POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
“Hasta el fin de los siglos los que lleven el apellido Samper serán culpables de lo que suceda para mal en Colombia”.
– Harold Alvarado Tenorio.
Más que un debate, se trata de un claro antagonismo clasista, entre lo que representa la dinástica y decadente familia Samper, que socarronamente continúa pelechando en esta República Señorial colombiana que, tercamente, se niega a desaparecer, y los planteamientos populares y revolucionarios que ayer encarnó José María Melo y que hoy busca rescatar y dar de nuevo vigencia, el gobierno del cambio que lidera el presidente Gustavo Petro.
El tan premiado como “moderado”, tibio, insulso, chistoso, y superficial representante del periodismo cómico colombiano, Daniel Samper Pizano, hermano de Ernesto, el corrupto expresidente recordado por el célebre “proceso 8000” –ese entramado de corrupción que significó la entrega del país al narcotráfico y que llevó a la condena a muchos de sus colaboradores, pero que, extrañamente, precluyó sin sanción alguna al principal implicado–. Ese Daniel ha escrito, o mejor, pontificado como siempre lo hace, acerca de la opinión y aprecio que el presidente Gustavo Petro ha manifestado respecto a la figura histórica del general José María Melo.
El ameno escritor de croniquillas y telenovelas, que son el encanto de las damas de la sociedad y de los funcionarios adscritos a los diversos vericuetos del corrupto poder bipartidista y politiquero colombiano, en que siempre han medrado, desde el período colonial-hacendatario, él y sus familiares, como queriendo burlarse de Petro e intentar absurdamente rebajar la enorme figura popular y revolucionaria del rebelde tolimense, víctima de las componendas politiqueras, fraguadas, muy seguramente, entre otros, por algunos de los antepasados del cómico. Componendas que llevaron a Melo a soportar varios destierros y finalmente a morir combatiendo por la libertad en La Trinitaria, Chiapas, México en 1860.
Ha escupido el palaciego cagatintas y humorista frases como ésta: –Gustavo Petro– “Varias veces ha exaltado al general José María Melo (1800 – 1860), tragicómica figura menor que entre el 17 de abril y el 4 de diciembre de 1854 perpetró un golpe militar en Bogotá. Su dictadura costó muchos muertos, casi todos del pueblo llano, y unió las fuerzas democráticas, tradicionalmente enfrentadas ya desde entonces, que lo derrocaron en treinta semanas. Aunque casi todos los libros de historia nacional califican a Melo de tirano (alguno, incluso, de dictador carnavelesco), a Petro le ha dado la rasquiña de subirlo al máximo altar de la patria. En su reciente discurso de balcón llegó al extremo de coronarlo como miembro de un glorioso trío, al lado de –pongan atención– Bolívar y Jorge Eliécer Gaitán. Alinear a Melo entre el Libertador y el gran caudillo popular es como meter a Condorito entre don Quijote y Madame Bovary”.
El comediante periodista es un vástago tardío de una de las más rancias familias dinásticas y oportunistas de la Nueva Granada, con fuertes lazos con la nobleza española ligada a encomenderos y a otras eminentes figuras de la historiografía oficial, figuras, –esas sí “mayores”– que han fungido como promotores de la cultura feudo-burguesa, heredada de la conquista y la colonización española. Todos ellos serios –para nada “pintorescos” o “carnavalescos”– seguidores de los inquisitoriales “valores” impuestos por la cruz y por la espada. Quizá por esas razones el consentido cronista fija una nítida postura improcedente, clasista, petulante, aristocrática y antipopular…
En la enciclopedia virtual Wikipedia, se lee: “El origen de la familia Samper se remonta a Francia, siglo XI, con Brunnet de Samper, rama extinguida más o menos en 1450 a la muerte de doña Juana de Samper casada con Raimundo de Beaument. Quedaron las ramas adyacentes en Navarra y Aragón (…).
