Neoliberalismo y cultura(s) para la resistencia

POR FLORENCIA SAINTOUT

Buenos Aires, noviembre de 2018. El calor es casi insoportable, pero aun así miles de personas en el I Foro Mundial de Pensamiento Crítico seguimos con atención el discurso de Cristina Fernández de Kirchner. Ella afirma que necesitamos volver a trabajar desde la categoría de pueblo, que la división entre izquierda y derecha es funcional al neoliberalismo, y que para entender su persistencia es fundamental comprender que además de ser un modelo económico es un conjunto de valores con los que las personas llegan a identificarse.

Pensar lo cotidiano y las articulaciones emancipatorias

Quienes nos hemos formado en el campo de la comunicación nos referimos a este terreno como el de la cultura, y procuramos vivirla y analizarla como un campo de conflictos y jerarquías, de exclusiones y libertades. Quienes además militamos y hacemos política desde responsabilidades institucionales no podemos desligar esos debates de la clásica pregunta: ¿qué hacer?

Tenemos un diagnóstico sombrío, pero también una esperanza concreta. Vivimos en un mundo en el que la vida cotidiana está hegemonizada por la cultura neoliberal y sus valores principales. Pero junto a ella conviven, muchas veces de maneras conflictivas, e incluso antagónicamente, otras culturas: contraculturas y subculturas que operan como focos de resistencia más y menos organizados.

La capacidad de hacer de esas otras culturas una cultura común que pueda derrotar a los valores del neoliberalismo hoy en América Latina la puede tener el gobierno de un frente popular en el Estado, como el que hoy se ha logrado articular en Argentina, desde el campo nacional y popular.

Coyuntura política

En Abrir la comunicación afirmamos que una teoría lo suficientemente buena «exige una apuesta a la creatividad profunda, a la invención, a la agudeza de las capacidades sensibles» (1). Lo sabíamos entonces y estas dos décadas nos lo han confirmado: lo político no puede pensarse sólo como una cuestión teórica, sino desde la forma de una posición (en nuestro caso, del lado del pueblo) y también desde una tarea histórica (para nosotros, la felicidad del pueblo).

Para hacerlo es necesario partir del acontecimiento, de la praxis política que se inscribe en dimensiones estructurales, pero a la vez desde hechos singulares que producen los hombres y las mujeres en el aquí y ahora. Lo cotidiano en la estructura y viceversa: el gran tiempo o la gran historia en su imbricación con la praxis cotidiana.

Es también pensar lo aleatorio, lo que no está dado de antemano, pero que puede llegar a producirse (o no: «ya no existe para nosotros la idea de lo que necesariamente va a ocurrir») por medio de la política. Pensar el futuro obliga a analizar lo que está y lo que no está, no como mera carencia sino como posible porvenir. Es decir, para pensar la política en clave de futuro tenemos que dar cuenta de la coyuntura.

Queremos pensar la coyuntura como conflicto, como tensión entre lo que es del orden de lo estructural y lo que emerge como singularidades. Esa es la mirada que corresponde a quienes se preguntan por las condiciones de transformación de la realidad. Esa tensión palpable es por el sentido, la batalla por lo que se denomina cultura. Los medios hegemónicos son actores sociales fundamentales en la coyuntura, reservan para sí un lugar privilegiado en la disputa por la capacidad legítima de nombrar verdaderamente el mundo. Las empresas mediáticas crean verdades motivadas por sus intereses profundizando las desigualdades y las injusticias.

En el continente existe una hiperconcentración mediática que debe ser democratizada. No se puede modificar la realidad comunicacional si no se modifica la estructura de poder y viceversa. La batalla cultural tiene que apostar por la redistribución de bienes materiales simbólicos.

Latinoamérica está viviendo una época en donde los medios de comunicación componen la herramienta cabal para desestabilizar a los gobiernos populares, instalando discursos de odio presentados a la sociedad como postulados indisociables de la verdad; discursos cuyo único objetivo es socavar la imagen de las y los líderes populares de la región.

La alianza de los monopolios mediáticos con el poder judicial es el nuevo aparato de persecución y disciplinamiento de los gobiernos populares. En Argentina, el juicio por la causa Vialidad, al que se ha sometido a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, es una creación mediática, utilizada por un poder judicial corrompido para someter la voluntad popular del pueblo argentino. Los líderes populares de América Latina son juzgados desde los medios de comunicación antes que por la justicia. Así, la relación entre factores del poder político, empresarial y mediático componen una relación cada vez más carnal con la justicia. Hablar de imparcialidad de la justicia es similar a pensar en la independencia de los monopolios mediáticos.

