POR BARRY SHEPPARD /
Desde que comenzó la guerra de Israel contra el pueblo palestino, con la creciente destrucción de infraestructuras y un sinfín de asesinatos masivos de la población de Gaza, en los campus universitarios vienen desarrollándose manifestaciones de repulsa. La respuesta de quienes apoyan la guerra de Israel han acusado de antisemitas las manifestaciones propalestinas en los campus. A medida que se intensificaban las matanzas y la destrucción, en la sociedad estadounidense también han proliferado muchos tipos de protestas contra la guerra, inclusive en los campus, así como las demandas de los sectores proisraelíes de acabar con esas manifestaciones en los centros académicos.
Hace poco, en la Universidad del Sur de California (USC), una estudiante musulmana estadounidense de origen sudasiático, Asia Tabassum, fue nombrada por la USC para pronunciar el discurso de graduación de su curso por ser la primera de la promoción. Casi de inmediato, las fuerzas proisraelíes de dentro y de fuera de la universidad reclamaron que se retirara el nombramiento por ser ella musulmana y propalestina, y dedicaron a la afectada toda clase de mensajes de odio. La USC capituló y anunció que dicha estudiante no pronunciaría el discurso en la ceremonia de su curso. La dirección alegó problemas de seguridad, pero hasta ahora no ha concretado en qué consistían esos problemas.
Tabassum publicó una respuesta en la página web del Consejo de Relaciones Islámico-Estadounidenses, afirmando, entre otras cosas, que “no me sorprenden quienes tratan de propagar el odio. Me sorprende que mi propia universidad ‒mi casa durante cuatro años‒ me haya abandonado.” Inmediatamente hubo protestas de estudiantes y docentes. Finalmente, a USC declaró que no habría ningún discurso de graduación y que todas las personas invitadas a hablar en la ceremonia, incluidas las que iban a recibir títulos honoríficos, no asistirían, evidentemente por temor a que pudieran decir algo a favor de Palestina.
Pocos días después, una acción estudiantil de apoyo a Palestina en forma de acampada, que tenía lugar en el campus neoyorquino de la Universidad de Columbia, fue atacada por la policía, que practicó más de un centenar de detenciones. Además de oponerse a la guerra de Israel en Gaza, las y los estudiantes demandaban que la universidad retirara sus inversiones en el vasto programa de armas de EE UU destinado a Israel. El número de detenciones practicadas en el campus de Columbia fue el más elevado desde la protesta estudiantil contra la guerra de Vietnam en 1968, cuando fueron detenidas unas 700 personas.
Previamente a la incursión de la policía en el campus, la Universidad de Columbia suspendió a tres mujeres estudiantes ‒ Isra Hirsi, Maryam Iqbal y Soph Dinu‒ del Barnard College, una facultad que históricamente ha contado con una presencia mayoritariamente femenina, por participar en la acampada. Isra Hirsi es hija de la diputada por Minneapolis, Minnesota, en el Congreso, Ilan Omar, una de las dos congresistas musulmanas (la otra es Rashida Tlaib) y la primera mujer de color elegida representante de Minnesota. Al día siguiente hubo más suspensiones de manifestantes. La suspensión implica la prohibición de asistir a clase, la denegación de su habitación en los dormitorios y de las comidas en la cafetería.
La presidenta de la Universidad de Columbia, Minouche Shafik, llamó a la Policía para poner fin a la protesta. Lo hizo justo después de haber sido interrogada por un comité bipartidista del Congreso que practica la caza de brujas y ha estado acosando a directivos de la universidad y de la facultad para que prohibieran las manifestaciones propalestinas. Hasta la policía informó de que la acampada era pacífica y que en ella no había violencia ni amenazas. Las detenciones se llevaron a cabo sin resistencia. Shafik no ha justificado su decisión con argumentos creíbles, y las activistas detenidas han sido acusadas de ¡“acceder ilegalmente” a su propio campus!
