Avances y retrocesos: el zigzagueo metodológico en la teoría del Estado

POR DANIEL FELIPE BARRERA /

“El Estado es el sitio de una paradoja. Una institución más entre otras, pero también la llamada a mantener de manera general la cohesión de la sociedad. Así es parte y totalidad; idealidad y materialidad; institución y relaciones de fuerzas; estructura y agencia”.

– Jorge Orovitz

Todo aquel que se ha propuesto reflexionar y todo aquel que se ha encargado luchar contra el Estado se ha hecho las mismas preguntas: ¿Dónde se encuentra el Estado? ¿Cómo opera el Estado? ¿Cuál es el campo de acción y los actores del Estado? ¿Existe algo denominado Estado o es la forma genérica en que se menciona un conjunto de instituciones y estructuras políticas que tiene una función más o menos coordinada?

Estas preguntas se hicieron más complejas y decisivas cuando, en la segunda mitad del siglo XX, se hizo más que evidente la imposibilidad de concebir una teoría general del Estado, además de los supuestos eurocéntricos sobre los que reposaba esta pretensión conceptual, se afianzaba la creencia de que el Estado era una especie de aparato uniforme y sin fisuras (como si la conformación y organización estatal fuese aplicada de forma homogénea en diversas formaciones económico-sociales). Esta teoría en mayúsculas sufría de varios problemas, entre ellos: tendía a des-historizar el Estado, asumiendo en términos metodológicos un análisis muy endógeno del Estado en tanto aparato jurídico, político y militar.

No obstante, el avance y la profundización de la teoría del Estado han permitido que abandonemos las intenciones universalistas, denunciando el carácter abstracto y deshistorizado de la teoría del Estado, mientras se han profundizado las investigaciones de corte más concreto e histórico que privilegian la región de lo político, lo que supone un rechazo tajante a la concepción según la cual lo que sucede en el terreno de las relaciones de producción condiciona la arena política y estatal. No es casual que estas reflexiones conciban al Estado como una configuración socio-histórica particular, producto de tensiones y fuerzas sociales en pugna. De allí que, para pensar en una teoría del Estado, tal como lo creía Zavaleta (2009), fuese necesario, primero, elaborar un análisis de la evolución histórica del Estado utilizando categorías intermedias y no meta-teóricas.

Así, además de mostrar los derroteros, perspectivas y zigzagueos de la teoría del Estado, nos interesa mostrar que la misma diseminación que presenta el Estado como actor político es la que se asume como objeto de investigación. Más allá de la obviedad que resulta decir que el Estado es un fenómeno polivalente y policontextual, surge la necesidad de aclarar que las determinaciones metodológicas modifican la pregunta sobre el Estado. De esa forma, el siguiente texto agrupa autores, sin necesariamente respetar la secuencia temporal, sino ofreciendo un abanico de perspectivas metodológicas con sus fortalezas y falencias, por último, el texto ofrece unas breves recomendaciones para todo aquel que quiera estudiar el Estado.

El Estado: entre regularidades históricas y la descentralización teórica

Es innegable que la teoría del Estado ha experimentado cambios bastantes notables en su itinerario: del tránsito del Estado en tanto aparato territorializado y militar (Tilly), al instrumentalismo marxista (Althusser), pasando por los enfoques relacionistas (Poulantzas), hasta llegar a los análisis centrados en la gobernanza mundial (Jessop). Si bien es cierto que las mutaciones conceptuales que sufrió la teoría del Estado se producen gracias a los deslizamientos políticos, también es cierto que estos cambios han permitido el surgimiento de abordajes metodológicos innovadores.

Los cambios metodológicos de la investigación sobre el fenómeno estatal han estado también vinculados con nuevos horizontes de transformación en la década de los 70: el auge del eurocomunismo, los movimientos sociales y una nueva estrategia política distanciada del marxismo oficial. Según Horacio Tarcus (2021), es en esta década donde aparece una nueva cultura teoría marxista más volcada a problemas concretos del Estado, así como la inclinación por análisis más antropológicos[1] del Estado enfocado en formas de intervención, mediación y vinculación con la sociedad. Para Abrams (1988), si antes de los 70’ el estudio del Estado emergía como un aparato ideológico que supedita y se situaba por encima de la sociedad, es gracias a el avance de la sociología política que se ha posibilitado comprenderlo como un dispositivo complejo estructuralmente coordinado para funcionar en favor del sometimiento legítimo que integra/aísla a la sociedad de manera inestable y parcial.

Frente a esta realidad, la teoría del Estado, tal como lo recordó Ellen Meiksins Wood (2013), encontró en el teórico greco-francés, Nicos Poulantzas, el pensador bisagra entre las reflexiones instrumentalistas y relacionista; su concepto de autonomía relativa [2]  como característica central del Estado moderno. Aquel concepto abrió las puertas para abordar metodológicamente la relación entre Estado y Sociedad Civil desde otra perspectiva. Es decir, esta categoría permitió estudiar el Estado siempre entrelazado con las contradicciones de clase y sus manifestaciones, a su vez, provisionó a la teoría del Estado de una conceptualización regional de lo político, ganando autonomía y desfijando las investigaciones del Estado de sus explicaciones exclusivamente economicistas (predominantes hasta ese momento). Por último, y a pesar de los problemas que subsisten en el armazón conceptual poulantziano, la autonomía relativa también contribuyó a problematizar la relación entre poder de Estado y poder de clase o, en otras palabras, la agencia del Estado frente a las clases sociales.

Así, la grieta que ya había profundizado autores como Offe y Poulantzas, en el marco del avance conceptual postestructuralista, permitió el florecimiento de nuevas metodologías y abordajes investigativo del Estado: esta vez mucho más centrados en la excepción que en la norma, precisando las hendiduras teóricas que presentaban los modelos universales y analizando de manera comparada las formas de intervención estatal en formaciones sociales no europeas. Las trasformaciones metodológicas conllevaron alteraciones en las preguntas[3] de investigación y la semántica histórica en los que se hacía referencia al Estado, por ejemplo, se pasó del uso conceptos como capacidad, aparato, instrumento por lógicas, formas de representación y mediación, momentos estatales, entre otras.