(…) La familia Samper es una aristocrática y poderosa familia colombiana; muy influyente en el campo: político, social, económico, literario y artístico desde hace casi tres siglos en Latinoamérica. La rama colombiana de la familia, y la más importante, ha tenido un candidato a la presidencia; Miguel Samper Agudelo en el año 1898, y finalmente un presidente; Ernesto Samper Pizano para el periodo comprendido entre los años 1994 a 1998. De igual forma, ha contado con varios diplomáticos, artistas, periodistas, escritores, empresarios y hombres de ciencias…”.
En la América Latina, y particularmente en Colombia, muchas de estas familias “de rancio abolengo”, recién constituidas las nuevas “Repúblicas”, sin zafarse de la herencia hispano-colonial, incorporaron en su quehacer político institucional mecanismos de persecución y exclusión, como el destierro, el exilio, la proscripción, las desapariciones forzadas, la violencia disuasiva, el asesinato selectivo, como manera de neutralizar las fuerzas sociales y políticas populares y de oposición, como un medio eficaz de control hegemónico absoluto, que les garantizaría el continuismo y la perpetuidad, sumando a todo ello el ejercicio de un periodismo comprometido con sus intereses hegemónicos.
Esas estructuras de poder, concentradas en un patriciado latifundista semifeudal y un lumpen-empresariado hasta criminal, aparentemente divididos entre godos y liberales, impusieron primero la transmisión dinástica de gobiernos entre sus grandes familias, y sus mecanismos de lealtades y obligaciones serviles, con la repartija burocrática del Estado, con el clientelismo, los compadrazgos y el gamonalismo que ha tenido continuidad, de manera anacrónica llegando incluso hasta nuestros días y manteniendo una falsa cohesión social y una falsa democracia que, desvergonzadamente se presenta desde las páginas de los órganos periodísticos y publicitarios que manejan, con el apoyo de “intelectuales” de la talla del farandulero y humorista de marras.
Esa aristocracia latifundista, vigente desde la época hispano-colonial y el funcionariado corrupto que ascendió inicialmente en torno a los militares enriquecidos con las guerras de la llamada “independencia”, conservaron su poder a pesar de la vinculación del país a los circuitos del mercado mundial y de los precarios procesos de industrialización y urbanización emprendidos durante todo el siglo XX.
Colombia se presenta por estos plumíferos y cagatintas, como un ejemplo de “democracia”. Tras la fachada de una teatral “democracia”, se siguen escondiendo las tendencias señoriales heredadas de la colonia española, sus instituciones de represión y de gobierno, su cultura monástica, su iglesia jerarquizada y una esclerosada e inamovible estratificación social, que se persiste en mostrar como lo “normal”. A pesar de la apariencia de modernidad, seguimos viviendo en una sociedad entre señorial y burguesa, en donde hasta la emergencia de las nuevas fuerzas e ideas sociales, ha sido condicionada a los intereses del poder, que se expresa, como claramente lo demostrara el maestro Antonio García Nossa, en un modelo de capitalismo subdesarrollado y dependiente, una especie de “República señorial”, autoritaria que funciona mediante la trasmisión dinástica de los rasgos políticos entre las grandes familias de la oligarquía.
Se trata, como podemos ver, de un Estado que, tanto ayer como hoy, está impregnado hasta lo más profundo con las estrategias del engaño oligárquico y bipartidista, que ha buscado siempre la neutralización de la inconformidad popular y la cooptación de sus líderes y dirigentes, así como un mayor fortalecimiento de las oligarquías y de la represión social, readecuando y modernizando sus funciones, pero preservando los viejos hábitos clientelistas y autoritarios bajo la careta republicana y “democrática” y, repito, encubiertos siempre bajo el manto de unos comunicólogos o “periodistas”, subordinados y lacayos.
