Cómo la CIA desestabiliza el mundo

POR JEFFREY SACHS

De manera cínica y sin reato alguno el cuestionado Mike Pompeo dijo de su tiempo en la impresentable Agencia Central de Inteligencia ​ (CIA por sus siglas en inglés): «Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos, robamos, asesinamos. Teníamos cursos de formación completos».

La CIA tiene tres problemas fundamentales: sus objetivos, sus métodos y su falta de responsabilidad. Sus objetivos operativos son los que la CIA o el Presidente estadounidense definen como de interés para EEUU en un momento dado, independientemente del Derecho internacional o de las leyes estadounidenses. Sus métodos son secretos y engañosos. La ausencia de rendición de cuentas significa que la CIA y el Presidente dirigen la política exterior sin ningún escrutinio público. El Congreso es un felpudo, una comparsa.

Como un reciente director de la CIA, Mike Pompeo, dijo de su tiempo en la CIA: «Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos, robamos, asesinamos. Teníamos cursos de formación completos».

La CIA se creó en 1947 como sucesora de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS). La OSS había desempeñado dos funciones distintas durante la Segunda Guerra Mundial: inteligencia y subversión. La CIA asumió ambas funciones. Por un lado, la CIA tenía que proporcionar información al gobierno estadounidense. Por otro, la CIA tenía que subvertir al «enemigo», es decir, a quien el presidente o la CIA definieran como tal, utilizando una amplia gama de medidas: asesinatos, golpes de Estado, organización de disturbios, armamento de insurgentes y otros medios.

Este último papel resultó devastador para la estabilidad mundial y el Estado de Derecho estadounidense. Un papel que la CIA sigue desempeñando en la actualidad. De hecho, la CIA es un ejército secreto de EE.UU., capaz de sembrar el caos en todo el mundo sin rendir cuentas.

Cuando el presidente Dwight Eisenhower decidió que la estrella emergente de la política africana, el democráticamente elegido Patrice Lumumba de Zaire (actual República Democrática del Congo), era el «enemigo», la CIA conspiró en su asesinato en 1961, socavando así las esperanzas democráticas de África. No sería el último presidente africano abatido por la CIA (probablemente tampoco el primero).

En sus 77 años de historia, la CIA sólo ha tenido que rendir cuentas públicamente una vez, en 1975. En ese año, el senador de Idaho Frank Church dirigió una investigación del Senado que reveló el escandaloso desenfreno de la CIA en asesinatos, golpes de Estado, desestabilización, vigilancia, tortura y «experimentos» médicos al estilo Mengele.

La revelación del Comité Church sobre las escandalosas fechorías de la CIA fue recogida recientemente en un magnífico libro del periodista de investigación James Risen, The Last Honest Man: The CIA, the FBI, the Mafia, and the Kennedys-and One Senator’s Fight to Save Democracy (El último hombre honrado: la CIA, el FBI, la mafia y los Kennedy, y la lucha de un senador para salvar la democracia).

Ese único episodio de descuido se produjo debido a una rara confluencia de acontecimientos.

El año anterior al Comité Church, el escándalo Watergate había derrocado a Richard Nixon y debilitado a la Casa Blanca. Como sucesor de Nixon, Gerald Ford no había sido elegido, era un antiguo congresista y se mostraba reacio a oponerse a las prerrogativas de supervisión del Congreso. El escándalo Watergate, que había investigado el Comité Ervin del Senado, también había dado poder al Senado y demostrado el valor de la supervisión senatorial de los abusos de poder del ejecutivo. En particular, la CIA había sido dirigida recientemente por el Director William Colby, que quería limpiar las operaciones de la CIA. Además, el director del FBI, J. Edgar Hoover, autor de ilegalidades generalizadas también expuestas por la Comisión Church, había fallecido en 1972.

En diciembre de 1974, el periodista de investigación Seymour Hersh, entonces como ahora un gran reportero con fuentes dentro de la CIA, publicó un relato de las operaciones ilegales de inteligencia de la CIA contra el movimiento antibelicista estadounidense. El líder de la mayoría del Senado de la época, Mike Mansfield, un líder de carácter, nombró a Church para investigar a la CIA. El propio Church era un senador valiente, honesto, inteligente, independiente e intrépido, características de las que carece crónicamente la política estadounidense.

Ojalá las operaciones deshonestas de la CIA hubieran pasado a la historia como resultado de los crímenes expuestos por la Comisión Church, o al menos hubieran sometido a la CIA al imperio de la ley y a la responsabilidad pública. Pero no fue así. La CIA rió la última, o mejor dicho, hizo llorar al mundo, al mantener su papel preeminente en la política exterior estadounidense, incluida la subversión en el extranjero.

Desde 1975, la CIA ha llevado a cabo operaciones encubiertas para apoyar a los yihadistas islámicos en Afganistán, que destruyeron completamente Afganistán -y su gobierno progresista apoyado por la URSS- y dieron origen a Al-Qaeda. Muy probablemente, la CIA ha llevado a cabo operaciones encubiertas en los Balcanes contra Serbia, en el Cáucaso contra Rusia y en Asia Central contra China, todas ellas utilizando yihadistas respaldados por la CIA. Desde 2010, la CIA llevó a cabo operaciones mortíferas para derrocar a la Siria del presidente electo Bashir al-Assad, de nuevo con yihadistas islámicos. Durante al menos 20 años, la CIA ha estado profundamente implicada en el fomento de la creciente catástrofe en Ucrania, incluido el violento derrocamiento golpista del presidente Viktor Yanukóvich en febrero de 2014, que desencadenó la devastadora guerra en la que ahora está sumida Ucrania.

