POR VÍCTOR IVÁN GUTIÉRREZ
Cuando se habla de neoliberalismo, generalmente se asume como un modelo de desarrollo, cuyas políticas económicas se caracterizan por privatizar empresas públicas, recortar la inversión del gasto público, contener el crecimiento de los salarios, desregular la economía financiera, fomentar el llamado libre comercio y otorgar mayor importancia a lo privado sobre lo público.
Pese a que, en términos generales, estas políticas económicas, en efecto, constituyan parte esencial de la agenda neoliberal, dicha definición es incapaz de ofrecer un panorama más profundo y completo. Lo primero que habría que comenzar a señalar es que, eso a lo que llamamos neoliberalismo, más que tratarse de un modelo económico (como si tratase de uno más de los múltiples existentes) es un conjunto de políticas económicas, políticas y sociales que esencialmente fueron diseñadas durante la década de los años 30 del siglo pasado y aplicadas a partir de la década de los 70 por una clase social que pretendía favorecer sus intereses, en detrimento del interés público, nacional y ecológico.
Esta distinción es muy importante, ya que permite ponerse a salvo de la tentación de omitir la relación entre capital y neoliberalismo, algo que generalmente hacen algunos economistas críticos del neoliberalismo, pero no del capitalismo, como Paul Krugman, Joseph Stiglitz y Thomas Piketty. Con base en lo anterior, conviene asumir al neoliberalismo como aquella categoría que refiere el actual patrón de acumulación hegemónica del capitalismo y, por tanto, su marco histórico cronológico, que en términos generales bien se puede trazar de finales de los años 70 del siglo XX a la actualidad.
Debe destacarse, además, que la hegemonía de la cual gozó este patrón de acumulación, sobre todo entre los años 80 y 90, en los últimos años se ha comenzado a erosionar. También es importante marcar distancia del relato que se asume sobre la llamada globalización como sinónimo de neoliberalismo. Este relato parte del presupuesto de que el orden mundial se encuentra en tensión, por una parte, entre las fuerzas que apelan a desterritorializar los procesos productivos y el comercio, y por otra, las fuerzas que plantean producir y comerciar desde el Estado nacional.
Si bien es cierto que, desde el punto de vista técnico, de unos años a la fecha el orden mundial ha transitado hacia el estatismo y la rehabilitación de la soberanía, esta dicotomía ignora que, pese a que algunos actores tengan posturas anti “globalistas”, como fue el caso de Donald Trump, en los hechos éste siguió aplicando y hasta profundizando el resto de las políticas neoliberales (extensión fiscal a multinacionales, recortes al gasto público, desregulación a los mercados bursátiles, etcétera).
Además, no se debe ignorar que el relato de la llamada globalización surgió en los centros de poder del capitalismo mundial, con el fin de ocultar los efectos perniciosos de los procesos de desterritorialización, mundialización de la producción y liberación del comercio, fenómenos que, dicho sea de paso, son inexorables al sistema mundo capitalista, prácticamente desde su génesis en el siglo XVI. Por lo tanto, conviene pensar en los fenómenos globales del capitalismo neoliberal desde categorías clásicas como imperialismo, división internacional del trabajo y países centrales versus países periféricos.
En otros términos, cuando hablamos de neoliberalismo, de igual manera nos estamos refiriendo a un programa intelectual e ideológico que concibe al ser humano, la riqueza y el medio ambiente de forma diferente a como se concebía en otros momentos de la historia del capitalismo mundial.
Por ejemplo, en los “30 años gloriosos” del capitalismo (1945-1975), tanto en países centrales como en los periféricos, se reconocía la asimetría entre el capital y el trabajo; de ahí, que muchos de estos estados consideraban estratégicos los intereses de las clases trabajadoras dando como resultado que promovieran los aumentos salariales, la seguridad sanitaria, la vivienda, las pensiones, las vacaciones y la movilidad social.
Sin embargo, con el ascenso del neoliberalismo, los gobiernos diseñaron políticas públicas, inspirados en abstracciones gerenciales, como la calidad y la competitividad, al tiempo en que contribuyeron en construir una subjetividad preocupada en alcanzar a toda costa el “éxito”, el reconocimiento y la acumulación económica.
La Jornada, México.