POR ATILIO A. BORON /
La tentativa de asesinato contra Donald Trump desató un sinfín de interpretaciones. Se cumple así un axioma de la epistemología que dice que cuando los hechos escasean, o son contradictorios, abundan las conjeturas.
La interpretación más generalizada establece que el atentado habría sido concebido por la “elite globalista liberal” que tiene como puntales a los Clinton, Bill y Hillary, y a Barack Obama. Según ella, la probable redefinición de la política militar de Trump apuntaría a reducir sensiblemente el nivel de colaboración con la OTAN y promover un arreglo diplomático con Vladimir Putin para poner fin a la guerra en Ucrania, todo lo cual golpearía brutalmente al complejo militar-industrial-financiero y habría puesto en movimiento la conspiración destinada a acabar con el seguro candidato del Partido Republicano.
Sin embargo, por seductora que parezca esta hipótesis se da de bruces con un dato irrefutable: el presupuesto militar de Estados Unidos, estrictamente las partidas asignadas al Pentágono con exclusión de otras que también hacen al gasto militar como la ex Administración Nacional de Veteranos (ahora Secretaría de Estado) y los presupuestos para la “reconstrucción” de los países que las bombas de Estados Unidos redujeron a cenizas, pasó de 646.000 millones de dólares en 2016, último año de la Administración Obama, a 806.000 millones de dólares al final del mandato de Trump. Cuesta entender que los fabricantes de armamentos quisieran emprenderla contra un expresidente que aumentó notablemente el presupuesto militar de Estados Unidos.
Por otra parte es igualmente difícil de comprender que una conspiración de este calado hubiera sido encomendada a un novato veinteañero, Thomas Matthew Crooks, sin experiencia alguna, un joven víctima del bullying en la escuela y en su vecindario y cuyo padre había comprado, legalmente, un rifle de asalto semiautomático AR-15, una especie de versión levemente modificada del M-16 utilizado por los marines. Lo lógico habría sido que encargasen la misión a un profesional, a un killer, y no a un principiante, que por su impericia mató a dos asistentes al acto de Trump, hirió a otros dos y erró en su intento de dar en el blanco principal.
Es preciso reiterar: hay muchas incógnitas pero sería temerario en este caso descartar la hipótesis del “lobo solitario”, falsa en el caso del asesinato de John F. Kennedy pero plausible en esta ocasión. Recuérdese el atentado que sufriera, en marzo de 1981, Ronald Reagan a manos de un tal John Hinckley Jr. y que, según consignara el atacante, tenía por motivo impresionar a la actriz Jodie Foster. O el asesinato de John Lennon a manos de Mark David Chapman, deseoso de tener él también su día de gloria como los tenía su admirado Lennon. En un país bárbaro y violento como Estados Unidos en donde existe una tradición de intentar asesinar presidentes -cuatro murieron y otros siete fueron víctimas de graves atentados- no es para nada sorprendente que Crooks hubiese querido emular lo hecho por Hinckley Jr. y Chapman y liberar al mundo de un personaje que en sus posteos había confesado odiar con todas sus fuerzas.
Otra cuestión que merece ser examinada, porque en este caso apuntaría en dirección de las teorías conspirativas, es el hecho de que el Servicio Secreto no hubiera utilizado drones para monitorear desde el aire los techos y tejados de la vecindad, sabiendo que armas como las utilizadas por Crook pueden alcanzar un blanco ubicado a setecientos metros de distancia.
Crook pasó desapercibido en un tejado ubicado a unos 150 metros de la tarima donde estaba Trump. ¿Una negligencia criminal o el indicio de una conspiración, en la cual estaría involucrado nada menos que el Servicio Secreto de Estados Unidos? Por ahora no lo sabemos.
Si Crook hubiera sido reducido y detenido tal vez podría haber aportado datos como para validar o descartar la hipótesis de la conspiración. Pero como es usual en Estados Unidos el atacante fue muerto en el acto, como ocurriera con Lee Oswald y una larga serie de testigos del magnicidio de Kennedy en Dallas, y los muertos no hablan. Nunca dejes cabos sueltos, dicen en la CIA. Mientras, las encuestas de intención de voto confirman que después de los acontecimientos del pasado sábado las chances de una amplia victoria de Trump se acrecentaron significativamente. Y esto alimenta otra teoría conspiracional: la del autoatentado, sobre la cual no tenemos aún materiales para examinarla con total rigurosidad pero que no habría que descartar.
Página/12, Buenos Aires.