POR WILLIAM I. ROBINSON /
Más allá del humo y los espejos, la guerra arancelaria de Trump responde a tres factores. Primero, es una respuesta a la crisis del capitalismo global. Segundo, es un componente de la guerra contra la clase trabajadora estadunidense y global. Y tercero, está plagada de tantas contradicciones que terminará agravando la crisis y contribuyendo al desmoronamiento de la coalición Trump.
Cada país se ha insertado durante el último medio siglo en un sistema globalizado de producción, finanzas y servicios y retirarse de él no es posible sin una perturbación masiva que generaría caos y colapso. Los aranceles de Trump agravarán la turbulencia económica mundial, pero el sistema del capitalismo global también enfrenta una espiral de crisis política de legitimidad del Estado y descontento social masivo. Las dimensiones políticas de la crisis reflejan una contradicción fundamental en la organización del capitalismo global: la disyunción entre una economía globalmente integrada y un sistema de autoridad política basado en el Estado-nación.
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Cada Estado tiene un mandato contradictorio. Por un lado, necesita lograr legitimidad política entre su respectiva población y estabilizar su propio orden social nacional. Por otro lado, debe promover la acumulación de capital trasnacional en su territorio en competencia con otros estados. Estas dos funciones contradictorias son incompatibles entre sí y se desarrollan en guerras proteccionistas y otras formas de competencia interestatal.
Atraer inversiones corporativas trasnacionales requiere proporcionar al capital incentivos tales como salarios bajos y disciplina laboral, un entorno regulatorio laxo, concesiones fiscales, subsidios a la inversión, privatización, desregulación. El resultado es una creciente desigualdad, empobrecimiento e inseguridad para las clases trabajadoras, precisamente las condiciones que arrojan a los estados a crisis de legitimidad, desestabilizan los sistemas políticos nacionales, ponen en peligro el control de las élites y dan impulso al surgimiento de una derecha neofascista.
Mucho antes de que Trump asumiera el cargo, sucesivas administraciones estadunidenses en el siglo XXI buscaron subsidios, créditos fiscales y aranceles para atraer a inversionistas trasnacionales, lo que desencadenó continuos conflictos proteccionistas entre estados.
“Una gran parte del marxismo tradicional se ha dejado engañar también por esta apariencia de que la objetividad del valor es una propiedad de la mercancía considerada aisladamente.” (p. 70).
La insistencia de Moseley en que el objeto de análisis es la mercancía y no la relación de intercambio se relaciona con su comprensión (o mejor, incomprensión) del desarrollo expositivo de Marx, los niveles de abstracción y su idea central de que en una mercancía individual puede observarse tanto el valor de uso como el valor, y que por tanto ella es resultado no solamente de trabajo concreto sino también del gasto de fuerza de trabajo abstracto.
Moseley intenta mostrar que en ninguna parte del Capítulo 1 Marx aborda el intercambio de mercancías, ni tampoco una “relación de intercambio”, lo cual le parece una invención de Heinrich, una noción sobre la cual, a su juicio, no hay evidencia textual alguna. En su opinión, el intercambio solo aparece en el capítulo 2, que se titula el proceso de intercambio, mientras que el capítulo 1 se titula la mercancía. Moseley es obsesivo en su lectura y búsqueda de evidencia textual para, supuestamente, sustentar su interpretación y desvirtuar la de Heinrich.
Pero, desafortunadamente para él, se encuentra con evidencia textual que no confirma su posición y lo obliga a modificar algunos de sus argumentos, como veremos.
En el capítulo 1 Marx parte, en la primera frase, de la totalidad del producto en el modo de producción capitalista, afirmando que la riqueza en las sociedades en las cuales domina este modo de producción, se presenta como un inmenso arsenal o cúmulo de mercancías, y la mercancía como su forma elemental. Se trata de una afirmación inicial que es apenas un enunciado, porque, obviamente, todavía no ha explicado qué es la mercancía.

Marx plantea entonces que su investigación comienza por esta forma elemental y se enfoca en el análisis de la mercancía. Lo primero que señala es que la mercancía es un objeto dual: por una parte, es un valor de uso, un objeto útil que satisface necesidades humanas de diferente naturaleza y que su utilidad se realiza en el consumo. Por la otra, afirma que en la sociedad capitalista el valor de uso es portador o soporte material del valor de cambio. El valor de uso existe en toda sociedad pero en la sociedad capitalista se transforma, dado que ahora, en estas condiciones, es portador de valor de cambio.
La sola expresión “valor de cambio” implica, como su nombre lo indica, cambio. Y el cambio, obviamente, implica una relación entre las mercancías. Marx señala al inicio de su exposición que en la sociedad capitalista los productos se cambian en diversas proporciones; así como había partido de la totalidad del arsenal de mercancías, comienza también con la totalidad de los valores de cambio entre todas las mercancías. Dice claramente que un producto se cambia por muchas otros en diferentes proporciones y, que, por tanto, tiene muchos valores de cambio, en la medida en que esta proporción se expresa con respecto a diversos otros productos.
La observación de esta situación lo lleva a plantear que para que se produzca el cambio de mercancías, es decir la igualación de objetos cuyos valores de uso son muy diferentes, en una determinada cantidad que se iguala, es necesario que exista en la mercancía algo en común, lo que lo lleva a plantear que el valor de cambio debe ser la forma de manifestación o la expresión visible de un contenido que no se ve inmediatamente. En un par de ocasiones Marx trata como sinónimos al valor de cambio y a la relación de cambio o intercambio, lo cual Moseley reconoce, pero considera que Marx es ambiguo porque en otros párrafos le da otro significado.
