RESUMEN AGENCIAS /
Encabezados por la vicepresidenta estadunidense, Kamala Harris, decenas de funcionarios de países que apoyan a Ucrania –sea con asistencia militar, en el frente diplomático o de ambas formas– se reunieron entre el 15 y 16 de junio, con el presidente de ese país, Volodymir Zelensky, en Obbürgen, cerca de la ciudad suiza de Lucerna, en el complejo turístico de Burgenstock, a los pies de los Alpes, con el supuesto propósito de conseguir “una paz justa y duradera” en la confrontación ruso-ucrania.
Las destacadas ausencias a esta cumbre, así como las declaraciones de los mandatarios de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva y de Colombia, Gustavo Petro, dejando en claro que dicha reunión fue para organizar la continuidad de la guerra, revelan que el intento de engaño no funcionó.
Dentro de ese contexto, tres naciones latinoamericanas como, Brasil, Colombia y México, así como otros Estados como Arabia Saudita, Armenia, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, India, Indonesia, Libia, Sudáfrica, Tailandia y el Vaticano se negaron a firmar la declaración final de la cumbre en Suiza sobre Ucrania.
Según los organizadores, de las 92 naciones presentes, solo 79 apoyaron el documento final, y se sumó a ellos también la propia Suiza.
Si bien Suiza no invitó a Rusia, Moscú informó que no participaría en ningún caso. Según el Kremlin, es absolutamente ilógico e inútil buscar opciones para resolver el conflicto ucraniano sin la participación de Rusia.
Esta cumbre solo fue una farsa en torno a la paz habida cuenta que no tuvo absolutamente ningún sentido sostener que se está trabajando para el final de una guerra entre dos países cuando uno de los dos —en este caso, Rusia— no estuvo presente en la reunión.
Además, una de las potencias mundiales fundamentales para poder establecer los mimbres de un acuerdo, como es China, declinó también asistir. La mayoría de los países asiáticos no enviaron representación, tampoco muchos de los países del Sur Global y varios de los Estados que asistieron lo hicieron con una representación de segundo nivel.
Era evidente que la propuesta de armisticio comunicada por Vladimir Putin poco antes del comienzo de la cumbre suiza —la retirada definitiva de las tropas ucranianas de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia y el compromiso explícito de Ucrania de no ingresar en la OTAN— constituye una propuesta de máximos que La OTAN no está dispuesto a aceptar. Pero, al mismo tiempo, no había ninguna necesidad de intentar engañar al conjunto de la opinión pública presentando una reunión de aliados de Kiev como si fuera una «conferencia de paz».
Tras la realización de esta cumbre quedó en claro que Estados Unidos y los países aliados de la OTAN quieren seguir apostando por una escalada bélica, la muerte de más y más ciudadanos ucranianos y rusos, la destrucción de importantes infraestructuras, la disrupción de las cadenas de suministro, el aumento del precio de los alimentos y la energía en Europa y, lo que es todavía más grave, la posibilidad de una guerra abierta entre potencias nucleares si se siguen cruzando líneas rojas como propone abiertamente, por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron.
A todas luces, la actitud de Occidente que lidera Washington y su brazo armado la OTAN, es irresponsable, muy peligrosa y es quizás una trayectoria suicida para los intereses europeos.
Se podría sintetizar que la reunión en Suiza no fue otra cosa que la continuación de la reunión del G7, en la cual prácticamente los mismos protagonistas decidieron utilizar los activos rusos congelados por la Unión Europea para entregar a Ucrania un préstamo de 46.000 millones de euros que pueda permitir la continuación del esfuerzo bélico por parte del gobierno de Volodímir Zelenski, entonces no hacía falta celebrar esta reunión disfrazada de ‘espíritu de paz’. Perfectamente hubiera podido realizarse en la sede de la OTAN en Bruselas y haberla descrito como lo que realmente es: una conferencia para seguir alimentando la guerra.
Mientras Kiev y Moscú no estén dispuestos a comenzar una negociación que permita parar la guerra, el resto de países no deberían prestarse al inmoral y patético teatro que representa decir que se está trabajando para la paz cuando se está haciendo todo lo contrario.
A estas alturas resultan meridianamente claros dos asuntos: que lo que se dirime en el territorio ucranio es en realidad una guerra de la OTAN contra Rusia y que las partes involucradas no tienen disposición a negociar el fin del conflicto; al menos, no por ahora.
En tales circunstancias, una gestión de paz viable tendría que partir del reconocimiento de los bandos reales en pugna y contar con la coadyuvancia de gobiernos no alineados con una de las partes, como podrían serlo China, India y Brasil. En tanto no se admita esta realidad, el conflicto bélico seguirá cobrándose vidas ucranias y rusas y generando cuantiosas ganancias para las industrias militares de Estados Unidos y de Europa.