¿Qué sabemos de estas operaciones? Sólo la parte que los denunciantes, unos cuantos intrépidos reporteros de investigación, un puñado de valientes académicos y unos pocos gobiernos extranjeros estaban dispuestos o eran capaces de contarnos, sabiendo todos estos testigos potenciales que podían enfrentarse a un severo castigo por parte del gobierno estadounidense. La rendición de cuentas por parte del propio gobierno estadounidense fue escasa o nula, así como la supervisión o la restricción impuestas por el Congreso. En su lugar, el gobierno se ha vuelto cada vez más obsesivamente reservado, emprendiendo agresivas acciones legales contra la divulgación de información clasificada, incluso cuando, o especialmente cuando, esa información describe las propias acciones ilegales del gobierno.

De vez en cuando, un antiguo funcionario estadounidense se desahoga, como cuando Zbigniew Brzezinski reveló que había inducido a Jimmy Carter a dar instrucciones a la CIA para que entrenara a yihadistas islámicos con el fin de desestabilizar al gobierno de Afganistán, con el objetivo de obligar a la Unión Soviética a acudir en ayuda del gobierno de ese país.

En el caso de Siria, nos enteramos por artículos del New York Times en 2016 y 2017 de las operaciones subversivas de la CIA para desestabilizar Siria y derrocar al presidente Assad, por orden de Obama. He aquí un caso de una operación de la CIA terriblemente equivocada, en flagrante violación del derecho internacional, que condujo a 15 años de caos, una escalada de la guerra regional, cientos de miles de muertos y millones de desplazados, y sin embargo no ha habido ni un solo reconocimiento honesto de este desastre dirigido por la CIA por parte de la Casa Blanca o el Congreso.

En el caso de Ucrania, sabemos que EE.UU. desempeñó un importante papel encubierto en el violento golpe de Estado que derrocó a Yanukóvich y arrastró a Ucrania a una década de derramamiento de sangre, pero a día de hoy desconocemos los detalles. Rusia ofreció al mundo una ventana al golpe interceptando y luego publicando una llamada telefónica entre Victoria Nuland, entonces Vicesecretaria de Estado de EE.UU. (ahora Subsecretaria de Estado) y el Embajador de EE.UU. en Ucrania Geoffrey Pyatt (ahora Vicesecretario de Estado), en la que se esbozaba el gobierno posterior al golpe (famosa porque el embajador le advirtió a Nuland que la Unión Europea se podría quejar al ser dejada de lado, y Nuland respondió «Fuck the European Union» que le den por culo a la Unión Europea-). Tras el golpe, la CIA entrenó en secreto a las fuerzas de operaciones especiales del régimen posterior al golpe, cada vez más neonazi, que EE.UU. había ayudado a llevar al poder. El gobierno estadounidense guardó silencio sobre las operaciones encubiertas de la CIA en Ucrania.

Tenemos muy buenas razones para creer que fueron agentes de la CIA quienes destruyeron el gasoducto Nord Stream, como ha afirmado Seymour Hersh, que ahora es reportero independiente. A diferencia de lo que ocurría en 1975, cuando Hersh trabajaba para el New York Times y el diario todavía trataba de exigir responsabilidades al gobierno, el Times ni siquiera se digna a examinar el testimonio de Hersh.

Hacer que la CIA rinda cuentas públicamente es, obviamente, una lucha cuesta arriba. Los Presidentes y el Congreso ni siquiera lo intentan. Los principales medios de comunicación no investigan a la CIA y prefieren citar a «altos funcionarios anónimos» y el encubrimiento oficial. ¿Son los principales medios de comunicación perezosos, están sobornados, temen los ingresos publicitarios del complejo militar-industrial, están amenazados, son ignorantes, o todo lo anterior? Quién sabe.

Hay un pequeño rayo de esperanza. En 1975, la CIA estaba dirigida por un reformista. Hoy, la CIA está dirigida por William Burns, uno de los principales diplomáticos estadounidenses de larga trayectoria. Burns conoce la verdad sobre Ucrania, ya que fue embajador en Rusia en 2008 e informó a Washington del grave error que suponía impulsar la ampliación de la OTAN a Ucrania. Dada la talla de Burns y sus logros diplomáticos, tal vez él defendería la urgente necesidad de rendir cuentas.

El año que viene se cumple el 50 aniversario de las audiencias del Comité Church. Cincuenta años después, con el precedente, la inspiración y el liderazgo del propio Comité Church, es urgente que abramos las cortinas, revelemos la verdad sobre el caos dirigido por EE.UU. y demos paso a una nueva era en la que la política exterior estadounidense sea transparente, rinda cuentas, se someta al Estado de Derecho tanto a escala nacional como internacional y se oriente hacia la paz mundial en lugar de hacia la subversión de supuestos enemigos, al mantenimiento de la hegemonía imperial y a la imposición de un «mundo basado en reglas» (estadounidenses).

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