Después de referirse a la totalidad de valores de cambio Marx se enfoca en el análisis de una relación de cambio entre dos mercancías específicas, el trigo y el hierro. Esta relación de cambio se expresa en una igualdad: x cantidad de trigo = y cantidad de hierro, lo que como ya había planteado, implica que hay algo en común entre las mercancías y además de igual magnitud que permite plantear esta igualdad. Marx plantea que ese algo en común no pueden ser las características físicas, químicas, geométricas de los productos, porque precisamente en la relación de intercambio se dejan de lado (o abstraen) estas características físicas.
En este punto, Marx afirma que lo único que les queda en común, en términos materiales, es ser productos del trabajo. Este rasgo no se evidencia en la materialidad de la mercancía, no es una propiedad similar a la propiedad física, química o geométrica, que puede ser observada y medida. Es material en cuanto al proceso: se trata de objetos que son un producto, un resultado del proceso de trabajo. De hecho, Marx está investigando precisamente por qué los productos del trabajo adoptan la forma de mercancía y la mercancía la forma del valor.
Este es un punto crítico que puede llevar a confusiones, dado que hay valores de uso que no son producto del trabajo humano, por ejemplo, el aire, la tierra virgen, etc. Parece entonces que aquí hay una tautología y un problema en la deducción de Marx. El texto sugiere que Marx llega a la conclusión de que aciones-economicas-300×122.jpg 300w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2025/01/Sanciones-economicas-768×312.jpg 768w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2025/01/Sanciones-economicas-1024×416.jpg 1024w, https://cronicon.net/wp/wp-content/uploads/2025/01/Sanciones-economicas-600×244.jpg 600w” alt=”” width=”2656″ height=”1080″ />
Los gobiernos adoptaron más de mil 500 políticas a principios de la década de 2020 para atraer a industrias a sus territorios, en comparación con casi ninguna en la década de 2010, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). A diferencia del proteccionismo que los países impusieron a principios del siglo XX, cuyo objetivo era mantener alejados a los capitalistas extranjeros y cultivar la industria nacional, este nuevo proteccionismo no ha estado dirigido a mantener alejado al “capital extranjero”, sino a atraer inversores corporativos y financieros trasnacionales.
Si una parte de la ecuación implica aranceles y otras medidas proteccionistas para atraer inversiones trasnacionales, la otra parte es una escalada total de la lucha de clases desde arriba contra la clase trabajadora estadunidense y mundial.
El programa de Trump propone destruir lo que queda del Estado regulador, privatizar lo que aún queda de la esfera pública, recortes masivos en el gasto social, una reducción de los impuestos al capital y a los ricos, una expansión del aparato estatal de represión y vigilancia. El objetivo es eliminar los elementos restantes del gran compromiso de clases que surgió durante la Gran Depresión de la década de 1930 y que resultó en el New Deal, o el Estado de bienestar socialdemócrata.
El objetivo del trumpismo es degradar radicalmente la mano de obra basada en Estados Unidos, que ya enfrenta una grave crisis de reproducción social. Los inversores trasnacionales deben ser castigados con aranceles si están ubicados fuera de Estados Unidos, pero atraídos a reubicarse dentro de las fronteras estadunidenses por el incentivo de una masa de mano de obra puesta a la defensiva y disponible para la explotación.

El trumpismo propone ofrecer al capital una clase trabajadora desesperada y fácilmente explotable, para hacer que la explotabilidad de esta clase sea competitiva con la explotabilidad de la clase trabajadora de otros países. Los aranceles no perjudicarán al capital, sino a los trabajadores. Las corporaciones repercutirán el costo de los aranceles mediante precios más altos. Este aumento de precios contraerá el consumo de la clase trabajadora. Es una estrategia calculada para debilitar a los trabajadores dividiendo y empobreciéndolos precisamente en un momento de descontento masivo y creciente lucha de clases.
La guerra contra los inmigrantes y la amenaza de deportación masiva es un ataque a toda la clase trabajadora multiétnica y multinacional, cuyo objetivo es generar miedo y caos en los mercados laborales y las instituciones sociales. Históricamente, el hipernacionalismo sirve para socavar la unidad de la clase trabajadora y enfrentar a trabajadores de diferentes países entre sí. También se debe reavivar el racismo para dividir y desorganizar a la clase trabajadora.
Trump es un Frankenstein conjurado por la dependencia del capital trasnacional del Estado para mantener bajo control el descontento masivo y resolver el problema del estancamiento crónico. Pero es dudoso que las guerras comerciales de Trump realmente logren convencer a los capitalistas trasnacionales de reubicar la producción en territorio estadunidense. Las empresas trasnacionales pueden tener una base en un país en particular, pero operan a través de vastas cadenas globales de producción y distribución entrelazadas que se ven obstruidas por aranceles o cualquier otro obstáculo impuesto por los estados-nación. La Cámara de Comercio de Estados Unidos, la Asociación Nacional de Fabricantes, la Federación Nacional de Minoristas y otras entidades corporativas se han opuesto a los aranceles.
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Trump aprovechará el caos generado por su programa para desatar toda la furia del Estado policial contra la resistencia popular. Lejos de estabilizar el capitalismo global, el proyecto Trump agravará todas las contradicciones que lo están desgarrando.
Las élites globales están divididas y cada vez más fragmentadas a medida que el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial se resquebraja y la confrontación geopolítica se intensifica. El Foro Económico Mundial publicó su Informe de Riesgo Global anual en vísperas de la toma de posesión de Trump. “A medida que entramos en 2025, el panorama global está cada vez más fracturado en los ámbitos geopolítico, ambiental, social, económico y tecnológico, advirtió. El mundo enfrenta un panorama sombrío en los tres horizontes temporales: el actual, el de corto y el de largo plazos”.
La Jornada, México.