Se podría argüir que, mientras las metodologías del Estado antes de los 70’ se preguntaban por las regularidades históricas del Estado como un agenciador de la represión y la reproducción del capital, después de Poutlanzas, la teoría del Estado y sus metodologías de trabajo se disemina para pensar la forma en la que el Estado interviene y penetra en la sociedad. Es decir, la investigación del Estado ya no sólo tenía que ver con el arquetipo administrativo del Estado y sus funciones, sino con sus capacidades de canalización y vinculación: es una investigación del Estado que empieza a borrar lo que se suponía una clara línea divisoria entre la Sociedad/Estado, pero esta vez, como recuerda Mitchell, ya “no como un problema conceptual sino como un indicio de la naturaleza del fenómeno [estatal]” (147). Ahora se trata de privilegiar más que las regularidades históricas del Estado, formas de socialización y articulación en diversos escenarios que se difumina en el sistema político.

De esta manera, al referirnos a las investigaciones que descentralizan el estudio del Estado, nos referimos a una metodología de investigación que ya no ubica al Estado (en tanto aparato político-administrativo) como la única fuente de reflexión, sino como un fenómeno estatal con múltiples determinaciones. Se trata de reflexionar sobre el Estado empotrado en la sociedad, vinculado y relacionado con sus actores, sus fuerzas sociales y su campo estratégico de acción, sin que ello implique confinarlo del análisis político y teórico. Esto es producto de la complejidad de definir el Estado por sí solo, proporcionar un análisis relacionista del Estado y sus formas de aparición, imbricación y representación en la sociedad podría resultar más fructífero. Así lo dirá Hirsch:

“Estado” y “sociedad” no sólo están separados, sino al mismo tiempo ligados, y esta separación/ligazón se produce a través de permanentes conflictos sociales. “Estado” y “sociedad” forman así una unidad contradictoria, en la cual a ambas esferas le corresponde una “autonomía relativa” (Hirsch, 2005, pág. 170).

Se trataba de pensar el Estado con múltiples determinaciones: ahora incluía dimensiones discursivas, políticas, culturales y sociales (en algunos casos en detrimento de las determinaciones económicas). Sin embargo, esto no se traducía en que el Estado se convierta en un órgano mucho más sofisticado y haya dejado de ser un aparato militar, territorializado, monopolizador de la vida política y en ciertas circunstancias al servicio del orden social más apto para las clases dominante. Entonces, la tarea no era la de realizar un taxonomía exhaustiva y por separado de cada institución y sus funciones,  así lo resalta  Hirsch (2005): “no se trata de explicar los aparatos estatales concretos o los sistemas políticos particulares; si no se comprenden las interrelaciones estructurales de la sociedad, que se encuentran detrás y los determinan, son difícilmente comprensibles” (págs. 168, subrayado propio).

Podríamos esgrimir que, para Hirsch, la demarcación entre Estado y sociedad es siempre interna y cambiante. No existe algo así como una exterioridad que sea fácilmente identificable, así como tampoco se define una vez y para siempre, más bien, de forma versátil aquella fractura se va instituyendo y desapareciendo sujeto a circunstancias históricas. En clave metodológica esto supuso un derrotero que aún se conserva las investigaciones sobre el Estado: para estudiar el Estado, es necesario comprender sus formas de penetración y manifestaciones (represivas-representativas-productivas) en la sociedad.

Desplazar y desmitificar el monstruo: teoría estatal sin Estado

Hasta ahora hemos intentado mostrar las variaciones analíticas y metodológicas que han sufrido las investigaciones sobre el Estado.  El crecimiento de análisis de corte antropológico y micro estatales en menoscabo de las pretensiones de formular una teoría del Estado en mayúsculas son el signo de una difuminación del Estado. No hablamos, en ese sentido, de un aparato concreto y fácilmente identificable.

De tal manera, el objeto de estudio de la teoría del Estado (el Estado) se ha descentralizado. Al hablar del Estado es necesario mencionar un conjunto de instituciones, sujetos y fuerzas sociales propias del sistema político, lo que ha generado que se abandone las metodologías sobre el análisis estatal que se establecían sobre la creencia del Estado como un fenómeno abstracto, independiente y opuesto a la sociedad. Por el contrario, la frontera que delimita el interior y el exterior del Estado a menudo es elusiva e inestable, lo que no quiere decir que la demarcación sea ilusoria o falsa, sino que se reproduce y mantiene la distinción para ejercer formas de intervención y mediación cuando así lo requiera.

Si hay algún pensador que llevó al extremo la difuminación del Estado como objeto de investigación fue Michel Foucault. Para el historiador francés, el Estado era una comida indigestible que prefería evitar. De esa forma, en los enfoques metodológicos foucaultianos sobre el Estado surge un triada entre: poder, conocimiento y gobierno [4], esto, en detrimento de categorías que, según Foucault (2007), (2008), conservan rasgos esencialistas y medievales de una soberanía centralizada y un poder político unificado. De esta forma, como apunta Jessop (2020), Foucault se aleja de explicaciones que recurran a explicar la naturaleza y las propiedades del Estado para acercarse a revelar el funcionamiento del Estado a través del resultado contingente de prácticas que no se ubican necesariamente al interior del Estado ni orientadas hacia él. Jessop (1999) describe el análisis sobre el Estado de Foucault como “un enfoque ascendente y que procede de las formas difusas de las relaciones de poder en los muchos y variados sitios locales y regionales donde la identidad y la conducta de los agentes sociales estaban realmente determinadas” (pág. 109).  Así Foucault lo resalta.

“En cambio, uno debe realizar un análisis ascendente del poder, es decir, empezar por sus mecanismos infinitesimales (…) y entonces observar cómo estos mecanismos de poder han sido – y siguen siendo- conferidos, establecidos, utilizados, involucionados, transformados, desplazados, extendidos etc.., por mecanismos cada vez más generales (…) llegaron a establecerse  y ser `reservados como mecanismos globales y todo el sistema de estado” (1980, págs. 99-101).

