POR ROSA MIRIAM ELIZALDE /
Tronó en X Elon Musk, investido como secretario para la Eficiencia Gubernamental: “Ha llegado el momento de que USAID muera”. Sus palabras resonaron como el presagio de una tormenta inminente. Poco después, Donald Trump, en su primer día de regreso en la Casa Blanca, ordenó suspender por tres meses casi toda la asistencia exterior estadounidense, especialmente la de la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID).
El cierre fue abrupto y contundente: decenas de altos funcionarios fueron enviados a licencia forzosa, miles de contratistas resultaron despedidos y la sede de la USAID en Washington cerró sus puertas sin un último aviso. Como si nunca hubieran existido, el sitio web de la agencia y su cuenta en X desaparecieron de la faz digital, dejando tras de sí un vacío que pronto se llenó de especulaciones y murmullos en Internet.
El desconcierto aumentó cuando, desde Dominicana y al final de su primera gira por América Latina, el secretario de Estado, Marco Rubio, anunció que su Departamento recogería las riendas de las funciones que hasta entonces desempeñaba la agencia. Rubio, investido como administrador interino de la USAID, aseguró que la ayuda exterior de Washington continuaría, pero con una condición: “Debe tener sentido y alinearse con nuestros intereses nacionales”.

Este movimiento, que algunos quieren ver como mera restructuración administrativa, es un giro estratégico que augura profundos cambios en la política exterior estadounidense dirigidos a mayor eficiencia y nuevas clavijas represivas. El fin no es aparcar los objetivos de la agencia reconocida como fachada de la CIA, sino lo contrario, ajustarlos y perfeccionar el sistema de influencia internacional del imperio. Como diría el doctor Vergerus en Das schlangenei, película de Igmar Bergman: “cualquiera puede ver aquí el futuro, es como un huevo de la serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.
La USAID, nacida en 1961 bajo la Guerra Fría, se había convertido en un coloso de la injerencia, las operaciones encubiertas y las redes de desestabilización. Mientras hacían caridad en algunos países, intentaban desmantelar cualquier oposición a los aliados de Washington. También, ha sido el lugar para escandalosos casos de corrupción. Sin ir muy lejos, recientemente la Oficina Federal de Investigaciones reveló que indaga a Juan Guaidó, el cómico y efímero “presidente interino” de Venezuela, y a su embajador en Washington, Carlos Vecchio, por malversación de mil millones de dólares, gestionados entre 2018 y 2020 bajo “ayuda humanitaria”. Estos fondos, canalizados a través de la USAID, se esfumaron en un torbellino de gastos opacos.
En el caso de Cuba, es célebre el programa encubierto conocido como ZunZuneo, fallido “Twitter cubano”, financiado por la USAID y diseñado para avivar la “disidencia” en la isla. Millones de dólares fueron a dar a empresas fantasmas, mientras se violaba la legislación de varios países, aun la de EE.UU.
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Trump, pragmático y despiadado, parece haber comprendido que las operaciones encubiertas de la USAID no sólo son ineficaces en el terreno, sino difíciles de controlar y contraproducentes. Es previsible que los fondos millonarios que alimentaban estas fallidas operaciones se redirijan hacia canales más sutiles y eficaces. Por ejemplo, dejarán de fluir hacia sitios web propagandísticos en español que operan desde Florida que, aunque útil para difundir contenido tóxico contra La Habana en redes sociales, carece de la legitimidad y el alcance necesarios para llegar a la opinión pública estadounidense.
Es probable que los dineros se destinen a medios y voceros de mayor peso en la opinión pública estadounidense e internacional. Irán también a las arcas de los contratistas privados, como advierten analistas.
En una suerte de gatopardismo, los programas de “cambio de régimen” no desaparecen con la subordinación de la USAID al Departamento de Estado, sino que las inmoralidades de las metodologías injerencistas y antidemocráticas de la esta y otras agencias de “ayuda” internacional profundizarán el control del “estado profundo” y las políticas de ajuste del nuevo gobierno trumpista.
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La hegemonía es, según consenso general de los teóricos y filósofos de la política, el gran aporte teórico de Antonio Gramsci. Es un concepto que recoge muchas de las construcciones de la obra gramsciana, más precisamente, que articula o subsume otros de sus conceptos. Ella consiste, en términos técnicos, en el paso de un particular a un universal, es decir, implica que una visión particular del mundo, la de un partido político, por ejemplo, se presente como una posición universalmente aceptada por el conjunto de la sociedad, lo cual indica que esa visión del mundo ha triunfado en la lucha política.
La hegemonía es un resultado, pero este no es definitivo, ni totalizante, pues siempre estará sujeta al antagonismo, al disentimiento, pues si, por ejemplo, un gobierno pierde la hegemonía, aparecerán contradictores que intentarán construir contrahegemonías y disputar así el poder a la clase dirigente actual. En este caso, la pérdida de la hegemonía patentizada en una crisis orgánica, por ejemplo, puede dar lugar a un cambio del régimen político con nuevas legitimidades.
En estos procesos de lucha política, el papel del intelectual es clave, pues los intelectuales orgánicos de un sector social determinado son protagonistas en la batalla cultural por la conquista del sentido común y la disputa por la hegemonía, asimismo lo es el partido político como intelectual colectivo o “nuevo príncipe”. Es el intelectual junto con las masas los que dan la batalla cultural e ideológica por la conquista del sentido común y la búsqueda del nuevo consenso. Son masas que, como decía Marx, han carnalizado y corporizado una filosofía.
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Finalmente, y de manera propositiva, Pachón Soto propone una mutua contaminación entre Gramsci y Orlando Fals Borda (1925-2008). Esta apuesta implica asumir el concepto de orden social de Fals, compuesto por normas, valores, instituciones y técnicas. De tal manera que el paso de un orden social al otro implica subvertir el orden dado hegemónico y la construcción de uno nuevo.
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Esta subversión del orden requiere construir contranormas, contravalores, nuevas instituciones (económicas, jurídicas, culturales, etcétera) y una nueva racionalidad técnico-científica. Ahora, el punto donde Fals y Gramsci se encuentran es justamente en ese pasaje de un orden a otro, pues en ese tránsito, en ese interregno, es donde, justamente se da la lucha hegemónica, cultural y política. Es ahí donde el arsenal conceptual de Gramsci sirve como caja de herramientas para alumbrar la praxis que requiere el cambio de orden social.
Este nuevo libro de Pachón se suma a una obra en continuo crecimiento donde sobresale el interés por el pensamiento colombiano y latinoamericano, la filosofía política, las filosofías de la vida y la divulgación filosófica misma.
Le Monde Diplomatique, edición Colombia.