Las y los estudiantes de Columbia han respondido al ataque llevando a cabo acciones todos los días desde entonces. La Universidad, sin embargo, impide el acceso de toda la gente “foránea” al campus, que normalmente está abierto a visitantes. Uno de estos foráneos saltó por encima de una valla para participar en la manifestación de ese día: se trataba de Cornell West, un conocido activista negro profesor del Union Theological Seminary, afiliado a la Universidad de Columbia. West también es un candidato independiente a la presidencia en las elecciones de noviembre. Dijo a Democracy Now que alabó al movimiento estudiantil por “luchar contra la dominación y la ocupación y hacerlo con una resolución formidable”.
Amy Goodman informó en Democracy Now el 23 de abril: “Cuando el ataque de Israel a Gaza cumple 200 días, las manifestaciones y acampadas de solidaridad con Palestina proliferan en los campus universitarios de todo EE UU, inspiradas por la Acampada de Solidaridad con Gaza de la Universidad de Columbia. Aquí en Nueva York, la Policía irrumpió el lunes por la noche en una acampada estudiantil en la Universidad de Nueva York. Detuvo a más de 150 personas, entre estudiantes y personal de la facultad. Ese mismo lunes, la policía detuvo a 60 manifestantes en la Universidad de Yale, inclusive 47 estudiantes que habían montado una acampada para reclamar que la universidad retirara su inversión en fábricas de armamentos. En estos momentos hay otras acampadas en otros campus de numerosas universidades, como la de Michigan-Ann Arbor, la Universidad de California en Berkeley, la Universidad de Maryland, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y el Emerson College de Boston”.
Un tema que se ha esgrimido para pedir la prohibición de las manifestaciones pro-palestinas es que están destinadas a atemorizar y amenazar a los y las estudiantes judías en los campus. La Casa Blanca se ha unido a este coro. Informa The New York Times: “El presidente Biden ha condenado el antisemitismo en los campus universitarios en una declaración emitida el domingo, tres días después de que fueran detenidas más de 100 personas que protestaban contra la guerra de Gaza en el campus de la Universidad de Columbia. La declaración de Biden, que forma parte de una larga salutación por la Pascua judía emitida desde la Casa Blanca, no menciona directamente el nombre de Columbia, pero afirma que ha habido ‘acoso y llamamiento a la violencia contra las personas judías’ en los últimos días. Este flagrante antisemitismo es condenable y peligroso y no tiene absolutamente ninguna cabida en los campus universitarios ni en cualquier otro lugar de nuestro país”, dice la declaración.
El mismo domingo [21 de abril] por la mañana, la Casa Blanca emitió una declaración separada para responder directamente a las manifestaciones antiisraelíes en Columbia, que prosiguen esta semana con las acampadas estudiantiles en los terrenos de la universidad. “Mientras que todas las personas estadounidenses tienen derecho a la protesta pacífica, los llamamientos a la violencia y la intimidación física contra estudiantes judíos y la comunidad judía son descaradamente antisemitas, inadmisibles y peligrosos, dice la declaración de Andrew Bates, vicesecretario de comunicación de la Casa Blanca. La protesta en la Universidad de Columbia se produjo la misma semana en que hubo otras muchas manifestaciones en todo el país para denunciar la guerra de Israel en Gaza. Las manifestaciones bloquearon carreteras importantes en Nueva York y San Francisco y los accesos a los aeropuertos de Chicago y Seattle”.
Quienes están a favor de la guerra de Israel pueden sentirse cada vez más en minoría en la mayoría de universidades, pero las acusaciones de violencia antisemita por parte de quienes protestan contra la guerra carecen de fundamento y no se han dado a conocer ejemplos concretos. Lo que se omite en ese relato es que hay un sector significativo de estudiantes judías que participan en las acciones propalestinas y desempeñan a menudo un papel destacado, por ejemplo en Columbia, donde Jewish Voice for Peace (Voz Judía por la Paz) participa desde noviembre en la dirección del movimiento y ha sido una de las organizaciones vetadas entonces oficialmente por la universidad, aunque JVP ha continuado operando.
