POR GENARO RODRÍGUEZ NAVARRETE /
Entrevista con el periodista, exdiplomático e historiador ecuatoriano Eduardo Durán Cousin (Imbabura, Ecuador, 1959), quien acaba de presentar su nuevo trabajo bibliográfico titulado Colombia, el país de los extremos (La Carreta Editores, Medellín, 2020).
Entre las conclusiones a que llega el autor en el libro señala que el sistema político colombiano es muy restringido; históricamente no ha permitido la participación a sectores contestatarios de la sociedad. Considera además que Colombia tiene la tendencia a reconvertir su violencia. “Sin un cambio estructural, cualquier acuerdo suscrito es papel mojado”, afirma.
“En su origen, el libro tenía que ver con una explicación para la sociedad ecuatoriana del por qué en Colombia la violencia se recicla a menudo”, precisa en esta entrevista Duran Cousin.
También refiere que “esas violencias, aunque tienen lugar en territorio colombiano, repercuten, atraviesan la frontera y de manera repetida, suelen afectar al Ecuador. De ello tenemos numerosos casos”.
“Pero en la obra, no solo se habla de factores negativos”, advierte el autor. “Se resaltan igualmente los aspectos positivos como la creatividad, el sentido empresarial o emprendedor de la sociedad colombiana y del ciudadano colombiano como tal”, aclara.
Un Estado débil e insuficiente
—¿Cuál es la causa principal de la violencia en Colombia?
—Existe un telón de fondo: la insuficiencia del Estado. Históricamente, el Estado en Colombia ha sido siempre estructuralmente débil. Los países latinoamericanos tienen, en general, Estados débiles, pero el colombiano es aún más gravemente insuficiente. El Estado colombiano ha carecido y carece del monopolio de la fuerza, mientras de una tercera parte a la mitad de la geografía del país permanece sin instituciones estatales, aún hasta la fecha.
De esta forma, las fuerzas políticas, en un espacio abierto, en lugar de dirimir sus discrepancias a través de instituciones como el parlamento o la opinión pública, acuden a la violencia. Así lo hicieron a su tiempo los partidos liberal y conservador.
Esta fue una constante durante todo el siglo XIX y hasta 1958. Después de 1964, los grupos políticos contestatarios que buscaban la transformación de Colombia, no pudieron desarrollar su participación política mediante las urnas, porque las élites excluyentes les cerraron este camino, a través de un sistema político sumamente restringido. Entonces, en el escenario que les brindaba un Estado ausente, lo hicieron utilizando la violencia. Así se desató una larga guerra de guerrillas que aún no termina.
En el telón de fondo de la ausencia del Estado, las diferencias políticas se dilucidan a través de la confrontación bélica. Con actores que permanentemente cambian y llevan esta situación a un hecho continuo.
—¿Qué otro elemento se puede identificar como germen de la violencia?
—La violencia contemporánea, desatada a partir de 1964 con la eclosión de las guerrillas, nace de una situación real en Colombia: la desigualdad. Colombia es una de las sociedades más desiguales del continente. La ausencia de una reforma agraria integral ha llevado a caracterizar al campesinado entre los que tienen demasiado y los que no tienen nada. Obviamente este es un factor de continuo reciclamiento de la violencia política. Y no solo la pobreza de los campesinos alimenta la violencia política, sino que esta situación de limitaciones los lleva a buscar en la producción de hoja de coca, en negocios al margen de la ley, una forma de sobrevivencia. Esto facilita la acción de los grupos mafiosos e ilegales interesados en enriquecerse con el tráfico de drogas, el tráfico de esmeraldas y otros minerales, donde el Estado no existe.
—¿En qué punto se encuentran los esfuerzos hacia la paz?
—Si algo hemos visto desde la firma de la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) es que el Estado no está afrontado las causas estructurales que llevan al conflicto. El campo sigue estando abierto para que se repitan situaciones de confrontación violenta.
El Estado no realiza la reforma agraria, ni ocupa el territorio. Es el mejor ambiente para que proliferen los grupos guerrilleros e ilegales y no haya paz en el campo. Es una historia de nunca acabar mientras no se corrijan estos elementos fundamentales.
