POR JORGE ALEMÁN
Desde hace años, en distintos libros publicados he intentado explicar como uno de los procedimientos ideológicos más eficaces por parte del neoliberalismo es colectivizar el sentimiento de culpabilidad.
Para lograr esto se necesitan distintas operaciones. En primer lugar culpabilizar definitivamente y de un modo absoluto a la formación política que intentó cambiar las cosas a favor de la justicia social, para ello debe ser destruida simbólicamente y ser descripta una y otra vez como una gran estafa, un gran robo, una gran noche negra poblada de excesos injustificables. Para que esto se cumpla es necesario que los dispositivos neoliberales destruyan todos los anclajes, los puntos desde donde es posible leer la historia, hasta lograr una deshistorizacion radical en el sentido pleno del término, las raíces, el pasado, sus grandes protagonistas, ya no solo no dicen nada sino que pertenecen a un mundo que ingresó a una profunda latencia oculta y misteriosa.
Por último y esta es el arma más sofisticada, se trata de capturar a los sujetos y apropiarse de aquella instancia psíquica que somete al sujeto a una presión constante con respecto a una deuda que nunca podrá pagar porque es una deuda que no contrajo nunca.
A esa instancia psíquica, Freud la denominó Superyo y la situó fundamentalmente de tres maneras, como el fundamento de un masoquismo moral capaz de sostener a las sociedades más injustas, luego por su carácter repetitivo fue vinculada a la pulsión de muerte y a la autodestrucción del tejido social y por último como una instancia paralizante donde el sujeto absorbido por la culpa no es capaz de afrontar su propia responsabilidad. De este modo la culpa termina siendo el escondite de la responsabilidad y la evitación de la misma.
En un segmento importante de la sociedad argentina actual podemos observar cómo se produce en acto esta operación.
En medio de un gran desastre continúan apareciendo declaraciones que se proponen dar sentido a su destrucción apelando a la metáfora del gran sacrificio salvador. La famosa y terrible apelación a la «luz al final del túnel» es un ejemplo claro de la situación en donde la responsabilidad histórica es sustituida por una culpa insondable.
Es un mecanismo ideológico perverso que encubre la violencia sistémica del proyecto neoliberal cargando a la misma en los hombros de sus propias víctimas.
El Superyo revierte la flecha que iría hacia el poder para que retorne sobre el sujeto que de un modo irresponsable intenta por último que la culpa sea compartida por todos.
De esta manera, el Superyo en conjunción con el neoliberalismo proclama: «para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos».
Pero finalmente veremos el saldo neoliberal: muchos huevos rotos y ninguna tortilla.
Página/12, Buenos Aires.