El lunes, 22 de abril, comenzó la fiesta de la Pascua judía, que celebra la liberación del pueblo judío de Egipto, y que ha pasado a significar la liberación de todos los pueblos oprimidos. En muchas de las acampadas hubo celebraciones de la Pascua judía. El New York Times, un periódico incondicionalmente proisraelí, tuvo que admitirlo: “En la primera noche de la Pascua judía, el sonsonete de las Cuatro Preguntas resonó de los hogares y reuniones judías de todo el mundo, incluso de lugares improbables y cuestionados: el centro de las protestas propalestinas en Columbia y otras universidades en que había manifestaciones. Cuando cayó la noche sobre la acampada de Columbia el lunes, alrededor de un centenar de estudiantes y docentes se reunieron en círculo alrededor de un toldo azul donde había apiladas cajas de pan ácimo y alimentos que habían preparado en una cocina kosher. Hubo estudiantes que llevaban kaffiyehs, el tradicional pañuelo palestino, y también quienes llevaban kipas judías. Se repartieron Haggadás ‒libros de oración de la Pascua judía‒ hechos a mano y se recitaron oraciones en hebreo, manteniendo el orden tradicional”.
Hasta aquí el antisemitismo de las y los estudiantes propalestinos.
Un comentario final. Ha habido comentaristas que han visto similitudes de estas acampadas con las que ocurrieron en la década de 1960. ¿Estamos ante una nueva ola de radicalización estudiantil?
Viento Sur
La continuidad del colonialismo de asentamiento sionista
POR JAMAL NABULSI /
El régimen israelí está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino de Gaza; no sólo bombardea indiscriminadamente a los y las palestinas, sino que ataca infraestructuras civiles esenciales como hospitales, escuelas, universidades, campos de refugiados y edificios residenciales. Quienes sobreviven a los bombardeos tampoco están a salvo habida cuenta del muy limitado acceso al agua potable, a los alimentos, a la electricidad y a los suministros médicos básicos [1].
Además de matar por hambre y masacrar a los y las palestinas, el régimen israelí opera para expulsarlos de sus tierras. Lo han dejado claro funcionarios y políticos israelíes en múltiples declaraciones, así como en documentos filtrados que demuestran el propósito de transferir –un eufemismo para la limpieza étnica– a la población palestina de Gaza a Egipto u otros lugares; casi tres cuartas partes es ya población refugiada como consecuencia de guerras anteriores que Israel libró contra el pueblo palestino. Esta operación forma parte del sostenido castigo colectivo de Israel a un pueblo que se atreve a resistir a la colonización y a expresar la soberanía indígena sobre su territorio.
Este artículo sostiene que el genocidio y la limpieza étnica de la población palestina en Gaza por parte del régimen israelí es la continuación del proyecto de colonización de asentamiento sionista. Insiste particularmente en que, aunque la matanza y la expulsión de palestinos y palestinas que está llevando a cabo actualmente el régimen israelí es una aberración, no es anómala en el contexto de más de 75 años de colonización sionista. Señala tres características fundamentales del colonialismo de asentamiento sionista:
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su naturaleza como estructura permanente;
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su objetivo de eliminar al pueblo palestino;
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su uso de la fragmentación –del territorio y del pueblo– como estrategia fundamental a través de la cual asegurar esa eliminación.
Es a través de estas tácticas, según sostiene este análisis, como el proyecto sionista pretende extinguir la soberanía indígena palestina en última instancia.
