
POR OMAR ROMERO DÍAZ /
La ultraderecha, como ha sido tradicional en el azaroso devenir histórico colombiano busca asesinar la esperanza.
En Colombia, cada intento de cambiar el rumbo ha sido pagado con sangre. Cuando alguien se atreve a enfrentar al poder real ese que no aparece en las fotos oficiales pero que decide quién vive, quién muere y quién gobierna los cañones se activan, las mentiras se disparan y los enemigos de la paz se desatan.
Hoy, el presidente Gustavo Petro y su familia están bajo amenaza de muerte. No por actos de corrupción, no por abusar del poder, sino por hacer lo que nadie antes se atrevió: enfrentar de frente al narcotráfico, a la corrupción enquistada, a la injusticia social, a la oligarquía saqueadora, y a la desigualdad estructural que desangra al país desde hace siglos.
El general retirado Humberto Guatibonza, jefe de seguridad presidencial, confirmó algo que debería estremecer a todo colombiano: un intento de derribar con un misil el avión presidencial en medio de su regreso desde Europa. El mandatario tuvo que aterrizar en Pereira y recorrer en tierra el resto del trayecto a Bogotá. Todo para evitar que ese atentado se convirtiera en otra página trágica de nuestra historia.
Desde el 2022, 34 amenazas han sido documentadas, y al menos cinco ya están siendo investigadas por la Fiscalía. No son rumores, no son invenciones: son intentos concretos de silenciar la voz de un pueblo que, por primera vez en mucho tiempo, eligió gobernar sin pedir permiso a las oligarquías de siempre.
Y es que lo que les duele y por eso odian tanto a este Gobierno es que ya no pueden hacer lo que hacían antes. Ya no pueden desfalcar al país con contratos amañados, ya no pueden vender la soberanía al mejor postor, ya no pueden seguir pactando con mafias bajo la mesa mientras al pueblo le entregan limosnas y represión. El Gobierno del Cambio no se les arrodilla, y por eso lo quieren desaparecer.
Pero no se trata solo de un ataque contra Petro. Se trata de un intento por asesinar la esperanza de millones de colombianos que creen en un país distinto, donde la educación no sea un privilegio, donde la salud no sea un negocio, donde trabajar no signifique morirse de hambre, donde la tierra se reparta con justicia y donde la vida tenga valor sin importar el estrato, la región o el apellido.
Detrás de las amenazas están los de siempre: la ultraderecha violenta, los clanes políticos corruptos, los grupos armados que perdieron sus privilegios, y los tentáculos del narcotráfico que durante años infiltraron el Estado. Son los mismos que gobernaban sin gobernar, los que firmaban la paz mientras financiaban la guerra, los que se burlaban del pueblo en sus mansiones de cemento y cinismo.
Pero esta vez se equivocaron. Porque el pueblo ya despertó. Porque esta vez, no van a matar al cambio, como lo hicieron con Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo. Porque esta vez, hay millones que están dispuestos a defender la vida, la democracia y la dignidad con la fuerza de la conciencia.
A quienes quieren ver a Petro muerto, hay que decierles de manera categórica: el cambio no es un hombre, es un pueblo. Y el pueblo ya no tiene miedo.
La historia está poniendo a prueba al pueblo colombiano. No podemos ser indiferentes. Defender al presidente Petro es defender la posibilidad de vivir en una Colombia en paz con justicia social. Es decirle al mundo que en esta tierra la vida importa más que el dinero, más que el odio, más que la violencia. Es recordarle a la historia que esta vez no le van a arrebatar la esperanza al pueblo.
Porque la vida del presidente Petro es también la vida de los sueños colectivos. Y esos sueños, ya no caben en la tumba de los mártires.