Caída en Wall Street pone en evidencia el parasitismo financiero

POR NICK BEAMS /

Los giros de Wall Street y los mercados globales subrayan la fragilidad extrema del sector accionario debido a la especulación y el parasitismo financieros, que se han alimentado del dinero barato mantenido por la Reserva Federal de EE.UU. y otros bancos centrales.

El pasado lunes 5 de agosto vio una caída adicional en Japón, donde la Bolsa de Tokio había alcanzado niveles récord. El índice bursátil Nikkei 225, tuvo su peor día desde el derrumbe de octubre de 1987 y cayó 5,9 por ciento más. Se encuentra más de 20 por ciento por debajo de su máximo el mes pasado. La caída del viernes 2 de 4.451 puntos fue la más fuerte en su historia, en términos de puntos.

La caída se produjo en respuesta a la decisión del Banco de Japón la semana pasada de elevar las tasas de interés a territorio positivo, poniendo fin a un régimen de tasa cero que ha prevalecido durante más de una década y media.

Wall Street experimentó una baja significativa ese viernes, seguida de una caída en picado cuando se abrieron las operaciones el lunes por la mañana, que ocurrió con mayor fuerza en el sector de alta tecnología, que había llevado al mercado a máximos históricos en julio. Las acciones se recuperaron un poco por la tarde, pero bajaron en general. El índice Dow cayó más de 1.000 puntos para terminar el día con una caída del 2,6 por ciento. El Nasdaq cayó un 3,43 por ciento y el S&P 500 cayó un 3 por ciento. Para el Dow y el S&P 500, fue su mayor caída desde septiembre de 2022.

Las caídas se concentraron en las acciones de alta tecnología que han sido objeto de especulación. Desde principios de año hasta julio, el puñado de empresas conocidas como Magnificent Seven -Apple, Microsoft, Alphabet (la matriz de Google), Tesla, Meta (la matriz de Facebook) y Nvidia- representaron el 52 por ciento del aumento en el índice S&P 500.

Además de Intel, que vio caer sus acciones un 26 por ciento el viernes debido a su decisión de recortar 15.000 puestos de trabajo, Nvidia, que fabrica chips utilizados ampliamente en el desarrollo de la inteligencia artificial, fue duramente golpeada. Sus acciones cayeron un 15 por ciento cuando comenzaron a operar, antes de recuperarse un poco más tarde en el día para terminar con una caída del 6 por ciento. Las acciones de la empresa han bajado alrededor de un 30 por ciento desde que alcanzaron un máximo en junio.

Apple también recibió un golpe tras el anuncio de Warren Buffett, el jefe del fondo Berkshire Hathaway, de que había vendido la mitad de sus acciones de la compañía en el segundo trimestre, por valor de 76.000 millones de dólares, y trasladó el dinero a la deuda pública.

Las expectativas de una turbulencia continua se reflejan en el índice de volatilidad Vix, conocido como el “indicador de miedo” de Wall Street, que aumentó hasta 65 por la mañana en comparación con los niveles de un solo dígito en las últimas semanas.

Una serie de factores se han unido para producir la venta masiva de acciones. Estos incluyen el pinchazo de la burbuja de la inteligencia artificial, un golpe significativo al llamado carry trade que aprovechaba un yen japonés más barato y el temor de que la economía estadounidense pueda estar entrando en recesión.

El desarrollo de la inteligencia artificial representa un avance significativo en la tecnología y el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero como todos estos avances, como la burbuja puntocom de principios de la década de 2000, que culminó en el llamado “naufragio tecnológico”, han ido acompañados de una especulación desenfrenada, que se basa en afirmaciones exageradas de la importancia de la Inteligencia Artificial (IA) para el crecimiento económico, así como en una avalancha de dinero que busca comprar acciones en el sector de alta tecnología por temor a perderse las ganancias especulativas.