Colonialismo de asentamiento sionista
El sionismo siempre ha sido una ideología colonial de asentamiento, algo declarado explícitamente por los arquitectos del sionismo. Por ejemplo, el dirigente sionista ruso Ze’ev (entonces Vladimir) Jabotinsky, que jugó un papel determinante en la colonización de Palestina, escribió en 1923:
Todos los pueblos indígenas opondrán resistencia a los colonos foráneos si perciben alguna esperanza de librarse del peligro del asentamiento extranjero. Eso es lo que está haciendo la población árabe de Palestina, y lo que seguirán haciendo mientras mantengan una mínima chispa de esperanza en que podrán impedir la transformación de Palestinaen la Tierra de Israel (…). La colonización sionista, incluso la más restringida, debe terminar o llevarse a cabo sin considerar la voluntad de la población nativa.
La ideología del colonialismo de asentamiento sionista está impregnada de racismo europeo y guarda muchas similitudes con el espejismo de los colonos blancos del destino manifiesto. Cuando se debatía si el lugar para la colonización sionista debía ser Argentina o Palestina, el fundador de la Organización Sionista, Theodor Herzl, afirmó [2] que el Estado judío en Palestina sería “una parte del muro de Europa contra Asia, un puesto avanzado de la civilización en oposición a la barbarie”. Ese discurso supremacista blanco se desarrolla para justificar la colonización de tierras palestinas y la violencia inconmensurable que conlleva.
El pueblo palestino comprendió hace mucho tiempo la naturaleza colonial del sionismo. En su libro de 1965, ‘Zionist Colonialism in Palestine’ (Colonialismo sionista en Palestina), Fayez Sayegh disecciona [3] con maestría el colonialismo sionista en tanto que ideología y proyecto político. Posteriormente, en 1976, Yamil Hilal articuló sucintamente la lógica del colonialismo de asentamiento [4] diferenciándolo del colonialismo extractivo: “Los sionistas se afanaron no en explotar a la población palestina indígena, sino en desplazarla”. Partiendo de esta propuesta teórica palestina, el colonialismo de asentamiento sionista debe entenderse como una estructura permanente que apunta a eliminar a los y las palestinas fragmentando el pueblo y la tierra, como señalan tres facetas centrales:
Primera: el colonialismo de asentamiento sionista, como todos los demás proyectos de asentamiento colonial, debe entenderse como una estructura permanente más que como un episodio puntual. En otras palabras, el objetivo fundamental del colonialismo de asentamiento es atrincherar a la comunidad colona en la tierra colonizada de manera permanente. Si bien esta idea se ha desarrollado con cierto detalle [5] en la disciplina académica que aborda los estudios de colonización por asentamiento, el sentimiento se ha comprendido durante mucho tiempo a través de la noción palestina cotidiana de la Nakba como algo permanente. Por un lado, esta teorización cotidiana destaca que los efectos de la Nakba de 1948, por la que más de 780 000 palestinos y palestinas fueron limpiadas étnicamente [6] de sus tierras, siguen sintiéndose hoy. En un nivel elemental, a todas las personas palestinas expulsadas por la fuerza por las milicias sionistas durante la Nakba de 1948 se les sigue negando el derecho al retorno a sus hogares en Palestina. Por otro lado, y de forma interrelacionada, la noción de la Nakba permanente advierte de que el proyecto sionista de limpieza étnica del pueblo palestino de Palestina es un proceso que continúa hoy: desde 1948, unos dos tercios (9,17 millones) de los catorce millones de palestinos y palestinas que hay en todo el mundo son, en la actualidad, personas desplazadas por la fuerza [7] y a todas se les niega el derecho a retornar a sus casas.
Segunda: el objetivo central del colonialismo de asentamiento sionista es eliminar al pueblo palestino de la tierra de Palestina. Esta eliminación adopta múltiples formas que, entre otras, incluyen el genocidio y la limpieza étnica. Quizá lo más atroz es que la mayoría de las veces la eliminación que practica el colonialismo de asentamiento sionista adopta la forma de aniquilación física de los y las palestinas. Así fue, por ejemplo, en las masacres de población palestina perpetradas por las milicias sionistas durante la Nakba de 1948, en la masacre de Sabra y Chatila de 1982, en los intensos ataques israelíes actuales contra Gaza y en los cuatro previos más destacados contra la Franja, así como en las habituales ejecuciones que llevan a cabo los soldados israelíes y la policía paramilitar, más comunes en Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental.