De esta manera, en el enfoque de Foucault prioriza un análisis relacional del poder y de las relaciones de gubernamentalidad: en estas relaciones, el poder es omnipresente e inmanente a todas las relaciones sociales, por esta razón, la metodología de Foucault se preocupa por los nexos entre las relaciones de micropoder y la producción de conocimiento que generan vigilancia, disciplina y la constitución de sujetos específicos (un poder exterior que produce efectos en el interior). Es decir, el autor de Vigilar y Castigar, más que instituciones concretas, analiza prácticas que producen e institucionalizan conductas sociales propias de la racionalidad gubernamental.

A pesar de las marcadas y notorias diferencias teóricas entre los enfoques foucaultianos y los enfoques de análisis del discurso, ambos comparten un rasgo central: teoría estatal sin Estado. Este enfoque aboga por pensar el despliegue estatal ligado a la estructura retórica y argumentativa: ya no se trata simplemente de problemas que se expresan en términos discursivos, sino que es la batalla discursiva la que determina los contornos y la intervención estatal. Para autores como Ernesto Laclau[5] Y Chantal Mouffe (1987), más que un simple elemento político, la semántica política es un rasgo constitutivo del orden social, a saber, los sujetos colectivos se constituyen nombrándose y auto-nombrándose, se articulan en la medida en que pueden ser enlazados por las prácticas discursivas. Jessop (2020) explica con claridad este enfoque investigativo;

“Este papel [el de las prácticas narrativas] se define de diversas maneras como la mistificación, la automotivación, la narrativa pura o la ausencia de toda descripción, pero, independiente de su punto de vista, los discursos sobre el Estado tienen un papel constitutivo clave en la configuración del Estado como conjunto complejo de relaciones políticas vinculadas a la sociedad como un todo” (págs. 144-145).

Aunque no se recurra a la variante exclusivamente discursiva, los análisis etnológicos que produce Akhil Gupta (2015) generan un resultado similar.  En una interesante reflexión sobre la forma en la que la corrupción (colaboración-denuncia) construye identidad estatal por medio de complejas interacciones culturales e ideológicas. Para este antropólogo indio estadounidense, la construcción estatal, en el caso de la pequeña aldea que él ha denominado Alipur, se produce a través de prácticas cotidianas y discursivas, no de grandes estructuras, sino en la intersección de fenómenos locales, regionales, nacionales y transnacionales. Así las cosas, de lo que se trata es de analizar las representaciones que permiten ver la forma en la que el Estado es imaginado, en este caso, por medio de la corrupción. Estas representaciones públicas del Estado permiten una relación de cercanía de los ciudadanos con las instituciones, es la posibilidad de representar simbólicamente ante los ciudadanos el Estado-nación.

En todo caso, la valía de este estudio de caso reside en arriesgarse a presentar un análisis de la construcción estatal a través de herramientas metodológicas muy innovadoras, asociadas al discurso de la corrupción en la prensa en diversos idiomas y a la recolección de declaraciones hechas por los aldeanos y funcionarios del Estado. Todo esto, con el fin de mostrar la forma en la que el Estado parece ser casi teatralizado por funcionarios y actores sociales que ayudan a crear una imaginario compartido y socialmente aceptado del Estado.

 ¿Ocultar o desenmascarar el Estado?

Lejos de obviar las limitaciones que persisten en el análisis de Foucault [6] o en los análisis del discurso, así como de soslayar sus diferencias teóricas con otras tradiciones y otros pensadores, en este apartado se pretenden mostrar un cúmulo de investigaciones sobre el Estado que parten de desmitificar y desplazar su figura: una teoría del Estado sin Estado, a saber, como si el Estado se diluyera en discursos, practicas, narrativas y teatralizaciones. El principio metodológico que rige este enfoque parte de la idea, según la cual, en lugar de tomar la noción de “Estado” como punto de partida y presuponer su existencia como un hecho dado, lo que podemos hacer, en cambio, es analizar la configuración de sus funciones y estudiar las condiciones en las que se presenta e interviene en la sociedad: el Estado en tanto unidad desagregada.

Bajo esta premisa, durante el periodo de la posguerra, en la Ciencia Política anglosajona la cuestión central, tal como lo muestra Timothy Mitchell (2015), era cómo relacionar la práctica y la ideología en el concepto de Estado. Para esta cuestión, surgieron dos respuestas distintas: la primera se desarrolló en la década de los 60’, de la mano de los teóricos funcionalistas para quienes el Estado era un concepto muy ideologizado; la segunda se presenta a finales de la década de los 70’ para dar centralidad al Estado, produciendo nueva literatura sobre el Estado. A esta vertiente se le denominó “traer de vuelta al Estado”.

Los teóricos funcionalistas, azuzando de la contaminación ideológica que contenía el concepto de Estado, optaron por sustituirlo con la idea de sistema político, analizado bajo un método empirista. La pretensión era eliminar la ambigüedad entre Estado – Sociedad, al tiempo que se intentaba restarle importancia al Estado como mito político y símbolo de unidad.

El enfoque metodológico de los funcionalistas para estudiar el Estado se basaba en un principio: estudiar las funciones y no las estructuras, es cuestión de procesos no de instituciones. En el fondo, el Estado es una práctica no un aparato. Quizás los autores más reconocidos de este enfoque son: Easton (2001), Parsons (1977) y Almond (2001) [7]. Las conceptualizaciones que de allí nacieron se crearon sobre un modelo de salida y entrada (input-output). Este agenciamiento de funciones y tareas pretendía, bajo un tufillo excesivamente mecanicista, tramitar, aplicar la ley, legitimar el orden, la integración de diversas opiniones y la asignación adecuada de los recursos.

Siendo así, el análisis del Estado empezó a quedar disuelto en la sociedad. En sus análisis, encontramos, como apunta Abrams (1988), una explicación social del Estado. Precisamente, por esta razón empiezan a surgir las reflexiones de Almond y Verba (2001) sobre la cultura cívica. La idea, más que democratizar las estructuras e instituciones existentes del Estado, era intervenir en la psique social, en principios axiológicos y de comportamientos “verdaderamente” democráticos de la sociedad. Solo allí se podrían dar los cambios para el correcto funcionamiento del sistema político y los logros de metas colectivas.