Un país sumido en la simulación de la democracia, de la libertad, de la paz y la cultura, que desde la colonia ha mantenido en un extremo los privilegios de sangre, de casta y de fortuna y en el otro el despojo y la arbitrariedad, bajo la administración de una astuta y delincuencial oligarquía sostenida por la violencia, por las armas, por el fraude, por el permanente Estado de excepción y por el engaño mediático. En este país anacrónicamente inmerso aun en el régimen colonial-hacendatario, con sus “supersticiones y falseamientos conceptuales” de enorme vigencia en el mundillo intelectual y académico. Un país que se extasía tanto en el diletantismo y la simulación como en el fatuo humorismo y la coloquialidad de personajes oportunistas, falsos y sinuosos como Samper Pizano.
El aplazado tránsito entre el régimen señorial-hacendatario de la colonia y la imaginaria democracia plena –muy publicitada pero jamás realizada–, ha sido sobrellevado con todas esas expresiones de administración pública y política que nos avergüenzan ante propios y extraños, como esa Republica señorial y absolutista, empeñada en fomentar el terrorismo de Estado y los criminales procesos de contrarrevolución preventiva; los regímenes autoritarios promovidos por una extraña concepción de república liberal, cínica, pragmática y burguesa, hasta llegar, en la actualidad, a la proyección de un Estado mafioso y fascistoide que, en nombre de una supuesta lucha antiterrorista, venía fortaleciendo la represión y negando todas las libertades y las garantías, con “periodistas” que, o se hacen los pendejos, los de la vista gorda, o son complacientes y hasta cómplices.
Los mecanismos de neutralización de la inconformidad social, los engaños y falsificaciones con que se ha edificado la historiografía colombiana por parte de las élites dominantes tienen como fehaciente ejemplo el caso del presidente José María Melo que supo apartarse de esa corriente falsa y simuladora de los héroes de pacotilla que han sumido este país en el estercolero del que el gobierno del cambio que representa Gustavo Petro pretende sacarnos.
Los sectores populares siempre han carecido de los instrumentos propios que les garanticen su unidad y su proyección política. Por el contrario, han estado sometidos a la manipulación, al desprestigio y a la traición por parte de los grupos hegemónicos, que siempre utilizan, además de la represión y el crimen, ese tipo de periodismo risueño, simpático, vacuo, ameno, pero fletado.
Según el maestro Antonio García, las estructuras del poder, concentrado en un patriciado latifundista criminal, con la transmisión dinástica de los gobiernos entre las grandes familias, con sus mecanismos de lealtades y obligaciones serviles, defendidos con ahínco por los herederos de ese régimen dinástico, con el compadrazgo, el gamonalismo y sus clientelas, ha continuado de manera anacrónica manteniendo una falsa cohesión social y una falsa democracia.
A despecho del cómico-periodista si existen historiadores serios, por fuera de su lista de acuciosos forjadores de las “verdades oficiales”, como el socorrido José María Cordovez Maure quien, además de burócrata, fungió de escritor costumbrista, divertido, entretenido, coloquial, pintoresco, –muy semejante a su tardío epígono, Samper Pizano–.
La gran escritora Elisa Mujica se ocupó de Cordovez Maure, escribió: “Cordovez, con su manera campechana que pocas veces se eleva, porque cuando lo intenta cae en ingenuidades que llevan a sonreír, fue muy criticado en su época por algunas incorrecciones de estilo, no obstante, el éxito y la popularidad de su obra son indudables”.
Algunos de estos historiadores serios, por supuesto no tomados en cuenta ni reconocidos por el comediante periodista, entre otros, Gustavo Vargas Martínez –1934 – 2006– quien escribió en la Revista Credencial Historia, –edición 14 de 1991– refiriéndose al asesinato de general Melo en México, expresó:
El asesinato de José María Melo en 1860.
