La CIA, principal herramienta del «Estado profundo» estadounidense

POR VALDIR DA SILVA BEZERRA /

Hace tiempo que los estadounidenses entregaron el destino de su nación a hombres no elegidos. Se trata de espías y tecnócratas que ejercen un poder incalculable en la política exterior e interior de Estados Unidos. Se trata de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).

Fundada originalmente en 1947 bajo los auspicios del entonces presidente de EEUU, Harry Truman, la CIA comenzó su historia como una agencia de inteligencia independiente dentro del Poder Ejecutivo estadounidense.

Concebida para desempeñar funciones como la recolección, evaluación y difusión de información que afectaba a la seguridad nacional de Estados Unidos, la CIA no tardó en dotarse de poderes cada vez más extraordinarios, utilizados tanto para el espionaje masivo como para operaciones insidiosas en el extranjero.

Illustración: Kotryna Zukauskaite

El hecho es que la CIA nunca se ha abstenido de justificar el excesivo —y arbitrario— secretismo que rodea sus acciones para proteger información que pudiera comprometer a la organización. Esto solo ha sido posible debido a los sucesivos fracasos del Congreso estadounidense, que nunca ha conseguido ejercer una vigilancia adecuada o mínimamente satisfactoria sobre la agencia de inteligencia. Como resultado, los oscuros secretos de la CIA rara vez se han hecho públicos, ni por parte de antiguos operativos ni por los medios de comunicación.

Sin embargo, cuando un escándalo escapó al control de la organización, reveló casos de implicación de la CIA en complots de asesinato contra líderes políticos (por ejemplo, contra el expresidente de Cuba, Raúl Castro), en el extranjero, apoyo activo y logístico a varios golpes de Estado internacionales y vínculos preferentes con la élite financiera estadounidense.

Es más, como reveló más tarde Edward Snowden, antiguo empleado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés), la CIA vigilaba de cerca una lista increíblemente abarcante de ciudadanos de EE.UU., especialmente en el entorno virtual, e incluso era capaz de deducir sus pensamientos y su grado de peligrosidad para el «sistema».

Por ello, los agentes de la CIA y la NSA recibieron instrucciones de actuar preventivamente contra cualquier individuo que pudiera perjudicar a la organización y sus intereses.

Sin embargo, esta no es ni mucho menos la única —ni la más grave— de las prácticas reprochables llevadas a cabo por la CIA a lo largo de su historia. Otras investigaciones del Congreso estadounidense han revelado que la agencia ha trabajado, por ejemplo, en experimentos de control mental con drogas psicotrópicas, como el LSD, así como en operaciones de infiltración en la prensa con periodistas «seleccionados».

Hay indicios de que cientos de periodistas —desde los años 50 hasta la actualidad— han sido reclutados por la CIA en el marco de la Operación Mockingbird, con el objetivo de controlar la redacción de los principales periódicos de Estados Unidos.

Se trata en sí mismo de un esfuerzo que dice mucho de la naturaleza insidiosa de la CIA, una institución que ha ido ganando cada vez más poder y financiación con el paso del tiempo. Pronto queda claro que un selecto grupo de funcionarios no elegidos goza de inmensos privilegios, recibiendo carta blanca del Gobierno de EE.UU. para poner en marcha programas desconocidos para el gran público.

La CIA hace todo esto en el más profundo secreto, exenta de toda responsabilidad directa, en parte porque el propio Congreso estadounidense le proporciona las condiciones para hacerlo. Por lo tanto, hoy en día no existe ninguna fuerza política capaz de desafiar el poder de la CIA, ni en el poder ejecutivo, ni en el legislativo, ni en el judicial. A esto se añade la percepción por parte de algunos operativos de la agencia de que en realidad están «haciendo lo correcto» para la nación, sirviendo y protegiendo —a su manera— los intereses de Estados Unidos en el mundo.

No cabe duda de que muchos dentro de la CIA creen incluso que sus acciones desestabilizadoras e ilegítimas son justificables a la luz de un «bien mayor», que se reduce cínicamente a su perpetuación burocrática en el corazón del aparato estatal estadounidense. Con ello, la CIA representa uno de los tentáculos más arraigados e ingeniosos del llamado «Estado profundo» estadounidense, capaz de influir en el curso de su política interior y exterior sin consideración alguna por las víctimas de sus acciones.

Al final, tenemos una situación en la que la CIA acaba controlando la Casa Blanca, y no al revés. Por otra parte, cada vez que milagrosamente sale a la luz una nueva filtración sobre las actividades secretas de la agencia, los estadounidenses de a pie se convierten en testigos de auténticas barbaridades cometidas en nombre de la seguridad de Estados Unidos.

La criminal CIA vista por Oswaldo Guayasamín.

En general, este es un breve resumen de la realidad de la democracia estadounidense, una democracia formada por agencias secretas que, al actuar en la sombra, dan rienda suelta a los peores impulsos de la naturaleza humana, fácilmente corrompible por el poder, el estatus y el dinero. Así que tengamos en cuenta una cosa: el destino de la política exterior estadounidense no depende únicamente de quién sea elegido próximo presidente del país en las elecciones de este noviembre.

Al fin y al cabo, parte de ese destino está en manos de agencias como la CIA, cuyo principio rector es la propia supervivencia. Así es como ha patrocinado y participado en golpes de Estado en América Latina, Oriente Medio, África y Europa del Este durante las últimas décadas. Y es que la paz, en definitiva, no interesa a la CIA.

Su interés es actuar sin restricciones y en secreto, produciendo nuevas amenazas artificiales para los responsables políticos de Washington y manteniendo a la opinión pública estadounidense cada vez más ajena a sus actividades. Se trata de un grupo de espías profesionales y burócratas sin escrúpulos que utilizan el discurso de la protección de la seguridad de EE.UU. para instigar el caos en todo el mundo, haciéndolo inseguro y atentando contra la libertad de personas y naciones enteras.

En definitiva, hablar de la CIA es hablar de la principal herramienta del llamado «Estado profundo» estadounidense, por lo que albergar esperanzas sobre un posible cambio en la política de Washington es tan ingenuo como infructuoso.

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