades políticas y que continuamente estas son expresión del desorden al interior de estas organizaciones, también es cierto que manejan unos discursos que son importantes resaltar porque encarnan el ataque a una serie de derechos democráticos, políticos y sociales que las minorías han venido ganando en los últimos años del siglo pasado y en lo que va del siglo XXI.
Miremos de cerca a algunas de las organizaciones que lograron entrar al Parlamento Europeo para no perdernos ante un sinnúmero de tendencias y movimientos y poder así adentrarnos en algunas de las semejanzas y diferencias en sus discursos, por lo menos de las más relevantes.
De antemano hay que decir que las formaciones de extrema derecha no están organizadas en un solo bloque al interior del Parlamento Europeo y que a pesar de la búsqueda continua no han logrado unificarse. Algunas de las organizaciones más conocidas e importantes por su ascendente nacional que conforman el Bloque Identidad y Democracia (ID) dentro del PE son, el RN francés, La Liga de Italia, el FPÖ de Austria, AfD alemán o el Vlaams Belang belga, aunque de estas diferentes organizaciones son la Liga de Italia y el partido de Le Pen (RN) en Francia, quienes aportan 52 eurodiputados de los 75 que conforman este bloque. De otra parte, en el bloque Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) se encuentran partidos de ultraderecha como VOX de España, el Pis de Polonia, El Fidez de Hungría (tras su salida del bloque democristiano), o Demócratas de Suecia para enunciar los más relevantes.
Algunas de las diferencias fundamentales que han impedido la unificación en un solo bloque de estas corrientes de derecha son sus posiciones diferentes con respecto al Kremlin de una parte de Le Pen o Salvini y de otra del PiS de Polonia. A su vez el Vox español no acepta una política independentista que sí defiende y busca el partido flamenco Vlaams Belang en Bélgica. O el FPÖ austriaco quiere dar la ciudadanía para el Tirol del Sur pero esto va contra la política de la Liga en Italia.
Cuestiones que son comunes a VOX de España, AfD de Alemania, Rassemblement National en Francia, La Liga en Italia, el PVV de Holanda, el FPÖ en Austria, FIDESZ en Hungría o el PiS de Polonia es la expulsión selectiva de los inmigrantes y un anti-islamismo o antijudaísmo abierto. Común a casi todos ellos también es su discurso cada vez más abierto contra las políticas de género -con excepción de Holanda y Francia. Un Santiago Abascal de VOX pide sin más la derogación de la ley de violencia de género y el fin de ayudas a organizaciones feministas radicales en España al mismo tiempo que el AFD en Alemania exige que no se apoyen más las investigaciones de género en el país. Están también contra las políticas LGTB -con excepción de Holanda y en parte en Francia en donde el partido de Marine Le Pen aboga por la aceptación del matrimonio homosexual.
La última declaración dada en la segunda cumbre de las fuerzas patrióticas y conservadoras que tuvo lugar en Madrid en enero de 2022, convocada por el dirigente del VOX, Santiago Abascal, con el objetivo de unir los dos bloques para trabajar más unificadamente en el PE pone varias cosas en común sobre la mesa de lo que esta nueva derecha sustenta. En ella se nota un antieuropeísmo en aras de la soberanía nacional; defensa de los ideales “europeos cristianos” sobre la que se “funda” la UE, rechazo a las agendas de burócratas y partidos que ponen en peligro la “supervivencia” de la propia “civilización occidental” a la vez que denuncian las políticas migratorias de Bruselas y condenan el Pacto mundial para una Migración Segura Ordenada y Regular. Aunque estos son solo algunos apartados sin embargo la lectura de toda la declaración muestra el discurso y el programa de la nueva derecha en Europa. Lo cierto es que la nueva derecha en el continente ha logrado reciclar las ideas de la extrema derecha de inicios del siglo XX para presentarse ahora moderna, pseudointelectual y democrática, sin perder los rasgos fundamentales de extrema derecha. Un buen ejemplo es el haber echado mano del discurso de la diversidad cultural y de la multiculturalidad reemplazando la abierta xenofobia por la xenofilia, es decir ya no se trata de aniquilar a una u otra cultura sino de respetar las identidades y evitar la mezcla. Así los no europeos deberían permanecer en “sus espacios” culturales y geográficos, sin mezclas y con sus identidades culturales claramente definidas.
Estos nuevos discursos y programas han tenido ejemplos de gobiernos ultraconservadores de tinte de extrema derecha que han sido bastante ejemplificantes en lo que respecta a una realidad escalofriante. Las políticas que llevó adelante Mateo Salvini en Italia por ejemplo de cierre de puertos a barcos de socorro que salvaban refugiados en el Mediterráneo, o el tres veces reelecto Orbán en Hungría con un discurso centrado en la etnia húngara y en el miedo a las “hordas de inmigrantes”, o el programa antimigración, antimusulmán y nacionalista que alcanzó a experimentar la población austriaca en el corto gobierno de derechas del ÖVP en Austria y la ultraderecha del FPÖ antes de la crisis que provocó su caída, dejan un muy mal regusto y un gran temor. En este contexto han aumentado las agresiones de los grupos más violentos contra nacionales de ascendencia no “europea”, contra extranjer@s, refugiad@s, feministas, activistas de izquierda y contra toda expresión religiosa diferentes del cristianismo.
A pesar de este panorama no hay que olvidar las resistencias fuertes en el continente sean por la defensa de los derechos humanos, de los derechos de las minorías, la libertad de prensa o de religión. Hemos visto grandes sectores de jóvenes, y entre ellos una figura controvertida como lo es Greta Thunberg, que han llevado adelante grandes movilizaciones con resonancia continental y mundial. Es también un hecho que en las elecciones en varios países en los que se contaba que la extrema derecha llegaría a ser segunda fuerza y en algunos, fuerza mayoritaria como en Francia o Italia no se confirmaron estos temores.
Pero, siendo esto cierto y a pesar de que las figuras de derechas sufren desgastes rápidos y las disputas internas logran provocar crisis constantes, sin embargo, ya son una realidad política con la que hay que contar en la mayoría de los países de la Unión y dentro del Parlamento Europeo. En Francia se teme que, para las elecciones presidenciales de ahora en abril de 2022, el conjunto de la extrema derecha logre en la primera vuelta casi un 40% de los votos y existe la hipótesis de que la segunda vuelta se definirá entre Macrón y Le Pen. Y en la República Federal de Alemania desde su existencia en 1949, precisamente en un país fuertemente sensible a todo lo que tiene que ver con su pasado nacionalsocialista, el AfD entró al Parlamento Europeo por primera vez en las elecciones de 2014 y de nuevo en las siguientes de 2019. Pareciera que por ahora, en el continente europeo, la extrema derecha llegó para quedarse.
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