Y cuando despertó, China todavía estaba ahí

POR ARAM AHARONIAN

El mundo ha cambiado, aunque las grandes usinas de la información y comunicación en manos de pocas grandes empresas, nos hagan creer que no es así

La guerra en Ucrania ha puesto fin a la ilusión de la posguerra fría de que el peligro de otra gran guerra ya no existe. Al comienzo de la guerra en Ucrania, el presidente estadounidense Joseph Biden cometió un error al expresar sus temores –o amenazas- sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, con lo que acrecentó el temor del fin de la humanidad. Y ahora provocó a China enviando a Nancy Pelosi a Taiwán.

Las sanciones impuestas a Rusia por EEUU y sus repetidoras en una dividida OTAN causaron un aumento en los precios del petróleo que, paradójicamente, aumentó los ingresos de Rusia, lo que le permitió duplicar su esfuerzo de guerra. Estas preocupaciones finalmente llevaron al primer ministro francés, Emanuel Macron, a apoyar una solución diplomática inmediata e incluso sugirió evitar humillar a Rusia.

Las principales economías occidentales se están acercando a la recesión, si es que ya no lo están; y, sin embargo, las tasas de inflación continúan aumentando, alerta Michael Roberts. Las últimas encuestas de actividad empresarial, denominadas índices de gerentes de compras (PMI), muestran que tanto la zona del euro como EEUU se encuentran ahora en territorio de contracción.

A principios de junio, la subsecretaria de Asuntos Europeos y Eurasiáticos de EE.UU., Karen Donfried, describió la política y los motivos de su gobierno: “Ucrania es la víctima de la agresión, Rusia el agresor. Lo que está en juego para ellos no es simplemente la independencia de Ucrania, sino también la voluntad del mundo democrático de proteger el orden internacional basado en reglas diseñadas por Estados Unidos de las garras del presidente ruso Vladimir Putin, un autoritario sin disculpas”.

El mensaje pareciera dirigido no solo a Rusia sino también a China. A medida que China asciende económica y políticamente, su disputa con Estados Unidos se vuelve más feroz. La capacidad de EEUU de confrontar a China es limitada y restringida.

A fines de julio, los presidentes Joe Biden y Xi Jinping sostuvieron una conversación telefónica de dos horas en la que el chino advirtió que Washington no debe jugar con fuego en Taiwán ante la anunciada visita a esa isla de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

Poco antes, el subsecretario adjunto para Asia Oriental del Departamento de Estado, Jung Pak, acusó a Pekín de provocaciones contra rivales en el mar de China Meridional, y fue tan lejos como para sostener que, dado su comportamiento agresivo e irresponsable, es cuestión de tiempo que ocurra un incidente o un accidente grave entre las fuerzas armadas que recorren la zona.

La situación de Taiwán, independiente de facto desde 1949 y a la que Pekín considera parte indivisible de su territorio, es uno de los asuntos más espinosos en la agenda mundial: aunque Estados Unidos y sus aliados no le reconocen estatus de país independiente, Occidente mantiene unas relaciones más que cordiales con Taipéi, le proporciona constante ayuda militar y, en general, la usa para hostigar a una China que miran con recelo y animadversión, pero del cual dependen en gran medida sus economías.

La región marítima del sudeste asiático reviste una importancia estratégica clave por ser zona de tránsito de 30 por ciento de las mercancías a nivel global y es objeto de reclamaciones entre los estados que ocupan sus costas. Es difícil obviar la arbitrariedad imperialista detrás de las potencias obstinadas en patrullar con embarcaciones y aviones militares un área ubicada a decenas de miles de kilómetros de sus costas.

Si se involucrara en un conflicto militar contra China, los costos relacionados serían astronómicos. La guerra podría generar un colapso de los mercados financieros estadounidenses. Al final, a menos que haya un conflicto nuclear, Estados Unidos no podría vencer a China militarmente.

El estratega chino Huang Renwei, vicepresidente ejecutivo del Instituto de la Franja y la Ruta y Gobernanza Global de la Universidad de Fudan, señala la debilidad inherente de la estructura de poder estadounidense y argumenta que, desde el 2020, China y Estados Unidos entraron en una fase de estancamiento estratégico que posiblemente continúe con altibajos por 30 años.

El concepto de “fase de enfrentamiento estratégico” fue acuñado por Mao Zedong en el texto “Sobre la guerra prolongada”. La teoría de Mao era que la guerra contra Japón consistía en tres fases: la ofensiva japonesa, el estancamiento sino-japonés estratégico y la contraofensiva china.

Sin embargo, la fase de estancamiento actual entre China y Estados Unidos es de diferente naturaleza: la competencia estratégica entre las dos potencias aún no ha entrado a un enfrentamiento militar directo y China aún no ha establecido como un objetivo estratégico la derrota militar de EEUU. En cambio, el objetivo chino es luchar por un nuevo orden mundial justo y equitativo con prosperidad para todos los países.

