DIARIO RED /
Israel, “única democracia en Oriente Medio”, cometiendo un genocidio, Estados Unidos, gobernada por un agresor sexual, y Corea del Sur, con la izquierda proscrita y un autogolpe que pudo haber triunfado.
Yoon Suk-yeol, presidente de Corea del Sur, intentó el pasado martes 3 de diciembre ejecutar un autogolpe con el que pretendía instalar un gobierno de corte militar para sobreponerse así al bloqueo parlamentario del país, logrado tras la victoria opositora en las elecciones legislativas de abril de 2024. Aunque Yoon, un ultraconservador, anticomunista y antifeminista de formas trumpistas, pretendió en efecto sustraerse de la legitimidad institucional liberal surcoreana, Estados Unidos no lo condenó de inmediato. Imaginemos si otro hubiera sido el líder que hiciera algo similar.
A los aliados, todo; a los enemigos, nada. Esta lógica de aceptación política se ha visto evidenciada sistemáticamente durante muchos años. Hayat Tharir al-Sham, el grupo islamista que se opone al gobierno de Al Asad en Siria (aliado de Rusia e Irán) es un grupo rebelde; los islamistas no alineados con enemigos de Estados Unidos son, simplemente, terroristas. Las teocracias antioccidentales de Oriente Medio y los grupos fundamentalistas antisionistas son peligrosos, pero el régimen mesiánico y de apartheid en Israel es la salvaguarda de la civilización en la región. Ejemplos, hay unos cuantos. América Latina los conoce también: buscan imponer la narrativa de que Nicolás Maduro “cometió fraude electoral”, pero sobre Bukele en El Salvador no hay dudas; “Cuba es una sanguinaria dictadura”, pero Dina Boluarte es la “presidenta encargada” de Perú. Así, sin matices.
Pues esta misma narrativa se ha instalado indiscriminadamente en el resto de regiones donde Estados Unidos se juega sus intereses estratégicos. Corea del Sur, junto a Japón y Taiwán son oasis democráticos en un desierto de autocracias y dictaduras neosocialistas. El avance tecnológico surcoreano y su “milagro capitalista” es un ejemplo de lo que un país pobre de toda condición puede lograr si abandona las tesis socialistas. Y, si no, observemos el horror que hay al norte del Paralelo 38.
En realidad, Corea del Sur solo pudo desarrollar su capitalismo nacional en base a la combinación de dos factores: las descomunales y sostenidas inyecciones económicas occidentales y la subsistencia de gobiernos militares durante cuarenta años (entre 1948 y 1988). A cambio, dos minucias: primero, que Corea del Sur permaneciese como base operacional estadounidense en Asia-Pacífico y como ente militar subsidiario; segundo, que apuntalase la estrategia anticomunista de Washington en el Sur Global, cometiendo un genocidio ideológico contra la izquierda nacional. Una democracia ejemplar, vaya.
El autogolpe de Yoon ha fracasado, sí. Aunque algunos sectores del Ejército y el Ministerio de Defensa estaban dispuestos a apoyarle, finalmente los equilibrios de la frágil institucionalidad liberal-burguesa surcoreana han resistido. Los diputados opositores han logrado votar contra la ley marcial impuesta por Yoon, a pesar de que el edificio de la Asamblea Nacional había sido tomado por las Fuerzas Armadas. La movilización popular ha sido decisiva. Con toda probabilidad, Yoon sufrirá un impeachment y el país acudirá a elecciones anticipadas.
El Departamento de Estado estadounidense tardó cinco horas en condenar lo que a todas luces era un autogolpe contra el poder legislativo en uno de sus más firmes aliados en Asia-Pacífico y en el mundo. ¿El motivo? Que a Washington le importa un bledo la institucionalidad de la democracia liberal surcoreana, pues sabe que sus intereses iban a estar a resguardo en cualquiera de los casos. Lo único que exige Estados Unidos al país es estabilidad en su subordinación.
Tanto el socioliberal y opositor Partido Democrático como el conservador Partido del Poder Popular defienden la presencia de tropas estadounidense en Corea del Sur, así como están de acuerdo en que, en caso de una guerra con el norte, su Ejército quede supeditado a generales norteamericanos. Además, Seúl sigue siendo una punta de lanza de la injerencia estadounidense contra China. Un gobierno militar de Yoon también habría representado los intereses de Washington.
En este sentido, la posición estadounidense durante el autogolpe fue simple: esperar y, una vez estaba claro que el Presidente no prosperaría, apoyar al poder legislativo. Que no quepa duda: si el autogolpe hubiera triunfado y la nueva junta militar dirigida por Yoon Suk-yeol hubiera sido capaz de asegurar estabilidad al Gobierno de Biden (y al entrante Gobierno de Trump), Estados Unidos habría hecho los necesarios malabares para justificar el nuevo régimen.
Corea del Sur es una “democracia ejemplar” en los términos estadounidenses: responde sin matices a sus intereses imperialistas. No importa que, en base a la Ley de Seguridad Nacional (herencia de las dictaduras anticomunistas), la izquierda y el sindicalismo de clase sigan proscritos. La República de Corea es “de los nuestros” y, en consecuencia, todo lo demás no importa.
Sin ir más lejos, en 2014 se disolvió al socialdemócrata Partido Progresista Unificado, tercer bloque en términos de representación en la Asamblea Nacional, por tener posiciones redistribucionistas y estar a favor de acercamientos diplomáticos con Corea del Norte. ¿La justificación del Tribunal Constitucional? “El PPU, con un programa oculto para adoptar el socialismo de Corea del Norte, organizó reuniones para debatir una rebelión”. No hubo pruebas, pero tampoco eran necesarias.
Ni Occidente ni Estados Unidos albergan un compromiso honesto con su particular visión del “orden liberal” y el “mundo basado en reglas”. Los genocidios, las dictaduras, los autogolpes, la represión y la persecución política… todos estos asuntos se miden de una forma u otra según el grado de asociación y la importancia estratégica del actor. Corea del Sur es nítido en este sentido. Cuarenta años de dictaduras militares que practicaron el exterminio ideológico, bien. Transición a un sistema liberal de partidos, bien. Autogolpe y retorno a la lógica de los gobiernos militares, bien. El autogolpe fracasa, bien.
La narrativa de la defensa del orden “liberal y democrático” es, ni más ni menos, eso: una narrativa. Por eso Venezuela para Washington es una dictadura descabellada, pero Perú es “más complejo”; por eso Irán es una teocracia criminal, pero Israel es “más complejo”; por eso Hezbolá es una organización terrorista fundamentalista, pero Hayat Tharir al-Sham es “más complejo”… por eso China es un régimen antidemocrático, pero Corea del Sur es (y siempre fue)… “más complejo”.
Diario Red, España.