Sobre economía feminista y teoría marxista: un aporte al debate

POR DIANA MILENA ÁVILA-MORENO[1] Y CARLOS ALBERTO DUQUE GARCÍA[2] /

Los artículos de opinión de José Félix Cataño, profesor de la Universidad Nacional de Colombia (Cataño, 2020) & (2021), respecto a la economía feminista realizan supuestos que tergiversan los esfuerzos teóricos realizados por diferentes autoras a lo largo de los años, poniendo de presente la necesidad de abordar con rigurosidad los fundamentos analíticos de enfoques del pensamiento económico, en particular, aquellos que se están construyendo como alternativos al dominante. A partir de la discusión planteada por el profesor Cataño presentamos algunas precisiones sobre los avances de la economía feminista, así como unos comentarios críticos a la particular reformulación e interpretación que el profesor hace de la teoría económica de Marx en su crítica a la economía feminista.

Sobre la economía feminista

Los análisis económicos que relacionaban la economía y las diferencias entre mujeres y hombres se remontan a mediados de los años 1960. Sin embargo, la economía feminista surge a principios de la década de los 90 y se consolida con la fundación, en 1992, de la International Association for Feminist Economics (IAFFE) y su revista académica Feminist Economics (publicada a partir de 1995). Este enfoque de análisis de la economía, que continúa hoy en proceso de construcción, tiene diversas perspectivas con inspiración en marcos analíticos variados -marxista, neoclásico, institucionalista, etc.- por lo que se han registrado múltiples y enriquecedores debates que parten de discusiones teóricas previas planteadas por economistas, algunas marxistas, sobre (Agenjo-Calderón, 2021):

  • Modo de producción familiar (Delphy, 1982) o la “economía emocional” (Beasley, 1994);
  • Trabajo doméstico (Benston, 1969; Morton, 1971; Himmelweit & Mohun, 1977; Himmelweit & Mohun, 1977),
  • Vínculos entre patriarcado y capitalismo, reproducción y producción, y entre patriarcado, hogares y mercado (Federici, 2013 [1975]), (Dalla Costa M. , 1977) y (Mies, 1986);
  • Teorías de los sistemas duales (Young, 1980), (Mitchell, 1971), (Rowbotham, 1974), (Hartmann, 1979) (1981) y (O’Brien, 1981).
  • Enfoque producción-reproducción (Edholm, Young, & Harris, 1977); (Molyneux, 1979); (Benería, Reproducción, producción y división sexual del trabajo, 1981); (Bryceson & Vuorela, 1984); (Humphries & Rubery, 1984) y (Carrasco, 1991);   
  • Aprovisionamiento social o sostenibilidad de la vida (Picchio, 2001), (Carrasco, 2001), (Power, 2004), (Pérez Orozco, 2006) (2014).

A partir de ello, algunas autoras realizan diferenciaciones entre economía del género y economía feminista (Robeyns, 2000); y al interior de esta última, se propone categorizaciones como economía feminista de ruptura y economía feminista de la conciliación (Pérez Orozco, 2014). Teniendo en cuenta la multiplicidad de corrientes y que la economía feminista se está estableciendo espistemólogicamente, se podría afirmar que sus debates han girado en torno a la ampliación de la noción de la economía al incluir los procesos de aprovisionamiento social (mercantiles y no mercantiles); introducir las relaciones de género como elemento fundamental del sistema socioeconómico, más allá de las desagregaciones de datos por sexo; abordar la cuestión redistributiva (no solo de la riqueza, también del trabajo y del tiempo); poner en el centro la sostenibilidad de la vida y transformar la realidad en un sentido más igualitario (Esquivel, 2016). La literatura considera que uno de los aportes de la economía feminista es poner en evidencia la tensión entre la generación de beneficios a costa de la destrucción de la naturaleza y la explotación de los seres humanos y, de otro lado, el cuidado y sostenimiento de la vida (Piccio, 1992); (Carrasco, 2003); (Pérez Orozco, 2006).

Ahora bien, a pesar de las diferentes perspectivas al interior de la economía feminista, ninguna de estas plantea que la emancipación de las mujeres solo sea un asunto de financiación económica, como lo señala el profesor Cataño. En particular, cuando las teóricas de este enfoque de análisis hablan del reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado no están proponiendo su remuneración y, por tanto, no consideran que una vez reconocido “el paso siguiente, es solicitarle a la sociedad que pague estos valores” como lo afirma el profesor Cataño. Reconocer es diferente a remunerar o pagar un salario. Si bien la economía feminista considera fundamental la incorporación del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado al análisis económico, cuestionando con ello la visión tradicional de la economía relacionada exclusivamente con lo que se intercambia en el mercado, lo que se busca es su valoración social, hacer visible su aporte a la economía y al sostenimiento de la vida. En la misma línea, no se encuentra un referente en la economía feminista que considere que “el salario es un buen indicador para reconocer un valor o que argumente que este es el precio o reconocimiento del trabajo”, como lo supone el profesor Cataño.