La razón por la que esta relación entró en un estancamiento estratégico es la llamada “dualidad” de las estructuras de poder en Estados Unidos, caracterizada por el hecho de que, por un lado, el país se encuentra en un proceso de caída económica y política, pero por el otro aún es una potencia militar relativamente fuerte. La dualidad de China es lo opuesto: se encuentra en un proceso de ascenso pero también muestra muchas debilidades. La “dualidad” evoluciona gradualmente con el tiempo.

La hegemonía del dólar estadounidense ha beneficiado enormemente, en términos históricos, a los intereses estratégicos de Estados Unidos. Sin embargo se extralimitó en el uso de este poder y su credibilidad ha sido puesta en duda.

En los próximos 30 años, China enfrentará la dura realidad de que los países occidentales, liderados por Washington, rechazarán y difamarán el rol y la participación de China en el viejo orden mundial. Para Huang Renwei, China debe tomar la iniciativa y cambiar el panorama internacional existente para crear un nuevo orden mundial. Admite que pueden pasar generaciones hasta que este nuevo sistema sea establecido.

La duración del estancamiento estratégico dependerá de la velocidad con la que cambie la correlación de fuerzas: en la década de 2030 se dará un cambio decisivo en la correlación de fuerzas global, cuando la economía de China, medida por su PIB, supere a la de Estados Unidos. Huang cree que en la década de 2040, China se pondrá a la altura de Estados Unidos en las áreas de ciencia y tecnología.

Huang considera que en esta etapa de estancamiento estratégico, Estados Unidos hará un gran uso de sus ventajas en poder blando, cuyo costo-beneficio excede ampliamente al de un enfrentamiento directo. Así, la intensidad de la competencia de poder blando entre ambas potencias tomaría el centro de la escena.

El final incierto

Serguei Lavrov, el canciller ruso, señaló que estadounidenses y británicos extienden la guerra en Ucrania porque “están lejos” y “la Unión Europea asume el 40 por ciento de los daños económicos derivados de las sanciones”. A su entender, “no cabe duda de que a los ucranianos no les permitirán seguir con las negociaciones hasta que los estadounidenses decidan que ya han hecho un alboroto y han sembrado suficiente caos y ahora se les puede dejar solos”.

El objetivo del bloque anglosajón, dijo, es “volver a Europa contra Rusia”. Como las guerras poseen un comienzo detectable pero un final incierto, añadió que el actual alcance geográfico del operativo ruso ya es diferente al que estaba sobre la mesa durante la ronda negociadora celebrada entre las delegaciones ucraniana y rusa en Estambul (Turquía) en marzo pasado.

“Ahora la geografía es otra. No se trata solo de la República Popular de Donetsk y de Lugansk, sino también la provincia de Jerson y de Zaporozhie y algunos otros territorios, y este proceso continúa de forma constante y persistente”, aunque lo que nos vende la televisión hegemónica es otra cosa.

“Con ira impotente”, siguen llenando Ucrania con armas de cada vez más largo alcance: “Los objetivos geográficos se alejarán de la línea actual más allá”. Entonces, “no podemos permitir que en la parte ucraniana que va a controlar el presidente Vladímir Zelenski o alguien, quien lo releve, se esté desplegado un armamento que represente una amenaza directa para nuestro territorio y el de las repúblicas que declararon su independencia y quieren determinar su futuro”.

Mientras, sigue la campaña de terror sobre una eventual guerra entre potencias nucleares, puesta en escena por el casi octogenario Joe Biden. No es una amenaza a ningún país en particular, sino a la humanidad, ya que terminaría el ciclo de la vida –al menos humana- en la Tierra. Lavrov afirmó que que Rusia sigue comprometida con el principio de que en una guerra nuclear no puede haber un ganador y que nunca debe librarse-

El canciller precisó que los países occidentales saben en qué casos Rusia se vería obligada a emplear armas nucleares; la doctrina rusa habla de una “amenaza existencial” para usarlas. La consideración no tranquiliza, pues los adversarios que se ha ganado Rusia incluyen, dentro de sus hipótesis, lanzar misiles sobre ese país

Pero héte aquí que los historiadores nos recuerdan que jamás se produjo una transición hegemónica sin guerra, mientras queda en claro la decadencia de Estado Unidos como hegemón y el ascenso de China, en un proceso que no será inmediato, pero que hoy parece inevitable.

Mientras hablamos de transición hegemónica, ya ni contamos los días de guerra en Ucrania ni los muertos que produce la conflagración, ni las masacres, muertes, bombardeos, exhibición obscena de armamentos bélicos, repetición de vaticinios de los seudoanalistas geopolíticos en diarios, revistas, radios y, sobre todo, en televisión y redes sociales.

El mundo ha cambiado, aunque las grandes usinas de la información y comunicación en manos de pocas grandes empresas, nos hagan creer que no es así y hoy destaca el dominio de China de las tecnologías de la actual revolución industrial (la inteligencia artificial, redes 5G y la computación cuántica, entre otras). Esta situación es similar al dominio por EE.UU., un siglo atrás, de la organización científica del trabajo, la adopción de los avances tecnológicos de la época y su aplicación al arte de la guerra.

