POR JOSÉ BLANCO
El padecimiento de Joe Biden se llama Alzheimer; hace tiempo que para las corrientes principales todas las demencias quedan enmarcadas en esa caracterización general.
El declive de Biden ha sido más evidente durante el último año y la tendencia de su padecimiento no hará sino empeorar. Una encuesta realizada en agosto de 2023 por Associated Press, halló que 77 por ciento del público y 69 por ciento de los demócratas dijeron que era “demasiado viejo para conducirse con eficacia durante cuatro años más”.
Desde luego, no es la vejez, sino la demencia, que lo hace cometer fallos graves cada vez con mayor frecuencia. La esfera política, la “democracia” o el Partido Demócrata se hallan en un estado tan crítico que nadie pudo evitar el áspero encontronazo con la realidad del “debate”.
En la otra esquina, Donald Trump, un mentiroso compulsivo de ultraderecha, con gran fuerza en la cultura política de Estados Unidos. Su triunfo sobre Biden parece dado, si Biden, su familia y su círculo cercano (que incluye a Obama y a Bill Clinton) persisten en sostenerlo a rajatabla.
Pero, cuando la tragedia se pone en marcha, no hay nada que la detenga. Va al encuentro de su destino inexorable. Chris Hayes escribió en The New York Times, a 18 meses de haber iniciado el gobierno de Trump: “El Presidente es un mentiroso. Miente sobre asuntos de la máxima consecuencia (diplomacia nuclear) y sobre los más triviales (su juego de golf). Miente sobre cosas que puedes ver con tus propios ojos. Miente sobre cosas que ha dicho hace un momento. Miente como un pájaro carpintero ataca un árbol: compulsiva, insistente, instintivamente”.
La capacidad de Trump para mentir sin preocuparse por su credibilidad, dice Hayes, es “espantosamente impresionante”. En un periodo de tres días en abril de 2019, Trump hizo 171 “afirmaciones falsas o engañosas”, según el equipo de verificación de hechos de The Washington Post.
“Durante una entrevista telefónica con el presentador del programa de entrevistas de Fox News Sean Hannity, Trump alcanzó 45 falsedades en 45 minutos. Este grado de mentira puede calificarse de patológico, y sí, Estados Unidos tiene como presidente a un mentiroso patológico”. En 2020, Eric Alterman publicó un libro titulado Lying in State.
Why presidents lie and why Trump is worse (Mentir en el Estado. Por qué mienten los presidentes y por qué Trump es peor). Alterman hizo acopio de información histórica muy ilustrativa. En 2017, la cadena de televisión C-Span pidió a 91 académicos que clasificaran a los jefes del Ejecutivo por su eficacia, una medida que incluía la “autoridad moral”.
“Lo sorprendente del resultado fue que la deshonestidad no parecía importar. Los mentirosos compulsivos Ronald Reagan y Lyndon Johnson quedaron entre los 10 primeros. Barack Obama y Jimmy Carter, relativos contadores de la verdad, quedaron en los puestos 12 y 26, respectivamente, [Carter] apenas por encima del mentiroso más atroz de la Casa Blanca (antes de Trump), Richard Nixon”.
Trump miente sin parar y se enorgullece de su conducta. Algunos observadores afirman que Trump se divierte con la ametralladora de sus mentiras.
Cuando todos los presidentes mienten, mentir en mayor medida exhibe un vicio inaudito, pero un vicio que los ciudadanos en su mayoría parecen dar por descontado. Hannah Arendt señaló con sorna que “nadie ha dudado nunca de que la verdad y la política se llevan bastante mal, y nadie, que yo sepa, ha contado nunca la veracidad entre las virtudes políticas”.
Por el contrario, prosigue, “la mentira siempre se ha considerado un instrumento necesario y justificable, no sólo del político o del demagogo, sino también del estadista”. ¿Eso significa que, si las cosas en la política son así, no importan? Sería llevar las cosas demasiado lejos. Los análisis que muestran los riesgos en la política exterior de Estados Unidos, de un presidente que miente compulsivamente, son abundantes. Lo mismo se dice para la política interna.
Trump ya dijo que quiere ser “dictador sólo el primer día”. Por supuesto que los discursos sobre la democracia le importan un pito. Esto va de poder y de negocios. Eso es lo que, seguramente, veremos. El mayor imperio de la historia no puede resolver, con un mínimo de decencia democrática, una sucesión presidencial y muestra en este capítulo su grave decadencia. Trump o Biden, por distintos motivos son pésimos candidatos.
Es fácil saber cuál será señalado como el peor por los electores gringos. La diferencia entre el candidato Biden y el candidato Trump es que los electores del primero son cada vez menos, en tanto que los del segundo están felices con su postulación.
No es una buena noticia para la sociedad gringa; tampoco lo es para el resto del planeta. Vivimos en peligro de enfrentar una guerra de devastación humana. El aislacionismo de Trump conlleva una crisis económica como la instalada por Reagan: una crisis general, y EE.UU. resulta ganancioso de la misma.
La Jornada, México.