LA JORNADA /
El pasado lunes 1 de julio, la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que los expresidentes de ese país tienen inmunidad por todos los delitos que perpetren durante su mandato, incluidos los considerados graves, siempre y cuando los hayan cometido en el contexto de actos oficiales. Con este fallo, basta con que un tribunal menor clasifique una falta como parte de un acto oficial para que el responsable sea puesto por encima de la ley.
Como señaló la integrante de la minoría moderada de la Corte, Sonia Sotomayor, esto significa que, en cada uso del poder oficial, el Presidente ahora es un monarca absoluto, lo cual es una burla no sólo a la Constitución estadunidense, sino al fundamento mismo de toda democracia liberal, modelo del que Washington se considera quintaesencia: el principio de que nadie se encuentra por encima de la ley.
Debe recordarse que tres de los seis jueces ultraconservadores que regalaron la impunidad a Donald Trump le deben su cargo, por lo que un mínimo decoro profesional, del que carecen, les obligaría a excusarse de participar en los debates que favorecen de manera personal al magnate.
Los efectos de su fallo aberrante se hicieron sentir de inmediato: apenas un día después, la sentencia que se le iba a dictar el 11 de este mes por el desvío de recursos de campaña para comprar el silencio de una exactriz porno fue aplazada hasta septiembre.
El juez que lleva el proceso, Juan Merchan, reconoció que probablemente para entonces ya no sea necesaria, puesto que Trump podría haber burlado todo intento de hacerle responder ante la justicia.
En suma, ahora los presidentes de Estados Unidos podrán comportarse dentro de sus fronteras con la misma impunidad con que lo han hecho en el resto del mundo durante dos siglos.
Los estadunidenses conscientes de los modos en que sus mandatarios usan el poder cuando son inmunes a la ley estarán alarmados por la decisión del Poder Judicial capturado por el conservadurismo, el cual abre la puerta a la comisión de crímenes como el lanzamiento de bombas atómicas sobre civiles inermes, la masacre de My Lai, el uso de napalm, los cientos de atentados contra dirigentes que les resultan antipáticos, los asesinatos selectivos, el funcionamiento de la cárcel de Guantánamo y el robo de esa porción de territorio cubano, por traer a la mente sólo un puñado de ejemplos de las atrocidades ordenadas por los jefes del Ejecutivo de la superpotencia.
La Jornada, México.