Sin embargo, los problemas de este enfoque fueron muchos y de diverso tipo. Los más evidentes era el tono mecanicista y ahistórico que le conferían al sistema político, no es extraño, como lo afirman Abrams (1988), que estos sean análisis del sistema político sin política: las funciones parecen no tener principios políticos o ideológicos, son neutras, se reduce la política a diferencias procesuales y las relaciones de poder al agenciamiento adecuado.

En esa misma dirección, este enfoque investigativo asume el Estado o cualquier nexo institucional como un variable dependiente y vulnerable de fuerzas sociales externas. Por último y más grave, este enfoque no resolvió el problema de los límites, por el contrario, “toda forma concebible de expresión colectiva de demanda política, desde grupos “institucionales” como legislaturas, iglesias y ejércitos, hasta grupos asociados, como organizaciones de trabajadores y empresariales, grupos “no asociados”, como las comunidades étnicas o de parentesco” (2015, pág. 153), se incluyeron vagamente en los enfoques de sistema; dejando un  terreno aún más indeterminado del campo de acción del Estado del que habían recibido.

Los funcionalistas habían proclamado la irrelevancia del Estado en la sociología política. Un movimiento teórico-metodológico que, como hemos venido analizando, va a ir desplazando el centro de gravedad de las investigaciones sobre el Estado. Eliminada la noción de aparato del corpus analítico de la teoría del Estado (propio del desvanecimiento investigativo del Estado) algunos autores quisieron ir más lejos, provenientes especialmente de la antropología, sugirieron la extinción o desaparición investigativa del Estado.

No obstante, por extinción del Estado no pude entenderse la supresión de las reflexiones sobre el Estado, sino “abandonar el estado como objeto material de estudio, sea concreto o sea abstracto sin dejar de tomarse muy enserio la idea del estado” (Abrams, 1988, pág. 93). De esta forma, para autores como Abrams (1988) y Radcliffe-Brown  (1982), el concepto de Estado lo que genera es un desconcierto. Por ejemplo, para el antropólogo inglés, al analizar el parentesco en las tribus africanas y los sistemas políticos africanos, eran más apropiados los conceptos de política y gobierno. Por su parte, el sociólogo apuesta por la idea de desmitificar el Estado, para eso propone: dejar el sistema-Estado (formas de estatalidad materiales) en aras de privilegiar el estudio de las formas de sujeción social por parte del Estado. En sus análisis, el Estado es un poder ideológico de legitimación moral con efectos materiales que logran legitimar lo ilegitimo.

De esta forma, su enfoque señala la importancia de estudiar no el estado como un aparato, sino mediante el estudio del sistema-estado (prácticas y nexos reales y palpables que se encuentran institucionalizados) e idea-estado (identidad simbólica y fuerza ideológica del Estado) consiguiendo prestar mayor atención a las relaciones de dominación que el Estado encubre para percibir con claridad la función global del Estado.  Así, para Abrams, la falta de unidad real de poder político es lo que oculta el Estado: es un símbolo unificado de la desunión real, por eso menciona: “el Estado no es la realidad que está detrás de la máscara de la práctica política. Es, en sí mismo, la máscara que nos impide ver la práctica política tal como es” (2015, pág. 63).

Traer de vuelta al Estado: ¿se ha ido el Estado alguna vez?

Como advertíamos en el inicio del apartado anterior, durante la posguerra, las Ciencias Sociales norteamericanas se plantearon la pregunta por la relación entre la práctica y la ideología en el concepto de Estado. La primera respuesta a esa pregunta fue dada por los funcional-estructuralistas, mientras que la segunda se dio por parte de un grupo de autores que, en la década del 70, anunciaba la posibilidad de “traer de vuelta al Estado”.

Si los teóricos estructural-funcionalistas habían relegado al Estado a una variable dependiente, para estos autores es clave incentivar un nuevo interés en el Estado, en esta ocasión como una variable explicativa del análisis social. Las demandas de “volver” o “recuperar” el Estado encontraban eco en la crisis de los funcionalistas al centrar sus estudios únicamente en la sociedad y frente a su incapacidad de proponer una explicación coherente a la demarcación entre el Estado y la Sociedad. Los neoestatistas, como los denominó Jessop (1999), hicieron de “los factores societales, cuando no se consideraban totalmente irrelevantes, eran ciertamente secundarios; y su impacto en los asuntos estatales siempre era filtrado a través del sistema político y del propio Estado” (pág. 103).

Theda Skocpol [8]  es quizás la autora más representativa de esta corriente analítica. Para profesora norteamericana, “los estados como factores y como estructuras institucionales configuradoras de la sociedad” (2014, pág. 96), de esta manera, el estadocentrismo de su enfoque analítico que se opone al sociocentrismo de los estructural-funcionalistas, ofrece un enfoque diferente al del liberalismo y al del marxismo. Parafraseando a Sanmartino  (2020), el Estado para los estadocentristas es pensado como una fuerza por derecho propio antes de ser el resultado subordinado a la sociedad civil y las relaciones de producción. De ahí la necesidad de los neoestatistas de llevar hasta las últimas consecuencias la autonomía estatal que propuso el teórico greco-francés, sin tratarla como un rasgo estructural, a contrapelo, “la autonomía no es un rasgo estructural fijo de ningún sistema de gobierno. Puede aparecer y desaparecer” (Skocpol, 2014, pág. 104).

Skocpol pasa de la autonomía relativa a la autonomía estatal radical. Esto sólo es posible mediante la autonomía de los gerentes estatales. Poner el Estado en primer plano significa entonces en términos investigativos buscar “regularidades causales que subyacen en las historias de los estados, las estructuras sociales y las relaciones transnacionales en el mundo moderno” (2014, pág. 119).

