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En El circuito de los afectos. Cuerpos políticos, desamparo y fin del individuo (cuyo libro se puede descargar aquí en archivo PDF), el teórico crítico brasileño Vladimir Safatle destaca que, así como en la práctica del psicoanálisis son desactivados modos de afección que perpetúan modos determinados de vinculación social, “la política es, en su determinación esencial, un modo de producción de circuito de afectos”.
Cuando las sociedades se transforman, explica este filósofo, profesor titular de Teoría de las Ciencias Humanas en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo, se abren a la producción de formas singulares de vida y en ese sentido, los afectos empiezan a circular de otra forma, a agenciarse de manera que se producen con otros objetos y efectos.
Una sociedad que colapsa implica también la desaparición de sentimientos y el nacimiento de afectos inauditos. Por eso, cuando una sociedad colapsa, lleva consigo a los sujetos que ella mismo creó para reproducir sentimientos y sufrimientos.
A continuación un aparte de la introducción de este sugerente trabajo bibliográfico:
Del miedo al desamparo
Este libro está construido por cinco líneas de fuerza, algunas más desarrolladas, otras todavía latentes. La primera de ellas se refiere al intento de desarrollar, de forma más sistemática, la articulación entre afectos y cuerpo político. Una articulación enunciada por la filosofía política moderna al menos desde Hobbes. Pues sería difícil no partir de su afirmación canónica: “de todas las pasiones, la que menos hace los hombres tender a violar las leyes es el miedo”.
Aunque: exceptuando algunas naturalezas generosas, es la única cosa que lleva a los hombres a respetarlas” (Hobbes, 2013, p. 253). En esa perspectiva, comprender sociedades como circuitos de afectos implica partir de los modos de gestión social del miedo, partir de su producción y circulación como estrategia fundamental de aquiescencia a la norma. Si, de todas las pasiones, la que sostiene más eficazmente el respeto a las leyes es el miedo, entonces debemos empezar por preguntarnos cómo es producido, cómo es movilizado continuamente. De forma más precisa, cómo se produce la transformación del miedo continuo a la muerte violenta, a la desposesión de los bienes, a la invasión de la privacidad, del irrespeto a la integridad de mis predicados como motor de cohesión social.
Tal perspectiva hobbesiana no tiene un interés meramente histórico. Es más probable que la perspectiva hobbesiana describa, de forma precisa, el modelo hegemónico de circuito de afectos de nuestras sociedades de democracia liberal, con sus regresiones securitarias e identitarias periódicas (aunque Hobbes no sea exactamente un teórico del liberalismo, es palpable su intención de poner los intereses de la soberanía por encima de la defensa de la propiedad de los individuos). Si se parte de la premisa hobbesiana, ello nos obliga no solo a poner el miedo como afecto infranqueable sino como una disposición siempre latente en la vida social. Se trata, principalmente y de manera silenciosa, de definir la figura del individuo defensor de su privacidad e integridad como horizonte, al mismo tiempo último y fundador de los vínculos sociales. La defensa de la integridad individual no significa, sin embargo, solo la elevación de la conservación de la vida a la condición última de legitimación del poder. “Integridad” significa aquí también la suma de los predicados que poseo y que determinan mi individualidad, los predicados de los cuales soy propietario.
Así, la tesis principal radica en que el miedo como afecto político central es indisociable de la comprensión del individuo, con sus sistemas de intereses y sus fronteras que deben ser continuamente defendidas, como fundamento para los procesos de reconocimiento. Él es consecuencia necesaria del hecho de que la política liberal tenga por horizonte “el hombre nuevo definido por la búsqueda de su interés, por la satisfacción de su amor propio y por las motivaciones pasionales que le hacen actuar” (Dardot y Laval, 2010, p. 28). Intereses constituidos por el juego social de identificaciones y competencia por el deseo del deseo del otro. Que nos pueda explicar por qué la libertad, tal como se comprende en sociedades cuyo modelo de inscripción se da a partir de la determinación de sujetos bajo la forma de individuos, es pagada por la definición del otro como una especie de “invasor potencial”, como alguien con quien me relaciono preferentemente a través de contratos que definen obligaciones y limitaciones mutuas bajo las miradas de un tercero. Perspectiva contractualista que eleva a la persona a la figura fundamental de la individualidad social. Por eso, no sería equivocado afirmar que los sistemas políticos que se entienden fundamentados en la institucionalización de libertades individuales son indisociables de la gestión y producción social del miedo. La libertad en las sociedades que inscriben sujetos bajo la forma de individuos es indisociable de la creación de una cultura de emergencia de la seguridad siempre latente, cultura del riesgo inminente y continuo de ser violento. Comprender la vida social más allá de ese horizonte de emergencia será, necesariamente, poner en cuestión el modo de reconocimiento que determina a los sujetos como individuos y personas. De esta forma, se desarrolló una segunda línea de fuerza para animar este libro. Si la primera se asienta en la articulación entre afectos políticos y cuerpo social, la segunda se refiere al destino de la categoría de individuo y su fin necesario.
Descargar el libro
Para acceder al libro en archivo PDF, ingresar al siguiente enlace:
El circuito de los afectos. Cuerpos políticos, desamparo y fin del individuo