
POR OMAR ROMERO DÍAZ /
La historia reciente de Colombia ha estado marcada por un endeudamiento progresivo bajo gobiernos de corte neoliberal y ultraderechista, que no solo comprometieron la soberanía económica del país, sino que cimentaron un modelo de dependencia hacia organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Uno de los momentos más alarmantes fue durante el Gobierno de Iván Duque, cuando en plena pandemia se firmaron préstamos multimillonarios que no se tradujeron en alivios reales para la población. Lejos de invertir eficientemente en salud o reactivación económica, esos recursos parecieron diluirse en corrupción, clientelismo y pagos a intereses de deuda ya contraída.
Este modelo de gobernabilidad, que privilegia el capital extranjero, la inversión extractiva y la sumisión a directrices externas, generó una deuda externa que en 2024 alcanzó los 200.735 millones de dólares, según el Banco de la República. En lugar de promover el desarrollo interno, esta carga impide que el país invierta en educación, salud, ciencia o transición energética. Aquí es donde entra la visión transformadora del actual presidente Gustavo Petro.
Lejos de resignarse a la lógica impuesta por los gobiernos anteriores, Petro propone una salida audaz y estratégica: permitir que países árabes compren parte de la deuda externa colombiana, redirigiendo esa relación hacia un nuevo pacto de cooperación que no esté basado en la dependencia, sino en la complementariedad, la inversión en conocimiento y energías limpias. Esta propuesta no solo busca aliviar la presión financiera, sino también redefinir las bases sobre las cuales Colombia se inserta en la economía global.
Desde la perspectiva dialéctica, este giro implica una superación del conflicto entre el viejo modelo extractivista y una nueva visión de economía productiva, verde y soberana. Petro denuncia que el país ha sido amenazado con bloqueos económicos por parte de Estados Unidos y no encuentra complementariedad ni en la región latinoamericana ni en potencias como China o Rusia. En este contexto, la apertura hacia el mundo árabe representa una negación creativa de la dependencia unipolar, y al mismo tiempo, la afirmación de una política exterior más plural, donde Colombia se reconoce como actor autónomo.
Es importante señalar que esta decisión no es simplemente una operación financiera. Es un acto político y simbólico de ruptura con décadas de sometimiento a intereses foráneos, muchas veces disfrazados de cooperación o ayuda. Petro no pretende perpetuar la deuda, sino transformarla en una herramienta para el desarrollo estratégico del país. No se trata de seguir cavando huecos en busca de petróleo y carbón, sino de sembrar las bases de una economía del conocimiento y la innovación.
El deseo del presidente Petro de pagar la deuda externa heredada no es una concesión al modelo anterior, sino un intento por superarlo desde adentro, utilizando las propias herramientas del sistema para desmontar su lógica opresiva. En este movimiento dialéctico se reconoce una postura crítica y valiente: no basta con quejarse de la deuda, hay que enfrentarla con inteligencia política y visión histórica, pensando en las próximas generaciones y no en los próximos contratos.