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Si bien la victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva constituye un motivo de celebración para el progresismo latinoamericano y abre un anhelo para retomar la integración en la región, el resultado, aunque suficiente para volver a Planalto (sede del Gobierno de Brasil), es el más exiguo en su carrera a la Presidencia. En ese contexto el líder del Partido de los Trabajadores (PT) tendrá que enfrentar una derecha con tintes fascistas que no le va a hacer las cosas fáciles.
Será recurrente el hecho de que el bolsonarismo que volvió a crecer en esta segunda vuelta electoral desarrollará una gran oposición para tratar de obstaculizar la gestión de Lula, junto a sectores pentecostales y de las Fuerzas Armadas, que fueron grandes sostenes del actual mandatario, Jair Bolsonaro.
Lula ganó con poco más del 50 por ciento de los votos, la menor diferencia con la que un presidente brasileño ha sido elegido. Poco menos de dos millones de votos de diferencia. Con una concentración de votos para el líder del PT en el nordeste y para Bolsonaro en el sur del país.
Bolsonaro ganó en casi todo Brasil menos en la región del nordeste, donde Lula le sacó una diferencia aplastante, y en el estratégico estado de Minas Gerais, donde el gran derrotado –además del actual mandatario de tintes neofascistas-, fue su gobernador, Romeu Zema.
En esta segunda vuelta el actual mandatario sacó más de 7 millones de votos que en la primera, mientras que Lula creció 3 millones. En buena medida la votación obtenida por el líder neofascista brasileño se debe a que desde Planalto puso en marcha la máquina del Estado al servicio de su reelección y toda una estrategia para diseminar odio en el país.
Como señaló el politólogo brasileño Emir Sader, “fue la victoria más difícil y la más esperada. La más difícil, sobre todo por los bots y las fake news que actuaron con la complicidad del poder judicial. La más esperada, porque el país sufrió cinco años en manos de los mismos políticos que habían sido derrotados democráticamente cuatro veces seguidas. Sentimos injusticias y retrocesos”.
Con el triunfo del líder del PT termina una etapa de desapego por la convivencia democrática y el irrespeto a los derechos humanos. Durante la gestión de Bolsonaro se propalaron mensajes discriminatorios y burlones hacia las minorías. Militares que cumplieron un papel preponderante en la vida institucional del país, pero no con el fin que tienen destinado.
Con esta nueva victoria de Lula, quien llega por tercera vez a comandar el Gobierno de Brasil, ahora a sus 77 años, se aleja por un tiempo la posibilidad de que el neofascismo, en crecimiento a nivel mundial, pueda tener un bastión consolidado en esta región latinoamericana, la más desigual del planeta.
El de Lula será un mandato de reconstrucción nacional ante un país destruido y su institucionalidad horadada que recibirá cuando asuma el próximo 1 de enero de 2023.
Lula es elegido por una pequeña diferencia, en tanto que la ultraderecha logra elegir al gobernador de Sao Paulo, además de otros estados importantes, sobre todo del sur del país. La izquierda, en cambio, elige a casi todos los gobernadores del nordeste.
El líder del PT tiene un nuevo gran desafío. No solo debe reconstruir la nación sino también integrar una mayoría parlamentaria que posibilite reunificar el país, como lo hizo en 2002 y deberá tratar de repetir, ahora, 20 años después.
Se consolida el neofascismo
Con esta elección, Brasil ha consolidado una derecha pentecostal y pretoriana, con un amasijo ideológico que se podría catalogar de “fascismo social”, adoptando la definición del escritor y director de cine italiano Pier Paolo Pasolini y traída a colación en nuestro tiempo por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos.
Dicha consolidación político-electoral se da en los estados más importantes y más ricos del país. Lo mismo la articulación parlamentaria de los sectores más reaccionarios ha quedado configurada luego de constituir mayoría tras la primera vuelta electoral, tanto en Senado como en Cámara, condicionando cualquier maniobra gubernamental.
De esa manera, Bolsonaro cuenta con el apoyo de los influyentes lobbies del ‘BBB’ (Buey, Biblia y Bala) en el Congreso. Una suerte de coalición entre el potente agronegocio –que lleva una cruzada abierta contra el ambientalismo–, los evangélicos, que ya representan el 30 % de los brasileños y que estaban ávidos de implantar una agenda conservadora, y los defensores de las armas, en uno de los países más violentos del mundo.