“Para Colombia la insubordinación y toma del poder por el general tolimense José María Melo en 1854 tuvo una significación excepcional: a sólo treinta años de consumada la independencia, a sesenta de la Revolución de los Comuneros del Socorro y Charalá, por primera vez en la vida republicana del país una clase social distinta de la burguesía, el artesanado, se asomó al poder. Poder tomado por un día y defendido durante ocho meses, hasta salir al destierro, fue una acción política y militar sin precedentes que significó una frustración más, de las que no escasea la historia colombiana. Para América toda, la experiencia de Melo, como la de Belzú en Bolivia, como la de Artigas en Uruguay o la de Rodríguez Francia en Paraguay, estuvo marcada por la originalidad en la búsqueda de un sistema social que no debía ser capitalista. Quería hacerse de la utopía un lugar encontrado, y de la eutopía, lugar feliz, la “nación de repúblicas” que soñara el fundador Bolívar. En esta ocasión tampoco se logró”.
Otro de estos desestimados historiadores es el maestro Darío Ortiz Vidales –1936 – 2004– quien escribió una detallada biografía de este que, al decir del cómico, fue un “prócer que no lo era”. José María Melo. La razón de un rebelde, es el nombre de la obra de Ortiz Vidales. (Primera edición Pijao Editores. Ibagué mayo de 1980. Segunda, El Mohan noviembre 1989, tercera, Producciones Géminis 2002). Es una detallada biografía de José María Melo en la que dice, entre otras cosas:
“Sin lugar a dudas, los voceros de la oligarquía granadina en el gobierno habían cumplido cabalmente con su misión, y la acumulación violenta de capitales se había puesto en marcha. La principal renta del Estado había pasado a manos de los capitalistas y tal como lo previó Carlos Marx, la burguesía en ascenso había logrado separar abruptamente a los primitivos productores de sus tradicionales medios de producción, consumando la ruina de los pequeños manufactureros, de los artesanos, de los indígenas, obligándolos a todos a convertirse en asalariados al servicio de una política económica que buscaba articularse en calidad de satélite dentro del mercado mundial capitalista, primero en la órbita inglesa y más tarde norteamericana.
Por eso el resultado de algunas de las determinaciones de la que ha sido llamada la ‘del 7 de marzo’ fue el nacimiento del proletariado colombiano tal como lo conocemos hoy, que tuvo su cuna en las factorías tabacaleras de Ambalema.
Pero dentro de este proceso de pauperización de grandes sectores de la población primero y de proletarización luego, que se propició desde las esferas del gobierno por los representantes de la burguesía granadina que controlaba los factores reales del poder, básicamente fueron los artesanos quienes pretendieron defenderse de este atropello y por eso con otros grupos sociales afectados por esta política, no vacilaron encabezados por el general José María Melo, en lanzar al país a una violenta lucha de clases…”
Más adelante establece Darío Ortiz:
“Melo no podía permanecer indiferente a esta situación. Las querellas de los artesanos exigiendo protección aduanera y organizándose en ‘Sociedades democráticas’ debió parecerle similar a las protestas de las agremiaciones francesas, que levantaban las barricadas en Paris para defender sus puntos de vista. La voracidad de la burguesía en formación era muy semejante al inclemente avance del capitalismo europeo, que se imponía sobre los despojos de las otras clases sociales, y por eso el veterano militar se afilió a la ‘Sociedad democrática’ de Bogotá y comenzó a tomar parte activa en los debates que se suscitaban en el seno de esa entidad. De esta adhesión con la causa de los humildes, derivó el creciente y vertiginoso prestigio que alcanzó su nombre en los sectores populares y esto se explica porque, cuando meses más tarde los artesanos y los estudiantes promuevan los primeros disturbios callejeros, reclamando cuestiones económicas, lo harán a los gritos de ¡Viva el general Melo! …”.
Como se puede apreciar, más que un debate, se trata de un claro antagonismo clasista, entre lo que representa la dinástica familia Samper, que socarronamente continúa pelechando en esta República Señorial que, tercamente, se niega a desaparecer, y los planteamientos populares y revolucionarios que ayer encarnó José María Melo y que hoy busca rescatar y dar de nuevo vigencia, el gobierno del cambio que lidera Gustavo Petro Urrego.
Semanario Caja de Herramientas, Bogotá.
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