Si el gobierno hubiese realizado una seria reforma rural integral, desde el tiempo que lleva de la suscripción de los Acuerdos de La Habana hasta este momento, les hubiese quitado piso a los movimientos guerrilleros. Como no lo ha hecho, las disidencias y otras fuerzas se expanden.
La mera suscripción de acuerdos muy poco ayudará a que Colombia llegue a una situación de paz. Lo que se necesita son cambios estructurales que motiven un proceso de desarme auténtico. Hay un grupo de las Farc que efectivamente dejó las armas y ha realizado una campaña política de corte legal. Pero cuando no se han corregido otro tipo de circunstancias, hay grupos disidentes que han retomado las armas y otros que sencillamente nunca las depusieron.
Es un hecho que, en esta situación, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) —de por sí renuente a arreglos— no tiene el interés de entablar una negociación seria porque no se crean las condiciones adecuadas para que el país se enrole en un proceso de pacificación.
—Al parecer, ¿varios grupos se sienten marginados de los procesos de pacificación?
—Desde luego. Pero para mí, la mejor forma de llegar a un proceso de pacificación es afrontando las causas que motivan el surgimiento de los grupos violentos. Si no se dan esas transformaciones, la violencia continuará con los grupos que actualmente existen o con otros nuevos que vendrán.
En el libro anoto que Colombia tiene la tendencia a reconvertir su violencia. Y las violencias han venido reconvirtiéndose y pueden seguir igual porque está el espacio abierto para que se reproduzcan. Así, sin cambio estructural, cualquier acuerdo suscrito no es una solución histórica, es papel mojado.
—¿Cómo observa los vínculos de células guerrilleras con cárteles de la droga?
— Persiste una empatía entre la guerrilla y el narcotráfico que le ayuda a financiar sus acciones militares. En el momento actual, el narcotráfico sigue siendo un negocio formidable, con alta rentabilidad. Lo ven así también los grupos ilegales. Encuentran allí un recurso enorme para financiar sus actividades. Y la no ocupación del espacio por parte del Estado, crea un hábitat natural para los grupos que están actuando en negocios ilegales.
En esta evolución de acontecimientos, cuando los cárteles colombianos dejaron de existir por la persecución de la policía y la acción del Estado, vinieron los cárteles de México a suplirles. A eso se debe la incursión de grupos mexicanos en Colombia y países vecinos, entre ellos el Ecuador.
—¿Por qué debemos leer su libro?
—Mi libro es una nueva forma de ver la historia de Colombia. En sus 784 páginas se explican las causas de las constantes que se dan en la historia colombiana, los motivos que provocan la continua violencia y la mantienen, los fundamentos de la debilidad del Estado, del narcotráfico; pero también las bases para hechos positivos, como el sentido emprendedor del pueblo colombiano, su civilismo, su vena creativa.
Se analiza el desenvolvimiento histórico de la nación colombiana pero no en forma desarticulada, sino integrando lo político, social, económico, cultural y antropológico. Es una narración donde se establecen las causas que marcan la excepcionalidad colombiana.
—¿Se trata de un libro muy minucioso?
—Desde luego. Sin embargo, pese a su minuciosidad y extensión, los temas no resultan agotados. Pueden motivar nuevas investigaciones y quizá libros enteros, a cuenta de aspectos que se abordan y resultan dignos de profundizar en ellos.
Ha llamado la atención sobre todo el método utilizado: El método sistémico. En Colombia hay buenos historiadores y buenos libros sobre su historia. Pero ha llamado la atención esta otra forma de ver la historia colombiana, donde se integran todos los flujos del sistema social a la vez.
Es un libro de lectura fácil y atrayente. Y no obstante la profundidad de la investigación, como todo periodista, he pensado primero en el lector. Es muy gráfico. Se apoya en una gran cantidad de pies de página explicativos, por si el lector quiere abundar en más detalles.
Está escrito en el español que uno leería en el periódico o en una revista. Con una información diferente, pero las mismas facilidades, evitando los términos complicados que lo vuelvan inentendible.