La eliminación que practica el colonialismo de asentamiento sionista adopta otras innumerables formas más insidiosas. Como ejemplo, el régimen israelí ha intentado borrar la identidad misma [8] de las y los palestinos de los territorios de 1948 que viven como ciudadanos de tercera clase en Israel sobre el territorio palestino ocupado en aquel año. Israel pretende despalestinizar a esta comunidad mediante una variedad de políticas que incluyen criminalizar las expresiones de identidad palestina, léase exhibir la bandera palestina o conmemorar la Nakba. Estas políticas llevan décadas aplicándose, al igual que el adoctrinamiento sionista a través de los planes de estudios escolares y universitarios y otros innumerables procedimientos para empañar y reescribir la historia de Palestina. Son políticas comparables a las de otras colonias de asentamiento, como los sistemas de escuelas residenciales en los ahora denominados Canadá y EE UU, así como las Generaciones Robadas[9] en la colonia de Australia.
Tercera: una estrategia clave mediante la cual Israel aplica la eliminación es la de fragmentar Palestina y a los y las palestinas. Fragmentación que, en última instancia, conduce a la eliminación: opera para fragmentar el pueblo palestino y arrancarlo después de su tierra. Al igual que la eliminación, la fragmentación adopta multitud de formas diferentes. Funciona, por ejemplo, para dividir la tierra palestina, fracturar cuerpos, destruir familias, desmantelar instituciones, romper el espacio, el tiempo y la memoria palestina, agotar y quebrar la voluntad de resistir. No es que sean formas distintas de fragmentación, sino que todas están íntimamente conectadas, con grietas y desgarros que se extienden a través de las vidas palestinas.
La Nakba de 1948 fue un momento fundacional en la fragmentación de Palestina. La colonización por parte de Israel del 78 % de la tierra palestina sirvió para dividir ese territorio del resto de Palestina, Cisjordania y Gaza, quedando geográficamente aisladas una de otra. Durante la Naksa [10], literalmente, el Revés, [por el desastre de la guerra de 1967), Israel ocupó militarmente Cisjordania y Gaza (además de territorios de Siria y Egipto), ocupaciones coloniales mantenidas hasta hoy. A su vez, el pueblo palestino quedó dividido en esos tres territorios diferenciados y en el exilio, y cada porción ha vivido realidades muy diferentes y ha hecho frente a diversas formas de la violencia colonial israelí.
Al combinar estas tres características fundamentales a través de la eliminación y la fragmentación permanentes, el proyecto colonial de asentamiento sionista persigue, en última instancia, extinguir la soberanía autóctona palestina. Esta soberanía encarna la reclamación de una tierra que nunca fue cedida y se fundamenta en la permanente presencia palestina autóctona que precede y perdura en el Estado colonial israelí. La soberanía indígena adopta inevitablemente formas distintas según los diferentes pueblos indígenas, pero lo que comparten esas formas es que todas registran una reclamación indígena imperecedera sobre la tierra y el rechazo a la soberanía estatal de la colonia de asentamiento [11].
Por otra parte, la indigeneidad palestina no se basa en demostrar el mantenimiento de prácticas culturales particulares o cierta medida de sangre indígena. Contrariamente a la forma en que se define en el derecho internacional, la indigeneidad no es un conjunto de requisitos a cumplir, sino más bien una relación política con la estructura del colonialismo de asentamiento. En la medida en que el Estado colonial de Israel pretende eliminarlos de su tierra, los y las palestinas son un pueblo indígena que se resiste a la eliminación.