Tampoco se encuentran referentes en la economía feminista que propongan convertir “las actividades domésticas (o una parte de ellas) en el sector de la economía del cuidado y así presenta las actividades del hogar como creadoras de valor”. Respecto a esta afirmación que contiene un gran salto argumental, es importante aclarar que la economía del cuidado incluye tanto actividades remuneradas como no remuneradas; y que la presunta creación de un “sector de la economía del cuidado” no implica presentar a las “actividades del hogar como creadoras de valor”.

Sobre trabajo doméstico no remunerado y economía marxista

El trabajo doméstico no remunerado y la opresión de las mujeres es uno de los temas largamente discutidos al interior de la literatura marxista. En las y los marxistas de la segunda y tercera internacionales (finales del siglo XIX e inicios del siglo XX) encontramos que el problema ya estaba planteado. En 1918 Alexandra Kollontai denunciaba que:

“la mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos. El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre” (Kollontai, 1918).

Por su parte Clara Zetkin insistía en 1920 en la necesidad de explicar a las mujeres obreras el rol económico del trabajo doméstico no remunerado dentro del capitalismo:

“el carácter atrasado de la antigua economía familiar y del desperdicio de tiempo, energía y medios que implica; explicación del uso que el capitalismo hacía de la economía doméstica como instrumento para mantener bajos los salarios del hombre, aduciendo como motivo que el trabajo del ama de casa no se paga; y además instrumento para mantener a la mujer en una situación de retraso cultural y político, cerrándole el acceso a la vida social” (Zetkin, 1920).

De lo anterior resulta evidente que para Kollantai y Zetkin -hace más de un siglo- las actividades domésticas no remuneradas constituían un tipo de trabajo,que oprimía a las mujeres y que, además, cumplía un rol económico importante en el funcionamiento real del capitalismo. Postura totalmente opuesta a la del profesor Cataño quien sostiene que las labores domésticas no son trabajo ni constituyen siquiera un fenómeno económico. Recordemos que, en la particular reformulación que hace de la teoría económica de Marx, el profesor Cataño solo considera como “trabajo” a aquellas actividades orientadas a la producción de mercancías y como “fenómenos económicos” exclusivamente a aquellas relaciones cuantitativas y monetarias.

La estrecha definición de trabajo y economía que Cataño le imputa a Marx es cuestionable. En primer lugar, el concepto de trabajo en Marx presenta varios niveles de abstracción y determinación. En el capítulo 5 de El Capital, donde Marx analiza el proceso de producción capitalista inicia con una definición de trabajo humano general: “el trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en el que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza […] el trabajador no sólo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural, al mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo”, es decir, en Marx el trabajo humano es toda actividad productora de valores de uso de carácter consciente e intencional. Así, en la medida en que el cuidado doméstico no remunerado implica la producción de valores de uso (bienes y servicios) de forma consciente e intencional, nos encontramos unívocamente con un tipo de trabajo que, además, es un fenómeno económico.

Marx establece una distinción muy importante entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. En el primer sentido, el trabajo es heterogéneo y produce valores de uso, mientras que, en el segundo sentido, el trabajo es la sustancia del valor (mercantil). Mientras todo trabajo abstracto presupone trabajo concreto (no puede haber valor sin valor de uso) lo contrario no es cierto. Puede haber trabajo concreto que, al mismo tiempo, no es trabajo abstracto. Es decir, trabajo que produce valores de uso pero no mercancías. Tal es el caso del trabajo doméstico no remunerado. La insistencia del profesor Cataño en afirmar que el cuidado doméstico no es trabajo se debe a que -en su interpretación de Marx- Cataño abandona la noción misma de trabajo abstracto: “esta nueva teoría de la “circulación mercantil” permite ver que es el dinero lo que constituye la verdadera y única unidad o magnitud económica socialmente válida (la sustancia del valor) del sistema mercantil. En cuanto al trabajo, este solo se vuelve social porque es asalariado y la relación salarial tiene como requisito el dinero y la dependencia monetaria” (Cataño, 2009).