El bolsonarismo y su capacidad de desestabilizar
Es evidente entonces que a partir del resultado electoral de este domingo 30 de octubre, el escenario político que queda plasmado en Brasil es un territorio donde hay condiciones para librar una batalla de guerra híbrida, de desestabilización y de secesionismo que auspiciará y alentará el neofascismo, respaldado por el sistema de cloacas mediáticas tanto en el ámbito nacional como internacional.
El bolsonarismo tiene por delante unos meses hasta la asunción del Presidente electo para crear escenarios impensables en cuanto a cuál será su conducta en cuanto a la integración territorial y al respeto institucional.
La alianza de Lula para poder acceder a la Presidencia y para construir gobernabilidad lo ha comprometido con amplios sectores que nada tienen de distributivos ni de populares. Su propio candidato a vicepresidente (que por otra parte no pudo aportar lo que se esperaba de él en Sao Paulo) es un hombre del empresariado que parece un émulo del impresentable Michel Temer, aquel que impulsó la destitución de Dilma Rousseff en 2016.
Emotivo discurso
“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente”, afirmó el líder del Partido de los Trabajadores (PT) en un emotivo discurso pronunciado en la noche de este domingo 30 de octubre, tras conocer los resultados electorales que le dieron la victoria, desde un hotel de la ciudad de Sao Paulo. Prometió además acabar con el hambre en el país y proteger la Amazonia de la deforestación
“Esta elección puso frente a frente a dos proyectos diferentes de país, pero hubo un solo ganador, el pueblo brasileño. Esta es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó dejando de lado intereses político y personales para que la democracia salga victoriosa”, afirmó.
“A nadie le interesa vivir en un país dividido en permanente estado de guerra. Este país necesita paz y unión. Voy a gobernar para todos los 215 millones de brasileños, incluso para quienes no me votaron. No existen dos Brasil”, dijo Lula,
Aseguró que “la mayoría del pueblo dejó bien claro que desea más y no menos democracia, más y no menos inclusión social, más y no menos respeto y entendimiento entre los brasileños. El pueblo desea más libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. El pueblo quiere comer bien, vivir bien, quiere empleo bien remunerado, quiere políticas públicas de calidad, quiere libertad religiosa y libros en lugar de armas”.
Lucha contra el hambre, una prioridad
Lula recordó durante toda su campaña que Brasil fue excluido del mapa del hambre de la ONU durante su primer Gobierno (2003-2010) pero que actualmente hay 33 millones de brasileños pasando hambre. Por ello en su discurso de victoria fue enfático en afirmar que “no podemos aceptar como normal que millones de personas no tengan que comer o que consuman menos de las calorías que necesitan”.
Es inconcebible que un país como Brasil –agregó–, que es una de las mayores potencias agropecuarias del mundo, el tercer mayor productor de alimentos y el primero de proteínas animales, no “pueda garantizar que todos los brasileños tengan diariamente un desayuno, un almuerzo y una cena”.
“Este será nuevamente el compromiso número uno de mi Gobierno”, reafirmó el Presidente electo en un discurso de cerca de veinte minutos que concluyó afirmando que “combatir la miseria es la razón por la que viviré hasta el fin de mi vida”.
Deforestación cero en la Amazonía
Otro aspecto al que se refirió Lula da Silva en su alocución fue la protección del medio ambiente, sobre todo en una región clave para el mundo como es la Amazonía, el principal pulmón del planeta.
En ese sentido, dijo que durante su gestión gubernamental luchará por que haya deforestación cero en la Amazonia y anunció que retomará el control de las actividades ilegales en esa región, donde promoverá el desarrollo sustentable.
“Brasil y el planeta necesitan de una Amazonía viva. Un árbol en pie vale más que la deforestación, el río limpio vale más que todo el oro extraído con las aguas contaminadas por mercurio”, manifestó.
Aprovechó para dirigirse a la comunidad internacional, precisando: “Brasil está de vuelta” y dejará de ser un “paria”.
“Brasil es un país grande y no puede estar relegado al nivel de paria que se encuentra actualmente”, apuntó, tras recordar que durante su gestión anterior fueron creados los Brics, la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y se reforzó el Mercosur.
“No nos interesan los acuerdos comerciales que condenan a nuestro país al eterno papel de exportador de commodities y materias primas. Reindustrialicemos Brasil, invirtamos en la economía verde y digital, apoyemos la creatividad de nuestros emprendedores y emprendedoras. También queremos exportar conocimiento”, puntualizó.
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