LA JORNADA /
El pasado 8 de febrero se cumplieron cuatro meses de que el régimen de Benjamin Netanyahu comenzó la implacable destrucción de la franja de Gaza y su más explícito intento de exterminio del pueblo palestino. En estos 124 días, las Fuerzas Armadas israelíes han asesinado a 27 mil 708 personas, de las que alrededor de 70 por ciento eran mujeres y niños; han dañado o reducido deliberadamente a escombros (o menos que eso) 90 por ciento de todos los edificios, sin respetar hospitales, escuelas, campos de refugiados ni instalaciones de Naciones Unidas y de la Media Luna Roja. Han obligado a más de un millón de personas a desplazarse y muchos de sus funcionarios, contando al primer ministro, han llamado a masacrar o expulsar de sus tierras a todos los gazatíes. En sólo 90 días Tel Aviv ya había asesinado a más periodistas y trabajadores de la ONU de los que han muerto en cualquier otro conflicto armado, incluidos los que duraron más de una década.
Pese a toda esta destrucción humana y material, el gobierno de Netanyahu no ha logrado lo que afirma buscar: el aniquilamiento de Hamás y la liberación de los rehenes capturados por dicho grupo armado el pasado 7 de octubre. La resistencia sigue activa ante el ejército más poderoso de Medio Oriente, mientras la práctica totalidad de los secuestrados que han regresado sanos y salvos lo hizo gracias a acuerdos promovidos por Hamás. En una exhibición elocuente de la manera en que operan las Fuerzas de Defensa de Israel, integrantes de este cuerpo persiguieron y asesinaron a tres rehenes que lograron huir de sus captores, al supuestamente confundirlos con una amenaza, pese a que ondeaban una bandera blanca.
Sobre el suelo de Gaza ya no queda un lugar donde esconderse y los 2 millones de habitantes del territorio palestino han sido llevados a la más lacerante miseria. Pese a ello, Hamas sigue combatiendo y no da señales de agotamiento en su determinación de plantar cara al Estado ocupante. Tel Aviv afirma que el grupo insurgente no dispone de más de 20 mil efectivos, pero ya ha matado, herido o provocado la desaparición de unas 100 mil personas (entre muertos y desaparecidos) y no puede presumir avances definitorios en combate. Estas realidades muestran que Israel simultáneamente miente sobre las capacidades de Hamas y que sus bombardeos son dirigidos de manera indiscriminada contra la población civil.
Para entender la capacidad de supervivencia de los insurgentes es necesario echar la mirada sobre la historia del colonialismo israelí sobre Palestina. Desde hace tres cuartos de siglo, Israel expulsó e impide el regreso de cientos de miles de palestinos y sus descendientes, mientras destruye de forma tan despiadada como sistemática las condiciones de vida de quienes permanecen en la franja de Gaza y en los menguantes territorios de Cisjordania.
Cada vez que la comunidad internacional ha ofrecido su mediación para alcanzar una salida pacífica y negociada, en línea con el mandato de la ONU, la ultraderecha israelí ha saboteado los acuerdos, incluso mediante el magnicidio de su único gobernante sensato, Yitzhak Rabin. Es inevitable pensar que, al acorralar a los palestinos, propinarles los tratos más degradantes, encarcelarlos arbitrariamente, imponerles castigos colectivos prohibidos por el derecho internacional, asesinarlos y deshumanizarlos de formas sólo vistas en los más atroces episodios de limpieza étnica, Israel los ha convencido de que la resistencia armada es la única vía para morir con dignidad.
Ante el manifiesto sadismo con que Tel Aviv maltrata al pueblo palestino, cabe concluir que éste ha sido llevado a un verdadero extremo de las fuerzas humanas y el instinto de supervivencia. Sólo ésta desesperada falta de alternativas puede explicar que Hamás permanezca activo, con respaldo social, consciente de que el invasor le reserva un final violento sin importar que se conduzca con sumisión. Es evidente que ninguna milicia y ningún pueblo mantendrían su lucha contra un ejército tan superior si tuvieran alguna alternativa disponible, y los sionistas deben abrir los ojos al hecho de que el único camino para vivir en paz es deponer sus afanes genocidas y reconocer el derecho de los palestinos a vivir dentro de su propio Estado y en todos los territorios que les pertenecen.
La Jornada, México.