
POR OMAR ROMERO DÍAZ
En el corazón del Caribe, una isla pequeña pero gigante en dignidad vuelve a estremecer el mapa geopolítico. Cuba, esa nación que hace más de seis décadas encendió una chispa de insurrección continental, toma hoy decisiones que, aunque incómodas para los poderosos, están profundamente alineadas con el legado revolucionario de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. La alianza estratégica con Rusia y el acercamiento al bloque BRICS no son rupturas con el ideario revolucionario: son expresiones de su vigencia crítica en un nuevo escenario histórico.
Cuba no se rinde, resurge
La Revolución Cubana no fue un acto congelado en el tiempo, sino un proceso dinámico guiado por principios: soberanía, justicia social, solidaridad internacionalista y rechazo absoluto al imperialismo. Fidel lo entendió con claridad cuando dijo que “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, no repetirla como dogma, sino renovarla como praxis viva. Hoy, en un mundo donde el orden unipolar se tambalea, Cuba vuelve a actuar con audacia: abrirse a la cooperación multipolar sin entregar la independencia.
El Che, por su parte, advirtió que las revoluciones no pueden sobrevivir si no construyen economías fuertes y diversificadas, y si no tejen redes con otros pueblos del mundo. “La solidaridad no es dar lo que sobra, sino compartir lo que se tiene”, decía. Esa ética es visible hoy en el resurgir del internacionalismo cubano, que no sólo recibe inversiones, sino que ofrece su capital más valioso: ciencia, salud, educación y dignidad.
La apuesta por el turismo con inversión rusa, la modernización de infraestructuras portuarias y logísticas, la participación en iniciativas energéticas conjuntas con Caracas y Ciudad de México, son parte de un viraje que desafía la narrativa hegemónica que ha intentado reducir a Cuba al estancamiento. No hay aquí una claudicación ante intereses extranjeros, sino una política exterior soberana, pragmática y militante, capaz de convertir las debilidades impuestas por el bloqueo en fortalezas colectivas.
Fidel advirtió que “la historia nos absolverá”. Y hoy, la historia parece comenzar a darle la razón. Mientras el Norte continúa endureciendo su bloqueo y criminalizando la resistencia cubana, en el Sur emergen alianzas que desafían esas lógicas asfixiantes. La entrada de Cuba a los BRICS no es un acto de oportunismo, sino una manifestación coherente con su vocación emancipadora. En ese nuevo escenario, la isla no llega con la mano extendida, sino con propuestas concretas: biotecnología, medicina solidaria, turismo de salud, educación pública de excelencia.
Este nuevo capítulo no está exento de riesgos. La Revolución siempre lo supo. Por eso el Che hablaba de la “batalla de ideas”, como un campo donde se juega la conciencia, la participación del pueblo, el control popular sobre los medios y fines del desarrollo. Hoy más que nunca, esa vigilancia crítica es necesaria. La cooperación con Rusia y otros actores no debe convertirse en una nueva forma de dependencia. El pueblo cubano protagonista, no espectador, debe ser quien decida cómo y con quién reconstruir su futuro.

No es nostalgia lo que mueve a la Revolución, sino esperanza. Fidel decía que “el futuro pertenece por entero al socialismo”. Ese futuro ya no es el de los grandes bloques ideológicos, sino el de los pueblos que se niegan a rendirse. Cuba vuelve a soñar, no desde la ingenuidad, sino desde la experiencia. Y esa esperanza renacida comienza a sentirse en las calles de La Habana con un pueblo digno y activo dispuesto a seguir luchando por sus anhelos revolucionarios.