CON INFORMACIÓN DE LA JORNADA /
En las elecciones al Parlamento Europeo realizadas el pasado domingo 9 de junio, las formaciones de derecha y de ultraderecha ratificaron su marcha ascendente en el Viejo Continente, en tanto que los partidos socialdemócratas, verdes y de izquierda sufrieron un marcado retroceso.
No es que en Europa el fascismo esté entrando por la puerta, es que está ya dentro y se expande por todos los rincones de la sala.
Los resultados de estos comicios europeos no son más que el reflejo del avance de la ultraderecha. Sus formaciones han arrasado en países como Francia, Austria y Países Bajos, y han llegado a consolidarse como la segunda fuerza más votada en Alemania.
Se trata de la legitimación de los discursos ultraderechistas en todas partes del mundo y la Unión Europea (UE) se ha convertido en una pieza más en el puzle del odio, el racismo, el fascismo, la homofobia, el olvido…
Las consecuencias ya están sobre la mesa: el Primer ministro belga ha renunciado a su cargo tras el varapalo electoral y en Francia, el presidente Emmanuel Macron ha convocado elecciones legislativas al constatar el avance de la neofascista Marine Le Pen.
En España, la formación neofranquista Vox se convierte en la tercera fuerza más votada con seis representantes en Bruselas y el partido liderado por Alvise Pérez, un ultra condenado por difundir bulos en redes sociales, obtiene tres asientos en el Parlamento Europeo y, con ello, un gran altavoz al servicio de la desinformación y la intoxicación.
Así queda el mapa político en la Eurocámara
Este fenómeno político fue particularmente acentuado en Francia, donde cerca de 40 por ciento de los electores se inclinaron por la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional (RN), que encabeza Marine Le Pen; ello llevó al presidente Macron a disolver la Asamblea Nacional (Parlamento) y a convocar a comicios anticipados. En Bélgica, donde coincidieron las elecciones federales, regionales y europeas, el partido del primer ministro Alexander de Croo, Open Vld, sufrió un grave revés, lo que llevó al gobernante a anunciar su dimisión. El Partido Socialdemócrata del canciller alemán, Olaf Scholz, cosechó el peor resultado desde que se celebran elecciones europeas, en tanto que conservadores y neonazis obtuvieron el primer y segundo lugares. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cuyo partido, Hermanos de Italia, tiene antecedentes fascistas, consolidó su fuerza, en tanto que en España el neofranquista Vox duplicó su votación anterior.
Este alarmante panorama, en el que se ve debilitado el bloque centrista que aún domina la Eurocámara, puede entenderse como un desencanto perdurable de los electorados ante los partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha, los cuales han sido incapaces de deslindarse de las tendencias neoliberales que han arrasado conquistas laborales, derechos adquiridos y sistemas públicos de salud y educación, pero también como consecuencia de los acercamientos de las formaciones de centro a los extremismos de ultraderecha que propugnan la xenofobia, la desintegración de la Unión Europea y los valores reaccionarios en general.
Desde otra perspectiva, es insoslayable la crisis de las organizaciones políticas y sociales de izquierda, las cuales han ido perdiendo terreno en forma sostenida, tanto en los comicios nacionales como en los continentales, y no han logrado exponer a sus respectivas ciudadanías proyectos claros y coherentes para superar los desastres sociales generados por la destrucción de los estados de bienestar que se construyeron en Europa en la segunda mitad del siglo pasado.
Con los telones de fondo de la guerra en Ucrania, el genocidio en curso de la población de Gaza por el régimen israelí, la confrontación económica y geoestratégica entre Pekín y Washington y la sombría posibilidad de un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el avance de las derechas y ultraderechas en el Parlamento Europeo y en las instituciones nacionales de los países que lo integran, es una pésima noticia.
Ese contexto internacional requeriría de una Europa capaz de actuar con equidistancia en las grandes pugnas planetarias y de introducir factores de estabilidad y sensatez en el incierto panorama mundial. Lamentablemente, los comicios de ayer alejan esa perspectiva, colocan al Viejo Continente en la vía de la desintegración y prefiguran una regresión política, social y económica que hasta hace unos años habría parecido inimaginable.