Una platea fascista para ver la decadencia

POR ALEJANDRO MARCÓ DEL PONT

“La venta de órganos es un mercado más”.

– Javier Milei

Mientras que Hitler buscó romper el orden occidental y apostó por el dominio mundial, los nuevos autoritarios de Europa se conforman con ocupar un nicho dentro de la estructura del poder.

Corre el año de 1980, y los agentes del Mossad acaban de capturar a un prisionero inverosímil: Adolf Hitler. La línea temporal de la novela ‘El traslado de A.H. a San Cristóbal’, de George Steiner, relata que el exdictador huyó de Alemania después de 1945 a un escondite transatlántico. Al caer prisionero de un escuadrón de cazadores de nazis, el ahora anciano de 91 años pronuncia un discurso exculpatorio en el que reflexiona sobre el futuro de la humanidad. La obra plantea preguntas filosóficas sobre la culpabilidad, la redención y la naturaleza del mal, utilizando el ficticio traslado como marco para recapacitar sobre estos temas.

«Este es un mundo en el que han torturado a presos políticos, han despojado de la tierra a plantas y animales, han salido de un infierno que debería estar extinguido y está peor». Se podía agregar que han multiplicado las guerras con posterioridad a las bombas de Hiroshima y Nagasaki, han impulsado la pobreza y aumentado la desigualdad. Es un mundo más peligroso, injusto, cruel y más sombrío. En su discurso, el anciano homicida profetiza: «sin embargo, un día, mi especie regresará y sus crímenes serán iguales o superarán a los de estos otros».

Es difícil pasar por alto la resonancia contemporánea de Steiner. Cuatro décadas después de la publicación de su novela, la extrema derecha está de nuevo en marcha. Aunque es evidente que la tendencia es de alcance mundial, y se extiende desde Nueva Delhi hasta Washington, hay continentes que han experimentado una deriva sorprendentemente unificada hacia la extrema derecha: Europa, y en América, primero EE.UU., después Brasil, El Salvador y ahora Argentina. Los nuevos peligros de la extrema derecha ahora traen aparejado una Europa frágil al borde de la decadencia, perdiendo constantemente participación en la economía mundial, afrontando una guerra planeada en otro continente que atenta en su contra, desindustrializándola a pasos tan agigantados que el eje franco – alemán brilla por su ausencia.

Hace unos 47 de años, cuando Henry Kissinger era secretario de Estado de los EE.UU., preguntó en público ¿qué número tenía que marcar para llamar a Europa?, en alusión a la división entre sus países y la ausencia de política exterior comunitaria; ahora los números son todos del Departamento de Estado estadounidense. Anton Jäger, profesor de la Universidad de Oxford, escribe en el NYT que desde que se suscribió el Tratado de Maastricht en 1991, que congeló el bajo gasto público y la deflación, los políticos europeos se han visto cada vez más en deuda con los intereses empresariales a expensas de los ciudadanos, mientras que el auge de la extrema derecha en Europa tiene tiempo gestándose.

«Durante casi tres décadas, los partidos mayoritarios de todo el continente se mantuvieron en el poder, sin que una oposición seria les hiciera mella… Sin los contrapesos que antes equilibraban a las inestables sociedades europeas –como los poderosos partidos de izquierda y los sindicatos que fueron derrotados en las décadas de 1970 y 1980– los gobernantes europeos perdieron disciplina. Durante su mandato, la desigualdad aumentó, las economías fallaron y los servicios públicos empezaron a deteriorarse. En este lamentable contexto, la extrema derecha logró posicionarse poco a poco como el único desafío creíble al sistema. Tras acumular apoyos en los márgenes, ha llegado su hora».

Lo extraño, o tal vez no, son las diferencias entre la antigua extrema derecha y la actual. Hitler y Mussolini prometieron a sus élites nacionales el equivalente de los imperios coloniales que sus competidores franceses y británicos habían adquirido hacía tiempo, al igual que economías fuertes. La extrema derecha actual tiene una visión alternativa del mundo. En lugar de expandirse hacia el exterior y afianzar el desarrollo, su principal deseo es blindar a Europa ante su pérdida de competitividad e injerencia mundial y en América del Sur sólo ser un simple peón o una góndola de supermercado sin tener la mínima decisión.

«La estrategia internacional de la extrema derecha, empezando por la Unión Europea, se caracteriza por sus escasas ambiciones, incluso defendieron la salida de la Unión. Los políticos de extrema derecha siguen arremetiendo contra las leyes de migración, pero, por otro lado, la Unión Europea (UE) depende cada vez más de EEUU en términos geopolíticos y su industria está perdiendo terreno frente a China. Mientras que Hitler buscó romper el orden anglo-norteamericano y apostó por el dominio mundial, los nuevos autoritarios de Europa se conforman con ocupar un nicho dentro de la estructura existente del poder. El objetivo es adaptarse al declive, no revertirlo». Y en el caso de Argentina, ni siquiera eso.