Sin embargo, no hay que confundirse: no asistimos a un retorno de una nueva teoría general del Estado, mucho menos a un nuevo estructuralismo de cuño poulantziano. Justamente, los neo-estatitas fundamentan sus investigaciones en: 1) casos de estudios detallados de la  construcción estatal, la formulación de políticas y su implementación, 2) los estudios históricos-comparados (tal como lo hace Skocpol en Los estados y las revoluciones sociales (1979)), 3) estudios sobre el Estado basados en  enfoques  empíricos, tal como  lo  hicieron los autores provenientes del estructural-funcionalismo y  Ralph Miliband en su celebre Estado en la sociedad capitalista (1969), 4) evita los análisis proveniente del marxismo economicista  y de la relación del estado con el capital, centrándose en los en los aspectos políticos, económicos y militares en el plano internacional y la geopolítica, 5) un análisis especial (como buena parte de la producción anglosajona) y detallado a las elites estatales, su capacidad de direccionamiento, la autonomía que guarda respecto a la economía, y su filiación con las clases empresariales.

En consecuencia, los problemas del enfoque de Skocpol y de los estadocentristas es, por un lado, realizar un análisis miope al centrarse exclusivamente en la política estatal y partidistas a expensas de las fuerzas sociales que se ubican más allá del Estado, por  otro lado, señala Jessop (2020), al asumir límite claros entre el Estado y la sociedad, los agentes estatales y las fuerzas sociales “implica que el Estado (o el sistema político) y la sociedad son mutuamente excluyentes  y autodeterminantes, cada uno puede ser estudiado de forma aislada y los análisis se suman para proporcionar un relato completo” (pág. 132).

Las investigaciones contemporáneas: del marxismo al neo-marxismo

Este texto ha ido agrupando enfoques investigativos sobre el Estado. Más que autores, el criterio que cohesiona es la metodología con que abordan el asunto del Estado, aún a expensas de la secuencialidad histórica. En este punto es clave mostrar que el hilo conductor que ha guiado el recorrido conceptual ha sido dónde situar la pregunta del Estado, es decir, desentrañar la apariencia del Estado moderno, por tanto, hemos empezado por mostrar las variaciones que ha sufrido las investigaciones  sobre el Estado, evidenciando un  antes y después en la década de los 70 como periodo bisagra entre los análisis afincados las cualidades territoriales, de soberanía e instrumentales hacía los análisis relacionistas, discursivos, micro-territoriales y de la autonomía  del Estado.

Es cierto que los clásicos del marxismo (Marx, Engels, Lenin) no elaboraron una teoría del Estado explícita, tampoco esbozaron una metodología de investigación sobre el fenómeno estatal, pero también es cierto que muchas de sus pesquisas teóricas fueron puntos de partida donde los autores contemporáneos se situaron para pensar el Estado bajo sus coordenadas históricas. Poulantzas es, quizás, el caso más mencionado. Justamente, su obra produjo al interior del marxismo un interés particular del Estado en los 70, aquí también podríamos mencionar a Gramsci [9], pese a que el autor italiano produjo su obra durante el periodo de entreguerras, sus Cuadernos de la Cárcel se hicieron ampliamente influyentes en la década de los 60’ y 70’.

Cualquiera que se haya propuesto reflexionar sobre la obra de Poulantzas [10] ha de saber las diversas variaciones y transformaciones que sufre su obra. Sus primeras investigaciones  sobre el Estado enfatizaron en los condicionantes estructurales: la idea del Estado como factor para cohesionar la unidad de una formación social. De esa forma, estudiar al Estado tenía que ver con analizar las modalidades de dominación de los sistemas sociales determinados, así como la manera en el que el poder se ejerce a través de instituciones específicas (poder institucionalizado). Abrams (2015) lo resume así:

“Y la tarea de estudiar el estado parecería ser, por tanto, en primer lugar, una cuestión de levantar la máscara ideológica hasta percibir la realidad del poder del estado -poder de clase- en términos de los cuales se logra la estructuración; y en segundo lugar, una cuestión de identificar los aparatos -funciones y personas- en y a través de los cuales se encuentra y se ejerce el poder del estado”. (págs. 48-49).

Luego de su texto más influenciado por Althusser (Poder Político y Clases Sociales en el Estado Capitalista), Poulantzas rompe con su maestro y publica diez años después Estado, Poder y Socialismo  (2005), un libro que abre la puerta a investigaciones que conciben el Estado con múltiples determinaciones. De matiz relacional, las investigaciones del sociólogo greco-francés y sus formas de investigar el Estado cambiaron radicalmente: ahora era posible pensar la naturaleza relacional del poder (colindando con Foucault) y analizar las capacidades del Estado para proyectar su influencia por fuera de las fronteras institucionales, al tiempo que se profundizaron las reflexiones sobre la autonomía de relativa del Estado y la estrategia de proliferación de los focos autogestionarios de la sociedad.

Para esa misma década de los 70, en Alemania se desarrolla un importante debate que, debido a la poca difusión, circulación y el casi nulo trabajo editorial quedó muy relegado en el mundo occidental. En el debate sobre la derivación del Estado, participaron autores como  Holloway, Hirsch y Altvater, entre otros. Para estos autores, la idea era la de derivar las categorías de Estado de la misma forma en que Marx derivaba sus conceptos en El Capital. En ese orden de ideas, buscaban problematizar la relación entre forma-función para derivar la forma que adquiere el Estado de acuerdo a las funciones que se necesitan para reproducir el Capital. Sin embargo, estos análisis, a pesar de estudiar el Estado por fuera del politicismo y la autonomía estatal, algo novedoso para su tiempo, no lograron escapar del problema de ser un análisis muy lógico dejando sin espacio las cualidades históricas, por otra parte, al devenir la función de la forma, terminaron cayendo en un funcionalismo excesivo.

Siguiendo a Jessop (2020), el itinerario de investigación sobre el Estado en la teoría marxista durante este  periodo se volcó sobre la disposición del Estado hacía la acumulación de capital y la dominación política, esto es, la autonomía que sostiene el Estado frente a las relaciones sociales de producción, a su vez, y como parte de la indagación de la apariencia del Estado moderno, se teorizó acerca de la distinción entre Estado – Mercado como característica central del Estado moderno.