A modo de ejemplo, de cómo operan en la sociedad, el Grupo Clarín tituló el 12 de agosto de este año: «Las tres toneladas de prueba por las que Cristina ya no podrá volverse inocente». Recién diez días después, el 22 de agosto, finalizó su alegato el fiscal de la causa, pero en el mundo que crean las corporaciones de medios no importan los alegatos, las pruebas o lo que tenga para decir la defensa. Ellos son las pruebas, los fiscales, los jueces y también la sentencia.

Brasil es otro ejemplo de la relación entre la política, la justicia y los medios.

Cultura neoliberal y culturas emancipatorias

En esta contemporaneidad opaca e hiperconectada, abismal y terca, la vida cotidiana de nuestro pueblo se juega en un territorio cuyos nudos centrales los pone el neoliberalismo que opera desde hace décadas. No se trata sólo de un modo de ver la economía, sino también de un modo de ver el mundo: una cultura con valores y disvalores, con un sentido común producido históricamente, pero que se vive como natural; con unos particulares modos de estar y excluir, de definir qué es lo justo y qué no lo es. Sus ejes centrales son la primacía del individuo del consumo y la celebración del mérito individual; el principio de la acumulación material sin límite para definir las vidas exitosas; la negación de la política y sobre todo la implementación de un modo de construcción de subjetividades que anula, al mismo tiempo, la singularidad y la aventura de lo colectivo.

Por supuesto que esta cultura neoliberal, en sus versiones neoliberal progresista o hiperreaccionaria, como propone distinguirlas Nancy Fraser (2), está atada a la estructura del capital financiarizado, pero su contribución para hacerlo posible y tolerable es vital. En ese sentido, no vemos como viable la transformación del modelo económico sin el concurso de una transformación cultural simultánea y permanente.

En la vida cotidiana hegemonizada por la cultura neoliberal coexisten, y la mayoría de las veces entran en conflicto, otras culturas, subculturas e incluso culturas como específicos focos de resistencia y de demandas de democratización (3). Son las culturas de diversos actores y grupos, más y menos organizados, que entran en tensión con ese horizonte neoliberal. Podemos mencionar en Argentina los siguientes:

  • Las culturas de los feminismos, inscritas en el movimiento de mujeres y disidencias.
  • Las culturas de los pueblos originarios.
  • Las culturas del movimiento obrero organizado.
  • Las culturas de las organizaciones sociales con bases barriales.
  • Las culturas de los partidos políticos.
  • Las culturas del cuidado de la naturaleza, asociadas mayoritariamente a sectores juveniles.
  • Las culturas de lo público, donde se vinculan las grandes mayorías y lo comunitario, una de cuyas expresiones paradigmáticas encontramos en las universidades públicas.
  • Las culturas de la memoria y la lucha por los derechos humanos.
  • Las culturas de los movimientos religiosos no dogmáticos.
  • Y, por otro lado, la marca de una llamada cultura nacional, que tiene muchos elementos que entran en conflicto con el neoliberalismo.

En todos los casos podemos decir que existen elementos

Que puestos en articulación con una estrategia o con un proyecto político antineoliberal pueden tener un carácter emancipatorio, sabiendo que «la emancipación nunca es definitiva, más bien se trata de una emancipación terminable e interminable» (4).

Agenda: lucha y articulación

El presente es de disputa cada vez más salvaje por los bienes materiales y simbólicos. Se trató y se trata de una disputa por la renta, por las condiciones materiales de la vida, pero al mismo tiempo por la cultura como sentido de la vida: fundamentalmente, la definición de qué grado de dignidad y justicia es deseable para nuestras sociedades.

Que como efecto del neoliberalismo en América Latina existan millones de personas que no llegan a comer cuatro comidas, que no acceden a la salud, a la vivienda, al agua, habla de la fuerza con que se ha ido implantado un modo de ver la vida que naturaliza la exclusión de aquellos que son entendidos y vistos como desechos o desperdicios. La visibilidad de la injusticia, poder verla, no garantiza su resolución; pero, a la vez, sin verla es imposible combatirla. Qué es lo justo y qué no lo es en nuestras sociedades depende de la capacidad y la fuerza que logremos construir para dar vuelta a los sentidos neoliberales sobre la vida común.

