
POR MARTHA CARVAJALINO VILLEGAS*
Sin tierra y sin suelos para alimentos no podremos hacer frente a los desafíos que tenemos como civilización.
¿Cómo asumir la cuestión agraria en un escenario lleno de incertidumbres que derivan del ocaso del multilateralismo, la crisis climática, el hambre creciente y las voces de guerra?
Se acerca rápidamente el año en el que las naciones del mundo deberán hacer el balance sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, y aún hay brechas inmensas en relación con la pobreza, el hambre, el acceso al agua, la producción y el crecimiento económico sostenible y responsable.
Y en el centro de ello, la cuestión agraria: altas desigualdades en la tenencia de la tierra con capacidad para producir alimentos, el uso no sostenible del suelo, la deforestación y la contaminación del agua, la ausencia de bienes y servicios públicos para la producción agropecuaria justa y una distribución inequitativa de las cargas que con el cambio climático se ciernen sobre la producción de alimentos.
Los sistemas agroalimentarios en el mundo enfrentan múltiples retos; en particular, los sistemas de la agricultura familiar, que abastecen el 70 % de los alimentos que se consumen en el planeta.
Si queremos actuar frente a las múltiples crisis que involucran la reducción del hambre, la pobreza, las emisiones provenientes de la agricultura, la crisis de vivienda en áreas rurales y urbanas, así como el desempleo en el campo y las ciudades, debemos entonces volver sobre la tierra y el suelo agropecuario en el mundo. Es decir: entender que sin tierra y sin suelos para alimentos no podremos hacer frente a los desafíos que tenemos como civilización.
Según la FAO, cada año se pierden cerca de 12 millones de suelos agrícolas en el mundo. Hablar del suelo agropecuario es, en esencia, hablar de la redistribución, de su recuperación y de su restauración alrededor de relaciones de tenencia y producción justas. Por eso hoy podemos afirmar que la agricultura campesina, familiar, étnica y comunitaria es la gran apuesta para alimentar al mundo y, de paso, restituir los derechos de quienes trabajan la tierra.
Como una insistencia histórica del llamado que hizo el Comité Especial de Reforma Agraria de la FAO, que estableció las Naciones Unidas en 1969 y fue presidido por Carlos Lleras Restrepo, hoy Colombia convoca nuevamente al mundo a la II Conferencia Internacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural +20, para hablar sobre la Reforma Agraria como un vehículo sin el cual no es posible avanzar en el desarrollo económico, la justicia social y la paz.
Cincuenta años después de ese llamado, es fundamental que la discusión sobre la tenencia de la tierra, la productividad y el acceso a los bienes y servicios públicos rurales comprenda la crisis climática y reconozca los saberes y las tradiciones de los pueblos que nos alimentan.
En el mundo, más de 850 millones de personas se dedican a la producción agropecuaria, garantizando el abastecimiento alimentario. Por eso el llamado a la necesidad de reformar y proteger nuestros sistemas agroalimentarios para que sean justos, resilientes y sostenibles.
El pasado 28 de abril, desde el Caribe colombiano, presentamos la ruta para encontrarnos en la II Conferencia Internacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural +20, que se realizará el 24 de febrero de 2026, y en la que nos reuniremos en un solo espacio (20 años después de que se hiciera en Brasil) para hablar del debate global sobre la tierra y el desarrollo rural. Tierra para trabajar, tierra para comer, tierra para la vida. Esa es nuestra consigna y la base para asegurar un futuro sin hambre, un futuro sostenible y en paz.
El comercio internacional de alimentos debe tratarse como una cuestión del derecho internacional de los derechos humanos y no solo como un aspecto del derecho económico internacional, tal como lo advierte el último informe del relator especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, Michael Fakhri.
*Ministra de Agricultura y Desarrollo Rural de Colombia.
El Tiempo, Bogotá.