Pero esta transición será diferente a las anteriores, señala Raúl Zibechi, porque la potencia decadente depende de la ascendente (sus economías están entrelazadas), porque involucra regiones y naciones cuya población tiene diferentes colores de piel, que involucra una historia de colonialismo y racismo de Occidente contra Oriente, del Norte contra el Sur, y porque no habrá un mundo hegemonizado por China, ni por EE.UU., ni por ninguna otra potencia, sino un mundo fracturado en dos grandes bloques, con varias regiones y hasta continentes oscilando entre uno y otro.

Como la transición se resolverá mediante guerras, es importante tener en cuenta que el sector de defensa de China está desarrollando nuevas armas de manera más eficiente y entre cinco y seis veces más rápido que EE.UU., según un alto mando de la fuerza aérea. La ventaja china radica en su base industrial y la escala de su investigación, mientras las principales exportaciones de EE.UU. son commodities agrícolas y armas.

China se presenta como un miembro constructivo de la comunidad internacional: neutral, comprometido con la paz y parece estar siempre dispuesta a defender la integridad territorial y el derecho de los pueblos a la libre determinación. La integridad territorial es un capítulo importante en su política exterior, al igual que la no injerencia en los asuntos internos. Claro: China tiene su flanco frágil en los conflictos en Tibet, Xinjiang, Hong Kong y Taiwán.

La política de cerco establecida en Europa frente a Rusia guarda grandes similitudes con la que está trazando EEUU en su entorno inmediato mediante la promoción del AUKUS, la alianza estratégica militar entre Australia, el Reino Unido y EE.UU.; el reflote del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), un foro estratégico informal entre EE.UU., Japón, Australia e India, además del fortalecimiento de las alianzas anti-China de todo tipo en el Pacífico Occidental, entre otros.

Lo cierto es que aunque parecía distraída, la onda expansiva de la guerra en Ucrania obligó a China a una moderación activa que puede permitirle incrementar su influencia y su respetabilidad entre los países africanos, asiáticos o latinoamericanos. El conflicto la obligó a posicionarse ante dos países enfrentados con los que mantenía importantes relaciones, pero a vez dejar sentado que su principio de no injerencia no debe deteriorar más sus relaciones con Estados Unidos y sus socios del oeste europeo.

La crisis de Ucrania “no es algo que queramos ver”, dijo Xi Jinping a Joe Biden en su cumbre virtual de marzo pasado. Para China, las principales economías debieran estar centradas en la recuperación pospandémica, en la recomposición de las cadenas industrial y de suministro mundiales. Hoy los principales temas de conflicto con EEUU y sus socios europeos son los temas de derechos humanos y de las minorías, el estado de vigilancia y sus dudas sobre la democracia declamativa occidental como sistema de gobierno.

Lo cierto es que Biden se ve constreñido por un margen de maniobra mucho menor de lo que admite e incluso contempló levantar algunos de los aranceles a productos chinos establecidos durante la era Trump para reducir la hasta ahora imparable inflación que genera un enorme malestar entre los estadounidense y que ya se ve como factor principal de la anticipada derrota electoral de su partido en noviembre.

En el nuevo concepto estratégico de la OTAN aprobado el pasado 29 de junio se definía a China como «un desafío» y se denunciaban sus métodos para «subvertir el orden internacional basado en las normas», de Occidente. El documento subrayaba que China «busca el control de sectores tecnológicos e industriales clave» abusando de su ventaja económica. Estados Unidos responde, pues, al desafío chino con las amenazas de su brazo armado internacional, una OTAN con sus tentáculos expandidos a Oriente.

Al contrario que Rusia, incapaz de lastimar a EEUU pero sí a una Unión Europea empecinada en su guerra de sanciones contra Moscú, China sí puede afectar y mucho a la economía estadounidense. Como Rusia, China puede resistir una guerra económica mejor que Estados Unidos o Europa. Ya lo está ensayando con su larguísimo confinamiento.

La visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., la octogenaria Nancy Pelosi, tercera en la cadena de mando civil estadounidense, fue de una clarísima provocación a Pekín. Duró menos de 24 horas, pero tendrá consecuencias profundas que se harán sentir en el mediano plazo. Es poco probable un enfrentamiento militar, pero desató la tormenta que se está gestando en el Mar de la China meridional. Para Beijing, EE.UU. usó el disfraz de la democracia para violar la soberanía china.

Tampoco se sabe hasta dónde puede llegar su respaldo a Taiwan, cuando EE.UU. y sus socios europeos realizan envíos masivos de dinero y armas a Kiev para frenar la invasión rusa. Ni se sabe hasta dónde llegaría en realidad la promesa de defender militarmente a la isla, esbozada por Biden un par de meses atrás.

Los analistas advierten, pero pocos los escuchan: cuanto más se presione a Pekín a acatar las directrices occidentales, mayor es la probabilidad de una escalada bélica y una internacionalización del diferendo ucraniano.

Augusto Monterroso, un escritor guatemalteco-mexicano, escribió el cuento más corto de la historia, de siete palabras: Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba ahí. Cuando termine la guerra en Ucrania, China todavía estará allí.

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