En ese sentido, algunas de las luchas fundamentales del tiempo presente para alumbrar otro porvenir es la que damos contra la desigualdad y el despojo sobre las mujeres, sobre los y las migrantes, las clases sociales más empobrecidas y las identidades sexuales disidentes, así como contra la exclusión de los jóvenes de los sectores empobrecidos y combatiendo las estructuras de poder que convalidan, construyen, diseminan estas atrocidades, como los medios concentrados de comunicación. Es fundamental encontrar el punto que unifica a los agredidos y ofendidos por el modelo neoliberal, la «soledad común» (5). Pero no es solamente una lucha negativa o la construcción de una identidad defensiva, sino que también cada una de las culturas de estos colectivos tiene elementos que pueden servir para construir un modo de vivir juntos, digno y esperanzador. Por dar sólo un ejemplo, pienso en la cultura del amor desligado del carácter posesivo que tienen algunos feminismos, la cultura de la naturaleza como parte de ella misma en los pueblos originarios o la cultura solidaria de las organizaciones barriales y sindicales. Por separado, cada uno de estos rasgos no logrará impugnar al neoliberalismo. Es más: pueden ser incluso cooptados por él en alguna de las formas perversas que ya ha demostrado poder hacer.

Ahora, ¿quién, qué sujeto colectivo e histórico puede ocupar el lugar de príncipe moderno que articule nuestra política y nuestras culturas en una agenda emancipatoria sobre alianzas y acuerdos específicos? Creemos claramente que nuestro príncipe moderno, mestizo y con los pies en el barro, son los gobiernos populares en el gobierno del Estado. Ésta es nuestra esperanza concreta en medio del diagnóstico sombrío que traza la certidumbre absoluta de que si el rumbo neoliberal continúa sin freno el desastre final sobre la vida de los hombres y la naturaleza es inevitable. Pocas veces todas y todos nos hemos sentido tan impotentes como individuos, pero en ese momento es cuando más debemos apostar por la revalorización de la política, que deberá ocupar un lugar central como herramienta para evitar al neoliberalismo y su destino mortífero.

Es necesario remarcar que ninguna de las demandas o culturas de los grupos de resistencia es intrínsecamente emancipadora, sino que es justamente la política el instrumento para operar sobre las mismas en función de convertir en inevitable esa latencia revolucionaria. Es decir, sí pueden ser emancipatorias al articularse en una estrategia de liberación que ponga en el centro la dignidad del ser humano (que ya ha dejado de ser el humano universal definido desde el etnocentrismo).

En un contexto como éste, el desafío es articular esa heterogeneidad de culturas y demandas en un sentido profundamente antineoliberal, pero que a la vez construya un nosotros y nosotras (latinoamericanista, indigenista, feminista, con respeto por los derechos humanos y la vida digna de todos, incluso de la naturaleza). Tenemos las condiciones óptimas para hacerlo: un frente, que tiene en su centro a los movimientos populares latinoamericanos que gobiernan el Estado en nuestro continente. El espíritu es el mismo que nos convoca a escribir estas líneas: la certeza de quiénes somos, de nuestra historia, junto con la profunda convicción en la política como encuentro y transformación.

Hace décadas aprendimos a navegar con mapas nocturnos para interpretar nuestras culturas, pero también para navegar sobre los naufragios causados por la exclusión y la violencia contra nuestros pueblos. Hoy el camino es de cornisa, y el abismo que se abre al costado no parece tener retorno. A su vez, éste es un contexto de oportunidades. Y si de todo laberinto se sale por arriba, hoy más que nunca debemos recordar que todos unidos triunfaremos.

Notas

  1. Florencia Saintout, Abrir la comunicación. Tradición y movimiento en el campo académico, Ediciones de Periodismo y Comunicación, Argentina, 2003.
  2. Nancy Fraser, ¡Contrahegemonía ya! Por un populismo progresista que enfrente al neoliberalismo, Siglo XXI Editores, Argentina, 2019.
  3. Sobre esta cuestión, pueden revisarse S. Hall y T. Jefferson, Resistencia a través de rituales. Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de la posguerra, Argentina, UNLP-FPCS-Observatorio de Jóvenes, Comunicación y Medios, 2010; y D. Hebdige, Subcultura: el significado del estilo, Paidós Ibérica, España, 2004.
  4. Jorge Alemán, Pandemónium. Notas sobre el desastre, Ned Ediciones, 2019, p. 33.
  5. Ibídem.

@fsaintout

Revista Conciencias, México.

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