Enseñanzas del 26 de julio: amanecer de nuestra América

POR GILBERTO LÓPEZ Y RIVAS /

El 26 de julio de 1953, con el asalto militante al cuartel Moncada, se inicia la época que daría un giro trascendente a la historia de nuestra América.

Con la siembra en tierra fértil de la semilla de la revolución social que establecería el primer bastión de socialismo en este hemisferio. A 71 años de esa clarinada de la liberación de nuestros pueblos, ¿qué nos enseña el asalto al cuartel Moncada?

La acción de esos valerosos jóvenes martianos, encabezados por Fidel Castro, puso de manifiesto que el patriotismo, el amor a la causa del pueblo y la consecuencia revolucionaria no se demuestran con palabras: es necesaria la acción decidida y el ataque frontal al Estado dictatorial cuando todas las vías para solucionar los ingentes problemas sociales, económicos y políticos están cerradas.

El comandante Fidel Castro en el cuartel Moncada.

Con todo, el asalto al Moncada no fue producto de la desesperación e irresponsabilidad que muchas veces han acompañado las iniciativas militares. Por muchos años circuló como moneda falsa lo fenoménico de la Revolución cubana, las acciones audaces fuera de su contexto histórico, los dirigentes sobresalientes aislados del pueblo. En realidad, el asalto al Moncada es el resultado de un análisis profundo de la realidad cubana, de lo que el viejo marxismo denominaba acertadamente las condiciones objetivas y subjetivas que condicionan la crisis revolucionaria. Los rebeldes, además, contaban con un programa expuesto magistralmente por Fidel durante su célebre alegato.

El Moncada no fue la acción de un grupo de conspiradores apartados del pueblo, de sus necesidades y luchas; los atacantes provenían de las capas pobres y medias de la sociedad cubana, quienes habían participado en la lucha legal y clandestina; eran hijos del pueblo ligados a las ideologías de los oprimidos y explotados, enraizados en las tradiciones independentistas, en las enseñanzas de José Martí, «el autor intelectual del Moncada», quien legara su ejemplo de acción, e incluso, de máximo sacrificio, como camino de lucha, y formas organizativas que adoptó el Movimiento 26 de Julio.

Fidel, bajo el retrato del autor intelectual del asalto al Moncada, el apóstol de la libertad, José Martí, punto de partida de la Segunda y Definitiva Independencia de América Latina y el Caribe.

Los jóvenes insurrectos no desconocían el marxis­mo, pero lo interpretaron creativamente según su realidad nacional, representando la continuidad y la ruptura de una herencia histórica. Continuidad, porque recoge la vivencia de los independentistas, de los combatientes contra la dictadura de Machado, de las vertientes de lucha sindicales y estudiantiles, de las escaramuzas electorales; ruptura, porque los fines que se planteaban los llevarían a transitar por los caminos inéditos, en nuestra América, de la trasformación radical de las estructuras económicas, sociales, ideológicas y políticas del país caribeño. Por primera vez en el continente, una revolución de «los humildes y para los humildes» se planteaba –con posibilidades de victoria– un plan de gobierno en beneficio del principal protagonista del proceso.

El Moncada demostró, como afirmara Fidel, que «no hay situación social y política, por complicada que parezca, sin una salida posible», importante tesis a la que hay que dar énfasis cuando reina la confusión en torno a las veredas que llevarán a encontrar una solución a la profunda crisis que atraviesa nuestra patria mexicana, por ejemplo. El 26 de julio de 1953, como el 1º de enero de 1994, enseñan que es posible plantear acciones de cambio real a pesar de supuestos determinismos geopolíticos y por encima de pesimismos y derrotismos. ¿Quién puede determinar que una vía de lucha está cerrada, o no tiene viabilidad, por la infinita superioridad técnica y militar del enemigo? Si así fuera, no habría derrotas como las sufridas por los gringos en Vietnam, ni revoluciones victoriosas como las de Cuba, y ahora, la bolivariana del comandante Chávez.

Por muchos años se pensó erróneamente que la Revolución cubana había sido la obra de un grupo de hombres y mujeres ejemplares. Que bastaba la presencia guerrillera para que se diera la explosión revolucionaria. ¡Cuántas vidas valiosas se perdieron por el predominio de esta visión superficial de la experiencia cubana! La verdad es que el Movimiento 26 de Julio mantuvo durante toda la lucha revolucionaria una permanente presencia política en las masas populares, con ramificaciones orgánicas en toda la isla. También, el espíritu unitario del 26 de Julio y sus alianzas con el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo hizo posible, en la práctica, la existencia de un frente político único que a partir de las acciones del ejército rebelde en formación permitió derrocar al régimen de Batista.

El 1º de enero de 1959, los barbudos entraron en La Habana, cuyos habitantes se volcaron a las calles radiantes de júbilo por el triunfo de la Revolución y la huida del tirano. Cuba se convirtió, desde entonces, en el parteaguas de nuestra historia. Su voz digna se dejó escuchar hasta el último rincón del continente y del mundo, anunciando que el «destino manifiesto» puede ser cambiado de raíz; que son posibles las reformas agraria y urbana, que se puede destruir el aparato de la dominación burguesa, acabar con el analfabetismo, construir una democracia con el pueblo armado y organizado, y darse las formas de gobierno libremente consensuadas, recobrar la soberanía y enfrentar a los imperialistas yanquis exitosamente, esto es, conquistar la verdadera independencia.

Quienes nos reclamamos la generación de la Revolución cubana, que vivimos paso a paso las agresiones imperialistas, la invasión a Playa Girón y la Crisis de Octubre, el injusto bloqueo, y ahora, el secuestro de los cinco héroes, defendemos sin ambages este proceso. En la solidaridad con esta revolución en las calles aprendimos las primeras letras de la política y sufrimos las represiones de un gobierno que si bien no rompió relaciones con Cuba, perseguía arteramente a quienes pretendíamos cambios democráticos y aspirábamos a trasformaciones como las llevadas a cabo por esos patriotas que el 26 de julio de 1953 tomaron el futuro por asalto.

La Jornada, México.