Las consecuencias de este cambio horizonte en las investigaciones marxistas [11] estuvieron relacionadas con el abandono gradual de las visiones de aparato, del Estado como capitalista ideal y unitario para empezar a analizar el poder como una relación social más compleja. En palabras de Jessop (2020), esto “provocó una disminución en la teorización altamente abstracta a menudo esencialista en favor de explicaciones más detallas de las complejas interacciones de las luchas sociales y las instituciones”. Podríamos agregar: herramientas de análisis mucho más empíricas que se concentran en análisis históricos mucho más concretas: véase, por ejemplo; Göran Therborn (1979) Ralph Miliband [12] (1991)[13] y Erik Olin Wright  (1983) [14].

Producto del nuevo clima político en los años 80 y 90, se produce unas investigaciones sobre el Estado que, sin ser del todo marxistas, van a utilizar ciertos conceptos y categorías propias del corpus marxiano, pero leídos desde otros enfoques, al tiempo que se acercaban a los análisis weberianos, los estudios anglosajones sobre las elites, las cuestiones derivadas del poder (polimorfo) y profundizando en las investigaciones sobre la autonomía estatal, el poder del Estado para intervenir en la sociedad y la selectividad estructural. Todo lo anterior priorizando un enfoque politicista en la mayoría de las investigaciones.

Para autores con Bob Jessop (2017), Fred Block (2020) y Michael Mann  (2020), denominados como neomarxistas, es fundamental saldar cuentas contra todo el reducto marxista que degeneró en determinismo económico, en especial, con la explicación de la “última instancia” al considerarlo un paso en falso proveniente del estructuralismo. De igual manera, afilaron sus críticas contra la noción de Estado como un aparato homogéneo y sin fisuras. Sin embargo, estos autores también expresaron un rechazo decidido a los análisis neo-estatistas (con excepción de Block) y socio-centristas. De lo que se trata es de ir más allá de las dicotomías agencia – estructura y Estado – Sociedad en busca de una tercera vía.

En ese sentido, tanto Jessop como Block, van a llevar hasta sus últimas consecuencias la empresa intelectual que había inaugurado Poulantzas: la autonomíaDe esa forma, el enfoque estratégico relacional de Jessop va priorizar las tendencias y no las determinaciones estructurales, en sus investigaciones el Estado debe ser conceptualizado como un abigarrado conjunto de organizaciones y constituciones que se encuentra moldeado para solventar e intervenir conflictos. Sus instituciones conservan memoria y maneras de actuar condicionadas por la selectividad estructural: como si el Estado estuviese más predispuesto a ciertas latencias que a otras. Lo que no quiere decir que las fuerzas sociales no puedan promover nueva formas y efectos estatales.

A diferencia de Block, que se encontraba más cercano al neo-estatismo y la creencia del Estado como un fenómeno con poder y opacidad propia, para Jessop (2017), los estados no existen en aislamiento sino integrados, articulados de manera amplia con otros ordenes sociales e institucionales vinculados con la sociedad. En sus palabras, “un programa de investigación estratégico-relacional requiere de análisis históricos comparativos detallados que permitan reintroducir las selectividades especificas en diferentes tipos de Estado, formas de Estado, regímenes políticos y coyunturas particulares” (Jessop, 2017, pág. 177).

Por su parte, Fred Block (2020) se encuentra más cercano al neo-estatismo de Skocpol (aunque también se distancie en algunos aspectos): sostiene una postura más estado-céntrica, de allí que la autonomía de los gerentes estatales se radicalice en sus análisis. Para el sociólogo estadounidense, estudiar el Estado tiene que ver con prestar mayor atención a los condicionantes estructurales que promueven que los administradores estatales hagan del Estado un Estado capitalista, la pregunta central en él es: ¿cuáles son los incentivos para que los gerentes estatales y sus gobiernos, aún provenientes de otras clases sociales, tomen medidas favor de la producción capitales?

Como se puede advertir, Block presta mucha más atención que Jessop al papel que desempeñan los gerentes estatales, como ya lo pudo visualizar Miliband. No obstante, ambos comparten la creencia de que el Estado, a pesar de estar estructuralmente sujetado, siempre puede -por medio de las tensiones sociales y la lucha de clases- modificar la estatalidad dominante en favor de los menos favorecidos.

Por último, Michael Mann es quizás el menos marxista de estos autores y el más cercano a Max Weber. Su teoría del embrollo asume que al Estado es incapaz de cohesionarse y desarrollar su unidad en la práctica por sí solo, así más que funcional, el Estado es un embrollo donde proliferan particularidades con múltiples grupos de poder donde se cristalizan formas estatales históricas de forma contingente que siempre pretenden centralizarse y de ahí proliferarse.

Al igual que Block, el sociólogo británico le otorga a la elite estatal un papel destacado que explica en buena medida su autonomía: esta puede proceder de manera infraestructural o despótica. Mann emprende la elaboración de una obra monumental: Las fuentes del poder social. Quizás, el estudio de la sociología histórica más imponente después de Economía y Sociedad. En casi 5 tomos que completan su sociología histórica, el autor realiza su aporte más significativo a la teoría del Estado: el poder infraestructural. Por poder infraestructural Mann entiende la capacidad para penetrar en la sociedad y gestionar la logística que permita moldear las decisiones políticas de un Estado, de ahí que, “El Estado [moderno] penetra la vida diaria más cualquier Estado histórico” (Mann, 2020, pág. 192).

La pregunta que guía sus investigaciones es “¿cuál es la naturaleza del poder que poseen los Estados y las élites estatales  (Mann, 2020, pág. 191)por ese motivo, en sus  pretensiones metodológicas el estudio las tensiones sociales no ocupan un lugar tan destacado como en Jessop y en Block, ese espacio es llenado por las cuatro formas de poder, todas diversas, con características particulares  y con formas de conexión e interrelación entre ellas, produciendo efectos sobre las formas e intervención estatales.

Sin embargo, en los análisis de los neo-marxistas subsiste una debilidad por pensar la acción política. Pese a realizar quizás las taxonomías más metódicas y rigurosas del Estado, aún les resulta difícil extraer de sus reflexiones una estrategia política para los momentos de mayor conflictividad social: como un recetario perfecto con el que no se puede preparara nada, allí reside una de las diferencias sustanciales con la tradición marxista de los años 70’, en los cuales, el problema de la transición al socialismo estuvo en el núcleo de sus reflexiones.

