Una respuesta a Gustavo Petro

POR NICOLÁS MARTÍNEZ BEJARANO

Se acabó la minoría de edad y Gustavo Petro debe entenderlo.

Lo que vemos en Colombia actualmente no se explica en términos electoreros, esta situación desborda las urnas. La realidad no está agrupada en torno a un candidato o un solo discurso, sino que la gente en su diversidad toma la palabra, escucha de sus vecinos posibles soluciones a los problemas del país y hace pliegos de peticiones que abarcan tanto sus problemas más concretos como los problemas estructurales de la nación. Todo esto sucede porque las personas salieron de la minoría de edad; no tienen miedo de pensar por ellas mismas y de ver con sus propios ojos que el país necesita y puede cambiarse. La minoría de edad se define, grosso modo, como el miedo a pensar por una o uno mismo. Actualmente, los ejercicios llevados a cabo en muchas partes de Colombia (Puerto Resistencia, Portal de la Resistencia, La Loma de la Dignidad) son muestra que esa minoría de edad, en muchos sectores de las clases populares, se acabó.

El senador Gustavo Petro no ha entendido, a mi modo de ver, lo que sucede en este país. La gente no está en las calles como si fueran máquinas que operan irracionalmente y no analizan la situación. Declaraciones como: “Duque prolonga el paro para su beneficio” no son muestra ni de empatía ni de entendimiento. En primer lugar, Duque no es el que determina las protestas, pues las protestas son una construcción popular autónoma. Esta construcción tiene dos alas: la de la acción y la de la exigencia. Por el lado de la acción, es la gente que hace, sin esperar a que alguien más haga por ella; de esta manera, ollas y asambleas populares, la creación de grupos de defensa (Primera Línea) contra la brutalidad policial, la creación de bibliotecas donde antes había estaciones de policía, entre otras muchas acciones, son cambios que la gente está haciendo y para ello no necesita esperar al gobierno. Por el lado de la exigencia, vemos los cambios que la gente no puede concretar de manera inmediata, como el desmonte del ESMAD, un sistema de salud digno, educación media, básica y superior excelente, gratuita y universal, entre otras demandas, que se han de ganar bien en una mesa de negociación, bien en un futuro gobierno.

Si bien Duque puede alargar y enredar las negociaciones, eso no quiere decir que él tenga el mando sobre la “prolongación del paro”. El paro se mantiene porque la gente entendió que con esta forma de lucha pueden ejercer su poder de manera eficaz. Si el paro no sirviese, si no tuviese victorias, ya se habría acabado hace rato. Sin embargo, tiene victorias, y por victorias no me refiero a la caída de Carrasquilla o de las reformas tributarias y a la salud sino a la formación de una consciencia de la gente, de una toma de riendas de la realidad del país, de un tejido de solidaridad popular, de una olla popular donde los jóvenes pueden comer mejor que en sus propias casas. ¡Ése es el camino de la democracia! Es el camino del empoderamiento de la gente, del ejercicio constante del poder que recae en todas las personas, desde el vendedor de helados en Bogotá hasta el ama de casa en Barrancabermeja, desde el estudiante universitario en Cali hasta la indígena en la Sierra Nevada.

Todo este ejercicio de poder popular desborda tanto las encuestas como las urnas y este desbordamiento no es una amenaza a la democracia sino todo lo contrario. Actualmente, estamos presenciando el nacimiento, doloroso pero esperanzador, de una verdadera democracia en Colombia. Y esta democracia nace desde la marcha rutinaria y sindical por la carrera séptima en Bogotá, pero también, y sobre todo, desde los bloqueos en lugares que no son el centro de Bogotá. Tristemente, a veces parece que Petro sigue la lógica de aquellas personas que siempre han querido frustrar el camino de la democracia en Colombia. Su posición contra los bloqueos, sobre los cuales Isabel Cristina Zuleta dio una excelente explicación, se resume en “los bloqueos son malos y hay fuerzas más allá de la gente que los instrumentalizan”. Eso es lo mismo que dice la derecha: Duque da el nombre de “Petro” a esas fuerzas y Petro da el nombre de “Duque”. Ambos se pasan la pelota y ninguno quiere reconocer que la gente actúa sin que haya alguien “detrás”, alguien supuestamente “más inteligente” que la controle.

La gente ni es boba ni es manipulable, como ha sido demostrado por el paro con creces. La gente sabe que el país no necesita que el presidente cambie de nombre, sino que la forma en que se concibe la estructura del Estado – centralista, oligárquico, racista –  cambie radicalmente. Para ello, es necesario entender que el problema no son los bloqueos; es necesario entender que “la violencia” en las manifestaciones no es cometida por “ambos lados de manera igual”, sino que hay una violencia estatal y estructural, que no es comparable con los ejercicios rudimentarios de defensa que puedan tener las y los jóvenes quienes, a diferencia de los policías, no tienen trabajo, ni oportunidades de salud o pensión.

Personalmente creo que Petro es la persona más opcionada ーquizá no la mejor, pero sí la más opcionadaー para llegar a la presidencia y gobernar de manera diferente a como lo ha hecho la oligarquía. Sin embargo, también creo que Petro debe plantearse a él mismo la pregunta: ¿para qué llegar a la presidencia? Si quiere llegar para seguir viendo a la gente como un ente pasivo, sumergido en la minoría de edad y que es manipulado desde afuera, se equivoca de cabo a rabo. Si, por el contrario, quiere llegar para potenciar los ejercicios autónomos de poder popular que vemos actualmente en el país, entonces su gobierno marcaría un giro que siempre ha necesitado Colombia. Es un error, tanto filosófico como político, pensar al poder como un ente “más allá”, encerrado en la Casa de Nariño, desde donde se maneja a las personas; el poder se ejerce cotidianamente y la gente, en este país, lo está ejerciendo de manera legítima en las calles.

Petro tiene dos opciones: o bailar el baile de la oligarquía, un baile que ve a los movimientos populares como “atrasados, vándalos y peligrosos”, o bailar el baile de las y los que sobran y, de esta manera, reconocer con humildad el nuevo país que la gente está construyendo en las calles.

La línea del medio, Bogotá.

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