El fin de la Guerra Fría y la decadencia de Occidente

POR GILBERTO LOPES /

INTRODUCCIÓN

Quizás David Miliband, secretario de Estado del Reino Unido entre 2007 y 2010, lo describió con particular sensibilidad: la brecha entre Occidente y el resto del mundo es resultado de la rabia provocada por la forma como manejaron el proceso de globalización desde el final de la Guerra Fría. Lo escribió en un artículo publicado en la revista Foreign Affairs, en la edición de mayo/junio del año pasado.

Sobre el fin de la Guerra Fría y el surgimiento del neoliberalismo escribió Fritz Bartel (*), profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Texas, un notable libro, basado en cuidadosa investigación y un original marco interpretativo, que acude a los cambios económicos ocurridos en los años 70s y 80s del siglo pasado para explicar ambos fenómenos.

A dos aspectos hace referencia especial: a la abundancia de capital disponible en el mundo, consecuencia del extraordinario aumento de precio del petróleo después de la guerra de Yom Kippur, en octubre de 1973, y el cambio en la política económica de Estados Unidos, cuando Jimmy Carter puso al frente de la Reserva Federal a Paul Volcker, poco antes de las elecciones de 1980, con la misión de combatir la inflación. Su restrictiva política monetaria elevó los intereses a cifras inimaginables, provocando la más grave depresión de posguerra y el desempleo de millones de personas. Pero creó las condiciones para que el capital se sintiera atraído por los altos rendimientos pagados por Estados Unidos y paulatinamente abandonara las economías del este europeo.

Su libro se dedica a mostrar, con particular detalle, como ambas medidas crearon las condiciones para que la crisis hiciera inviable la supervivencia de las economías del mundo socialista europeo, mientras creaban las condiciones para imponer en todo el mundo las drásticas exigencias de reformas neoliberales, de recortes de gastos y privatizaciones. Paulatinamente, los Estados occidentales fueron abandonando su compromiso de proteger los intereses de los trabajadores para proteger los del capital.

Al concluir su libro nos señala que el neoliberalismo –la ideología gobernante del capital– se impuso al final del siglo XX porque la dependencia de los Estados-naciones del capital financiero para satisfacer sus compromisos sociales no paró de crecer.

Bartel analiza por qué Estados Unidos e Inglaterra –Reagan y Thatcher– pudieron imponer sus políticas conservadoras, pudieron proteger los intereses del capital sobre los intereses del trabajo, mientras en los países socialistas todo intento de reformar la economía, manteniendo el régimen político, fracasaron. Bartel atribuye a las características del capitalismo democrático (superiores a las del socialismo estatal) los mayores méritos en este “éxito”.

Desde mi punto de vista, su propio libro aporta razones distintas. Nos muestra la enorme disparidad de recursos entre el capitalismo occidental y el socialismo del este europeo. Más que los sistemas políticos, fueron el apoyo del capital, los inmensos recursos puestos a disposición de Washington y Londres, el secreto de ese triunfo.

El mundo de posguerra, organizado según el poder militar desarrollado por cada potencia durante la guerra, dividió Europa en dos grandes bloques, que parecían igualmente poderosos. Pero ocultó la debilidad de la economía de Europa del este, que el libro de Bartel desnuda.

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