En una muestra de la naturaleza globalmente interconectada del sistema financiero, la decisión del Banco de Japón de elevar las tasas de interés para tratar de detener la caída del yen en los mercados de divisas alimentó directamente a Wall Street. El aumento resultante en el valor del yen frente al dólar de más del 11 por ciento en los últimos días, que ha pasado de 161,96 por dólar a principios de julio a 143,46 el pasado 6 de agosto, asestó un golpe al carry trade, en el cual los inversores piden dinero prestado en Japón para invertir en los mercados estadounidenses, donde pueden disfrutar de una mayor tasa de rendimiento.

Según un análisis publicado por Reuters, aunque no se dispone de cifras exactas, se cree que gran parte de la inversión en acciones de alta tecnología que las envió a máximos históricos habría sido financiada por carry trade. El Banco de Pagos Internacionales ha estimado que los préstamos transfronterizos en yenes han aumentado en 742.000 millones de dólares desde finales de 2021.

Una nota publicada por Kit Juckes, estratega jefe de divisas de Société Générale, señalaba este proceso. “No se puede deshacer el carry trade más grande que el mundo haya visto sin romper algunas cabezas”, escribió.

Otro factor es el creciente temor a una recesión en EE.UU., intensificado por el informe de empleo publicado el viernes 2 de agosto. El número de nuevos empleos en el país el mes pasado fue de 114.000, muy por debajo de las expectativas de 175.000. Esto se combinó con un aumento en la tasa de desempleo al 4,3 por ciento lo que representó un aumento de 0,6 por ciento desde su mínimo anterior, dirigiendo la atención a la llamada Regla Sahm, que indica una recesión cuando el promedio móvil de tres meses se mueve al menos medio punto porcentual por encima de su mínimo en los 12 meses anteriores.

Bolsa de Valores de Nueva York, en la emblemática vía Wall Street.

La baja en el mercado equivale a un clamor por parte del capital financiero de que la Reserva Federal comience a recortar las tasas de interés para hacer que el dinero sea más barato y a una intensa insatisfacción con su decisión del miércoles pasado de mantener las tasas de interés en suspenso. La clara indicación de la Reserva Federal de que reduciría las tasas en septiembre, inicialmente bien recibida por los mercados, ahora se ha declarado insuficiente.

El mensaje universal es: queremos más dinero.

Además de los problemas inmediatos que desencadenaron la caída, hay otras fuerzas poderosas en juego. Con los asesinatos llevados a cabo por Israel de líderes de Hamás y Hezbolá la semana pasada, la probabilidad de una guerra total en Oriente Medio ha aumentado significativamente.

Y el incremento de la deuda pública estadounidense se cierne sobre los mercados financieros, al alcanzar alrededor de 35 billones de dólares y aumentar a un ritmo que tanto el Tesoro de Estados Unidos como la Reserva Federal consideran “insostenible”.

No es posible predecir el curso exacto de los acontecimientos, pero las tendencias son claramente evidentes. El sistema financiero estadounidense y global se ha convertido en un castillo de naipes que puede verse desestabilizado y empujado a una crisis incluso por acontecimientos aparentemente menores.

No hay duda de cuál será la respuesta de la clase dominante a una crisis. Como muestran las amargas experiencias de 2008 y 2020, será intensificar los ataques contra la clase trabajadora.

En 2008, millones de trabajadores perdieron sus empleos, se recortaron sus salarios y se embargaron sus viviendas, mientras que las corporaciones y los bancos, cuyas acciones provocaron la crisis, fueron recompensados con miles de millones de dólares en rescates del Gobierno estadounidense y dinero barato suministrado por la Reserva Federal. Y en 2020, cuando golpeó el Covid-19, la asistencia del Gobierno se dirigió a las corporaciones. La Reserva Federal volvió a suministrarles dinero ultra barato, lo que proporcionó el combustible para una mayor especulación en medio de la negativa a tomar medidas significativas de salud pública para eliminar el virus.

Independientemente de cómo se desarrolle, la turbulencia es otra expresión de la crisis sistémica del sistema capitalista que pende como una espada de Damocles sobre la clase trabajadora, amenazándola con otra recurrente devastación social.

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