Durante la mayor parte de las décadas de 1980 y 1990 fue Helmut Kohl, el canciller alemán a quien tenía que llamar Henry Kissinger. Y desde 2005 y hasta finales de 2021, fue a Angela Merkel. Alemania era tan grande, rica y, en general, tan importante, que nada sustancial sucedía en Europa a menos que su canciller así lo deseara, y lo que el canciller quería, normalmente lo obtenía. Hasta ahora. El semanario conservador The Economist se mofa de los teutones actuales, según ellos, una búsqueda en Google revela que el líder de Alemania es un hombre llamado Olaf Scholz, pero tiene una figura tan incolora e insípida que se te perdona no saberlo. Mientras la economía europea se estanca, la extrema derecha sube en las encuestas de opinión en casi todas partes.

Lo que el semanario inglés intenta delinear con sus burlas a la dirigencia alemana es que es muy difícil remolcar políticamente a una Unión en la cual la mayor locomotora, Alemania, y sus dirigentes, concluyen en un evento organizado por el portal de noticias estadounidense Bloomberg lo siguiente: «El Ministro de Economía [Robert Habeck] dice que Alemania ya no es competitiva, incluso desde el punto de vista fiscal. El Ministro de Finanzas Christian Lindner dice que Alemania se está empobreciendo porque no tenemos crecimiento, nos estamos quedando atrás». Si ellos reconocen que sería difícil evitar los efectos de un período prolongado de crecimiento bajo o nulo, es inconcebible que un gobierno no saque ninguna conclusión de este análisis.

La economía de la eurozona afronta el 2024 estancada y con la amenaza de una probable recesión, lastrada por el impacto de la inflación y las subidas de tipos de interés, donde el endeudamiento no ha dado los resultados esperados. La Comisión Europea planteó un panorama en sus últimas previsiones económicas, en las que empeoró sus cálculos sobre el PIB de la zona euro para 2024 en un 1,2 %, para después llevarlo a 0.8%, e incluso hasta 0.6 %. Y este principio de pendiente económica no ayuda a unas elecciones de junio, cuando 400 millones de personas en toda la Unión Europea podrán votar para enviar 720 representantes a Bruselas.

Si bien es un año electoral crucial, en el que los votantes de docenas de países -que representan la mitad de la población mundial- acudirán a las urnas, se espera que el gasto público aumente. En macroeconomía, este fenómeno se conoce como el de los «ciclos políticos presupuestarios»: los políticos en el poder quieren estimular la economía para mejorar sus posibilidades de ser reelegidos, por lo que aumentan el gasto público. El problema se agudiza ante la pregunta de si está Europa en recesión.

Ningún indicador es halagüeño. Las recientes tensiones geopolíticas y la segura carga de la guerra de Ucrania con precios de la energía que siguen manteniéndose elevados, así como una inflación controlada, aunque todavía muy por encima de los promedios móviles de cinco años, perjudica a los partidos gobernantes. Si bien se espera que el crecimiento económico europeo siga siendo mediocre este año, Europa también está lidiando con los efectos económicos adversos de la Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden, que utiliza incentivos fiscales para atraer a las empresas europeas. El posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 podría requerir un ajuste doloroso, y es alarmante que los líderes europeos no parezcan estar preparándose para tal escenario.

Se cree que en las elecciones al Parlamento Europeo de 2024 se producirá un importante giro hacia la derecha en muchos países. Es probable que los antieuropeos encabecen las encuestas en nueve estados miembros (Austria, Bélgica, Eslovaquia, Francia, Hungría, Italia, los Países Bajos, Polonia y la República Checa) y ocupen el segundo o tercer lugar en otros nueve países (Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumania, España y Suecia). Puede producirse «un brusco giro a la derecha» con consecuencias significativas para la política exterior de la UE.

Si bien el Parlamento no es la institución más importante de la UE en lo que respecta a política exterior, la forma en que los grupos políticos se alinean después de las elecciones y el impacto que estos tienen en los debates nacionales en los estados miembros tendrá implicaciones significativas para la capacidad de la Comisión Europea y del Consejo para tomar decisiones de política exterior.

El European Council on Foreign Relations hace una previsión para las elecciones al Parlamento Europeo de 2024 (aquí), donde se puede profundizar en la metodología y una explicación completa de este modelo con la proyección de escaños probables. Los resultados muestran que los dos principales grupos políticos del Parlamento -el Partido Popular Europeo (PPE) y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D)- probablemente seguirán perdiendo escaños; a pesar de esto, esperan que el PPE siga siendo el grupo más grande del Parlamento y, por lo tanto, conserve la mayor parte del poder para establecer la agenda, incluida la elección del próximo presidente de la comisión.

Pero el principal ganador de las elecciones será la derecha. El gran ganador será el grupo de derecha radical Identidad y Democracia (ID), que se espera que obtenga 40 escaños y, con casi 100 eurodiputados, emerja como el tercer grupo más grande en el nuevo Parlamento.

En un mundo que destruye «plantas y animales», como el Hitler de Steiner predijo, «el que ha salido del infierno» parece haber regresado. Sin embargo, dista de haber vuelto con la apariencia que esperábamos. La idea más nítida del desequilibrio y la sandez del modelo está en Argentina, que mira azorada la catarata de estupideces y pérdidas de legitimidad de un presidente cuyo fusible es él mismo.

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