La actualidad de la colonización de asentamiento
El eco del discurso racista de los primeros sionistas se escucha en el lenguaje genocida de los actuales dirigentes israelíes. Cuando el régimen israelí comenzó su actual genocidio en Gaza, Benjamín Netanyahu publicó [12] desde la cuenta oficial del primer ministro de Israel en X (luego eliminó la publicación): “Esta es una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad, entre la humanidad y la ley de la jungla”. El presidente israelí, Issac Herzog, advirtió igualmente [13] de que la guerra contra Gaza tenía “la intención de salvar la civilización occidental” y que, si no fuera por Israel, “Europa sería la siguiente”. Semejante retórica regurgita la ideología colonial que pretende justificar el genocidio como una batalla del “Bien contra el Mal”. Al anunciar el plan de Israel para castigar colectivamente a los palestinos y palestinas en Gaza cortando por completo todos los recursos necesarios para la vida, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, declaró [14]: “No habrá electricidad, ni alimentos, ni agua, ni combustible. Todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Ese lenguaje racista y deshumanizador allana el camino a Israel para el genocidio y la limpieza étnica de los palestinos y las palestinas.
La realidad de la Nakba como proceso permanente nunca ha sido más evidente que ahora. Desde que el ejército israelí comenzó su actual ataque contra Gaza, ha matado a más de 26 000 palestinos [28 473 a fecha de 13 de febrero] y expulsado de sus hogares a 1,9 millones de personas (más del 80 % de la población gazatí). Las imágenes que salen de la Franja son estremecedoras: un padre abrazando a su hijo quemado vivo con fósforo blanco, una niña excavando entre los escombros de su casa con la esperanza de encontrar un solo pariente sobreviviente. El impacto humano del genocidio es insondable. Las imágenes de multitud de familias palestinas huyendo de sus hogares bajo el fuego israelí evocan imágenes de la Nakba de 1948 y de otras grandes expulsiones. Muchas de las personas que actualmente huyen de la violencia sionista son descendientes de aquellas que fueron limpiadas étnicamente de su tierra en 1948.
Esa es la eliminación que practica el colonialismo de asentamiento sionista en su forma más brutal. Del mismo modo en que las masacres israelíes de 1948 contra el pueblo palestino se combinaron con la limpieza étnica, hoy el genocidio y la limpieza étnica de Israel son estrategias combinadas del proyecto sionista para la eliminación de pueblo palestino. Tras haber expulsado a la mayoría de los y las palestinas de sus hogares dentro de Gaza, lo que Israel está determinado a hacer es limpiar étnicamente Gaza por completo. En un documento filtrado el 28 de octubre[15], el Ministerio de Inteligencia israelí recomendaba limpiar étnicamente de sus hogares a los 2,3 millones de gazatíes y expulsarlos permanentemente a la península egipcia del Sinaí. A pesar del rechazo reiterado del gobierno egipcio a aceptar ese plan, las operaciones llevadas a cabo por las Fuerzas de Ocupación Israelíes (FOI) en Gaza hasta la fecha reflejan las fases estipuladas en el documento. Las FOI han expulsado a la población del norte de Gaza hacia el sur; sus bombardeos y disparos contra la población a lo largo de ese camino demuestran que su afirmación de que están evacuando a la población civil con fines humanitarios es una falacia. Ahora han comenzado a expulsar a las y los palestinos del sur de Gaza provocando un profundo y muy creíble temor de que se les va a obligar a hacinarse en la frontera de Rafah y a presionar aún más a Egipto. Esta limpieza étnica no solo la propugnan todos los ministerios gubernamentales, sino también destacados políticos, académicos y ciudadanos israelíes comunes y corrientes. Después de todo, ése es el objetivo fundamental del sionismo y del Estado israelí: expulsar al pueblo palestino y apoderarse de su tierra.
