Relaciones peligrosas: los pecados de Israel en América Latina

POR LAUTARO RIVARA /

Un repaso de las relaciones históricas entre Israel y la región, marcadas por un militarismo for export relacionado al apoyo a golpes, la venta de armas, la instrucción de paramilitares y la construcción de muros fronterizos.

Quizás sorprenda el hecho de que varios gobiernos latinoamericanos hayan tenido una respuesta más rápida y una posición más enérgica frente al genocidio israelí en Gaza que la que sostuvieron desde un comienzo varios Estados árabes, o incluso la mayoría de los países europeos.

Esto se debe a que el conflicto interminable, la militarización de territorios y poblaciones enteras, e incluso las tentativas de limpieza étnica, no son hechos ajenos a la memoria histórica reciente de América Latina y el Caribe. De hecho, el Estado de Israel ha cumplido un rol particular en este drama, a través de un militarismo for export que, desde mediados de la década del 70, le llevó a sostener relaciones inconfesables con la región; relaciones que en algunos casos se prolongan hasta el día de hoy.

Apoyar golpes

Esta relación non sancta se forjó en un contexto específico: durante la vigencia del Plan Cóndor, un plan contrainsurgente desplegado entre mediados de la década del 70 y comienzos de los años 90, destinado a cortar en seco el ciclo de radicalización política que atravesaba la región desde el triunfo de la Revolución Cubana. Este plan produjo más de 400 mil víctimas entre asesinados, desaparecidos, torturados y encarcelados, e implicó la articulación de gobiernos militares, fuerzas armadas, policías, servicios de inteligencia y grupos paramilitares, coordinados por la CIA y estrechamente vinculados al Departamento de Estado de los Estados Unidos.

En ese entonces Israel, vencedor reciente de la guerra de Yom Kipur, comenzaba a proyectar globalmente su poderoso complejo armamentístico. Así, este entramado de capitales público-privados encontró en las dictaduras del Cono Sur primero, y de Centroamérica después, un inestimable socio comercial, sobre todo cuando determinadas administraciones norteamericanas, condicionadas por la opinión pública local, tuvieron que tomar distancia, impulsar embargos e incluso romper relaciones públicas con ciertos gobiernos de facto. Esto permitió a Israel fortalecer su complejo militar, financiar la importación de materias primas y sumar aliados extrarregionales, rompiendo con su aislamiento relativo.

Así, desde la década del 70, Israel cultivó excelentes relaciones comerciales y diplomáticas con numerosas dictaduras como las de Chile, Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela, Guatemala, Nicaragua y El Salvador. En algunos casos el respaldo político fue muy explícito, como en la gira realizada por los generales Mordechai Gur y Haim Laskov a la Argentina y Chile, que en 1972 fueron recibidos con honores, negando que ambos regímenes estuvieran violando sistemáticamente los derechos humanos.

Vender armas

Diferentes clasificaciones sitúan a Israel entre el octavo y el décimo lugar como exportador global de armas (aunque se vuelve el primero si comparamos lo exportado con su población y su PBI). Aquí operan gigantes como Elbit Systems, Israel Aerospace Industries (IAI) y Rafael Advanced Defense Systems, junto a toda una red de subsidiarias públicas y privadas, muchas de ellas fundadas y dirigidas por exagentes del Mossad o de las Fuerzas Armadas.

Este entramado permitió que el país se convirtiera en el principal vendedor de armas al gobierno de Augusto Pinochet, como figura en los cables desclasificados de la Embajada de Estados Unidos en Chile. Y también al de Efraín Ríos Montt en Guatemala, según consta en declaraciones del jefe de las Fuerzas Armadas, Héctor Mario López Fuentes. Singular fue el caso de Argentina; Israel vendió aviones y equipamiento a la junta militar que se utilizaron para combatir en la Guerra de Malvinas, contra una Gran Bretaña que también fue pertrechada con armas y tecnología israelí.

En lo que va de este siglo, fue clave la firma de acuerdos de libre comercio con la región: con México en el año 1999, con el MERCOSUR en 2007, con Colombia en 2017 y con Panamá en 2018. En general, estos acuerdos derivaron en una balanza comercial deficitaria para América Latina, dado que la región exporta materias primas e importa manufacturas (en donde los rubros de armamento y ciberseguridad ocupan un lugar nada despreciable).

El fascista exmandatario de Brasil, Jair Bolsonaro con el cuestionado primer miistro israelí, Benjamin Netanyahu.

Otra forma de promoción habitual es la participación del lobby israelí en diferentes ferias regionales de seguridad y defensa. Recientemente, la nutrida comunidad palestina de Chile logró cancelar su invitación a la FIDAE 2024. En estos eventos, es normal que el armamento y la tecnología israelí se promocione con el rótulo de “probado en terreno”, dado que su superioridad técnica deriva de su aplicación continuada contra un enemigo a la vez interno y externo.