Cuestiones metodológicas

1)  Estudiar el Estado como un fenómeno moderno histórico, esto es, tratarlo como un asunto novedoso que permita historizar el Estado y no tratarlo como un fenómeno transhistórico que ha existido desde siempre: esto es, elaborar cualquier teoría sobre el Estado bajo las coordenadas históricas e interdependiente de otros sistemas sociales complejos, evitando siempre rastrear el Estado como una entidad abstracta, independiente y contraria a la sociedad.

2) Buena parte de las discusiones teóricas sobre el Estado en los años 70’ han sido poco productivas debido a la incomprensión de los presupuestos epistemológicos y las cuestiones metodológicas, pues se han discutido en terrenos metodológicos distintos; por tanto, lo primero que hay que hacer es determinar el piso de la elaboración conceptual, no es extraño lo poco productivo que ha resultado para la teoría del Estado el debate Poulantzas-Miliband; se discute el empirismo del Miliband con el teoricismo exacerbado de Poulantzas sin la verificación empírica necesaria, del mismo modo, los análisis de corte antropológico y discursivos han formulado sus críticas de los grandes modelos sobre el Estado sin situarse en el terreno teórico. Incluso, resulta un error la forma en la que ciertos autores y autoras pretende negar o sostener un modelo teórico a partir de un caso histórico concreto, se trata de diferenciar entre lo concreto/material, lo subjetivo/objetivo y lo abstracto/real.

3) Al igual que Jessop, creemos que formular una investigación rigurosa del Estado, debe ser asumida como parte de una investigación más general de la sociedad, pues no son dos entidades distintas, mucho menos opuestas, su entrelazamiento, distancia, mediación es clave para entender las funciones e intervenciones del Estado en la sociedad.

4) De acuerdo a lo anterior, hay que aceptar que la diferenciación aparencial entre Estado/Sociedad existe, tiene implicaciones materiales, pero es siempre aparencial, móvil y porosa lo que no significa que sea falsa o ilusoria, por el contrario, su frontera define la jurisdicción de las intervenciones del Estado (por acción u omisión), esta se encuentra   íntimamente ligado con las fuerzas sociales. Por este motivo, hablar del afuera/adentro del Estado no tiene sentido, más bien optamos por profundizar investigativamente en las intervenciones, mediaciones, representaciones estatales, así como de sus efectos estatizantes.

5) Haciendo eco a las recomendaciones de Jessop, es cierto que no es posible realizar una teoría del Estado exclusivamente marxista, pero también es imposible formular una investigación sobre el Estado| desestimando los aportes de esta tradición. Por eso, pese a lo que hemos afirmado más arriba, creemos que el Estado contiene ciertos surcos históricos políticos, culturales e ideológicos que hacen parte de su selectividad estructural para  acoplar con mayor facilidad ciertas medidas propensas a proteger el orden social  propicio al capital y que no depende de los agentes del Estado o de su voluntad como capitalista ideal, sino de la función global del Estado: 1) estabilidad y flexibilidad para adaptarse a los cambios de gobierno, convulsiones sociales  y mantener su estatalidad imperantes, 2) garantizar la acumulación de capital, sin que necesariamente exista un razonamiento autónomo, consciente y de largo plazo del Estado, aunque en ciertas coyunturas salvaguardar los intereses del capital implique en el corto plazo ir en contra de ellos.

6) Investigar las intervenciones del Estado sobre la sociedad deben ser asumidas dentro de la tensión entre Estado y Capital, entre la legitimidad y acumulación. En otras palabras, entre mayor sean las medidas extraeconómicas y antidemocráticas que requiere el capitalismo para asegurar la reproducción de capital menor es la legitimidad que tiene el Estado, si, por el contrario, entre más frenos y restricciones democráticas pone el Estado a la acumulación de capital (por naturaleza desigual), más apariencia universal y garante del pacto social toma el Estado como conductor general de la sociedad.

7) Por último, investigar sobre el Estado también nos permite pensarlo desde un enfoque estratégico: si bien no nos ocupamos en este ensayo sobre el pensamiento estratégico, es fundamental que al preguntarnos por el Estado nos arroje siempre algunas pistas sobre la estrategia de cambio político y social. No tiene sentido, para la teoría del Estado, formular un recetario de instrucciones milimétricamente precisas que al mismo tiempo no arroje luces sobre los cambios en las capacidades estatales y el lugar que asumen las fuerzas sociales y las contracciones sociales que anuda el Estado.

Notas

[1] Entre estos análisis, destacamos los aportes de Philip Abrams, Akhil Gupta y Timothy Mitchel que se reúnen en  (Antropología del Estado, 2015). Pese a la diferencia temporal y temática de estos escritos, los autores colindan en una preocupación por las formas de “teatralización” y representación del Estado en el ámbito local, de ahí que sea importante los estudios etnológicos para reflexionar sobre los efectos del Estado en un plano concreto, siempre desmitificando el Estado como sujeto racional, omnipresente y contrario a la sociedad.

[2] Más allá de lo novedoso que resultó este concepto para su época, sus críticos y continuadores de su legado han mostrado la insuficiencia conceptual de esta categoría: es claro, según Tarcus (2021), que, pese a lo sofisticado, la categoría presenta serias deficiencias para responder las siguientes preguntas: ¿en qué circunstancias se presenta la autonomía? ¿qué formas asume tal autonomía? Tampoco es claro ¿cuándo es relativa o absoluta? Los ecos también se han sentido en América Latina: René Zavaleta (2009) ha mostrado que, para el caso latinoamericano, a diferencia de lo que creía Poulantzas, la autonomía relativa, sólo se presenta en momentos de alta conflictividad social, es decir, en momentos excepcionales, no opera siempre y en todo momento, mucho menos es una característica del Estado moderno. Para un análisis y contraste entre la noción de autonomía relativa y su aplicabilidad a la historia política de Bolivia desde la óptica de Zavaleta y Tapia ver: (Pimmer S. “La autonomía relativa en la periferia: reflexiones en torno al Estado en la obra de Nicos Poulantzas, René Zavaleta y Luis Tapia”, 2016)

[3] La pregunta que acompañó a buena parte de la teoría del Estado hasta la primera mitad del siglo XX estaba más vinculada con su definición, su identificación institucional y su papel en el proceso de producción, mientras que, posterior a los 70’ y frente a la imposibilidad de encontrar una definición satisfactoria, la pregunta que tomó sentido se encontraba relacionada con las formas de intervención, vinculación y representación política en la sociedad. Esto marcaba el nuevo derrotero intelectual: la difuminación y descentralización conceptual del fenómeno estatal empezaba a posarse sobre la teoría del estado.

