POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
El aparente disfrute democrático de una serie de logros técnicos y tecnológicos alcanzados durante los dos últimos siglos, nos presenta la idea más reconocida del progreso y la civilización. Sin embargo tras esta publicitada visión positiva se oculta una criminal paradoja: ese orgulloso racionalismo técnico-científico que nos asombra, coexiste con la más profunda irracionalidad que opera en las relaciones sociales y en la administración política.
Esta contradicción, esta “extraña mezcla de barbarie y humanitarismo”, es una de las principales características de las contemporáneas sociedades del capitalismo “democrático” y liberal que, por una parte, promueve la retórica del confort y el consumismo ilimitado, la búsqueda de la “paz perpetua” bajo la tutela de organismos supranacionales y la supuesta plena realización de los derechos humanos en un polo de la estructura social, mientras, simultáneamente, extiende y diversifica, en el otro polo, la miseria, el dolor, el hambre, la explotación y la marginalidad.
Esta época de simulación y espectáculo, centrada no sólo en la pérdida de esas viejas distinciones ideológicas, sino en un nuevo orden laboral de carácter flexible que ha impuesto controles más sutiles e incomprensibles, pero más dañinos y alienantes, porque conducen, inexorablemente, a la desaparición del individuo, convertido en hombre-masa, en marioneta del consumismo, sumido en una generalizada mediocridad y en la azarosa neurosis que impone la ideología de la movilidad permanente y de la competitividad y los medios de comunicación son elemento clave para el logro de esta regulación ciudadana, de este uniformismo.
Se busca disponer siempre de los individuos. Estos son observados, fichados, reseñados y permanentemente ubicados… Calculadamente el biopoder establece su sistemático control, que cuenta, además del violento disciplinamiento, de la coerción social y del control externo por parte de los aparatos represivos del Estado (a los que nunca ha renunciado), con la instalación de otras políticas del cuerpo y otras formas de control y de regulación más sutiles, íntimas e interiorizadas que se remiten al auto disciplinamiento de los “sujetos sometidos”.
La moderna idea de individualidad con las expresiones, sentimientos y sensibilidades de carácter singular, que tanto promoviera el pensamiento ilustrado, ha desaparecido, eclipsada por la imposición de ese uniformismo gregario que cubre todos los gustos y opiniones, en gran medida como resultado de dichos desarrollos científicos y tecnológicos, en particular de los llamados “medios masivos de comunicación”, que paulatinamente fueron conduciendo a los ciudadanos hasta la administración total y el pensamiento único. Vivimos el disciplinamiento generalizado de las masas.
La marcha triunfal del “progreso” consumista ha generado el total acomodamiento de los seres humanos a los intereses del poder. El imperio tecnocrático que nos apabulla ha logrado suplantar los viejos ideales ilustrados de autonomía y de democracia, las antiguas confrontaciones teóricas y conceptuales por su virtualidad.
El apartamiento ciudadano de los quehaceres políticos y del activismo participativo, ha sido sustituido por la “información” que distribuyen los medios de comunicación y, más recientemente, por la navegación ciberespacial.