Formar paramilitares

Colombia y los territorios de la Palestina histórica comparten una característica singular: ambos sufren, junto a Myanmar, los conflictos militares más antiguos aún vigentes. Por eso, no es casual que el reverso más oscuro de esta trama esté en la conexión colombo-israelí. La relación de Israel con las dictaduras del Plan Cóndor no se limitó sólo al respaldo político o la venta de armas, sino que incluyó también la formación de militares y paramilitares en tácticas contrainsurgentes, refinadas a lo largo de años de ocupación territorial y control de la población palestina.

Pero este tipo de colaboración alcanzó su grado máximo en Colombia a partir de los años 80, amparado en paradigmas como el de la “guerra contra las drogas”, tal como se desprende de la investigación de Raúl Zelik, uno de los mayores especialistas en paramilitarismo. Así, el caso más emblemático fue el de Yair Klein, un exmilitar y mercenario israelí que reconoció haber entrenado a grupos paramilitares en el Magdalena Medio en 1987, con conocimiento de los Ministerios de Defensa de Israel y Colombia.

El veterano Klein asesoró personalmente a Carlos Castaño, fundador de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), la más temible organización paramilitar del país. Este último narró en su autobiografía que, a la edad de 18 años, participó de un curso anual de contrainsurgencia en Israel. A partir de entonces se convertiría en un verdadero devoto de las políticas sionistas, que se encargó de exaltar en múltiples oportunidades.

El mercenario israelí Yair Klein, quien entrenó en Colombia a bandas paramilitares que asolaron varias regiones del país con destrucción y muerte.

Pero el de Klein no fue un caso aislado. También fueron identificados otros mercenarios como Tzedaka Abraham y Melnik Ferri, amén de algunos británicos. Éstos no sólo formaron a paramilitares, sino también a narcotraficantes a las órdenes de Pablo Escobar, a través de cursos que fueron financiados por ganaderos locales. Según las declaraciones de Klein en el año 2011, uno de estos ganaderos habría sido ni más ni menos que el ex presidente Álvaro Uribe.

Construir muros

El último pecado regional se vincula a otra especialidad del Estado de Israel: la construcción de muros, el control de poblaciones y la seguridad fronteriza. Estas competencias resultan atractivas para las élites del hemisferio, que buscan controlar los flujos migratorios desde y hacia sus respectivos países.

Esta es quizás la intervención menos conocida del militarismo israelí en la región. Su primera experiencia local en este rubro se dio en 2017, cuando IAI cerró un acuerdo con el Departamento de Seguridad de los Estados Unidos para construir un prototipo del muro que divide a la extensa frontera con México (y, por extensión, con toda América Latina). Pero como además de construir muros también hay que vigilarlos, Israel abastece de drones a su principal aliado, al menos desde que George W. Bush impulsó la Ley de Frontera Segura.

Los capitales israelíes volvieron a aparecer en un escenario tan inesperado como la isla que comparten Haití y República Dominicana. El gobierno dominicano de Luis Abinader anunció en febrero de 2021 la construcción de un muro fronterizo con su vecino isleño, con el objetivo apenas velado de contener la migración haitiana. Rápidamente, y tal como fue confirmado por el embajador israelí en Santo Domingo, su país se presentó a la licitación, proponiendo la construcción de un “muro inteligente” que incluyera sensores de movimiento, sistemas infrarrojos, cámaras de reconocimiento facial, torres de vigilancia y drones: un sistema que recuerda demasiado a los check point de la Palestina ocupada. Pese a la inauguración simbólica de un breve tramo del muro al norte del país, de momento el proyecto parece haber caído en desgracia.

En síntesis, si bien la presencia de importantes comunidades judías o palestinas en diferentes países de la región juega un rol importante a la hora de definir las posiciones adoptadas por uno u otro gobierno, no resulta menos determinante la afinidad manifiesta entre el gobierno de Israel y las figuras más conservadoras del continente. Como dijo Modi Ephraim, responsable para América Latina de la Cancillería israelí, las relaciones entre su país y la región se afianzaron con “la llegada de gobiernos amistosos y la casi desaparición de gobiernos populistas”.

Sin embargo, la reciente cumbre de CELAC mostró una imagen muy distinta a la de 2017, cuando Benjamín Netanyahu visitó la región en plena ofensiva conservadora. Ahora, el más representativo organismo de integración regional ratificó a América Latina como una zona de paz, y suscribió de manera mayoritaria un documento especial que exige el cese al fuego inmediato en Gaza; quizás recordando el historial israelí en la región y ponderando su persistente exportación de violencia y militarismo.

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