[4] Para Timothy Michell (2015), la noción de gobierno en la obra de Foucault adquiere un carácter especial, para el pensador francés gobierno no se refiere a las instituciones el Estado, “sino a las nuevas tácticas de administración y métodos de seguridad que toman a la población como su objeto (…) gobierno se refiere al poder en términos de sus métodos, más que a sus formas institucionales. El gobierno hace uso de los micro poderes de la disciplina” (pág. 169)

[5] Debido a los virajes conceptuales y teóricos que subsisten en la obra de Laclau, los análisis sobre el Estado, como bien lo anota Martínez y Reynares (2017), giran en torno a tres configuraciones: 1) influenciado por su tradición posfundacional Estado/Sociedad aparecen como totalidades positivas que constituye una frontera, 2) en su lectura de Gramsci, el Estado es el “momento ético político de la comunidad” que produce la hegemonía político-discursiva, 3) a partir de su análisis histórico Laclau va a diferenciar entre lógicas de equivalencia (Estado populista) y lógicas de la diferencia (Estado liberal).

[6] Algunas de las críticas sobre la metodología de investigación que recae sobre Foucault versan en; primero, como menciona Mitchell “evita inferir que el nivel general está relacionado con el con el micronivel” (2015, pág. 168), es decir, que los métodos disciplinarios no aportan conceptos valiosos para concebir la manera en la que los mecanismos locales se entrelazan y estructuran las estructurales generales. Segundo, y siguiendo a Jessop (2020), su trabajo sigue siendo vulnerable al analizar el poder a una técnica universal y termina ignorando las relaciones de clase y patriarcales, de la misma manera, Foucault muestra poco interés por las condiciones que hacen factibles y concretas la intervención del Estado. En esa dirección sus estudios “todavía tienden a ignorar el complejo carácter de estratégico y estructural del Estado” (Jessop, 2020, pág. 136).

[7] Sería un error suponer que sus reflexiones sobre el sistema político no contienen diferencias, sin embargo, nos interesa ahondar en los rasgos metodológicos que comparten estos autores, de lo contrario, excedería las pretensiones del presente texto.

[8] Destacamos su obra porque sus ideas han sido más ampliamente discutidas por diversos autores, entre algunos: Bob Jessop y Fred Block. Así mismo, su enfoque analítico es el más representativo del neo-estatismo: radicalizando la autonomía estatal y las posiciones estadocéntricas para estudiar el Estado, sin embargo, hay otros autores que hacen parte de esta corriente analítico:  Stephen  Krasner (Defending the national interesty, 1978) y  Peter Evans  (El Estado como problema y solución, 1996).

[9] Tal como lo advierte Jessop (2020)  “No es seguro que Gramsci haya estudiado las modalidades concretas del poder estatal en lugar de teorizar el Estado capitalista”.  Sus investigaciones giraron en torno a: i) pensar el estado inclusivo (Estado= sociedad política + sociedad civil), evidenciando que el poder estatal de las clases burguesas descansa sobre la hegemonía acorazada de coerción, ii) no trato instituciones o aparatos de gobierno específicos, prefirió, en cambio, estudiar las formas de sujeción y de control cultural e ideológicas de las clases sociales para hacerse con el poder de Estado y desde allí irradiar su sentido común.

[10] Es Poulantzas, sin duda, el autor más importante para las teorías contemporáneas del Estado en el marxismo. Por su cualidad de pionero, además de una vasta obra, emprendió una dura polémica con Ralph Miliband, su debate quedó vagamente reseñado como una disputa entre instrumentalismo vs estructuralismo, una etiqueta aún muy escueta sobre la profundidad del debate.

[11] Dentro de lo que se podría denominar estudios marxistas sobre el Estado, la teoría social latinoamericana también produjo aportes con relevancia sustancial en los años 70’ para pensar el Estado desde otras latitudes teóricas y geográficas. La producción estuvo relacionada con la dependencia estructural, el desarrollo, la democracia en tiempos postdictadura, la heterogeneidad socio-estructural, el imperialismo, la relación entre la economía/política, sus formas de dominación y la hegemonía. Allí se destacaron autores como Cardozo, Falleto, Marini, Bambirra, Torres Rivas, Aníbal Quijano, desde otro enfoque, la obra de Lechner, O´Donnell, Oszlak, Zavaleta y los gramscianos de Portantiero y Aricó.

[12] La importancia de Miliband no reside sólo en su producción sobre la política y lo político en Marx, así como su producción teórica sobre el Estado capitalista. El debate que sostuvo durante varios años con Poulantzas fue sustancial para abrir nuevas rutas, sin embargo, para autores como Laclau (2021) y León Olivé (1985) en aquel debate se presentó por parte de los participantes  una incomprensión en las cuestiones de método que hicieron infructuoso el debate en algunos sentidos, ya que, la validez empírica, la coherencia lógica y la validez teórica no siempre acompañan las argumentaciones de estos autores. De ahí que las formas en las que ponen a prueba la validez de sus afirmaciones, muchas de las afirmaciones son justificadas por discursos epistemológicos y ontológicos que no se encuentran en sus textos. De esa manera, se presentan serias incoherencias epistemológicas entre el marxismo de Miliband y su empirismo, así como, el entramado marxista de Poulantzas y sus preconcepciones estructuralistas.

[13] Publicado por primera vez en ingles en 1970.

[14] Publicado por primera vez en ingles en 1978.

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