El fascismo de ayer y de hoy

POR JUAN DIEGO GARCÍA

Si se entiende el fascismo como la negación extrema de los principios básicos del pensamiento liberal, o sea, de la democracia burguesa, aquello que ahora se denomina extrema derecha o directamente fascismo bien se puede asumir como la versión moderna del fascismo; éste en realidad nunca desapareció y en la actualidad tan solo renace con formas nuevas pero conservando los fundamentos de antaño. Basta con repasar los discursos de esa extrema derecha en los países metropolitanos o aquellos de la burguesía criolla en la periferia para constatar cómo se mantienen principios básicos como la idea de la raza superior que en tantas maneras no era un descubrimiento de Hitler sino que estaba ya de forma muy clara en toda la justificación ideológica del colonialismo. Valga como ejemplo el sionismo que eleva esos principios al lema central de su discurso para justificar el exterminio de los palestinos (esa «raza inferior» que ahora denominan como «animales» y recuerda un discurso semejante del colonialismo clásico que catalogaba a los habitantes originarios de un territorio como seres a someter a las formas más diversas de esclavitud cuando no a su exterminio).

Si las potencias coloniales tradicionales justificaban sus políticas como una suerte de avance inevitable y positivo de la civilización, el sionismo hace lo propio alegando que son «el pueblo escogido por Dios». ¿No resultan ellos en consecuencia un pueblo esencialmente diferente y mejor que los demás? Hay que recordar sin embargo que, hoy como ayer, tales argumentos solo corresponden al sionismo pues hay por fortuna otros judíos que lejos de compartir tales ideas religiosas señalan las virtudes de su pueblo al tiempo que no olvidan sus defectos: tal como hace cualquier persona racional.

En Occidente, el discurso fascista, aunque ya no es el de la forma tradicional si mantiene su esencia: Occidente es la civilización mientras el resto del planeta es más o menos la barbarie, que bien haría en recibir con los brazos abiertos a las multinacionales y, de ser necesario, a las tropas invasoras que solo traen el bien al tiempo que nos previenen de los nuevos peligros tales como China, Rusia y otros países que no se someten a los designios de las potencias tradicionales.

El fascismo actual también comparte con las formas clásicas la idea (muy ligada a la anterior) del llamado «espacio vital», una de los principales argumentos con los que Hitler intentaba justificar la expansión territorial de Alemania, primero sobre una parte de la antigua Checoslovaquia, y luego sobre Polonia, antes de proceder a la invasión masiva a la URSS, que igualmente buscaba asegurar ese «espacio vital» a la «raza superior». No sobra leer ‘Mi Lucha’, de Hitler, pues resulta muy instructivo porque resume muy bien los principales argumentos del gobierno nazi y es igualmente instructivo ver cómo el discurso del Führer resulta tan semejante al de Netanyahu cuando justifica el racismo sionista.

También es útil revisar la propuesta económica del fascismo actual que en las cuestiones esenciales defiende los principios más duros del modelo neoliberal y los lleva inclusive a formas extremas (la llamada «libertad» que en lo económico no es otra cosa que la total hegemonía del capital y la reducción a casi nada de los derechos del mundo del trabajo). No por azar al gran capital no le molesta el discurso de la ultraderecha y mantiene y financia discretamente al nuevo fascismo en prevención de su necesidad si una crisis aguda pusiese en riesgo al sistema mismo.

¿Acaso no fue el fascismo clásico el as en la manga del capital, allí donde la situación se tornó problemática? ¿Acaso las duras formas de la dominación extrema y criminal del capital en la periferia, es decir, el sistema -el fascismo criollo- no ha sido la estrategia principal -y casi permanente- para asegurar la permanencia del capitalismo?

El nuevo fascismo no es entonces diferente en lo esencial al fascismo tradicional. Tan solo cambian algunas formas y el contenido de las propuestas. Por ejemplo, antes los objetivos a exterminar eran la comunidad judía, la comunidad gitana o los considerados igualmente como inferiores, como los negros y los indios o las personas con minusvalía o exterminar a quienes practicaban ideologías peligrosas para la civilización (en su concepto, se entiende) tales como comunistas, socialistas y hasta liberales que mantenían como propias y necesarias los principios clásicos del humanismo.

Aunque no se dice abiertamente todo este discurso racista y xenófobo está implícito en las propuestas de la actual extrema derecha que en tantos aspectos comparte la llamada «derecha moderada» o de «centro». Por fortuna la crisis profunda no ha llegado aunque si hay varios elementos de la economía que permiten aventurar que se está a las puertas de otra, similar a aquella que colapsó el capitalismo de antes y llevó al fascismo tradicional. A ello se agrega el desgaste profundo de las instituciones políticas que deja un amplio espacio a los discursos catastrofistas y al papel decisivo de verdaderos payasos o locos que asumen la dirección de los gobiernos.

Y como ambiente general, se registra igualmente un ambiente se zozobra, de incertidumbre de pesimismo muy amplio ante la disolución de elementos fundamentales para la vida de las personas (empleo, vivienda, salud, educación, apoyos social, etc.). O sea, un panorama de futuro que nada positivo promete. Y esa si es una condición para que avancen los discursos del fascismo si es que el gran capital no encuentra fórmulas para volver a alguna forma de Estado del bienestar, o al menos, para impulsar un neoliberalismo muy reformado, muy disminuido.