Otro aspecto que merece revisión se encuentra en la determinación de los salarios y su relación con el valor de la fuerza de trabajo. Recordemos que para Marx la fuerza de trabajo asume una forma mercantil, donde su valor estaría determinado por el valor de los medios de subsistencia (socialmente determinados) necesarios para la reproducción de la familia u hogar obrero promedio (incluyendo los gastos de educación, entrenamiento laboral, socialización, etc.). Marx aclara en varias ocasiones que, para el nivel de abstracción en el que se encuentra El Capital, supone la igualdad entre los salarios y el valor de la fuerza de trabajo. Sin embargo, también advierte que los salarios en realidad pueden fluctuar alrededor del valor de la fuerza de trabajo y, en muchos casos, estar por debajo del mismo. De esta manera, la reproducción de la fuerza de trabajo en los hogares, y el rol que cumple allí el trabajo doméstico no remunerado, es un asunto no trivial como ya era evidente en Zetkin y Kollantai hace más de cien años y como lo atestigua la vasta literatura sobre dicha temática en los últimos 40 años.

(Dalla Costa M. , 1977); (Seccombe, 1974); (Gardiner, 1975); (Himmelweit & Mohun, 1977); (Folbre, 1982); (Molyneux, 1979); (Hartmann, 1979); (Vogel, 2000) (Vogel, 2013); (Gouverneur, 2005); (Arruzza, 2013); (Bhattacharya, 2017); (Federici, 2018); y (Giménez, 2019).

En contraste, para el profesor Cataño (2009) la fuerza de trabajo no tiene un carácter mercantil, y, en consecuencia, los salarios se determinarían exógenamente de acuerdo a criterios políticos, sociales y culturales que estarían ajenos a cualquier consideración sobre la reproducción de la fuerza de trabajo en los hogares obreros.

Sobre la medición económica y las cuentas satélites

Economistas feministas han argumentado sobre la importancia de contabilizar y documentar el trabajo doméstico y de cuidado (Delphy, 1984; Benería, 1999; Folbre, 2006: Esquivel, 2008; en (Benería , Gunseli, & Floro, 2016). Sin embargo, ninguno de estos argumentos apunta a usar este tipo de contabilización como “…‘prueba’ estadística de la existencia de valores creados por esas actividades”, como afirma el profesor Cataño. Por el contrario, se ha dejado claro que es un mecanismo para valorar socialmente (no pagar, ni remunerar o generar un salario) el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado y hacer visible la aportación que realiza este trabajo a la economía; el reparto inequitativo del trabajo total (remunerado y no remunerado) al interior de los hogares, y entre la comunidad y el Estado; la necesidad de políticas macroeconómicas y presupuestos con perspectiva de género; las carencias estadísticas en cuanto a la medición del bienestar; la necesidad de evaluar críticamente la corriente dominante en economía y conceptos como trabajo.

Más aún, la justificación  o inspiración teórica detrás de la imputación de un valor monetario al tiempo de trabajo doméstico no remunerado (donde el profesor Cataño cree ver un ejercicio inspirado en la teoría del valor de Marx) es, de hecho, el concepto neoclásico de costo de oportunidad y precio sombra. Para la teoría neoclásica el tiempo es un recurso escaso cuyo valor (en sentido neoclásico) estaría dado por el costo de oportunidad; es decir, por los ingresos que dicho tiempo le podría reportar a los agentes. De esta manera, si una persona dedica 6 horas diarias al trabajo doméstico no remunerado renunciaría a 6 horas de trabajo remunerado y al ingreso monetario que estas horas le proporcionarían. De allí que, en los distintos métodos de estimación del valor monetario del trabajo doméstico, se suele recurrir a algún tipo de medida de costo de oportunidad. ¿Qué tiene que ver esto con Marx y su teoría del valor? A nuestro juicio, nada.

Por supuesto el método de imputación que acabamos de describir someramente, y que algunas economistas feministas defienden, puede ser en sí mismo cuestionado desde una perspectiva teórica y metodológica (incluso ya existen varias discusiones en torno a este tema). Pero consideramos que, para ello, el punto de partida debería ser la crítica a la noción neoclásica de costo de oportunidad y no la supuesta incomprensión, por parte de las economistas feministas, de la teoría económica de Marx.

Reflexiones finales

Finalmente, celebramos la generación de estos espacios de discusión que promueven la redefinición del objeto de la economía y su capacidad de acompañar a los procesos de transformación social. Nos resulta interesante que la búsqueda de la justicia social y de género sea presentada como “una necesidad social ya insoportable”, puesto que esto refleja que la labor académica de economistas feministas (algunas marxistas) y de los movimientos sociales y de mujeres ha logrado poner estos temas en la agenda pública y en el debate académico. Invitamos a las y los economistas a realizar reflexiones teóricas que permitan identificar las falencias evidentes de la corriente de pensamiento dominante y que le apuesten a otro modelo económico.

Referencias

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[1] Economista, magíster en políticas públicas y estudiante de doctorado en estudios de género y políticas de igualdad. Correo electrónico: dmavilam@unal.edu.co

[2] Magíster en Economía, estudiante de doctorado en ciencias económicas. Correo electrónico: caaduquega@unal.edu.co

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