Es importante destacar que en estos momentos Israel también está intensificando la limpieza étnica del pueblo palestino, que lleva a cabo desde hace décadas, en Cisjordania. Envalentonados por el ataque genocida de Israel contra Gaza y por la impunidad internacional por los crímenes de guerra israelíes durante este asalto, estamos asistiendo a un fuerte incremento de la violencia de la población colona israelí en Cisjordania, que actúa con el pleno respaldo del ejército israelí para aterrorizar a las y los palestinos y expulsarlos de sus hogares. Una de las principales formas en que Israel ejecuta esta limpieza étnica en Cisjordania es mediante la estrategia colonial de fragmentación antes mencionada: Israel ha dividido Cisjordania en 227 enclaves separados, aislando por completo Jerusalén Oriental del resto de Cisjordania. Lo ha hecho mediante [la implantación de] el Muro del apartheid, de 730 km de longitud, que serpentea Cisjordania mucho más allá de la Línea Verde de 1967, partiendo en dos ciudades y pueblos palestinos, separando a las y los agricultores de sus tierras y a las comunidades palestinas entre sí. Estos instrumentos coloniales, que funcionan junto con otras innumerables tecnologías israelíes de fragmentación, tienen como objetivo último hacer que la vida de los y las palestinas de Cisjordania sea inhabitable, expulsarlos de sus casas para que las y los colonos israelíes puedan apropiarse de ellas.
En Gaza asistimos a una forma todavía más extrema de fragmentación colonial de asentamiento por medio de la cual Israel se ha empleado en aislar sistemáticamente a los y las palestinas del resto de Palestina. El aislamiento geográfico, social y político se intensificó con el bloqueo israelí impuesto a Gaza tras la victoria electoral de Hamás en 2006. Además de provocar una lluvia de muerte sobre la población gazatí con intermitentes campañas de bombardeos y drásticas restricciones del movimiento de personas dentro y fuera de la Franja, este bloqueo implicó restringir rigurosamente innumerables artículos cotidianos que necesita la población: desde toallitas húmedas para bebés hasta semillas de plantas. Tras la operación de Hamás del 7 de octubre y los bombardeos sobre Gaza que le siguieron, el régimen israelí cortó el agua, los alimentos, la electricidad, el combustible y otros artículos de primera necesidad para la vida en Gaza, algo descrito por los expertos como un acto genocida. En resumen, Israel allanó el terreno para el actual genocidio en Gaza con 17 años de brutal bloqueo y 56 de ocupación militar que, en conjunto, han servido para aislar radicalmente a Gaza del resto de Palestina.
Al aislar política, social y geográficamente a Gaza del resto de Palestina, Israel persigue hacerse con más tierras palestinas que pueda limpiar étnicamente y apropiárselas para el Estado colonial de asentamiento. No es una estrategia nueva, sino absolutamente coherente con el proyecto sionista y con los proyectos de asentamiento colonial en general, que operan para dividir y conquistar a los pueblos indígenas, apoderarse de su tierra y eliminar a la comunidad nativa.
Conclusión
Para que las y los palestinos vivan en libertad y dignidad debemos entender el actual ataque de Israel contra Gaza como una continuación del proyecto colonial sionista. Ello significa que hay que rechazar el marco todavía dominante que describe un conflicto que involucra a dos bandos. Este marco, propagado a través del llamado proceso de paz y sus diversas derivadas, no sólo oculta, sino que defiende activamente las relaciones de poder colonial entre el Estado de Israel y el pueblo palestino. Lo más evidente es, quizá, que Israel ha utilizado de manera sistemática las negociaciones de paz como una cortina detrás de la cual ha podido intensificar el robo de la tierra palestina. Por ejemplo, entre 1993 y 2000 –en pleno auge del proceso de paz– Israel duplicó la población colona israelí en el mismo territorio que supuestamente debía convertirse en un Estado palestino. La esencia del proyecto sionista es expansionista, e Israel ni siquiera disimula para ocultarlo.
Desde el inicio del actual ataque genocida de Israel contra Gaza, el movimiento internacional de solidaridad con Palestina ha crecido exponencialmente batiendo el récord de personas que han salido a protestar por Palestina en ciudades de todo el mundo. Si bien es inspirador ver a personas de todo el mundo reaccionando ante la brutal realidad a la que hace frente el pueblo palestino, los organizadores de la solidaridad reproducen muchas veces el controvertido marco descrito anteriormente, lo que, en última instancia, acaba sirviendo para sostener la colonización de Israel. Concretamente, una defensa de Palestina que se limita a reclamar el fin de la ocupación israelí y/o del apartheid falla en no reconocer la causa fundamental de la violencia: el colonialismo de asentamiento sionista. En las colonias de asentamiento como EE.UU., Canadá y Australia, así como en metrópolis coloniales como las de Reino Unido, la falta de reconocimiento de este hecho probablemente se debe a la propia complicidad del activismo en formas relacionadas de colonización. Para lograr justicia y liberación para los y las palestinas es imperativo desmantelar el proyecto colonial sionista que, como se ha demostrado, tiene como objetivo fundamental eliminar al pueblo palestino y extinguir su soberanía indígena sobre la tierra de Palestina.
Frente a esta colonización devastadora, podemos inspirarnos en quienes demuestran eficazmente lo que significa ser solidario. Sudáfrica ha llevado a Israel ante la Corte Internacional de Justicia, acusándolo de crimen de genocidio. Los hutíes de Yemen se han apoderado de barcos vinculados a Israel en el Mar Rojo, negándose a dar marcha atrás ante la agresión encabezada por EE .UU. contra ellos. Activistas en solidaridad con Palestina han bloqueado la entrada de barcos israelíes a puertos de todo el mundo, desde San Francisco hasta Sídney. La Campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), liderada por los propios palestinos y palestinas es más fuerte que nunca. Estos son sólo algunos de los ejemplos que podemos aprovechar que abogan por la liberación palestina y reconocen la causa fundamental que la impide: el colonialismo de asentamiento sionista. Debemos seguir mostrando esa solidaridad hasta que palestinos y palestinas sean, junto con todos los pueblos colonizados e indígenas, verdaderamente libres.
Jamal Nabulsi, palestino en la diáspora, es escritor e investigador. Es académico de la Escuela de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Universidad de Queensland y miembro del Centro de Investigación Palestino Americano. Su tesis doctoral, “Resistencia afectiva: Sentir a través de la lucha palestina cotidiana”, recibió el premio de la Asociación Británica de Estudios Internacionales a la mejor tesis doctoral sobre las emociones en la política y en las relaciones internacionales.
Notas
[1] Este artículo tiene versión en francés. Al Shabaka agradece el esfuerzo de traducción de sus artículos, pero no se hace responsable de ningún cambio de contenido.
[3] https://doi.org/10.1080/2201473X.2012.10648833
[4] https://journals.udsm.ac.tz/index.php/
[5] https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/14623520601056240
[6] https://cup.columbia.edu/book/nakba/9780231135795
[7] https://www.badil.org/cached_uploads/view/2022/10/31/survey2021-eng-1667209836.pdf
[8] https://muse.jhu.edu/article/576906
[9] https://aiatsis.gov.au/explore/stolen-generations
[11] Mi comprensión de la soberanía indígena se debe principalmente a la dirección intelectual de la profesora Chelsea Watego, munanjahli e isleña de los Mares del Sur, así como a sus escritos publicados. También me he basado para este artículo en el trabajo de la profesora de Goenpul Aileen Moreton-Robinson.
[12] https://www.newarab.com/news/netanyahu-deletes-palestinian-children-darkness-tweet
[13] https://www.middleeastmonitor.com/
[14] https://www.aljazeera.com/program/
[15] https://thecradle.co/articles-id/1129
Traducción para Viento Sur de Loles Oliván Hijós